Capítulo 2
—Alfa, Luna, vengo a traer las flores de hoy —dijo Giselle, respetuosamente, con las flores entre sus manos.

En cuanto la vi, mi mente viajó directo a tres años atrás.

En ese entonces, Griffith y yo acabábamos de cumplir la mayoría de edad. Habíamos crecido juntos y nos queríamos muchísimo, por lo que fuimos, llenos de emoción, a buscar a la Diosa Lunar.

Pensábamos que nos daría la bendición más grande…, pero no fu así. La Diosa Lunar señaló a otra mujer como la pareja destinada de Griffith: Giselle.

Griffith reaccionó de inmediato. Rechazó formar el vínculo con ella, me tomó de la mano y quiso marcharse. Pero Giselle nos detuvo.

Se arrodilló ante nosotros, diciendo que era huérfana, que no tenía a nadie en el mundo, y que no esperaba ser la pareja del Alfa, solo pedía un lugar donde vivir.

Movida por la compasión, convencí a Griffith de aceptarla, e, incluso, le conseguí un trabajo en el invernadero de flores en la ciudad.

Con los años, cada vez que Griffith la veía, se ponía incómodo. Y cuando ella venía a entregar flores, él evitaba salir de la habitación.

Eso me hacía sentir feliz. Pensaba que era por su lealtad hacia mí. Incluso llegué a decirle que no fuera tan dura con Giselle.

Tomé las flores y me di la vuelta para ponerlas en el jarrón.

Fue entonces, a través del reflejo del cobre pulido, que vi con claridad que las manos de Giselle, como serpientes, se enroscaban alrededor del cuello de Griffith, antes de darle un beso rápido en el rostro.

Y él no la rechazó; sino que me miró, antes de empujarla, y, casi como una reprimenda, le apretó el trasero.

No lo podía creer. ¿Así que esos dos ya estaban juntos a escondidas? Me sentí tonta por no haberlo visto antes…

Fingí estar cansada y dije que regresaría a mi habitación a descansar, pero en realidad lo que hice fue esconderme en una esquina y activé un hechizo de vigilancia con una esfera de cristal para ver todo lo que pasaba en el invernadero.

Aquel era un poder me había enseñado mi padre, y que antes solo usaba para enfrentar a mis enemigos. Ahora, en cambio, lo usaba para confirmar si mi pareja me estaba engañando.

Apenas me fui, Griffith, con los dientes apretados, empujó a Giselle contra la mesa.

—¿No te dije que debías portarte bien frente a Felicia?

Giselle lo miró con una sonrisa coqueta, mientras le quitaba la ropa y le decía:

—Te extrañé. ¿Quién te manda a pasar todo el tiempo con ella?

Se lo susurró al oído, con sus ojos fijos en el lugar en el que yo me había escondido.

—Señor, dicen que este invernadero lo construiste especialmente para su esposa… que está lleno de las flores que ella ama. ¿No te parece que lo que estamos haciendo aquí es… muy excitante?

Dicho esto, se quitó la ropa, mostrando la lencería provocativa que llevaba debajo. Griffith se sonrojó de inmediato, y sus ojos se volvieron como los de una bestia hambrienta, antes de besarla con pasión.

Al escuchar los ruidos sugerentes que venían de adentro, sentí que no podía respirar, mientras un sudor frío recorría mi espalda y mi corazón dolía como si estuviera siendo atravesado por mil agujas.

Ese hombre que me había prometido que me amaría toda su vida, que juró no traicionarme, ahora estaba con otra mujer, haciendo el amor en el mismo sitio que construyó para mí.

La traición de Griffith estaba frente a mis ojos.

El dolor me hizo tambalear, pero mi orgullo me impidió enfrentarlos; por lo que me arrastré hasta una esquina, escondiéndome en las sombras.

Cuando Griffith se fue, Giselle no lo hizo de inmediato; sino que se acercó al rincón donde me escondía, y me miró desde arriba, con una sonrisa de triunfo.

—Luna, ¿no viste todo lo que pasó? —Su voz era suave, casi burlona—. ¿Y qué si creciste con él? ¿Y qué si eres hija de un noble? La que él ama ahora… soy yo. ¡Yo estoy embarazada de su hijo!
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