Escuchando sus palabras cada vez más absurdas, ya no pude contener lo que sentía en mi corazón.—No creas que todos son como tú, un sinvergüenza. Salvador le pidió matrimonio a Teresa, yo solo vine a ayudarlo a elegir el anillo y la ropa.—No todos somos como tú, incapaces de controlar nuestros sentimientos.—Aunque reconozco que, por la voluntad de la Diosa Lunar, le presté algo de atención, sé que no tengo ninguna oportunidad con él, así que no dejaré que esa atención se convierta en amor.—Griffith, ambos nos conocíamos tan poco. Yo no te conocía, por eso no supe que me traicionarías. Tú no me conocías, por eso pensaste que yo sería como tú.Bajé la cabeza y lo miré, él se veía completamente desconcertado.—Por eso, no tenemos química, nunca nos vamos a entender.Después de eso, Teresa me dijo que, fuera de las murallas de la ciudad, ya no se veía la sombra de Griffith acosándonos.Poco después, los informantes de Teresa trajeron noticias: Griffith, después de haberse pasado los día
Cuando iba de regreso al castillo, choqué con alguien por accidente, pero ni me acordé de disculparme, sino que seguí caminando, distraída.Mi cabeza no podía dejar de pensar en lo que acababa de presenciar. El tipo que me había tratado como el amor de su vida… ¡iba a quitarme el útero!¡Aun cuando él sabía que mi mayor sueño era tener un hijo!Mientras caminaba por la acera, varias mujeres me miraban con envidia.—Ella es nuestra Luna de la manada Avalora. La mujer por la que el Alfa rechazó a su pareja destinada —susurró una.—Escuché que ese Alfa, enfermo de amor, no solo reunió a los mejores hechiceros del país para cuidarla, ¡sino que subió a un volcán en erupción solo para conseguirle hierbas! —agregó otra con asombro. Antes, aquellas palabras me hubieran llenado de orgullo, pero ahora solo sentía un nudo en la garganta, y la vergüenza me hacía sentir como si fuera a llorar. Solo quería desaparecer. Antes de llegar al castillo, escuché la voz furiosa de Griffith desde el
—Alfa, Luna, vengo a traer las flores de hoy —dijo Giselle, respetuosamente, con las flores entre sus manos.En cuanto la vi, mi mente viajó directo a tres años atrás.En ese entonces, Griffith y yo acabábamos de cumplir la mayoría de edad. Habíamos crecido juntos y nos queríamos muchísimo, por lo que fuimos, llenos de emoción, a buscar a la Diosa Lunar.Pensábamos que nos daría la bendición más grande…, pero no fu así. La Diosa Lunar señaló a otra mujer como la pareja destinada de Griffith: Giselle.Griffith reaccionó de inmediato. Rechazó formar el vínculo con ella, me tomó de la mano y quiso marcharse. Pero Giselle nos detuvo.Se arrodilló ante nosotros, diciendo que era huérfana, que no tenía a nadie en el mundo, y que no esperaba ser la pareja del Alfa, solo pedía un lugar donde vivir.Movida por la compasión, convencí a Griffith de aceptarla, e, incluso, le conseguí un trabajo en el invernadero de flores en la ciudad.Con los años, cada vez que Griffith la veía, se ponía i
—¿Cuánto tiempo llevan juntos? —pregunté, alzando la cabeza.—Tres años —respondió Giselle, sin borrar su sonrisa triunfal—. Ya sabes, Griffith y yo somos pareja destinada, tarde o temprano le iba a empezar a gustar. Bajó la cabeza y susurró al oído:—No lo sabías, ¿verdad? Nuestra primera vez fue en la cama en la que tú y él dormían todas las noches.Apreté los dientes con fuerza, luchando para que mis instintos de loba no tomaran control y me lanzara sobre ella.Sin embargo, Giselle, al ver mi reacción, se mostró aún más arrogante:—En ese entonces, él solo lo hizo por culpa. Por eso te dio todo su oro y sus joyas para que los guardaras. Pensaste que era una prueba de su amor… ¡qué ingenua! —Rio—. Hace dos años, cuando perdiste al bebé y sufriste esa hemorragia, mandaste a tus sirvientes a buscarlo por todos lados. Adivina dónde estaba… —Hizo una pausa—. ¡Exacto, en mi cama!»Así que, si tienes algo de sentido común, de dignidad, deberías irte y devolverme el puesto que me co
Al final, Griffith llamó a Giselle y le hizo la misma pregunta. Sin embargo, ella se quedó en silencio, sin querer responder, mientras él le dedicaba una mirada de advertencia.—Solo lo vi una vez cuando entregué las flores ayer —respondió Giselle a regañadientes—, no tuvimos mucho contacto.Pero, al mirarme, sus ojos me desafiaban con descaro.Una vez que se fueron, Griffith finalmente se relajó, y, tomando mi mano, me preguntó:—Felicia, ¿ya te sientes tranquila? Te lo dije, en mi corazón solo hay una mujer, y esa eres tú.Retiré mi mano con indiferencia, sin ganas de seguir tocándolo.Griffith me miró con tristeza. Y, entonces, como si de repente recordara algo, comentó:—Felicia, mañana tengo que ir al festival de otra manada. No podré acompañarte.«¿Mañana?», pensé. «¿El día en que él se casará con Giselle?»—Este es un transmisor que mandé a hacer con un hechicero —explicó, entregándome una pequeña cajita—. Aunque estemos lejos, podremos escucharnos. Siempre que me extr
—Felicia, Felicia… ¿Dónde estás, Felicia?Griffith recorrió todo el castillo buscándome, pero no encontraba ni una sola pista.De pronto, recordó el transmisor que me había dado. Recitó un hechizo, y, al buscar en la mesa de noche, lo encontró allí.No solo el transmisor, sino todo lo que él me había regalado antes.Esto hizo que Griffith sintiera una punzada de miedo en el corazón, y, de repente, una idea cruzó su mente. Rápidamente, llamó a un sirviente:—La última vez que Felicia se desmayó, ¿dónde la encontraste?—Señor, estaba en la esquina del invernadero.La suposición de Griffith se confirmó, y, de inmediato, sus piernas cedieron. Cayó rendido sobre una silla, sintiéndose impotente.—Señor, ¿por qué regresó tan rápido? ¡La ceremonia se interrumpió!Giselle, que había corrido detrás de Griffith, no había podido alcanzarlo hasta ese momento. Al verlo, no pudo evitar quejarse de inmediato.Pero Griffith, al ver a la culpable de la pérdida de su amor, estalló de furia. Se
Teresa se sorprendió mucho cuando llegué, pero al escuchar lo que me había pasado, se enfureció tanto que casi corre a buscar a Griffith para enfrentarse a él.De una vez, la detuve, porque si iba a buscar a Griffith, él sabría que estaba en la manada Lumina.Y yo no quería verlo aún.Teresa entendió y, en lugar de ir a buscarlo, me preparó una excelente residencia: un pequeño castillo cerca del mar.Cada vez que abría la puerta, podía ver el cielo azul y el mar, y poco a poco, mi ánimo empezó a mejorar.Al ver que comenzaba a sentirme mejor, Teresa me pidió que fuera su traductora personal para acompañarla a otros países en misiones de negociación.Mi papá, que era prácticamente el embajador de la manada Avalora, había viajado por varios países cuando yo era pequeña, así que hablaba varios idiomas de las naciones vecinas.Acepté de inmediato, ya que Teresa me había ayudado mucho, y yo también quería devolverle el favor.Pero no esperaba que, justo cuando estábamos saliendo de la ciuda
Preocupada de que me hundiera en la tristeza, Teresa me llevó a muchos lugares hermosos para distraerme, y poco a poco mi ánimo empezó a mejorar.Un día llegamos a la manada Artheton. Teresa no fue a la cena que el Alfa local había organizado, sino que me llevó a una pequeña cabaña oculta en las afueras de la ciudad.Teresa, emocionada, comenzó a explicarme:—Te voy a contar algo, este hechicero es muy famoso. No solo puede resucitar, también es buenísimo para tratar enfermedades ginecológicas.—Déjalo que te examine, tal vez hasta pueda hacer que te implanten el útero otra vez.Me quedé sin saber si reír o llorar, pero no quería rechazar su buena intención, así que la seguí dentro de la tienda de hierbas.Lo que no esperaba era que el famoso hechicero fuera Salvador, un joven lobo de cabello rojo.Al verlo, me sentí muy incómoda, porque a los 18 años, la Diosa Lunar no solo había señalado a Giselle como la pareja predestinada de Griffith, sino que también había profetizado mi destino