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3. LA MADRIGUERA DEL CONEJO

Noah

–Vaya, no sabía que eras de aquellos a los que el jetlag les afectaba tanto –Veo a Oz bajar las escaleras de la gran casa en la que me encuentro con su típica sonrisa sardónica que parece no abandonar nunca–… Aunque en realidad no hay ninguna diferencia horaria entre Ámsterdam y Zúrich –comenta con sarcasmo.

Llevo semanas sin dormir propiamente dicho, las horas se me pasan entre ver mi teléfono que no da más información y el paisaje caluroso de la ciudad. Sé que duermo, sí, pero solo lo hago cuando el cuerpo al final es el que me vence y mi cerebro se apaga porque si no, estaría totalmente loco al día de hoy.

–Parece que hoy nadie va darnos muchos detalles –continúa hablando–, bueno me alegra mucho que ya estés dispuesto a un nuevo día, no creas que estarás viviendo a mis costillas mientras estés aquí.

–Sé que vine a trabajar, además te recuerdo que amo lo que hago, aunque…

–¿No lo parezca? –me interrumpe riendo en bajo tono, aunque desee refutar lo que acaba de decir, las pocas energías que tengo decido conservarlas para el resto del día.

Y es que no mentía cuando dijo que iba a trabajar. Si bien en Zúrich dirigí diversas investigaciones sobre el cáncer y las enfermedades raras y huérfanas a través de los diferentes departamentos donde estuve trabajando, jamás me atreví a asumir posiciones de rango en alguno de los hospitales donde estuve involucrado; no era porque no me creyera lo suficientemente capaz, no, todo lo contrario, sino porque este tipo de cargos siempre complicaban mis planes de estar cerca de… ella…

–Creo que ya era hora de que asumieras un rol que estuviese más acorde con tus competencias Noah –comenta mi mentor y ahora nuevo jefe Oz.

–Más que nadie sabes lo complicado que es dirigir un hospital e investigaciones al tiempo ¿Por qué no lo asumes mejor tú? Si de competencias hablamos…

–Porque en definitiva no hay nada que pueda aprender a través de este tipo de posiciones –interrumpe antes de que pueda terminar mi oración–, muy distinto para ti, es hora de que te ancles… Sólo será un año, lo prometo.

Resoplo con frustración. Sé que por mucho que lo intente acepté venir hasta acá bajo sus condiciones y por ende tendré que amoldarme a sus requerimientos, por mucho que odie que me digan lo que tengo que hacer… dicen que eso hace parte de ser maduros.

El resto de la mañana la pasamos entre presentaciones y recorridos, sé que debería estar más concentrado en lo que será mi nueva y directa responsabilidad, pero estoy muy lejos de ello. Desde lo que pasó en Berna no pisaba un centro de salud y el ver a los pacientes y sus familias en diversas situaciones hace que entre en un estado de catatonía.

En mi mente retumba una y otra vez el sonido de la máquina chirriando de manera estrepitosa mientras Amelie sostenía entre llantos las manos de Finn y yo coordinaba el cumplimiento de su última voluntad.

Ese fuerte pitido, el sonido de su corazón desvaneciéndose en mis oídos que auscultaban su pecho a través del fonendoscopio para confirmar la hora del deceso resuena de manera incesante en mi cabeza.

El llanto de ella.

Los latidos de mi abuelo perdiendo fuerza.

El mundo que había dominado y conocido hasta ese momento desvaneciéndose…

–¡DETENTE NOAH! –El grito de Oz me regresa nuevamente a la realidad–. ¡¿En qué m****a estabas pensando al caminar así hasta ese sitio?! –Miro a mi alrededor.

Estoy al borde de una especie de balcón interno que no tiene ninguna protección en particular fuera de una baranda metálica que sobrepaso con enorme diferencia. Cuando mis ojos se enfocan, solo veo la mirada enfurecida de Oz y algunas caras de preocupación de las demás personas que nos acompañaban.

–Creo que esto será todo por hoy –despacha Oz a nuestros acompañantes–, el día de mañana el Dr. Meier asumirá su cargo ante la directiva y podrá conocer más a fondo todo el sitio y sus funciones, fue un viaje largo ¿No es cierto Dr. Meier?

–Si… Si… lo lamento –me disculpo como puedo y les regalo a todos mi mejor sonrisa cordial que logra amilanar el ambiente. Sigo teniendo la capacidad de ponerme mi máscara ante los demás que oculta mis verdaderos sentimientos... lo que en este momento es lo más práctico para evitar tener que dar demasiadas explicaciones. Entre saludos y despedidas, promesas e indicaciones varias sobre mi nuevo cargo, Oz y yo nos dirigimos de regreso hacia nuestra casa.

–Prepárate, saldremos en 3 horas –Me dice de la nada cortando el silencio aplastante en el que nos envolvimos desde el momento en que abandonamos la clínica–. Ponte traje de etiqueta, así lo requiere el lugar a donde iremos.

–No estoy de humor para salir –replico con cansancio.

–No es una petición –Ordena y debo verme como un niño pataletudo por resoplar por enésima vez en el día, aceptando su pedido y dirigiéndome a mi habitación.

(…)

–¿Qué es este lugar? –Mis ojos no pueden evitar abrirse con curiosidad ante la particular edificación a la que llegamos Oz y yo en la noche, pasando el barrio rojo, mucho más allá, en una zona tan exclusiva como desconocida para muchos de los habitantes de esta ciudad de los Países Bajos.

–¿Recuerdas la invitación de Rag? Pues… espero que esto te ayude a mejorar un poco –sonríe diabólicamente mientras de su abrigo saca una máscara de color plata que me entrega–. Debes usarla, es obligatorio.

–¿Pero por qué tú no usas una? –le inquiero al ver que nos dirigimos a la entrada del sitio sin que él oculte su rostro.

–Yo no tengo nada que esconder muchacho.

–En ese caso, yo tampoco –Llevo mis manos al rostro para destaparlo, pero Oz me detiene en seco.

–Debes usarla, hazme caso.

Su mirada determinada y el fuerte agarre a mi mano me hace retroceder. De verdad odio seguir las órdenes de otro, sin embargo, no puedo pasar por encima de la autoridad que él ejerce para mí y eso… es una historia demasiado larga que contar.

Pasamos por un enorme salón, personas con trajes costosos y pulcros departen tranquilamente, todos bajo máscaras de diferentes formas y colores, como si estuviéramos en cualquier otro club de la ciudad. Risas ligeras, coqueteos e incluso bailes improvisados al ritmo de la música que ambienta el sitio hacen que esto no sea diferente a cualquier otro lugar de esparcimiento, a excepción de que todos y cada uno de los presentes, menos mi acompañante, usa una máscara.

–En este sitio hay personas con más poder que tú y tu familia, no te conviene, nuevo director, mostrar tu rostro en este lugar –Me comenta mientras pide dos Jacks al bartender quien le saluda, pues parece conocerlo.

–Lo dices como si estuvieras seguro de que lo frecuentaré –comento sarcástico.

Oz se ríe por lo bajo con su característico gesto por mi respuesta–. Vanidad, todo es vanidad.

Las horas pasan y de alguna forma se puede sentir la temperatura aumentar en el sitio, termino mi segundo vaso de Jack en completo silencio con Oz a mi lado solo observando lo que sucede a mi alrededor, de pronto, como si de la realeza se tratara una mujer, ataviada con el más perfecto vestido rojo, su cabello del mismo tono peinado con un bucle de medio lado y unos guantes largos de color blanco cuya referencia a Mrs. Rabitt es imposible de no notar se asoma desde el último piso del lugar. Tuve que girar mi cuerpo entero para poder apreciar la cadencia con la que camina cual dama de alta sociedad, cubriendo su rostro con una máscara completa de color dorado, tal como las doncellas de Atenea.

–¿Quién es ella? –mi pregunta sale casi como un susurro, pero es captada a la perfección por mi acompañante quien ladea una sonrisa burlona.

–La Madame de este lugar, la persona con más poder en muchos kilómetros a la redonda.

–¿Política? ¿Gran empresaria?

La risa baja de Oz logra poner mis pelos de punta, pero no entiendo la razón del por qué su burla.

–Por la Información, Noah, ese es su poder, uno capaz de construir o destruir… Es quien puede saber con exactitud quién está detrás de cada máscara y lo que hacen aquí… Eso, mi estimado, va más allá de los poderes conocidos… Excepto por ti, claro, no tiene más detalles sobre quién eres, solo que eres un invitado especial.

Mis ojos se abren detrás de la máscara con suma curiosidad, no pierdo de vista su recorrido y la forma cómo interactúa con los demás, hasta llegar a un lugar donde con solo un chasquido de sus dedos enciende diferentes colores en los pisos del lugar. Los asistentes gritan de manera eufórica por lo sucedido y muchos de ellos empiezan a desaparecer, no entiendo bien lo que sucede y…

–Necesitas averiguar qué significa todo esto ¿no es así? –me dice Oz como leyendo mi mente–. ¿Listo para tu recorrido por la madriguera del conejo?

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