—¿Qué tal Mozart? ¿Te gusta? —pregunta con una sonrisa chueca y apariencia de estar drogado; como si escuchar esa música lo sumiera en una clase de placer profundo y psicótico—. «Requiem en D menor» una sinfonía irónica, ¿no crees? ¿Sabes la historia? ¿Quieres contármela, mamá?
En verdad este hombre está loco. Tuerzo los ojos y aprieto los dientes antes de abrir la boca.
—El conde Von Walsegg envió a un sirviente para que le encargara a Mozart que creara esa composición; el conde quería esa misa de réquiem para el funeral de su mujer y hacer creer a los demás que la obra era suya… —Comienzo a hablar y frunzo el ceño, ¿cómo por qué recuerdo todo esto en este momento?
La mirada del loco se fija en mí, maravillado, gira la silla y se sienta apoyando sus antebrazos sobre el respaldo, sus ojos se abren de par en par, sorprendido y animoso por descubrir que tengo conocimientos donde tal vez él dudaba que los tuviera.
—Sigue… por favor. —Pide como un niño pe
—Tú eres diferente, Samantha. Dime… ¿qué vio el demonio ruso en ti? ¿Yo lo veré también? —me dice al oído, disfrutando de hacerme sufrir. —Entre más tiempo me dejes vivir, más posibilidades tendré de matarte —respondo llena de rabia sin miedo a las represalias. Sonríe divertido, me toma por el cabello y me obliga a sentarme de nuevo donde estaba. —Eres una rusalka, el digno ejemplo de la fuerza, el estoicismo y la perseverancia, muñequitas creadas para matar, dignas y elegantes. No son como los burdos berserkers que solo golpean y quiebran. —Rodea la mesa y se sienta de nuevo frente a mí—. Eres como yo, Samantha… No solo es matar por matar, es hacer del asesinato todo un arte… —Jamás seré como tú —digo con el odio atorado en la garganta. Se levanta de su asiento y camina hasta quedar detrás de mí; lo único que escucho es mi respiración y la melodía que sale de las bocinas. Pareciera que ese hombre tan extraño desapareció repentinamente, pero t
Camino hacia Oleg llena de rabia y justo cuando estoy dispuesta a reclamar, atraviesa la puerta ese hombre desagradable. Saca de entre su abrigo una cajetilla de cigarros y con un movimiento de muñeca expone uno que toma con la boca. Cierra la puerta detrás de él y busca dentro de su bolsillo un encendedor. Cubre con una mano la suave flama y acerca su cigarro sin decir nada; el silencio es incómodo excepto para él que parece disfrutarlo. Cuando su cigarro prende libera una bocanada de humo y guarda su encendedor de nuevo en la bolsa. Vuelve a jalar humo y lo sostiene en sus pulmones haciendo una mueca. —Ansel… Llegas más tarde de lo acordado —dice Oleg levantándose de su asiento y caminando hacia su emisario—. ¿Cómo fue todo? —Discúlpeme señor Rudenko, pero nuestra primera charla para conocernos tomó más tiempo de lo que creí. —Después de hacer una reverencia dramática, continúa—. La señorita Samantha fue encontrada en Forlì, en la única casa propiedad de Piero Bern
Se aleja sin quitarme los ojos de encima, como quien huye de un perro rabioso a punto de atacar; sin darle la espalda, sin perder el contacto visual. Sonrío ampliamente, gustoso de verla comportarse así en mi presencia. —No la lastimes, es solo una niña… —dice en voz baja, con temor. —¿Es solo una niña? Es un buen motivo para ser piadosos con ella, pero… ¿usted lo fue al arrebatarle a su madre? ¿Lo fue al intentar seducir a su padre? ¿No es usted el ejemplo de cómo lastimar a esa niña? —Me regocijo viendo su rostro agónico, ¿en verdad albergará una clase de remordimiento? Nada que un par de tragos no borren de su mente—, pero no se preocupe, no lo haré, no lastimaré a esa criatura, no me pagaron por hacerlo… Yo trabajo sobre encargo y con un sustancioso adelanto. —Le guiño un ojo y retrocedo hacia mi carro. Se queda plantada viéndome partir sin el valor de detenerme, pero con la curiosidad suficiente para quedarse. Entro al auto y cuando cierro la puerta la n
Hay algo en sus ojos, es como ver a una pequeña Samantha, tiene todo el potencial para ser como su madre. Me hinco frente a ella y acaricio el peluche negro de su oso.—Te quedarás aquí… ¿entendido?—Quiero ir con mi mamá.—No puedes y aunque así fuera, créeme, no te gustará estar ahí…Sus ojos se despegan del edificio frente a nosotros y me ven con terror.—Tu madre está en una prisión de alta seguridad donde la torturaré hasta que me canse, le causaré mucho dolor, más del que jamás ha soportado. —Sonrío complacido por hacer su horror más grande.—¿Por qué? —pregunta con lágrimas en los ojos.—Porque me han pagado para hacerlo, es mi trabajo.—No lastimes a mi mamita. —De nuevo los sollozos, su llanto ahogado contra
Levanto mi codo y cuando lo dirijo hacia su nariz, su mano se interpone, sus ojos no dejan de ver directo a los míos sin perder la compostura. Busco golpearlo con mi otra mano, pero me sujeta del cuello, me levanta y me deja caer en el piso con fuerza. Termina hincado a mi lado –casi encima de mí– sujetándome por el cuello mientras yo forcejeo, siento como mis rodillas golpean sus costillas, mi mano libre alcanza su rostro y rasguño su mejilla, pero nada funciona, cierra su mano en mi cuello, asfixiándome. La música se vuelve más tenue y una oscuridad comienza a ceñirse alrededor de mi campo de visión; poco a poco las fuerzas me abandonan y lo único que percibo son sus ojos verdes viéndome con atención y aparente paz. Me libera y jalo aire, mi oído vuelve a captar todos los sonidos, la sensibilidad regresa y con ella el dolor. Sus hombres me toman por los brazos y me llevan arrastrando hacia la puerta tal y como él me dijo que lo haría si escogía el camino difícil. M
IVEstoy tirada en el piso, el frío se apodera de mi cuerpo, pero no hago nada por evitarlo, aunque me abrazara a mí misma, no sería suficiente. ¿En dónde estaré? Por la temperatura, no creo que siga en la bella Italia, debo de estar más al norte. Cierro mis ojos y un conjunto de violines llegan a mis oídos anunciando la llegada de mi desgracia. Reconozco la melodía, es «Sinfonía no. 9» de Beethoven. En contadas ocasiones llegué a escucharla en la casa cuando era pequeña, a mi padre le gustaba la música clásica aunque no siempre la escuchaba.El sonido de la puerta abriéndose ya no me toma por sorpresa. Me siento esperando a ver esos ojos verdes que, aunque son claros, parecen oscurecidos por la maldad y esquizofrenia que vive en su corazón. Un hombre encapuchado entra y me apunta con su arma.—Levántate, manos
Un grupo de niños corre cargando bultos de unos 20 kilos, aun así, los llevan sobre sus espaldas como si no pesaran nada; sus frentes sudan y sus labios se ven pálidos, sus ojos tienen las pupilas dilatadas y a un lado un grupo de hombres con tablas, hojas y cronometro miden su resistencia y hablan entre ellos. Triste final para criaturas tan jóvenes. Volvemos a internarnos en la edificación, pasamos por un pasillo lleno de puertas hasta que llegamos a la indicada; el director gira el pomo para entrar. El lugar parece una nave de producción. Cuando era niño viví un par de años en una granja avícola, ayudaba a mi padrastro a cuidar de sus pollos a cambio de seguir viviendo bajo su techo y tener una comida mediocre; aunque mi tiempo ahí no duró mucho –ya que terminé cortándole el cuello–, aún recuerdo el tamaño de esas naves, con techos de doble agua, piso de aserrín y ventanas con malla. En este caso, solo respeta el tamaño, pues no hay aserrín y mucho menos ventanas.
Me molesta la boca floja de ese director. Resoplo y me levanto de ese colchón tieso e incómodo. —Mi mami es muy buena, si le das una oportunidad pueden ser amigos, ella hace unas malteadas asombrosas… solo… dale una oportunidad. —Me ve anhelante, con esperanza de hacerme cambiar de parecer, como si el dinero que me dan los Rudenko pudiera ser fácilmente reemplazado por malteadas. —La vida no funciona así, Mishka… —¿La llevarás a comer? —Me interrumpe y baja la mirada—. Preguntaste por su comida favorita… —Me encantaría tener una plática con tu madre y quiero que esté cómoda… Creo que es una mujer fascinante de la cual se puede aprender mucho. —Mi mamá ama a mi papá… Ella no saldrá contigo, mi papá te pegará muy duro si quieres ser novio de mi mamá. —De nuevo me ve con el ceño fruncido, molesta y celosa. Rio a carcajadas divertido por su idea. —Descuida… Sé que tu mamá no me aceptaría de esa forma. ¿Sabes?... La relación e