Hay algo en sus ojos, es como ver a una pequeña Samantha, tiene todo el potencial para ser como su madre. Me hinco frente a ella y acaricio el peluche negro de su oso.
—Te quedarás aquí… ¿entendido?
—Quiero ir con mi mamá.
—No puedes y aunque así fuera, créeme, no te gustará estar ahí…
Sus ojos se despegan del edificio frente a nosotros y me ven con terror.
—Tu madre está en una prisión de alta seguridad donde la torturaré hasta que me canse, le causaré mucho dolor, más del que jamás ha soportado. —Sonrío complacido por hacer su horror más grande.
—¿Por qué? —pregunta con lágrimas en los ojos.
—Porque me han pagado para hacerlo, es mi trabajo.
—No lastimes a mi mamita. —De nuevo los sollozos, su llanto ahogado contra
Levanto mi codo y cuando lo dirijo hacia su nariz, su mano se interpone, sus ojos no dejan de ver directo a los míos sin perder la compostura. Busco golpearlo con mi otra mano, pero me sujeta del cuello, me levanta y me deja caer en el piso con fuerza. Termina hincado a mi lado –casi encima de mí– sujetándome por el cuello mientras yo forcejeo, siento como mis rodillas golpean sus costillas, mi mano libre alcanza su rostro y rasguño su mejilla, pero nada funciona, cierra su mano en mi cuello, asfixiándome. La música se vuelve más tenue y una oscuridad comienza a ceñirse alrededor de mi campo de visión; poco a poco las fuerzas me abandonan y lo único que percibo son sus ojos verdes viéndome con atención y aparente paz. Me libera y jalo aire, mi oído vuelve a captar todos los sonidos, la sensibilidad regresa y con ella el dolor. Sus hombres me toman por los brazos y me llevan arrastrando hacia la puerta tal y como él me dijo que lo haría si escogía el camino difícil. M
IVEstoy tirada en el piso, el frío se apodera de mi cuerpo, pero no hago nada por evitarlo, aunque me abrazara a mí misma, no sería suficiente. ¿En dónde estaré? Por la temperatura, no creo que siga en la bella Italia, debo de estar más al norte. Cierro mis ojos y un conjunto de violines llegan a mis oídos anunciando la llegada de mi desgracia. Reconozco la melodía, es «Sinfonía no. 9» de Beethoven. En contadas ocasiones llegué a escucharla en la casa cuando era pequeña, a mi padre le gustaba la música clásica aunque no siempre la escuchaba.El sonido de la puerta abriéndose ya no me toma por sorpresa. Me siento esperando a ver esos ojos verdes que, aunque son claros, parecen oscurecidos por la maldad y esquizofrenia que vive en su corazón. Un hombre encapuchado entra y me apunta con su arma.—Levántate, manos
Un grupo de niños corre cargando bultos de unos 20 kilos, aun así, los llevan sobre sus espaldas como si no pesaran nada; sus frentes sudan y sus labios se ven pálidos, sus ojos tienen las pupilas dilatadas y a un lado un grupo de hombres con tablas, hojas y cronometro miden su resistencia y hablan entre ellos. Triste final para criaturas tan jóvenes. Volvemos a internarnos en la edificación, pasamos por un pasillo lleno de puertas hasta que llegamos a la indicada; el director gira el pomo para entrar. El lugar parece una nave de producción. Cuando era niño viví un par de años en una granja avícola, ayudaba a mi padrastro a cuidar de sus pollos a cambio de seguir viviendo bajo su techo y tener una comida mediocre; aunque mi tiempo ahí no duró mucho –ya que terminé cortándole el cuello–, aún recuerdo el tamaño de esas naves, con techos de doble agua, piso de aserrín y ventanas con malla. En este caso, solo respeta el tamaño, pues no hay aserrín y mucho menos ventanas.
Me molesta la boca floja de ese director. Resoplo y me levanto de ese colchón tieso e incómodo. —Mi mami es muy buena, si le das una oportunidad pueden ser amigos, ella hace unas malteadas asombrosas… solo… dale una oportunidad. —Me ve anhelante, con esperanza de hacerme cambiar de parecer, como si el dinero que me dan los Rudenko pudiera ser fácilmente reemplazado por malteadas. —La vida no funciona así, Mishka… —¿La llevarás a comer? —Me interrumpe y baja la mirada—. Preguntaste por su comida favorita… —Me encantaría tener una plática con tu madre y quiero que esté cómoda… Creo que es una mujer fascinante de la cual se puede aprender mucho. —Mi mamá ama a mi papá… Ella no saldrá contigo, mi papá te pegará muy duro si quieres ser novio de mi mamá. —De nuevo me ve con el ceño fruncido, molesta y celosa. Rio a carcajadas divertido por su idea. —Descuida… Sé que tu mamá no me aceptaría de esa forma. ¿Sabes?... La relación e
—Este no es el lugar indicado para tener a tus hombres —dice Dusha entrando por la puerta desvencijada. —Es lo mejor que tenemos —digo sin voltear a verla, prefiero enfocarme en el ventanal roto detrás del escritorio desde donde el dueño anterior vigilaba la producción. Ahora solo quedan escombros y oxido a mis pies. —Tienes que hacerte de otro lugar, con el dinero que has obtenido de esos italianos te debe de alcanzar para algo lindo. Solo por ella buscaría un lugar agradable para que siga instruyendo a las rusalkas y organizando a los berserkers. Sirvo un vaso más de vodka y cuando estoy dispuesto a beber de él, ella coloca su mano en mi muñeca deteniéndome. —Nikolai… te estás destruyendo —dice como una madre preocupada. —Cada paso que doy es un callejón sin salida —digo con el alma rota. Sus ojos destilan lástima. —Mi pekesu… —«Mi pequeño niño» dice con ternura y acaricia mi mejilla— …no soy una mujer de fe, pero en
—Lo siento tanto —dice Dusha a mi lado acariciando mi espalda. —La perdí. —Ahora el significado se vuelve abrumador, agonizante, la perdida es absoluto, no solo se fue, sino que dejó de existir. —Creo que… fue suficiente —dice Irina y el doctor coloca de nuevo la sábana encima del cuerpo. —¡NO! —Tomo la mano del médico deteniéndolo—. Quiero estar a solas con ella. Se ven entre ellos, dudando de mi cordura, pero necesito quedarme solo un poco más. Dusha asiente con la cabeza y toma de la mano a Irina dándole un ligero apretón; Irina entiende la señal y hace un movimiento con la cabeza invitando al doctor a seguirlas hacia afuera de la morgue. Me apoyo contra el borde de la plancha mientras ellos salen por la puerta. Veo el cuerpo inerte, el cuello cortado y las lesiones en su carne; ya no tiene la blancura que tenía en vida, ahora es de un color verdoso amoratado, carne en putrefacción. Mis piernas no responden, mis rodillas se doblan y caigo a
—Por favor, por aquí. —El verdugo señala con una mano otra puerta.Camino con paso precavido, un escalofrío me recorre por completo. Es una recamara, una cama en el centro y un closet, nada ostentoso ni elaborado; aprieto los dientes y tengo ganas de salir corriendo. El verdugo me toma de la mano y me lleva hacia una puerta dentro de la misma habitación, cuando la abre muestra un baño sencillo y pequeño, una regadera, un retrete y un lavamanos. Se acerca a las llaves y las giras haciendo que caiga agua de la ducha, se remanga la camisa y mide la temperatura.—No sé qué tan caliente te guste el agua, pero a mi parecer, esa es una temperatura agradable. —El verdugo se seca la mano con una toalla.No sé qué cara he de estar poniendo, pero le causa risa.—Aquí están las toallas para que te seques en cuanto termines, dentro hay jabón y shamp
Se trata de pasta con camarones, el olor es sublime; hay pan de ajo en el centro y un pequeño plato con aceite y vinagre balsámico para remojar el pan así como queso parmesano. —¿No tienes hambre? ¿Me dirás que ese potaje que te sirven todos los días es mejor que esto? —pregunta con una sonrisa, seguro de que voy a caer en la tentación. —¿Me quieres envenenar? —Es lo único que se me ocurre para justificar todo esto. Libera una carcajada estridente que me hace retroceder un par de pasos. De pronto veo el tenedor al lado del plato convenciéndome a acercarme, me siento frente a la mesa y el verdugo pone sus manos en mis hombros el tiempo suficiente para acariciarlos. —Si te quisiera matar, no sería por medio de un veneno… —Entonces solo quieres intoxicarme… —En verdad es hilarante tu sentido del humor. —Saca una botella de vino de una cubeta con hielo y con habilidad lo descorcha para servirlo en dos copas. Cuando lo tengo a mi la