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Capítulo 2. Decepcionado

El cuerpo de Marcelo se tensó bajo la mano de Alessandra y ella pudo sentirlo.

—¿Estás bien? —le susurró, inclinándose ligeramente en su dirección, dando una idea romántica a quien los observara.

Marcelo asintió, desvió la mirada para no quedar en evidencia y espero a que Miranda y su esposo entraran al restaurante. Su mano se cerró en un fuerte puño dentro de su bolsillo y luchó para no mostrar su molestia, no podía arruinarle la noche a Alessandra.

—Vamos —dijo, soltándose de la mano de ella.

Alessandra no tuvo tiempo de reaccionar, su cuerpo se tensó cuando sintió la cálida mano de Marcelo en la parte baja de su espalda, entre el final de su columna y el inicio de sus nalgas, ese preciso lugar en el que acababa el escote en su espalda. Caminó hasta llegar a una mesa con vistas al jardín.  Ella estaba tan sorprendida, que todo su mundo se redujo al hombre delante de ella.

Entretanto, Marcelo luchó para no mirar en dirección de Miranda, pero falló un par de veces. Sentía la bilis subirle a su garganta al darse cuenta de que le había vuelto a mentir. Miranda estaba jugando con él y con sus sentimientos. La ira se dibujó en su rostro y tuvo que contenerse para no maldecir.

—Marcelo.

La voz de Alessandra le hizo recomponerse, él se giró y la miró.

—Ahora vuelo, Alessa, voy a los servicios —se disculpó cuando vio la oportunidad de enfrentar a Miranda.

La mujer se había levantado de su mesa y le había murmurado algo al hombre a su lado, antes de mirar en dirección a Marcelo, invitándolo a seguirla, ella sabía que él no iba a fallarle…

Marcelo caminó detrás de ella con discreción, pero, apenas estuvieron lejos del ojo público, la tomó del brazo y la llevó hasta una parte del jardín, resguardándose detrás de la seguridad de una columna de concreto, que la mantenía a ella segura.

—Me has vuelto a mentir —gruñó, con la ira encendida en su mirada.

Miranda levantó su mano para acariciar el rostro serio de Marcelo.

—No, no quise mentirte, cariño. Estoy cansada, pero Joseph no tiene ningún tipo de consideración hacía mí, él no es como tú. Te lo he mencionado antes.

—No es lo que he visto, parece que estás muy a gusto con él.

Miranda se estiró para buscar los labios de Marcelo, sin embargo, él estaba demasiado molesto como para dejar que ella tratara de quitarle importancia al asunto, con un beso. Estaba cansado de esperar y de recoger las migajas de tiempo que ella le daba.

—No sé lo que me reclamas, pareces muy contento con tu cita, ¿la buscaste por despecho, Marcelo? ¿Quieres verme sufrir por ti? —preguntó, su tono era molesto y su mirada desafiante al ser rechazada.

—No metas a Alessa en esto, no tiene nada que ver.

—Entonces, demuéstrame que esa mujer no significa nada para ti y bésame —insistió, acercándose de nuevo a él.

Marcelo se alejó y retrocedió un paso, haciendo que Alessandra pudiera verlo desde la distancia. Ella frunció el ceño al verlo y se preocupó cuando él agitó las manos, como si estuviera discutiendo con alguien e incapaz de esperarlo, dada la preocupación que sentía, se levantó de la mesa y se dirigió a la salida del jardín para buscarlo.

Marcelo movió los brazos para evitar que Miranda lo abrazara.

—Estoy cansado de todo esto, me pediste tiempo, Miranda, me prometiste que ibas a divorciarte de él y llevo un año esperando a que eso suceda. ¿Me has estado viendo la cara todo este tiempo? —cuestionó.

La mujer negó.

—No es tan fácil, Marcelo, Joseph es el benefactor de mi familia y mientras tenga la empresa de mi padre en sus manos, no podré ser libre. Entiende que esto no es fácil para mí, te amo, Marcelo, te amo con locura. —Miranda trató de acercarse de nuevo y otra vez obtuvo el rechazo de él.

—Te ofrecí todo lo que tengo y todo lo que soy.

—¡No es suficiente! —gritó exasperada al ver que no podía dominar a Marcelo como otras tantas veces—. Entiende que Joseph es un hombre con su propia fortuna, dueño de su destino y del mío, mientras que tú sigues dependiendo del dinero de tu familia.

Marcelo apretó los dientes con fuerza.

—No es lo mismo, así que, que no pretendas que rompa mi matrimonio y ponga en riesgo la seguridad económica de mi familia y la mía, por ti, lo siento, pero no puedo hacerlo, Marcelo. Y si no estás dispuesto a seguir de esta manera y esperarme, será mejor que dejemos pasar un tiempo —pronunció Miranda, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, tratando de hacer sentir culpable a Marcelo. Orillando la situación a tal punto, que él se echara atrás y le dijera que seguía estando dispuesto a todo por ella, sin embargo…

—Me parece bien, porque no pienso seguir esperando por las migajas de tu tiempo.

Miranda abrió los ojos, no esperaba esa reacción de Marcelo.

—No puedes hablar en serio.

—Es lo que tú quieres, Miranda, y yo estoy de acuerdo. A partir de ahora, seremos dos extraños.

—Marcelo…

—Te estoy dando lo que has pedido, Miranda, y no daré marcha atrás.

—Eres un tonto, sabes presionarme, pero no quieres esperarme. Me haces daño —se quejó, echándose a llorar.

—No quiero hacerte daño, así que, es mejor romper ahora o terminaremos mal.

Miranda le dio una mirada furiosa, lo empujó y se fue en dirección contraria a la que llegó, mientras Marcelo sentía que algo dentro de él se rompía…

—¿Estás bien?

Marcelo apretó los puños, respiró profundo para controlar su mal genio y solo entonces asintió.

—Lamento hacerte esperar, Alessa.

—Te vi desde la mesa y me pareció que discutías con alguien —dijo, haciendo que Marcelo se tensara de nuevo—. ¿Estás seguro de que todo está bien?

Marcelo la tomó de la mano y se la llevó de allí, no quería arriesgarse a que Miranda apareciera y todo quedará al descubierto. Él no era un hombre que se sintiera orgulloso de estar con una mujer casada, simplemente, se había enamorado de Miranda sin saber que era una mujer prohibida, y, cuando lo supo, no tuvo el valor de dejarla, pues ella le había asegurado que su matrimonio con Joseph era una farsa y que pronto iba a dejarlo…, todo había sido una mentira y él se había cansado de esperar.

Alessandra podía notar la tensión en el cuerpo de Marcelo, le pareció extraño el cambio drástico de sus ojos y su mirada estaba nublada por un halo de enojo y decepción; sin embargo, no tuvo el valor de preguntarle, no quería echar a perder aquella noche, metiéndose en asuntos que no le concernían, por mucho que estuviera enamorada de Marcelo.

Mientras tanto, él no quiso permanecer más en el restaurante y con la excusa perfecta para ir a bailar, se llevó a Alessandra del sitio. Todo bajo la atenta mirada de Miranda, que echaba chispas debido al rechazo de Marcelo y la aceptación como si nada de su ruptura. Su enojo pasó de él hacía Alessandra, pensando que ella era la causante de todo…

Marcelo llevó a Alessandra hasta El Inframundo, era uno de sus lugares favoritos para bailar. El ambiente era de primera, no había lugar más adecuado para ahogar su decepción.

—Estás bebiendo demasiado, Marcelo, si has tenido algún altercado en el restaurante, puedes contarme —le pidió Alessandra al verlo beber su cuarta copa en menos de veinte minutos.

—No pasa nada, Alessa, es solo que ha pasado mucho tiempo desde que vine a divertirme y con el susto de Patrick, un trago me hará bien.

—Uno, pero llevas cuatro —le hizo ver ella.

Marcelo apartó el vaso de sus labios y lo dejó sobre la mesa, miró a su alrededor, el lugar estaba a reventar y la música era una invitación a la pista de baile. Era justo lo que necesitaba para olvidarse de Miranda, necesitaba volver a sentirse dueño de sí mismo, así que, no lo pensó más y se puso de pie.

—Vamos, vamos a bailar, Alessa, necesito sentir que vivo —dijo.

Ella aceptó, era mejor estar en la pista de baile, que verlo beber de aquella manera, por lo que, se dejó arrastrar por Marcelo y no protestó cuando él pegó el cuerpo al suyo. El calor la invadió, las manos de Marceo se aferraron a su cintura, moviéndose a un mismo compás. Ambos traían la música en la sangre. Aunque Marcelo era un tanto distinto a ellos, había heredado el color de los ojos de su padre, Ricardo, pero el resto era herencia de su madre, Kate, una rubia preciosa; sin embargo, ninguno de los dos podía negar sus raíces brasileñas.

Eso hizo que Alessandra recordara el regalo que le había hecho a Marcelo cuando cumplió los dieciocho años, le había obsequiado una cadena y una preciosa medalla de Nuestra Señora de Aparecida, patrona de Brasil, la tierra de sus padres.

Ajeno a los pensamientos de Alessandra, Marcelo disfrutó del momento hasta que el cansancio lo obligó a tomar un descanso.

—Estás empapado de sudor —musitó Alessandra el ver cómo la tela se pegaba al pecho de Marcelo, ella sacó un pañuelo de su pequeña bolsa de mano y le limpió la frente.

—Estamos en una discoteca y hemos bailado, no puedes esperar otra cosa —expresó Marcelo un tanto divertido.

Alessandra no prestó atención a sus palabras y le secó el cuello, mientras humedecía sus labios con la punta de su lengua, deseando poner las manos sobre el pecho de Marcelo y…

—Alessa, Alessandra —la llamó Marcelo, ella se había detenido y parecía petrificada en su sitio.

—¿Eh?

—Te preguntaba si quieres volver a la pista o si prefieres que te lleva a casa.

Alessandra bebió el contenido de su vaso y sin responder, tomó la mano de Marcelo, arrastrándolo a la pista de baile, perdiéndose de nuevo entre sus brazos…

Varias horas después y con el cuerpo agotado, salieron de El Inframundo. Marcelo se internó en las calles de Nueva York y se dirigió a casa de la familia Lowell, para llevar a Alessandra a casa.

—Gracias por esta noche, Marcelo —expresó Alessandra, cuando el auto tomó la recta de su hogar.

—Ha sido divertido, gracias por aceptar —musitó él.

Marcelo se sentía mareado debido a la cantidad de alcohol que había bebido, aun así, apenas estacionó, quiso bajarse del auto.

—No, no es necesario que te bajes, Marcelo, puedo hacerlo sola —dijo Alessandra al ver su intención de bajarse.

—Deja que me comporte como el caballero que soy —musitó él, insistiendo en abrir la puerta.

Alessandra lo tomó del brazo y le hizo mirarla.

—No es necesario, estás mareado y me temo, que si bajas, no te dejaré ir —susurró ella, un poco achispada por la bebida.

Marcelo no alcanzó a entender lo último que Alessandra dijo, por lo que, se estiró tanto como le fue posible para quitarle el cinturón de seguridad, haciendo que sus rostros quedaran muy cerca. Alessandra casi dejó de respirar cuando sus ojos se encontraron con los de Marcelo. Él acercó el rostro un poco más a ella, ¿iba a besarla…?

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