Los reclusos salen confundidos, viendo todo el caos que se cierne a su alrededor mientras que mis hombres hacen lo posible por mantener a raya a los guardias que siguen llegando.
—¡Pongan atención pues no lo repetiré! —grito con fuerza haciendo que cada preso voltee hacia mí, incluso los que aún no han sido liberados—. Esto es sencillo… más de lo que creen. ¿Quieren su libertad? Tendrán que ganársela. —Le ofrezco la escopeta que recogí del piso a un tipo grande de cabeza rapada y actitud de rufián; me ve de arriba abajo y toma el arma, pero no la suelto—. Maten a uno solo de mis hombres y les juro que no saldrán vivos de aquí. —Lo amenazo sin temor, con voz firme y lo más amenazadora posible.
El tipo sonríe enternecido por escuchar las amenazas de una chica que apenas y le llega al pecho, con una máscara de carita fel
Me apoyo sobre mis manos para ponerme de pie, entonces él hace a un lado la mesa, arrojándola contra la pared y haciéndola trizas para tomarme de mi escaso cabello y obligarme a levantar el rostro; intenta darme un rodillazo en la cara, pero logro zafarme de su agarre y rodar por el suelo hasta poner distancia entre los dos. Llego hasta mi máscara y la tomo entre mis manos antes de levantarme, delineo cada trazo sobre ella con cariño, como si fuera una caricia. —Me inspiré en ti… Quería plasmar tu locura —digo con una sonrisa insípida y le muestro la máscara. —Que encantador detalle, me halagas —dice sin bajar la guardia. —Lo sé… Le arrojo la máscara con fuerza y de un manotazo la desvía hacia un lado; aunque no lo lastimó, me dio tiempo para correr hacia él y darle una patada doble en el pecho haciéndolo caer hacia atrás. Me arrastro hasta alcanzar un pedazo de madera de la mesa que rompió y sin pensarlo dos veces me coloco encima de él, usando mi ar
—Estás loco… —Retrocedo un par de pasos y casi piso mi arma. La veo en el suelo, llamándome.—Sabes lo que tienes que hacer, lo que quieres hacer.—¿Te estás dando por vencido? —Frunzo el ceño y trato de ahogar mi llanto, porque cada palabra que dijo caló muy hondo en mi corazón. Tomo mi arma entre mis manos y las lágrimas caen sobre el frío y mortal acero.—¿Qué esperas? Acaba conmigo de una vez, termina de liberarte… —dice el verdugo agitado, sosteniendo su herida en su abdomen con ambas manos—. No me vas a decir que te enamoraste de mí.—Yo podría jurar que tú fuiste quien se enamoró de mí.—Lo nuestro es más profundo —dice entre risas, divertido por mi observación—. Nuestra conexión es más que un simple enamoramiento.
Cuando volteo Ed ya no tiene máscara y sus ojos son de una tristeza tan profunda como la que siente mi corazón. Acerca su mano a mi máscara y la retira lentamente de mi rostro, descubriendo que debajo de esa sonrisa torcida y sádica se encuentra una mueca de tristeza y dolor.—Sabes que a tu hermano no le puedes ocultar nada, ¿verdad? —Ed intenta sonreírme, pero mi tristeza lo obliga a bajar las comisuras de sus labios, imitando mi propio gesto.Bajo la mirada y me acerco hasta que mi frente choca contra su pecho, me agarro con ambas manos de su sudadera y empiezo a llorar desconsolada; dejo salir cada sollozo que se vuelve un gemido lastimoso y profundo. Ed me envuelve entre sus brazos y apoya su mentón en mi frente, acaricia mi espalda y guarda silencio, sabiendo perfectamente lo que necesito.Cuando mis ojos se han quedado secos y ya no puedo llorar más, doy un par de pasos para alejarme de &
De pronto Brant adopta una posición de firmes y levanta su mano a la altura de su frente haciendo un saludo como si fuera alguna clase de militar al mismo tiempo que su mirada se pierde en el horizonte.—Señor, si señor… —responde con voz firme tomándome por sorpresa—. Pertenecí al cuerpo de marina de los Estados Unidos, señor…—¿Qué hacía alguien como tú en ese gulag? —pregunto sorprendida.—Vine a investigar el uso de una droga que…—¿D-IX? —Lo interrumpo.—Así es… —Resopla y pone los ojos en blanco, supongo que ya no tiene mucho sentido guardar información de un país que de seguro ya lo dio por muerto—. Mandaron equipos de apoyo a petición de la OTAN para mediar una batalla entre italianos y rusos en el este de Alemania… Cuando llegamos no que
—¡Claro! Es para ti —dice Óscar acercando más la bolsa—. No lo he abierto, pero lo examiné y parece no contener explosivos ni nada tóxico.—¿Quién lo envía?—No sé, tiene una pequeña carta atada al moño. —La arranca y me la ofrece.Es apenas una hoja doblada sin mucho chiste. Cuando la abro mi corazón se paraliza.«Dirígete hacia las coordenadas en el hocico del pegaso…Tómalo como un regalo de despedida.Te aconsejo no compartir esto con tu amada Irina, los Rudenko pueden ser algo conflictivos.Tu amigo, Ansel»—Hijo de puta… —digo entre dientes y arrugo la nota con saña en mi mano.—¿Qué pasa? —pregunta Óscar desconcertado.Tomo la navaja con la que corto la cocaína y la encajo en la bolsa negra
«Manténganse quietos, entraremos por ustedes» dice Piero preocupado.—No, esperen… Esto se pone mucho mejor —dice Ed viendo fijamente hacia la puerta del castillo y comprendo sus palabras.—¿Samantha?Mi alma se cae al suelo y creo que me voy a desmayar.—Óscar —pronuncio su nombre en un hilo de voz.Se ve desalineado, con el cabello más largo y una mirada de loco que no había visto antes; de pronto nos cubren un conjunto de puntos rojos a Ed y a mí, dejando en claro que no hay forma de evitar el plomo.—¡Genial! ¡Lo que me faltaba! ¡Odio viajar! ¡Odio tener que salir de un lugar cuando acabo de llegar! ¡Odio Rusia! ¡Estúpido frío! ¡Estúpida Bratvá! ¡Estúpidos todos! —grita Ed desahogándose, manoteando en el aire y escupiendo al piso antes de nuestra a
—Mamá… ¿te dijo porque me fui? ¿Te explicó por qué nos separamos? —pregunto con miedo, no quiero ser juzgado también por ella. —Sí, me dijo que estabas en una misión ultra-secreta con tío Óscar y que era muy peligrosa y teníamos que esperar a que regresaras por nosotras — dice en un susurro como si temiera que alguien más pudiera escuchar el secreto. —¿Eso te dijo? —Pese a todo el daño que le pude haber causado, nunca me mostró como un monstruo frente a Misha. Samantha… siempre tan noble y dulce aunque tengas motivos para ser lo contrario. —¿Ya terminó tu misión? —pregunta con temor. —Aun no, Misha… aun no… —Acaricio su cabeza y le sonrío. De pronto escucho un estruendo, algo se rompe, cruje; suena lejano. Me asomo y una rusalka llega corriendo hacia mí. —Señor, acaban de destruir la puerta principal, un auto se precipitó con violencia hasta desprender una de las hojas de acero. —¿Qué? ¿De quién se trata? —pregunto molesto.
—Te creo Nikolai… en verdad lo hago, perdóname por comportarme de esa forma tan infantil y huir. No tuve que hacer eso, yo… —No es el único culpable de que las cosas se hayan desarrollado de esta forma. —No tienes la culpa de nada, Samantha… nunca la tuviste… nunca la tendrás… —Aleja su mano de mi mejilla y de nuevo toma distancia. Óscar llega con mi pequeña entre sus brazos y mi corazón se rompe al verla. —¿Misha? —Mi voz sale suave y temerosa. ¿Qué fue lo que le hicieron? Cubro mi boca para ahogar un quejido—. Mi amor… —Se me quiebra el alma y aun así sigo adelante. Me arden los ojos así como la nariz y de nuevo mi mirada se llena de lágrimas. —¿Mami? Esa suave vocecita llega hasta mi corazón y me parte en dos, mis piernas se vuelven de gelatina y se quieren doblar. Tiene las rodillas con costras, el rostro y las manitas sucias, pero debajo de todo eso, sus ojos relumbran como dos zafiros en la oscuridad. Han cortado sus hermosos risos rojos