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Capítulo 3: "-Soy Sky Blue y seré tu no amiga"

—Hola cariño, ¿Qué tal tu nueva escuela? —pregunta mamá al elevar la mirada de las plantas que está sembrando al lado del caminito de piedra que conduce hasta el porche de nuestra casa.

Sonrío al ver aún las cajas de la mudanza apiladas en la puerta. Mamá tenía una seria obsesión por las flores, su lema era: las plantas dan vida a un hogar. Amaba tanto levantar jardines, que no le importaba dejar de lado las cosas importantes con tal de permanecer llena de tierra. No me sorprendería que haya pasado todo el día en ello, pues aunque el clima haya estado frío, su nariz roja la delata al haber estado todo el día expuesta al viento.

—Bien, supongo... creo que hice dos amigos —contesto, levantando los hombros con desdén.

—El guapo chico del auto ¿Es uno? —sus grandes ojos verdes me observan fijamente, para después mover ambas cejas sugestivamente.

—¡Mamá! —exclamé abriendo mis brazos.

¿Acaso iba a continuar con su obsesión de emparejarme con cualquier muchacho que le pareciera agradable? Agradecía que se la pasara repitiéndome de manera incansable que no todos los chicos eran tan cretinos como Aaron, pero odiaba el hecho de que tratara de hacerme ver que estar sola era casi una maldición.

Yo me sentía bien, el estar sola me hacía valorar lo que tenía, me enseñaba amarme a mí misma, antes de entregar todo por alguien que no valiera la pena. Mi psicóloga solía repetirme en mis terapias que si era capaz de encontrar en mí misma un perfecto motivo para amarme y seguir viviendo, a los demás también les resultaría fácil poder amarme.

—Es guapo.

—Sí. Supongo que sí —admito—. Él es diferente.

—¿Te gusta?

—No —me apresuro a decir—. ¿Dónde está Adam? —indago, dando el tema de Caleb por terminado.

Adam era lo más cercano a un hermano. Me llevaba cuatro años y decidió mudarse con nosotras cuando decidimos ir lejos de Los Ángeles, pues según él, necesitábamos a un hombre que nos cuidara.

—Salió a explorar —dijo mi madre, mientras limpiaba sus manos en su delantal—. Hay lasaña en la cocina.

—¿Cocinaste?

—Claro que sí, ¿Acaso crees que pasé todo el día sembrando plantas? —cuestionó, esbozando una sonrisa y llevando ambas manos a su cadera.

—¿La verdad? ¡Sí!

—¡Anda ya, mocosa! Tienes una habitación que organizar —rio, despidiéndome con su mano.

¿Qué podía decir de mi madre? Era la típica mujer que daba todo por los seres que ama. Sufrió mucho con la pérdida de mi padre, para luego sufrir aún más cuando me había rendido ante mis acosadores.

No había un solo día en la vida que no me arrepintiera de ello. Había sido una enorme idiotez, pues con el tiempo entendí que mi pérdida hubiera sido inútil; los hubiese hecho sentir más poderosos al haberles dado el placer de haber destruido mi vida. Humillar es lo que renueva sus fuerzas cada día. Mi muerte hubiese sido el combustible que necesitaban para sentirse invencibles. Así que después de haber pasado un par de días en el hospital recibiendo transfusiones de sangre tras haberme casi desangrado, llegué a la conclusión de que su castigo sería saber que yo continuaba luchando para así salir adelante.

Después de la "excitante" labor de haber organizado nuestra casa, me tiré en mi cama boca abajo, respirando pesadamente por haber subido con tantas cajas por las escaleras. Me dolía cada músculo de mi cuerpo, el cual me pedía a gritos que por favor lo dejara dormir. Me encontraba enfadada con Adam por haber desaparecido, dejándome a mí todo el trabajo pesado, incluso estaba enojada con mamá, pues decidió que renovar el jardín era más importante a que su única hija casi destrozara su columna por jalar tanto peso.

Estaba por cerrar los ojos para así dejarme ir al universo de los sueños, cuando escuché mi puerta ser abierta.

—No me dejaste nada para ordenar, Fan —Adam metió su cabeza por mi puerta entreabierta y me guiñó un ojo. Me di la vuelta y tomé una almohada.

—¡Largo de aquí, imbécil! —grité, a lo que él retrocedió soltando una sonora carcajada, esquivando con facilidad la almohada que había lanzado a su impecable cabellera negra.

Esbocé una sonrisa mientras estiraba una mano para tomar mi móvil y los audífonos de mi mesa de noche, los conecté a mi teléfono y los puse en mis oídos, para después recostarme en mi cama y dejarme caer en un profundo sueño en pocos segundos.

No podía pensar en nada más que no fuera la primera advertencia de Dee.

«No llegues tarde a filosofía» —había dicho.

Ya la primera campana había sonado y yo aún no terminaba de encontrar el jodido salón de clases.

¿Con qué diablos iba a encontrarme cuando llegara? Al menos debió de explicar el motivo por el que no se debe de llegar tarde.

Atravesé el césped a paso rápido tras haber recibido información de un estudiante de primer año. No podía creer que me hubiese equivocado de edificio... tres veces.

—¿Has traído un paraguas contigo, muñeca? —preguntó Thomas cuando logré dar con el aula de filosofía.

Alcé la mirada y me encontré con los divertidos ojos verdes del idiota que había mencionado Dee en la cafetería. Sus palabras, no las mías.

Miré todos los espacios dándome cuenta de algo importante... mierda, ya los únicos que quedaban desocupados eran los totalmente desiertos asientos de adelante.

Dee me ofreció una sonrisa de disculpa desde la parte de atrás, volteé los ojos, ignorándola completamente. ¿Qué clase de amiga era? ¿Acaso no pudo simplemente guardarme un sitio a su lado?

—¿Puedo saber el motivo? —cuestioné, regresado mi atención hacia Thomas.

Gran parte de los chicos se echaron a reír cuando hice la pregunta.

—Créeme, no te gustará saberlo —alargó Thomas sin dejar de reír.

Sin saber que carajos me esperaba y dándome por vencida, me dejé caer en el pupitre al lado de la puerta, colocando la mochila en el suelo. Até mi cabello en una cola de caballo y suspiré efusivamente, preparándome para lo que fuese ocurrir.

—Es simple. Cuando se acerque, solo baja la cabeza —miré hacia mi izquierda, un chico blanco de ojos marrones y cabello negro acababa de sentarse a mi lado—. Son solo 90 minutos, saldremos de ésta —sonrió y me guiñó un ojo.

—¿Vas a jugar de súper héroe, Wells? —rodee los ojos al reconocer la voz del rubio, quien se reía a unos asientos detrás de nosotros.

—Nadie te está pidiendo tu opinión, Green —espetó este, volteándose hacia él.

—Estás jugando bien; sigue tratando de llamar la atención de la chica nueva.

—Vete a la mierda, Gael.

—Y como siempre, ustedes ofreciendo espectáculos en mi clase —espetó un hombre alto con una gran cantidad de vello en el rostro; quizás podía ser la misma cantidad de vello que podría tener pie grande en todo su cuerpo.

Me fue inevitable no sentir arcadas al apreciar un poco de saliva en la base de su frondoso bigote; y cuando se acercó a mi pupitre a presentarse como mi profesor de filosofía, entendí la advertencia del porqué no debía de sentarme en la primera línea. ¡El sujeto no dejaba de salpicar cuando hablaba! Lo cual, desgraciadamente era mucho y muy molesto. ¿Cuántas palabras por minuto decía? ¿Mil?

Incluso llegué a cuestionarme si la saliva de otra persona funcionaba como un buen acondicionador. Porque si ese era el caso, mi cabello luciría increíble después de esa lección.

Me dediqué a copiar todos los movimientos que mi compañero realizaba; bajar la cabeza, mover el rostro hacia la izquierda cuando el profesor se acercaba a mi derecha, y viceversa. Al parecer, él tenía experiencia sentándose aquí.

Esos fueron los 90 minutos más largos de la historia. Ni siquiera logré poner atención, pues en lo único en lo que podía concentrarme era en esquivar el torrente de saliva que venía en mi dirección.

La campana sonó, y en menos de 30 segundos el salón de clases estaba completamente desierto, a excepción del profesor, quien recogía sus pertenencias de su escritorio, y de mi compañero de al lado, el cual me observaba divertido, mientras yo intentaba limpiarme el rostro.

—Soy Daniel —extendió su mano hacia mí. La observé dudosa por varios segundos antes de tomarla.

—Fanny —contesté moviendo su mano un par de veces.

Tomé mis pertenencias y salí del salón, acompañada por Daniel.

—Gracias por la ayuda ahí dentro —dije, señalando con mi cabeza hacia atrás.

Daniel era al menos una cabeza más grande que yo, incluso me atrevería apostar que aún era más alto que Caleb. Me guiñó un ojo y después levantó una ceja.

—Si llegas tarde la próxima vez, te guardaré un lugar —sonrió... era una agradable sonrisa. Sonreí en respuesta—. ¿Cuál es tu próxima lección?

—Matemáticas —me quejé.

Era buena en ciencias y en todo lo relacionado a español e idiomas, pero en matemáticas verdaderamente era un asco; incluso aún recordaba recibir un par de veces clases de verano, para subir mis notas.

—Voy a inglés, nuestros salones quedan al lado. ¿Te importa si te acompaño?

—Vamos para el mismo sitio —murmuro, levantando los hombros.

Caminé a su lado, escuchando instrucciones de cómo debía de actuar con los diversos profesores, en cada advertencia, solo me limité a asentir en su dirección, para después agradecerle por su amabilidad.

Cuando hicimos una parada en nuestros casilleros para cambiar los libros, un bullicio al fondo del pasillo, llamó mi atención; no pude dejar de sentirme furiosa cuando miré a la alimaña de Gael arrebatarle su mochila a un chico de primer año y lanzársela a Thomas. Ambos reían histéricamente, mientras que el pobre niño intentaba tomar su mochila dando saltitos, mientras él la sostenía sobre su cabeza. Tiré la puerta del casillero de golpe, cerré mis manos en puños y sin poder evitarlo, me encontraba caminando hacia ellos. Ya había sido víctima de demasiado abuso, como para soportar ver a alguien más siendo atacado.

—Fanny, no lo hagas —Daniel me agarró del brazo y me hizo retroceder. Jalé de él, pero me sostuvo con más fuerza—. No vale la pena, jamás le ganarás a Gael —me dijo, casi suplicándome con la mirada para que desistiera.

—No. Lo siento —contesté secamente, observando su mano para que me liberara. Cuando lo hizo, seguí caminando.

Si había algo que no toleraba, eran los idiotas abusadores que se trataban de pasar de listos con los demás, ¿Qué se creían? ¿Los reyes del universo?

—Hey tú alimaña —dije, cuando estuve de pie frente a él. Dejó de reír y me miró fijamente, aun sosteniendo la mochila del niño sobre su cabeza—. Devuélvele su mochila —exigí, tirando mi cabeza hacia atrás para poder verlo a los ojos.

—¿Cómo dijiste que te llamas? ¿Frankie? —preguntó con una sonrisa divertida en sus labios, sin tener alguna intención en devolverle la maleta al niño que continuaba observándolo con temor.

—Fanny —corregí.

—No —negó con su cabeza—. Definitivamente me gusta más Frankie.

Rodee los ojos y suspiré. No era el momento para discutir por mi nombre.

—¿Quieres devolverle la mochila al niño? —el chico estaba a mi lado, observando pacientemente a Gael en espera de sus pertenencias.

—No.

—¿Qué demonios? —espeté furiosa—. ¿Te crees superior solo por fastidiar a chicos más pequeños que tú?

—No me creo superior —rio, bajando su rostro hasta estar a escasos centímetros del mío, retrocedí un paso y él elevó una ceja con desdén—. Soy superior, Frankie.

—Eres un maldito cobarde. ¡Devuélvele la mochila!

—¿Y si no lo hago, qué? —volvió a reír, mientras se la lanzaba a Thomas.

Sin pensar en lo que estaba haciendo, y dejándome llevar por la rabia que había invadido mi cuerpo, abrí mi mano y le di una bofetada, ocasionando con ello que él dejara de reír, para después llevar una mano a su mejilla y mirarme con incredulidad. Abrí mis ojos como platos al ver la manera en que me miraba, retrocedí, sintiéndome de pronto acorralada. ¿Qué mierda acababa de hacer?

—Tú no debiste de hacer eso —espetó, negando con su cabeza.

En segundos y sin siquiera esperar a su siguiente reacción, me encontraba sobre su hombro, golpeando su espalda para que me bajara.

—¿Qué carajos? ¡Bájame! —le grité con desesperación, mientras él se abría paso entre la multitud de curiosos que miraban en nuestra dirección.

—Si tu mami no te enseña modales, yo si lo haré, Frankie —contestó tranquilamente, mientras se abría paso entre los otros chicos.

—¡Déjala! —escuché la voz de Daniel intervenir.

—Muévete. Ve a buscar tu capa, súper héroe.

—¡Suéltala hombre! —espetó otra vez.

—¡Thomas! ayúdame por aquí ¡Súper Man no me deja pasar! —gritó Gael.

Su amigo se movió rápidamente pasando a su lado en dirección de Daniel, para después presionarlo contra los casilleros.

¿Y ese qué? ¿Era su lacayo o qué?

Seguí retorciéndome y gritándole insultos para que me soltara, pero todo era inútil. Incluso mis puños comenzaban a doler por golpear en repetidas ocasiones su espalda, sin siquiera conseguir que el muy imbécil se inmutara. Dejé de retorcerme y me congelé cuando sentí su mano posarse sobre mi trasero.

—Retira tu mano de ahí —dije apretando los dientes.

—Thomas tiene razón, Frankie. Tienes un buen trasero —me dio una nalgada y después rio con más fuerza.

Espera... ¿Hablaban de mi trasero?

¡Hijo de puta! Me vengaría cuando tuviera la oportunidad.

El miedo volvió a apoderarse de mí, cuando entró al área de piscinas donde algunos se alistaban para recibir su clase de natación. Me retorcí con más fuerza, al percatarme de su intención.

—¡Oh no! ¡No lo hagas! ¡No me sueltes! ¡No me sueltes! —grité desesperada cuando se acercó al borde de la piscina. Podía escuchar risas histéricas resonar por todo el lugar. ¿Esto les divertía?

—No voy a soltarte —habló tranquilamente—. ¡Gerónimo! —increpó, cuando se lanzaba al agua aun sosteniéndome sobre su hombro.

El agua fría perforó mi piel, cerré los ojos y contuve la respiración cuando ambos nos sumergíamos hasta el fondo. Solo cuando había logrado empaparme de pie a cabeza, decidió que ese era el momento perfecto para liberarme.

Salí al exterior, con un incontrolable ataque de tos. Mientras que él reía, chapoteando agua hacia mí como si fuera un niño. ¿Acaso se había vuelto loco?

—A ver si así se te despiertan las neuronas que tienes dormidas —alargó señalando su cabeza, antes de nadar hacia la orilla.

—¿Qué diablos te pasa? ¿Acaso no tienes... —me quedé con las palabras en el aire, cuando comenzó a quitarse la camiseta de pie en el borde de la piscina, mientras hacía una especie de mini baile erótico; todo se había quedado en absoluto silencio, incluso los pasos de una hormiga podían escucharse en ese momento. Quise alejar mi mirada, pero me encontraba contando los tan bien marcados cuadros en su abdomen mientras él retorcía su camiseta para sacarle el agua.

Uno, dos, tres... Gael elevó su mirada y me miró. Sonrió de manera tan sexy, que no me sorprendía que tuviera a tantas chicas comiendo de la palma de su mano y me guiñó un ojo.

Una simple sonrisa... un pequeño guiño, y con eso había bastado para sentir mojada mi ropa interior.

Fruncí el ceño y sacudí la cabeza; ¡Claro que estaba mojada! ¡Aún no había salido de la maldita piscina!

—¿Quieres tocar, Frankie? Es gratis —arguyó antes de dar media vuelta e irse caminando con demasiada seguridad, mientras las féminas presentes se lo comían con la mirada.

Sacudí mi cabeza alejando el tan bien marcado abdomen de Gael de mi mente. ¿Qué rayos había sido eso?

Salí del agua temblando del frío, enviando hasta lo más recóndito de mi cerebro, los morbosos pensamientos que se habían avecinado en mi mente, al apreciar la semi desnudez de Gael. ¿Y ahora como se suponía que pasaría el resto del día? ¡Apenas iba para la segunda lección de la mañana!

Miré hacia los lados, las chicas que estaban con sus trajes de natación, sonreían otra vez. Me abracé con fuerza y caminé hacia la salida, ignorando sus quisquillosas miradas.

—Espero que estés pensando en algo bueno para vengarte de ese tipo —me detuve y observé a una chica rubia de baja estatura que estaba recostada a la puerta, con su pie apoyado a la pared. Hizo una bomba con su goma de mascar y después me miró. Sus ojos azules mostraban regocijo puro—. Si no es así, podría ayudarte. Soy buena con eso.

—No necesito una amiga —espeté, torciendo el gesto.

—No he dicho que quiera ser tu amiga —extendió su mano hacia mí y sonrió—. Soy Sky Blue y seré tu no amiga.

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