Para Marcos Borrel eran muchas las circunstancias que incidían en los trastornos de conductas que llevan a las personas a cometer delitos.
Meditaba en que al estudiar detalladamente las conductas del hombre común, se podría lograr definir, detectar y contener futuras conductas criminales. Le apasionaba a Marcos Borrel meditar sobre los temas relacionados con aspectos que todavía la criminología moderna no había dado respuestas, los cuales se posesionaban en su mente durante los periodos de insomnio.
Borrel no había podido dormir bien. Ya tenía dos semanas así y no sabía por qué. Pero, algo en su interior lo inquietaba.
Aunque de noche lo asaltaba el insomnio, de día lo dominaba el cansancio y en ocasiones se quedaba dormido por poco espacios de tiempo, frente a la máquina de escribir o de los folios de un expediente, despertándose mal humorado y por supuesto sintiéndose más cansado. Por ello había estado un tanto molesto. Sin embargo no había querido ir al médico porque no quería que le recetaran píldoras para dormir.
Para amanecer aquel día en que fue designado para trabajar destacado fuera de su jurisdicción, lo había atacado de nuevo el insomnio. Borrel esa madrugada recordó el poema De La Noche de Oberón: “El monstro de la noche viene, comiéndose mi sueño viene, desde lejos, desde lo más profundo de mí, a caballo sobre mi almohada. Su crin son mis pensamientos, cruentos sus minutos convertidos en palabras…” A pesar de tratar de poner su mente en blanco para no pensar, el sueño le llegó casi a las cuatro de la mañana, por lo que no escuchó el despertador que siempre colocaba a las 05:30.
No obstante a que se despertó una hora después de lo acostumbrado, tuvo tiempo de arreglarse, pero no de prepararse el desayuno y salió justo a la hora de siempre. Pero, lo agarró una cola y comenzó a ver cómo se estaba retrasando para llegar y por ello se fue poniendo de mal humor. Sin embargo, lo disimuló muy bien cuando llegó a la oficina. Iba camindo próximo a su cubículo, cuando escuchó detrás de sí la voz del Comisario Benito Arteaga, jefe de la División Contra Homicidios — su jefe—, quien lo llamaba:
— Borrel.., Borrel, sígueme… apúrate que nos esperan en la dirección.
Sorprendido por este llamado, corrió hasta terminar de llegar al cubículo del jefe de la brigada; abrió la puerta como pudo; y deslizó con cierto cuidado, por debajo del escritorio, el bolso de mano que llevaba consigo, regresando con el mismo impulso hacia la salida de la división, para ver que ya el Comisario Arteaga estaba subiendo la rampa.
— Espéreme jefe que vengo reventado.
— Date prisa que la reunión era a las ocho y media, vamos retrasados.
Borrel, Jadeante:
— Por cuatro minutos. Usted sabe que las reuniones nunca empiezan a la hora. ¿De qué se trata esta reunión?
—Yo ayer no sabía de esta reunión. La secretaria del director me llamó anoche tarde, como a las diez y media, para decirme que había una rueda de prensa por un caso especial.
— ¿Un caso especial?
— Sí, en Córdova, Barajos. Un cuádruple homicidio. Parece que están pidiendo apoyo de la División. Puede que salga una comisión. El director no me ha dicho nada en concreto. Sólo sé que va a informar a la prensa porque hay presión internacional. Según me dijo la secretaria, lo han llamado el Presidente y el Ministro.
— Pero jefe deje la carrera, usted sabe cómo son las vainas. Aquí nunca las reuniones comienzan a la hora justa.
— Sí, pero por coincidencia, cuando apenas uno se retrasa por un minuto, cuando llega es el último y se tiene que calar cualquier regaño de los superiores.
— Bueno, eso también es verdad.
Y, como si lo hubieran adivinado, así fue. Al llegar todos estaban sentados y en silencio. El Director que también había llegado, conversaba con el Secretario General y con el Jefe de Investigaciones Nacionales. En el recinto estaban el Asesor Jurídico, el Subdirector y tres periodistas —dos hombres y una mujer, de emisoras de radio y televisoras diferentes. Se distinguían por sus gafetess, las cámaras instaladas y los micrófonos en sus manos—. Cómo público estaban los siete integrantes de la Brigada Especial, incluyendo a Marcos Borrel, el Comisario Jaime Jaimes, Jefe de Investigaciones de la División y por supuesto Arteaga, el Jefe de la División, quien había llegado junto con Borrel.
El director se dirigió a los periodistas iniciando la rueda de prensa que a último momento había sido concertada. Por eso eran pocos los periodistas presentes. Mediante la misma, el director informaba sobre el cuádruple homicidio de una familia de turistas, señalando que el caso estaba en proceso de investigación, por lo que no respondería preguntas. Sin embargo, comenzaron a hacerle algunas que respondió en forma genérica. Mientras eso sucedía, el Director le dijo algo al oído al Jefe de Investigaciones de Homicidios, señalando con el dedo a Marcos Borrel. Este Imaginó que se debía a que él había llegado de último a la reunión. El Comisario Jaime Jaimes anotó algo en un trozo de papel y se lo pasó. El director lo leyó y fue cuando Borrel escuchó que lo mencionaban, enterándose de que había sido comisionado para apoyar en la investigación de ese caso.
Los periodistas re-direccionaron las preguntas para saber acerca de la experiencia del Inspector Borrel y el director respondió mientras lo señalaba:
—Puedo dar fe de que es un excelente investigador, de lo contrario no lo tendríamos formando parte de tan prestigiosa brigada.
Al escuchar la noticia, Marcos Borrel hizo todo el esfuerzo que le fue posible para mantenerse tranquilo.
— << ¡Como si no tuviera suficientes problemas qué resolver! >> — Se repetía a mí mismo.
— <<Vaya una forma de enterarse de que se ha sido designado para una comisión. Pero, policía ni se ofrece ni se niega>>.
Mientras se encontraba inmerso en sus pensamientos, la rueda de prensa terminó. Los directivos se pusieron de pie y salieron del salón azul seguidos de los periodistas que seguían acosándolos con diversas preguntas. El jefe de la División se acercó a Borrel y le dijo:
— Estoy tan sorprendido como tú. Ve a tu casa, busca ropa y regresa a la oficina para que te des la salida. Llévate bastante ropa que la cosa puede ser para largo, ya que en la región no se tiene nada en concreto.
Así lo hizo. Esa misma tarde Borrel dejó estacionado sui vehículo Fiat modelo Uno, de color gris plomo, en el sótano de la sede central del cuerpo detectivesco y se fue en un taxi rumbo al aeropuerto.
Marcos Aureliano Borrel García, nació un 20 de marzo y era el menor de cuatro hermanos, dos hembras: Marisol y Marlene; y dos varones: Miguel y Marcos. Marisol era la mayor, después venía Miguel, le seguía Marlene y por último Marcos. Se llevaban dos años entre ellos. Su padre (Luis Marcos), fue un hombre amoroso que se dedicó al comercio y murió de un infarto fulminante cuando él tenía 14 años de edad. Su mamá, Berenice García, era una amorosa ama de casa, a quien él reconocía que le debía todo lo bueno cuanto tenía en la vida. Ella se esmeró en darle amor y una educación familiar que lo había convertido en lo que era hoy en día. A Marcos Borrel, le gustaba la música y leer poesía. Tenía en su casa una vieja guitarra que fue el último regalo que le hizo su padre el mismo año en que murió. Él, a veces tocaba una que otra canción o se distraía leyendo. Había leído a los clásicos de la literatura universal. Pero sus poemas preferidos eran: “Líquida Existencia”<
Pasaban las cinco horas de la tarde del mismo día en que fue comisionado, cuando Marcos Borrel llegó a Barajos. La Delegación estaba ubicada en una moderna edificación de cinco pisos, muy cerca del centro de la ciudad de Córdova. Con su llegada, se dio entrada por novedad e inmediatamente fue llevado ante la presencia del Jefe de la Delegación, Comisario Walter Briceño. Este lo recibió con un dejo de indiferencia. — ¿Vienes solo o acompañado? — preguntó. — Solo. — ¿Tienes dónde quedarte a dormir? — No. La verdad es la primera vez que vengo a Córdoba. Me dijeron que en la Delegación tienen un dormitorio para funcionarios. — Sí. Pero, no hay tendidos para las camas. — No hay problema, yo traje. — Entonces quédate por allí. Después le giró instrucciones al funcionario que llevó a Borrel ante él, para que lo condujera al dormitorio. Cuando ya iba saliendo de la oficina le dijo: — Aquí hay un comedor que
No obstante a las hipótesis, la investigación que desarrolló el cuerpo detectivesco de la región arrojó que el motivo de los asesinatos era desconocido. Para las autoridades quedaba en evidencia que la motivación del asesino o de los asesinos no era el dinero, por cuanto en el lugar estaban entre sus pertenencias, el dinero, las prendas, cámaras fotográficas y otros objetos de valor que llevaban consigo, lo cual descartaba la hipótesis del robo o la motivación económica. Los investigadores locales consideraban que de haber sido el factor económico, el autor pudo o los autores pudieron secuestrar a un miembro de la familia para pedir rescate. Por lo tanto, se consideraba que debía existir una razón más poderosa para causar dichas muertes, concluyéndose en que la hipótesis más probable debía ser el ajuste de cuentas, o que quizás algún tipo de problema en su país de origen los habría seguido hasta allí, ya que no era la primera vez que estos turistas se habían alojado en dicho l
Marcos Borrel en todo momento intentaba que el recuerdo de su hijo y la imposibilidad de comunicarse con él, no lo distrajeran de la concentración que requería para el caso que investigaba. Rebeca, desde hacía cierto tiempo, lo venía presionando para que renunciara a su trabajo como investigador de crímenes. Después de exigírselo por casi año y medio, le puso como ultimátum un plazo que consistió en que, antes de que llegara diciembre del año anterior, debía renunciar, de lo contrario lo abandonaría.Transcurrido el plazo fijado, ella cumplió con su amenaza y se fue del apartamento en el que vivían en la Prolongación Longaray en El Valle, yéndose a refugiar en la casa de sus padres, en la avenida Sucre de Bello Monte. Luego de varias semanas de negociaciones infructuosas, por su decisión de no querer renunciar, ella decidió, para ejercer
Cuando se aproximaban los últimos días del mes de diciembre y Borrel sacó cuenta de que habían transcurridos más de tres meses del hallazgo de los cuerpos de los Conrad – Walmarson, pensó en que aprovecharía su viaje y estadía en la capital para presentarle a su Jefe un informe detallado sobre las diligencias que se habían practicado y de exponerle el cómo junto con los investigadores locales, habían llevado el caso. Aprovecharía para expresar su consideración personal del por qué pensaba que el caso se podía estar estancando. Creía que con esto lograría decepcionar al Comisario Arteaga, y por ello podría ser removido de la comisión, debido a que había fracasado y no tendría sentido mantenerlo destacado en dicha delegación y por ende sería devuelto a la ciudad capital. Pero, a pesar de no haber resuelto el caso y
Con los primeros días de enero, Borrel regresó a la ciudad de Córdova y trató de concentrarse en el trabajo. Al final de las tardes se iba al cine o algún teatro para matar el tiempo viendo alguna función, si no, entraba en alguna tasca y se tomaba uno o dos tragos, fumaba unos cuantos cigarrillos y luego se iba a dormir a la delegación.En el teatro, al bajar el telón, o en el cine al terminar las películas, regresaba el vacío. Borrel se sentía desesperanzado. Después de regresar de la capital, ya Rebeca no quiso atender más sus llamadas. En otro viaje de fin de semana que realizó, fue hasta la casa de sus suegros y la señora Aurora lo atendió a través del ojo mágico, por lo que esta vez tampoco pudo ver a su hijo. Se sintió tan abatido que ni siquiera visitó a Berenice para que no lo notara y al volver a Córdova, se dirigió
Al amanecer con la idea fija en su mente acerca de la necesidad que tenía de crear una red de informantes y, sobre la base de su recuerdo de aquellos primeros días en aquel lugar, en los cuales notó que dentro del grupo de investigadores, había un Detective muy sociable que llamaban Bertinelli, quien incluso el día anterior se había mostrado más hablador que los demás días. Decidió ganarlo a su favor. Borrel lo abordó temprano, apenas lo vio llegar y como pretexto para lograr un mejor acercamiento, le dijo que lo llevara a donde vendieran las mejores empanadas y el mejor café del lugar. Le prometió pagar el desayuno y el almuerzo de ese día. Bertinelli aceptó llevarlo y habló con uno de los funcionarios que estaba entregando guardia y se dieron salida por novedad en una unidad disponible de la Brigada Contra Las Personas y lo condujo hacia un sector del mercado munic
Cuando Borrel conoció a Bertinelli, este era un joven que recién había cumplido los veinticuatro años de edad, media 1,65 de estatura, de piel trigueña clara, con cabellos y ojos de color castaños. Conservaba el aspecto de un muchacho regordete y bonachón, que representaba tener menos de veinte años y mostraba una actitud de aparente timidez, siempre adornado con una leve sonrisa un su rostro que hacía que cayera bien.Bertinelli, desde niño quería ser policía porque tenía cierta afición por las armas de fuego, por eso al salir del bachillerato convenció a su papá para que lo dejaran presentar en la Escuela de Formación de Detectives del cuerpo detectivesco. Se graduó de Detective y poseía una antigüedad de tres años y medio en la jerarquía. Pero, no parecía serlo. Cualquiera lo confundiría con un pasante para me