Entre códigos y colores
Entre códigos y colores
Por: Mariel
Capítulo 1: Circuitos y Murales

La ciudad de México apenas despertaba, pero en el pequeño apartamento de Elena Morales, las primeras luces del amanecer ya se colaban por las persianas, dibujando sombras geométricas sobre las paredes blancas y ordenadas. Todo en su espacio era meticuloso, cuidadosamente organizado, reflejando la mente de su propietaria.

Elena, una ingeniera de software de 28 años, se despertaba siempre a la misma hora, sin necesidad de un despertador.

Su cabello castaño oscuro, que normalmente llevaba recogido en un moño, caía desordenado sobre sus hombros mientras se desperezaba. Con sus grandes ojos oscuros, observaba el techo por un momento, organizando mentalmente las tareas del día. Hoy era un día importante: la startup en la que trabajaba, TechVizion, presentaría la nueva función de realidad aumentada en la que ella había trabajado meticulosamente durante meses. La presión sobre sus hombros era palpable, pero su mente lógica y estructurada encontraba consuelo en el orden y la rutina.

Elena se levantó y, como cada mañana, siguió su riguroso ritual: una ducha de siete minutos exactos, un desayuno de avena con frutos rojos y un café negro sin azúcar. Era eficiente y precisa, en parte por su naturaleza, pero también por la necesidad de controlar un mundo que, fuera de las líneas de código, a menudo le resultaba caótico e impredecible. Su diagnóstico de Asperger, aunque no siempre visible para los demás, marcaba la forma en que navegaba por las complejidades de las interacciones sociales y las emociones humanas.

Una vez en la oficina, el bullicio habitual la envolvió de inmediato. El equipo de TechVizion trabajaba frenéticamente, pero Elena siempre encontraba una especie de refugio en su estación de trabajo. El teclado bajo sus dedos le proporcionaba una sensación de control que pocas cosas en la vida podían darle.

—¡Elena! ¿Lista para la demo? —La voz vibrante de Mariana, su compañera de trabajo, rompió su burbuja de concentración. Mariana, una diseñadora gráfica extrovertida de 27 años, siempre estaba llena de energía. Con su cabello rizado y una bufanda de colores brillantes, era el opuesto perfecto de Elena. Mariana era la única persona en la oficina que había logrado acercarse a ella, tal vez por su paciencia infinita o porque, de algún modo, entendía los silencios de Elena.

—Sí, todo está listo. He revisado el código varias veces. No debería haber problemas —respondió Elena sin levantar la vista de su pantalla, buscando la seguridad que siempre encontraba en las líneas de código que ella misma había escrito.

Mariana sonrió, acostumbrada a la manera directa de su amiga. Sabía que para Elena, todo era blanco o negro, y rara vez había espacio para los matices grises de las emociones humanas. Pero también sabía que detrás de esa frialdad aparente, había una mente brillante y un corazón que se protegía tras capas de lógica.

La hora de la demostración llegó. La sala de reuniones estaba llena de expectativas, con su jefe, Luis, observando cada detalle con una expresión calculadora. Luis, un hombre de 40 años con cabello entrecano y una postura siempre firme, era el típico líder de una startup: pragmático y enfocado en los resultados. Apreciaba el talento de Elena, aunque no siempre comprendía su particular manera de ver el mundo.

Elena tomó aire profundamente mientras conectaba su laptop al proyector. Repasó mentalmente cada línea del código por enésima vez, aunque sabía que no había cometido ningún error. La presentación transcurrió sin contratiempos, y cuando el último gráfico de realidad aumentada apareció en la pantalla, Luis asintió con aprobación.

—Buen trabajo, Elena. Tu aporte ha sido esencial —dijo él, con su tono habitual, directo y sin florituras.

Elena asintió, intentando esbozar una sonrisa. Las palabras de elogio siempre la incomodaban, pero apreciaba el reconocimiento, aunque no supiera cómo manejarlo.

Después de la reunión, decidió salir a probar la aplicación en el entorno real. Era algo que solía hacer para asegurarse de que todo funcionara perfectamente en el mundo exterior, ese lugar que a menudo le resultaba demasiado caótico. Las calles de la Ciudad de México, con sus sonidos, colores y olores, siempre le provocaban una ligera sensación de agobio, pero sabía que necesitaba estar en contacto con el entorno para entender cómo funcionaría su creación.

Mientras caminaba, algo llamó su atención. Un mural nuevo, pintado en una de las calles laterales. No lo había visto antes, pero su complejidad y colores vibrantes la detuvieron. Había algo en esas formas abstractas que le atraía, algo que le resultaba imposible de descifrar a simple vista.

Sacó su teléfono y abrió la aplicación de realidad aumentada que había desarrollado. Al enfocar el mural con la cámara del teléfono, algo extraño sucedió. Figuras luminosas emergieron del mural en la pantalla, transformándose en constelaciones en el cielo virtual. Elena frunció el ceño. Eso no estaba en el código.

Confundida, intentó repasar mentalmente cada línea del programa, buscando una explicación lógica para lo que estaba ocurriendo. Pero no había ninguna. La aplicación estaba mostrando imágenes que no deberían estar allí. Había una anomalía.

"Esto no tiene sentido", pensó, mientras su mirada se detenía en la esquina inferior del mural, donde encontró una firma: "Aiden K."

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