Aquel hombre, con el rostro desfigurado por la ira, caminó con pasos firmes el espacio que lo separaba de aquellos: la razón de su vida incierta. Se iba aproximando hasta donde ellos estaban. Lo impulsaba la decisión tomada sin pensar en las consecuencias. Sólo tres disparos le bastaron al destino para trastocarle la vida a los presentes y para generar un trauma imposible de borrar.
Desde hacía muy poco tiempo que en su mente se había fraguado la idea. Sí. La idea quizás era un engendro, como también lo habían sido los actos a partir del cual se definirían sus fatales resultados. Hubo la predisposición y la oportunidad. Se escucharon tres tiros cuyos impactos fueron certeros, Los sonidos, cual eco, se escucharán durante mucho tiempo en la mente de los que allí se encontraban presentes, dando pie a la reconstrucción de esta y otras historias.
Tres disparos; tres monstruosas detonaciones que dejarían sobre el piso del majestuoso salón de baile del Círculo Militar, tres conchas servidas con sus fulminantes percutidos, tres balas que salieron proyectadas de un arma; las mismas que iniciaron su recorrido a lo largo de un cañón hacía mucho tiempo atrás. Ellas fueron hiriendo el espacio vacío entre arma y objetivo antes de causar los acertados impactos, dejando tres orificios fatales en lo que serían su blanco; tres fogonazos que serían suficientes para la desgracia de algunos presentes y de los que estando ausentes, se relacionaban con el tirador y las víctimas. No sólo una, ni tres, ni cuatro, sino muchas víctimas, porque a final de cuentas son víctimas todas las almas que directa e indirectamente habrían de sentir el efecto causado por los actos que provocaron tal reacción y procuraron como consecuencia esos disparos.
Toda historia tiene un comienzo, un lugar, unas personas involucradas, los hechos, sus circunstancias y sus consecuencias. Con tres disparos de un arma de fuego. Así pudiera comenzar esta historia, o mejor dicho, quizás así termina, donde el Inspector Jefe Marcos Aurelio Borrel García fue el epicentro, su protagonista, actor y víctima.
Para Marcos Borrel eran muchas las circunstancias que incidían en los trastornos de conductas que llevan a las personas a cometer delitos.Meditaba en que al estudiar detalladamente las conductas del hombre común, se podría lograr definir, detectar y contener futuras conductas criminales. Le apasionaba a Marcos Borrel meditar sobre los temas relacionados con aspectos que todavía la criminología moderna no había dado respuestas, los cuales se posesionaban en su mente durante los periodos de insomnio.Borrel no había podido dormir bien. Ya tenía dos semanas así y no sabía por qué. Pero, algo en su interior lo inquietaba.Aunque de noche lo asaltaba el insomnio, de día lo dominaba el cansancio y en ocasiones se quedaba dormido por poco espacios de tiempo, frente a la máquina de escribir o de los folios de un expediente, despertándose mal humorado y por supuesto sinti&e
Marcos Aureliano Borrel García, nació un 20 de marzo y era el menor de cuatro hermanos, dos hembras: Marisol y Marlene; y dos varones: Miguel y Marcos. Marisol era la mayor, después venía Miguel, le seguía Marlene y por último Marcos. Se llevaban dos años entre ellos. Su padre (Luis Marcos), fue un hombre amoroso que se dedicó al comercio y murió de un infarto fulminante cuando él tenía 14 años de edad. Su mamá, Berenice García, era una amorosa ama de casa, a quien él reconocía que le debía todo lo bueno cuanto tenía en la vida. Ella se esmeró en darle amor y una educación familiar que lo había convertido en lo que era hoy en día. A Marcos Borrel, le gustaba la música y leer poesía. Tenía en su casa una vieja guitarra que fue el último regalo que le hizo su padre el mismo año en que murió. Él, a veces tocaba una que otra canción o se distraía leyendo. Había leído a los clásicos de la literatura universal. Pero sus poemas preferidos eran: “Líquida Existencia”<
Pasaban las cinco horas de la tarde del mismo día en que fue comisionado, cuando Marcos Borrel llegó a Barajos. La Delegación estaba ubicada en una moderna edificación de cinco pisos, muy cerca del centro de la ciudad de Córdova. Con su llegada, se dio entrada por novedad e inmediatamente fue llevado ante la presencia del Jefe de la Delegación, Comisario Walter Briceño. Este lo recibió con un dejo de indiferencia. — ¿Vienes solo o acompañado? — preguntó. — Solo. — ¿Tienes dónde quedarte a dormir? — No. La verdad es la primera vez que vengo a Córdoba. Me dijeron que en la Delegación tienen un dormitorio para funcionarios. — Sí. Pero, no hay tendidos para las camas. — No hay problema, yo traje. — Entonces quédate por allí. Después le giró instrucciones al funcionario que llevó a Borrel ante él, para que lo condujera al dormitorio. Cuando ya iba saliendo de la oficina le dijo: — Aquí hay un comedor que
No obstante a las hipótesis, la investigación que desarrolló el cuerpo detectivesco de la región arrojó que el motivo de los asesinatos era desconocido. Para las autoridades quedaba en evidencia que la motivación del asesino o de los asesinos no era el dinero, por cuanto en el lugar estaban entre sus pertenencias, el dinero, las prendas, cámaras fotográficas y otros objetos de valor que llevaban consigo, lo cual descartaba la hipótesis del robo o la motivación económica. Los investigadores locales consideraban que de haber sido el factor económico, el autor pudo o los autores pudieron secuestrar a un miembro de la familia para pedir rescate. Por lo tanto, se consideraba que debía existir una razón más poderosa para causar dichas muertes, concluyéndose en que la hipótesis más probable debía ser el ajuste de cuentas, o que quizás algún tipo de problema en su país de origen los habría seguido hasta allí, ya que no era la primera vez que estos turistas se habían alojado en dicho l
Marcos Borrel en todo momento intentaba que el recuerdo de su hijo y la imposibilidad de comunicarse con él, no lo distrajeran de la concentración que requería para el caso que investigaba. Rebeca, desde hacía cierto tiempo, lo venía presionando para que renunciara a su trabajo como investigador de crímenes. Después de exigírselo por casi año y medio, le puso como ultimátum un plazo que consistió en que, antes de que llegara diciembre del año anterior, debía renunciar, de lo contrario lo abandonaría.Transcurrido el plazo fijado, ella cumplió con su amenaza y se fue del apartamento en el que vivían en la Prolongación Longaray en El Valle, yéndose a refugiar en la casa de sus padres, en la avenida Sucre de Bello Monte. Luego de varias semanas de negociaciones infructuosas, por su decisión de no querer renunciar, ella decidió, para ejercer
Cuando se aproximaban los últimos días del mes de diciembre y Borrel sacó cuenta de que habían transcurridos más de tres meses del hallazgo de los cuerpos de los Conrad – Walmarson, pensó en que aprovecharía su viaje y estadía en la capital para presentarle a su Jefe un informe detallado sobre las diligencias que se habían practicado y de exponerle el cómo junto con los investigadores locales, habían llevado el caso. Aprovecharía para expresar su consideración personal del por qué pensaba que el caso se podía estar estancando. Creía que con esto lograría decepcionar al Comisario Arteaga, y por ello podría ser removido de la comisión, debido a que había fracasado y no tendría sentido mantenerlo destacado en dicha delegación y por ende sería devuelto a la ciudad capital. Pero, a pesar de no haber resuelto el caso y
Con los primeros días de enero, Borrel regresó a la ciudad de Córdova y trató de concentrarse en el trabajo. Al final de las tardes se iba al cine o algún teatro para matar el tiempo viendo alguna función, si no, entraba en alguna tasca y se tomaba uno o dos tragos, fumaba unos cuantos cigarrillos y luego se iba a dormir a la delegación.En el teatro, al bajar el telón, o en el cine al terminar las películas, regresaba el vacío. Borrel se sentía desesperanzado. Después de regresar de la capital, ya Rebeca no quiso atender más sus llamadas. En otro viaje de fin de semana que realizó, fue hasta la casa de sus suegros y la señora Aurora lo atendió a través del ojo mágico, por lo que esta vez tampoco pudo ver a su hijo. Se sintió tan abatido que ni siquiera visitó a Berenice para que no lo notara y al volver a Córdova, se dirigió
Al amanecer con la idea fija en su mente acerca de la necesidad que tenía de crear una red de informantes y, sobre la base de su recuerdo de aquellos primeros días en aquel lugar, en los cuales notó que dentro del grupo de investigadores, había un Detective muy sociable que llamaban Bertinelli, quien incluso el día anterior se había mostrado más hablador que los demás días. Decidió ganarlo a su favor. Borrel lo abordó temprano, apenas lo vio llegar y como pretexto para lograr un mejor acercamiento, le dijo que lo llevara a donde vendieran las mejores empanadas y el mejor café del lugar. Le prometió pagar el desayuno y el almuerzo de ese día. Bertinelli aceptó llevarlo y habló con uno de los funcionarios que estaba entregando guardia y se dieron salida por novedad en una unidad disponible de la Brigada Contra Las Personas y lo condujo hacia un sector del mercado munic