—Pensé que no te volvería a ver —digo como si hubieran pasado muchos días de su última visita.
—Ya quisieras —responde de forma despreocupada—. ¿Cómo han estado? ¿No han tenido problemas?
—No, he hecho lo que me has dicho, mantener un perfil bajo, la única que nos visita cuando tú no estás es la institutriz que le conseguiste a Misha, también me está dando clases de italiano.
—Me alegra, por el dinero que le estoy dando no esperaba menos.
—Habla muy bien de ti.
—Ella instruyó a mi hermanita por un tiempo, es buena maestra.
—Mmm… Pues si me preguntas, creo que está enamorada de ti, le brillan los ojos cada vez que hablamos del legendario zorro.
Aunque mis palabras lo satisfacen y alimentan su ego de hombre, no parece dispuesto a tocar el tema, así que mejor me concentro en algo más importante.
—¿Cómo sabes que no nos delatará con mi padre? —Volteo preocupada.
—Es de confianza, no te preocupes, no dirá nada.
—Déjame ver si entendí… ¿Creíste que tendrías el amor de un mafioso tan bastardo como él por siempre, que lo único que quería de ti era tu corazón y envejecer a tu lado? —pregunta con una sonrisa que amenaza volverse más grande—. ¿Creíste que un hombre de su calaña, el rufián que es, el líder de La Bratvá se enamoraría y dejaría su mundo por ti? Bajo la mirada pues me siento avergonzada, mis ojos se llenan de lágrimas y el dolor punza tan fuerte en mi garganta y en mi pecho que siento que me asfixio. Mi semblante preocupa a Piero y disuelve su mueca divertida, se da cuenta que acaba de abrir la herida y no solo eso, la hizo más grande. —¡Ay Sam! —dice suspirando con pesar—. Los hombres como nosotros no buscamos una mujer joven fuera de nuestro círculo para tener algo formal y lindo, no existe, no hay forma… Créeme eso no pasa, la mayoría de viejos rabo verdes que conozco salen de cacería, se hacen de una mujer joven y hermosa, tal vez tienen hijos, están con
Doy un paso más y mis pies pisan algo pegajoso, bajo la mirada y una mancha roja se extiende por debajo de mí. El estómago se me retuerce al mismo tiempo que la puerta se cierra; alguien la azotó para remarcar que no hay escape. Me quedo quieta como si cualquier movimiento pudiera delatarme. De pronto una música suena con fuerza en toda la casa, al principio no la reconozco, escucho instrumentos de cuerda y viento sonando relamidos, pausados y suaves como terciopelo. Es música clásica. Mi piel se eriza y mi cerebro encuentra el nombre de la melodía: «Habanera» de la ópera Carmen. Las luces se prenden y por fin veo la sangre en el piso de forma nítida debajo de mis pies, sigo el camino hacia el cuerpo de la institutriz que Piero contrató para Misha; está tirada en el piso con el cuello abierto y los ojos desorbitados, sus lentes están a unos centímetros de ella con los cristales rotos. Se siente un frío que cala los huesos, es como si el clima cálido de la zon
—¡Shhh! —Cierra los ojos y acerca su índice a sus labios, molesto por mi interrupción—. Mejor cuéntame, mamá… ¿Qué hace después Carmen?—Se enamora de un torero y entonces el soldado, herido y celoso… la mata.—«Si no me quieres, te quiero; si te quiero, ten cuidado» —dice citando una parte de la ópera, cerrando los ojos y moviendo su mano al ritmo de la música que sigue sonando—. Destruiste al demonio ruso, lo sacaste de su gloria para rebajarlo como un simple mortal y cuando quiso acariciar de nuevo su antigua vida, lo abandonaste por un vil zorro…—Estás loco y claramente no tienes ni idea de lo que hablas. ¿Quién te envió?—¡Muy valiente de tu parte llamarme así! —Me toma por la mandíbula obligándome a verlo directo a los ojos—. Tod
Mi padre nunca ha tenido una muestra de cariño hacia mí y cuando crecí entendí por qué, soy idéntica a mi madre, la mujer que tanto amó, que tanto golpeó y torturó hasta llevarla a la muerte y ahora, arrepentido de sus atrocidades, decide rechazar todo lo que le recuerde a ella o más bien, a lo que le hizo, incluyéndome.Llego hasta el edificio donde Nikolai y yo compartimos departamento; un sitio nuevo que compró para nosotros y nuestra gran mentira. Sé que hay un departamento por la zona que le perteneció a Samantha, le insistí en que podríamos usarlo para nosotros, pero se reusó; es el lugar en el que se refugia al final del día, se ha vuelto su santuario y nadie más lo pisa más que él.El valet parking toma mis llaves para disponer del auto; en la entrada me recibe un hombre ya entrado en edad con uniforme quien se encar
—¿Qué tal Mozart? ¿Te gusta? —pregunta con una sonrisa chueca y apariencia de estar drogado; como si escuchar esa música lo sumiera en una clase de placer profundo y psicótico—. «Requiem en D menor» una sinfonía irónica, ¿no crees? ¿Sabes la historia? ¿Quieres contármela, mamá? En verdad este hombre está loco. Tuerzo los ojos y aprieto los dientes antes de abrir la boca. —El conde Von Walsegg envió a un sirviente para que le encargara a Mozart que creara esa composición; el conde quería esa misa de réquiem para el funeral de su mujer y hacer creer a los demás que la obra era suya… —Comienzo a hablar y frunzo el ceño, ¿cómo por qué recuerdo todo esto en este momento? La mirada del loco se fija en mí, maravillado, gira la silla y se sienta apoyando sus antebrazos sobre el respaldo, sus ojos se abren de par en par, sorprendido y animoso por descubrir que tengo conocimientos donde tal vez él dudaba que los tuviera. —Sigue… por favor. —Pide como un niño pe
—Tú eres diferente, Samantha. Dime… ¿qué vio el demonio ruso en ti? ¿Yo lo veré también? —me dice al oído, disfrutando de hacerme sufrir. —Entre más tiempo me dejes vivir, más posibilidades tendré de matarte —respondo llena de rabia sin miedo a las represalias. Sonríe divertido, me toma por el cabello y me obliga a sentarme de nuevo donde estaba. —Eres una rusalka, el digno ejemplo de la fuerza, el estoicismo y la perseverancia, muñequitas creadas para matar, dignas y elegantes. No son como los burdos berserkers que solo golpean y quiebran. —Rodea la mesa y se sienta de nuevo frente a mí—. Eres como yo, Samantha… No solo es matar por matar, es hacer del asesinato todo un arte… —Jamás seré como tú —digo con el odio atorado en la garganta. Se levanta de su asiento y camina hasta quedar detrás de mí; lo único que escucho es mi respiración y la melodía que sale de las bocinas. Pareciera que ese hombre tan extraño desapareció repentinamente, pero t
Camino hacia Oleg llena de rabia y justo cuando estoy dispuesta a reclamar, atraviesa la puerta ese hombre desagradable. Saca de entre su abrigo una cajetilla de cigarros y con un movimiento de muñeca expone uno que toma con la boca. Cierra la puerta detrás de él y busca dentro de su bolsillo un encendedor. Cubre con una mano la suave flama y acerca su cigarro sin decir nada; el silencio es incómodo excepto para él que parece disfrutarlo. Cuando su cigarro prende libera una bocanada de humo y guarda su encendedor de nuevo en la bolsa. Vuelve a jalar humo y lo sostiene en sus pulmones haciendo una mueca. —Ansel… Llegas más tarde de lo acordado —dice Oleg levantándose de su asiento y caminando hacia su emisario—. ¿Cómo fue todo? —Discúlpeme señor Rudenko, pero nuestra primera charla para conocernos tomó más tiempo de lo que creí. —Después de hacer una reverencia dramática, continúa—. La señorita Samantha fue encontrada en Forlì, en la única casa propiedad de Piero Bern
Se aleja sin quitarme los ojos de encima, como quien huye de un perro rabioso a punto de atacar; sin darle la espalda, sin perder el contacto visual. Sonrío ampliamente, gustoso de verla comportarse así en mi presencia. —No la lastimes, es solo una niña… —dice en voz baja, con temor. —¿Es solo una niña? Es un buen motivo para ser piadosos con ella, pero… ¿usted lo fue al arrebatarle a su madre? ¿Lo fue al intentar seducir a su padre? ¿No es usted el ejemplo de cómo lastimar a esa niña? —Me regocijo viendo su rostro agónico, ¿en verdad albergará una clase de remordimiento? Nada que un par de tragos no borren de su mente—, pero no se preocupe, no lo haré, no lastimaré a esa criatura, no me pagaron por hacerlo… Yo trabajo sobre encargo y con un sustancioso adelanto. —Le guiño un ojo y retrocedo hacia mi carro. Se queda plantada viéndome partir sin el valor de detenerme, pero con la curiosidad suficiente para quedarse. Entro al auto y cuando cierro la puerta la n