MARTIN—¡¿Dónde estás, maldito loco?! Si le haces algo a mi hija, juro por Dios que yo mismo te mataré con mis propias manos. ¿Por qué te la llevaste? ¡Habla de una maldita vez!—Hola, Rodrigo —respondí con calma.—¡Déjate de estupideces y dime dónde está mi hija! Ponla al teléfono ahora mismo.—Aquí hay un malentendido…—¡Ningún malentendido! Ya sé toda la verdad. Bryan me mostró las pruebas. Entraste a su casa, Martín. Tú pusiste el video en su laptop y lo grabaste. ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡Estás enfermo! Quiero que devuelvas a mi hija ahora mismo.—Laura no va a volver —sentencio.—Entrégala y no pondré la denuncia contra ti.—No voy a separarme de ella.—¡Debes afrontar las consecuencias de tus malas acciones!Guardo silencio unos segundos antes de responder con voz tensa.—Nunca quise que esto se saliera de control… Actué por celos y miedo.—¡Una persona normal no reacciona así! ¡Quiero hablar con mi hija, ahora mismo!Laura me arrebata el teléfono y habla con firmeza.—Ba
RAMIROHan pasado tres meses y me siento fatal con la ausencia de Laura. Además, Martín cada mes me envía una foto de las que podría publicar, y me estoy volviendo loco. Me desconcentro en clases, las salidas con mis amigos ya no me divierten, no quiero salir a la calle, y mi noviazgo con Jazmín se está yendo al carajo.Ella y Damián me aturden, y no sé cómo decirles la verdad. Me siento solo. Las pesadillas han vuelto, igual que cuando era niño y la ansiedad por la muerte de papá me consumía.—¿Qué diablos te pasa? —Celina me mira fijamente—. Te conozco y sé que algo te está destrozando. ¿Por qué no confías en mí?Intento esquivar la conversación, darle rodeos, pero Celina es más astuta de lo que pensaba. Me acorrala con la mirada y con su insistencia, hasta que las palabras simplemente salen.Le confieso la verdad. Todo.Le hablo de Martín, de las fotos, de su chantaje. Le hablo de mi relación con Damián y de cómo no sé cómo manejarlo. Le hablo del miedo que me consume, de lo que es
RAMIROHan pasado cuatro meses más. Cuatro meses de silencio, de miedo, de incertidumbre. Aunque aún no encontramos a Laura, cada día que pasa siento que me ahogo más en esta mentira. Celina me lo dice sin rodeos: cobarde. Y quizás tenga razón. Pero no entiende lo que está en juego, lo que puedo perder si abro la boca.Martín no se ha detenido. Además de las fotos, ahora llegan amenazas. No son simples advertencias, son órdenes disfrazadas. Quiere información, detalles sobre mi familia, sobre lo que sabemos de Laura. Me he convertido en su informante a la fuerza. Y lo peor de todo…He hablado con Laura sin que nadie lo sepa.Cada vez que su voz suena al otro lado de la línea, el peso en mi pecho se aligera un poco. Pero también aumenta el peligro. Sé que Bryan no ha dejado de buscarla. Sé que Rodrigo tampoco ha abandonado la cacería. Y si descubren que he estado en contacto con ella…—Ramiro, por favor… solo espera hasta que nazca el bebé —me pidió Laura en nuestra última llamada. Su
RAMIROCuando levanto la mirada, Rodrigo sigue observándome con sus ojos llenos de decepción.Avanza hacia mí, extendiéndome el teléfono.—Dime dónde está Laura. Ahora.No intento resistirme. No tiene sentido.Le doy la dirección.Rodrigo no pierde el tiempo. Marca un número y lo coloca en su oído.—Montenegro, necesito que te pongas en marcha. Tenemos la ubicación.Sin más palabras, se gira y se mira —De esto ni una palabra a Martín. Voy a recuperar a mi hija.Luego se va junto a mi madre, llevándose consigo la única oportunidad que Laura tenía de permanecer oculta.Me quedo ahí, sintiéndome vacío.Subo a mi habitación.Cierro la puerta.Me dejo caer en la cama, sintiendo cómo todo lo que construí para protegerme se desmorona.Pero no tengo mucho tiempo para lamentarme.La puerta se abre de golpe, y Celina entra hecha una furia.—Eres un maldito cobarde.Me incorporo de golpe, sorprendido por la violencia en su voz.—Celina, yo…—¡Cállate! —me interrumpe—. ¡Deja de esconderte detrás
RAMIROTres días.Eso fue lo que me tomó perderlo todo.Tres días después del escándalo, mi madre decidió que lo mejor era enviarme lejos, fuera de Colombia, lejos de la vergüenza, lejos del desastre que Martín y yo habíamos causado.Brasil.Ese era mi nuevo destino.El avión aterrizó en Brasil cuando el sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas. Mi pecho se sentía pesado, como si hubiera dejado una parte de mí en Colombia, en el caos que había sido mi vida los últimos días. Mi madre decidió que lo mejor era enviarme con mi tío André, lejos de todo el escándalo, lejos de las miradas y los juicios. No había hablado mucho con él antes, pero era el único que mi madre confiaba lo suficiente como para dejarme bajo su cuidado.No protesté.No tenía fuerzas para hacerlo.—Bienvenido a tu nueva vida —dijo mi tío con una sonrisa amable cuando nos encontramos. —Vamos, sobrino, el camino a casa es largo —dijo, tomando mis maletas sin esperar respues
MartinHabían pasado siete meses. Todo parecía estar en calma en Ipiales, un pequeño pueblo colombiano casi en la frontera. Me acostumbré a la rutina, al anonimato. Laura y yo habíamos encontrado un refugio temporal, una burbuja de tranquilidad que, aunque frágil, nos permitía respirar. Pero esa sensación de seguridad se desmoronó en un instante.Acababa de salir de una tienda con una bolsa en la mano cuando lo vi. Era Rodrigo.Me quedé helado. Mi cuerpo se tensó al instante, un escalofrío recorriéndome la espalda. Él también se detuvo, sus ojos reflejaban sorpresa y algo más… ¿Culpa? ¿Duda?Rodrigo estaba nervioso. Lo veía en sus manos temblorosas, en cómo su mirada me escaneaba, como si estuviera decidiendo si hablar o actuar. Pero no le di tiempo. Giré sobre mis talones y salí corriendo en la dirección contraria.Las calles eran estrechas, llenas de gente. Me movía rápido, esquivando vendedores ambulantes y motocicletas estacionadas. Mis pasos retumbaban en mis oídos. No sabía cuán
MARTINTal como lo dijo la curandera, al amanecer llegó a revisar a Laura. Su expresión se tornó seria mientras la observaba.—Es posible que tenga una intoxicación alimentaria… o una infección. Necesita ver a un médico lo antes posible, o el bebé podría estar en peligro.Sus palabras me pusieron en alerta de inmediato. Sin perder más tiempo, tomé el viejo auto que había conseguido y subí a Laura al asiento delantero. La anciana me dio su bendición antes de irnos.—No tengas miedo, muchacho. Nada malo va a suceder.Pero yo no estaba tan seguro. Mi mayor temor era que Bryan y Rodrigo aparecieran.Y entonces, mientras hablaba con la anciana, escuché su voz.—¡Martin! —era Rodrigo.El pánico me recorrió el cuerpo. Lo único que pensé fue en Montenegro… Me había traicionado. Sabía que Laura estaba mal y le había dicho dónde encontrarnos. Pero no podía perder el tiempo con eso ahora.Laura estaba casi dormida por la fiebre. Subí al auto y salí huyendo. Mientras Rodrigo regresaba para subir
MARTINMe trajeron al hospital, pero estoy detenido, atado a la camilla como un delincuente. El dolor es insoportable. Siento punzadas ardientes en el costado, un latido sordo en la cabeza, y cada respiración me quema los pulmones. Dicen los médicos que estoy muy malherido, pero quizá es la rabia y el dolor por no estar con Laura lo que me mantiene fuerte.O al menos, lo hacía.Porque me sedaron.Y cuando despierto, lo primero que veo es el techo blanco, demasiado brillante, demasiado estéril. Intento moverme, pero el frío del metal me detiene.Estoy esposado a la cama.La realidad me golpea como un puño en el estómago.¿Dónde está Laura?Giro la cabeza con esfuerzo, con la esperanza absurda de verla en algún lugar de esta maldita habitación. Pero no.En su lugar, hay un hombre con traje de pie junto a la puerta, mirándome con los brazos cruzados. Alto, delgado, con ojos afilados que escudriñan cada uno de mis movimientos.—¿Quién eres?—Soy el agente Kabil, encargado del caso.Su exp