Capitulo 4: Colaboraciones y tensiones

Los días siguientes pasaron más rápido de lo que Elena habría imaginado. Había quedado en encontrarse nuevamente con Aiden, esta vez para intentar entender cómo su arte y la tecnología de la aplicación se estaban entrelazando de una manera que desafiaba toda lógica. Aiden le había propuesto reunirse en un espacio de coworking que él conocía, un lugar que, según él, estaba lleno de energía creativa.

Cuando Elena llegó, no pudo evitar sentir un leve malestar ante el caos del lugar. Las paredes estaban cubiertas de lienzos inacabados, mesas llenas de herramientas de arte, y personas conversando animadamente mientras trabajaban en sus proyectos. Caótico, pensó. Todo aquí parece un desorden, pero Aiden parece moverse cómodamente en este entorno. ¿Cómo puede alguien funcionar así?

Aiden ya estaba allí, inclinado sobre una mesa grande donde había dejado esparcidos varios bocetos de murales y estudios de color. Se enderezó cuando la vio entrar, sonriéndole con esa despreocupación que tanto la desconcertaba.

—¡Elena! Justo a tiempo —dijo, haciéndole señas para que se acercara—. Ya tengo algunas ideas sobre cómo podríamos abordar lo del mural.

Elena se sentó frente a él, sacando su tablet y su laptop con un gesto rápido y eficiente, que contrastaba con la lentitud relajada de Aiden. Mientras él hablaba sobre su proceso artístico y cómo conceptualizaba sus obras, Elena comenzó a abrir los archivos de la aplicación, organizando cada línea de código en su mente. Pero, a medida que escuchaba a Aiden, algo en su enfoque empezó a cambiar.

—Para mí, el arte es una forma de diálogo —decía él, mientras pasaba los dedos por uno de sus bocetos—. La gente interactúa con lo que ve, y lo que siente cuando lo mira cambia cada vez. Eso es lo que me fascina. ¿Te imaginas si tu tecnología pudiera capturar esa interacción emocional?

Elena levantó la vista de su pantalla, sorprendida. Nunca lo había pensado de esa manera, reflexionó. Para ella, la tecnología era funcional, estructurada. Pero Aiden estaba hablando de algo completamente diferente: emociones, percepciones, algo que no podía cuantificarse o programarse. Es un concepto interesante... aunque me incomoda no poder medirlo con exactitud.

—No estamos hablando solo de reconocimiento de imágenes —dijo ella, todavía procesando lo que Aiden proponía—. Lo que estás sugiriendo es que la aplicación responda a la manera en que las personas interactúan emocionalmente con el arte.

Aiden asintió, su sonrisa mostrando que estaba disfrutando del desafío de convencerla.

—Exactamente. ¿Y si pudiéramos lograr que la aplicación no solo muestre información adicional, sino que cambie en función de lo que el usuario experimenta?

Elena se quedó en silencio por un momento, sus dedos sobre el teclado pero sin teclear. Es complicado... pero no es imposible. Su mente ya estaba calculando las posibilidades, creando algoritmos en su cabeza. La complejidad de la idea la entusiasmaba, aunque parte de ella seguía buscando una razón para decir que no.

—Es una locura —murmuró finalmente—. Pero... es una locura que podría funcionar.

Aiden sonrió, visiblemente satisfecho de haber captado su atención.

—Sabía que te gustaría.

Sin embargo, mientras discutían los detalles técnicos y artísticos, comenzaron a surgir las primeras tensiones. Aiden insistía en que los elementos visuales del mural debían ser más vibrantes y abstractos, mientras que Elena intentaba mantener el diseño lo más funcional posible.

—Si saturamos el diseño con demasiados colores, distraeremos al usuario de la experiencia principal —dijo ella con firmeza, mirando la pantalla de su tablet, que mostraba un borrador de la interacción digital del mural.

—Pero el arte debe evocar emociones —respondió Aiden, inclinándose hacia ella—. Demasiado control mata esa espontaneidad. Si limitamos la paleta de colores, estamos eliminando parte de lo que hace que la gente conecte con la obra.

Elena frunció el ceño, sintiendo cómo se tensaba su cuello ante el conflicto. Él no lo entiende. Esto no es solo arte, tiene que funcionar. Para ella, cada decisión debía ser lógica y predecible. Lo emocional es un riesgo, pensó. Es impredecible y no se puede controlar.

—Necesitamos un equilibrio —dijo ella, tratando de mantener la calma—. No podemos sacrificar la funcionalidad por la estética. La aplicación tiene que ser intuitiva para el usuario, no abrumadora.

Aiden suspiró, claramente frustrado.

—Lo entiendo, pero si lo haces demasiado minimalista, estarás quitando la esencia de lo que hace especial el mural. Es más que solo funcionalidad, Elena. Tiene que inspirar.

Ella lo miró, y por un momento, no supo qué decir. Él habla con tanta pasión... pero está ignorando lo esencial. Las cosas tienen que funcionar. Si no funcionan, no importa lo hermosas que sean.

—Lo sé —dijo finalmente, su voz más suave—. Pero necesito que entiendas que no todo se puede dejar al caos. Hay reglas. Y las reglas están para que todo tenga un sentido, una estructura.

Aiden la observó en silencio, y por un momento, la tensión se desvaneció. Aunque no estaban de acuerdo, podía ver en sus ojos que Elena no estaba cerrada a su punto de vista. Solo necesitaba tiempo.

—Haremos que funcione —dijo él con una sonrisa más tranquila—. Lo resolveremos.

Elena asintió, aún sintiendo el peso del desacuerdo, pero también sabiendo que de alguna manera, tenía razón. Quizás lo que necesitaban no era elegir entre el caos y el control, sino encontrar una forma de equilibrar ambos mundos.

**********

Más tarde esa noche, cuando Elena regresó a su apartamento, se sentó frente a su computadora, revisando las modificaciones que habían hecho en la aplicación. La conversación con Aiden aún daba vueltas en su cabeza. Él la había empujado a ver las cosas desde una perspectiva diferente, algo que no era común en su vida tan estructurada.

¿Por qué él me afecta tanto? pensó, mientras miraba el código en la pantalla. Es tan diferente a todo lo que conozco. Tan impredecible. Y sin embargo... hay algo en él que me hace querer saber más.

La verdad era que Aiden la desafiaba de una manera que nadie lo había hecho antes. No era solo una colaboración profesional; él la estaba obligando a salir de su zona de confort, a cuestionar las reglas que siempre había seguido.

Y aunque le costaba admitirlo, ese desafío la intrigaba tanto como la frustraba.

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