Capítulo 8
Cuando llegué a la manada Avalora, con Teresa llena de furia, Griffith estaba a punto de salir. Cuando me vio, se mostró muy sorprendido.

—Felicia, ¿quieres regresar? Te lo prometo, si vuelves conmigo, te aseguro que nunca más…

—¡Cállate! ¡No venimos por ti! ¿Quién es Giselle? ¡Necesitamos a esa perra aquí! —Teresa lo interrumpió y gritó.

En ese momento, Giselle, con su gran barriga, salió de detrás de Griffith.

Con una sonrisa orgullosa, dijo:

—Luna, ¿has vuelto para ser testigo del nacimiento del hijo del Alfa y yo?

Ignorando su provocación, tomé mi arco y apunté hacia ella.

—Giselle, te pregunto, durante estos tres años, ¿por qué siempre nos trajiste lirios al castillo? ¿Y por qué, desde que te quedaste embarazada, ahora nos traes violetas?

—¿Es porque temías que el medicamento que pusiste en los lirios te lo olieras tú misma y afectaras a tu hijo, y por eso cambiaste a violetas?

Los ojos de Giselle mostraron un destello de pánico.

—No sé de qué hablas…

Mis ojos se llenaron de lágri
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