Irina se giró y regresó a la sala de estar, sintiendo los pasos de Alex detrás de ella como si la siguiera una serpiente. Él venía más lento ya que no traía las muletas, Irina se sentó de nuevo en el sofá. Irina pudo acercarles sus muletas, pero dejó que se las arreglara solo. Eran cosas pequeñas, pero a Irina como enfermera atenta esos detalles no se le pasaban, sentir que debía dejar que Alex Salvatore sufriera le daba malestar, pero de alguna manera tenía que hacer fluir la rabia. Un escalofrío recorrió su espalda al pensar que aunque él había intentado mantener una fachada de víctima, ella había visto su verdadera naturaleza, estaba convencida de que él era un depredador acechando a su presa. Irina quería gritarle, reclamarle por el dolor que le había causado, por la pérdida de su esposo, pero debía controlarse. Se suponía que debía ganarse la confianza de Alex, descubrir sus secretos y llevarlo ante la justicia. Alex no se sentó, tomó las muletas y se apoyó en
Irina casi grita del susto y puso una mano en su pecho, tratando de recuperar el aliento. —Santiago, ¿pero, desde cuándo?... —preguntó Irina, sorprendida por su repentina aparición. —Vine a ver cómo estabas y vi el auto de Alex Salvatore —respondió Santiago—. Estacioné al cruzar y esperé a que se fuera. Te estás acercando a él, bien hecho. Irina caminó hacia dentro de la casa, pensando que en realidad ella no se había acercado a Alex Salvatore, él se había acercado a ella. Y eso la inquietaba. ¿Por qué Alex mostraba tanto interés en ella? ¿Qué estaba tramando? Santiago la siguió dentro, cerrando la puerta tras él. —Hablemos en la cocina, en voz baja, todos duermen —susurró Irina. — ¿Qué quería? —Preguntó Santiago, observándola con atención. —Ver cómo estaba —respondió Irina, tratando de ocultar su inquietud. Santiago alzó las cejas, escéptico. —Se supone que no debía salir del hospital, hay agentes cuidando su puerta, legalmente está detenido por averiguacion
Irina estaba despierta cuando la alarma sonó a las 06:00 am. Rachel se despertó sobresaltada, Irina apagó la alarma. Rachel se desperezó. —Dormí como tronco. ¿Qué te pasa? Te veo preocupada —Inquirió con las cejas unidas. —Estoy bien. —No irás al hospital ¿Cierto? —No, para mañana regresaré a la casa Salvatore, hoy iré al banco. —Bueno, yo sí debo ir a trabajar. Irina consiguió a su madre en la cocina, y aprovechó para ir con Ryan y ayudarlo a vestir. — ¿Mamá, hoy regresamos a la casa de mi amiga Ema? —Hoy no mi amor —dijo Irina tratando de evadir el tema, pero Ryan la miró decepcionado. —Pero el papá de Ema me dijo que iríamos a su casa. —Bueno mi amor, hay cosas que los adultos debemos solucionar. —También deberás cuidar al papá de Ema, por su pierna. —No creo que requiera de una enfermera. —Pero podrías asegurarte. Ojalá no muera como mi papá. Irina abrazó a su hijo y contuvo las ganas de llorar. —Ya no quiero que pienses en esas cos
Alex se recostó en el catre, ajustando su postura con un movimiento deliberado, como si el frío que calaba sus huesos no lo afectara en absoluto. El eco de los pasos de Santiago desapareció por el corredor, pero las palabras burlonas seguían rondando su mente. Pasó su mano por la nuca, donde la tensión empezaba a acumularse. ¿Cuánto tiempo pensaba Santiago mantenerlo allí? Y, sobre todo, ¿qué esperaba conseguir con esa demostración de poder? Alex negó con la cabeza. Sabía que la lucha que enfrentaban iba mucho más allá de la incomodidad de una celda helada. Era un juego de fuerza mental, y él no estaba dispuesto a perder. Respiró hondo y dejó que el silencio lo envolviera, aprovechando el momento para ordenar sus pensamientos. «Frío» pensó, esbozando una media sonrisa cargada de amargura. A su cabeza regresaron recuerdos de cuando era residente y decidió ir como médico voluntario de Médicos sin fronteras. Las noches heladas en Afganistán, cuando daba su cobija a los niños
Irina esperaba por ser atendida en el área de cobranza del banco. Sentía las manos frías y sudadas, ni siquiera cuando había ido a sus exámenes en la universidad se había sentido tan nerviosa, y es que ella siempre se preparaba para cada cosa en su vida. Quizás era su virtud, o quizás su vulnerabilidad. Pero Irina era una mujer que enfrentaba lo que tuviera sin quejarse, siempre y cuando supiera que esperar, odiaba las sorpresas, lo incierto y el misterio. Hoy se enfrentaba a la incertidumbre de no saber nada de lo que le dirá el asesor crediticio. No por conocimiento académico, sino por conocimiento de la existencia de la hipoteca. Una parte de ella aun esperaba que fuera un malentendido. El aire acondicionado del banco, la hacía abrazarse a sí misma, aun cuando vino con la ropa más formal que halló. La versión femenina del traje empresarial, sin la corbata, un lazo adornaba el cuello de su camisa y un moño alto templaba su cabello rebelde. Un hombre con ca
Al final de la tarde, Santiago regresó a su puesto de trabajo con una enorme sonrisa. Su compañera lo ignoró muy concentrada en su computador. Santiago se sentó mirando a su escritorio. —Debes estar furiosa. Su compañera alzó las cejas y lo miró de reojo. —Es casi hora de irme y tengo el papeleo al día, no tengo razones para estar furiosa. Santiago se levantó y caminó hacia el escritorio de su compañera. —Me gusta tu actitud, continua así y te mantendré en mi unidad cuando obtenga mi promoción de sargento. ¿Te gustaría? La detective dejó de teclear y lo observó negando con la cabeza. —Todo sea por ganar, ¿verdad Santiago? —Hannah, has sido tú quien comenzó esta rivalidad. —No es así como lo recuerdo. Hannah se levantó y quiso pasar y Santiago se atravesó en su camino. —No me has dicho si querrás pertenecer a mi equipo. Hannah tomó aire y se disponía a insultarlo, pero en ese momento sonó el teléfono de Santiago, él miró en la pantalla que er
La tensión en la estación de policía era casi tangible, tan espesa que se podía cortar con un cuchillo. Los murmullos de los oficiales, no podían ocultar la incredulidad que se reflejaba en sus rostros. Alex, con una postura firme y decidida que contrastaba con su camisa arrugada y desaliñada, avanzaba escoltado por dos hombres. A pesar de su aspecto descuidado, ahora irradiaba un aura de libertad que inquietaba a todos los presentes. Las miradas que lo seguían eran una mezcla de confusión y rabia, especialmente la de Santiago, quien observaba desde el fondo del vestíbulo. Sus puños estaban apretados con tanta fuerza que sus nudillos brillaban blancos, y su mandíbula estaba tensa, como si tratara de contener un torrente de palabras furiosas. Santiago se giró hacia el teniente Rodríguez. — ¿Qué demonios está pasando aquí, teniente? —explotó Santiago, incapaz de contenerse por más tiempo. Su voz, potente y llena de indignación, resonó en el silencio del vestíbulo, deteniendo
El auto negro se deslizó por las calles, alejándose de la ciudad y adentrándose en una zona aislada y apartada de la sociedad. Alex, sentado en el asiento trasero, observaba el paisaje pasar con una mezcla de satisfacción y anticipación. Finalmente, el auto se detuvo frente a un edificio anodino y sin ventanas. Dentro lo esperaban tres hombres y una mujer. Los hombres vestían chaquetas del FBI, la mujer un traje elegante. La mujer, que parecía ser la líder del grupo, se acercó a Alex con el ceño fruncido. —Todo esto se ha complicado demasiado —dijo con voz tensa—. Quitar a la policía del camino ha sido una verdadera pesadilla. Mantenerlo como informante esta vez nos pudo haber costado demasiado. —No puedo seguir bajo la vigilancia de ese detective. El tal Santiago Villalobos —indicó Alex—, la ha agarrado en mi contra, echará todo a perder. —El caso se lo quitamos a la policía, no tendrás que preocuparte más —contestó la mujer. —Gracias, señora —respondió Alex con