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Capítulo 5: Sentimientos y torturas.

Los gritos resonaban por todo el lugar, una bodega abandonada, mugrosa y solitaria era el escenario perfecto para una tortura; para hacer pagar a sus enemigos con sangre todo el daño que le habían hecho.

Habían pasado exactamente dos años desde aquel fatídico día donde Ariadne había perdido la vida frente a sus ojos, dónde Enzo y sus cómplices la habían torturado, haciéndola sufrir la peor de las miserias hasta que no quedó nada de ella. La habían quebrado emocionalmente antes de que su cuerpo colapsara alcanzando la liberación de la muerte.

Dos años desde que había acordado una sociedad con Gianfranco Salvatore, dos años de que las agujas del reloj habían comenzado a moverse marcando el comience del fin, de una sentencia de muerte y dolor.

— ¡Por favor, no me mates! — rogaba aquel hombre atado a una silla, su ropa sucia, la sangre pegada a su piel, un ojo hinchado a causa de los golpes eran todo el panorama que representaba.

— ¿Que no te mate? — Alessandro jalo el cabello de aquel hombre, obligándole a inclinar la cabeza hacia atrás — ¿tú te detuviste cuando ella suplico que no la lastimaras?, ¿cuándo te suplico que no la tocaras?, no ¿verdad?... esto no es nada comparado con lo que ella sufrió — la rabia estaba plasmada en la voz de Alessandro, quien se alejó, haciendo una señal con su mano, de inmediato uno de sus hombre se acercó a su víctima, sosteniendo una pinza entre sus manos.

— ¿Cuál debería sacar ahora? — se preguntó el hombre sonriendo con malicia, antes de inclinarse y arrancar una de las uñas de la mano derecha del hombre atado, de un solo movimiento mientras un nuevo grito resonaba por el lugar.

— Tan piedad de mi... te lo suplico, tengo familia — lloro el hombre atado, antes de que dejarán caer un chorro de alcohol sobre su nueva herida, sintió como ardía de inmediato, quemando su piel maltratada.

— Cuéntame... ¿dónde puedo encontrar a Ludovico Petrovich? — Indago Alessandro, de pie frente a su víctima.

— No lo sé, nadie sabe su ubicación... por favor déjame ir — rogó una vez más aquel maltratado hombre, Alessandro puso los ojos en blanco; era increíble como al ser reducidos a nada menos que basura, podían suplicar misericordia cuando ellos nunca habían conocido el significado de aquella palabra. ¡No eran más que escoria!.

— Ya saben que hacer — dijo a sus hombres, quienes sonrieron con malicia antes de continuar con sus labores de tortura. ¿Cuánto más aguantaría aquel hombre?, no lo sabía y realmente le importaba muy poco. Era el tercer nombre que tachaba de su lista, en el transcurso de dos años era el tercer hombre con el que acababa, estaba llevando una venganza lenta y dolorosa; dejando lo mejor para el final: la muerte de Enzo Cassiano. Aquel a qué un día había admirado y respetado como su padre, como su mentor.

— Alessandro. El cargamento proveniente de Colombia ha sido entregado con éxito — informo Giovanni, mano derecha de Alessandro.

— Perfecto, esperemos que la mercancía de Bruselas también sea entregada sin inconvenientes — opino Alessandro, frunció el ceño al notar la expresión de preocupación que surcaba las facciones de su amigo — ¿Qué ocurre?.

— Nuestros hombre han detectado un nuevo cargamento que Enzo está moviendo de un lugar a otro, al menos de unas 15 mujeres — anunció, de inmediato las facciones de Alessandro mutaron, durante los últimos dos años se había encargado de apoderarse de las principales rutas y negocios de La 'Ndrangheta, excepto esa área pero si procuraba mantenerse al tanto y si podía intervenir con los cargamento para liberar a esas mujeres lo haría.

— Maldición — su mal humor acababa de aumentar a niveles inexplicables — no nos dará tiempo de intervenir.

— Hay algo más — Giovanni le extendió un papel — te ha llegado una nueva nota... está vez una dirección — informo, Alessandro tomo la nota leyendo aquello que decía.

— Aseguran que allí encontraré a mi ángel caído... ¡Va, solo es basura!... Seguramente es Enzo intentando que caiga en una trampa — concluyó, deshaciéndose del papel.

— No estaría mal echar un vistazo al lugar, estuve averiguando y parece ser un club clandestino, ya sabes... esos a los que tú padre entrega mujeres — Giovanni era eficiente como mano derecha, por lo que antes de dar cualquier informe procuraba tener todos los detalles posibles — podríamos visitarlo — miro su reloj de muñeca — aún tenemos tiempo.

— Bien, reúne a 3 de los mejores hombres y partamos de inmediato — pidió, mientras limpiaba la sangre que manchaba sus manos para poder colocar sus guantes de cuero negro.

En pocos minutos los cinco estuvieron rumbo a aquella dirección, el local quedaba oculto entre edificios, sin duda era un lugar de difícil acceso al que no podían llegar a menos que fueran invitados; de lo contrario era casi imposible notar que ese local estaba allí.

Ingresaron con cautela, Alessandro hizo señas a sus hombres para que se movieran por el lugar, el cual estaba poco iluminado gracias a las luces neón que alternaban su color entre rojo y verde; había un sin número de figuras, en su mayoría masculinas, bebiendo, gritando y arrojando fajos de billetes a la protagonista el espectáculo que se llevaba a cabo esa noche, era una mujer de silueta marcada y provocativa; la cual se movía por el escenario con gran naturalidad, bailando al ritmo de la música, realizando movimiento provocativos que no hacían más que causar euforia en el público.

A causa de la poca iluminación no podía detallar su atuendo pero parecía llevar botas de tacón de aguja, exageradamente altas y su vestimenta dejaba muy poco a la imaginación; sobre todo cuando se arrancó la falta de tipo escolar, arrojándola al público.

Alessandro, como todos los presentes, se sentía cautivado por aquella mujer misteriosa, sin poder apartar la mirada de ella; hasta que el espectáculo termino y las luces claras fueron encendidas, la mujer estaba de espalda; mirando sobre su hombro... de inmediato sus ojos se cruzaron con la mirada de Alessandro y ambos quedaron estáticos en su lugar.

Esos ojos azules claros como el cielo despejado, enmarcados por espesas pestañas... estaba seguro que conocía muy bien esa mirada, a pesar de no poder apreciar su rostro gracias a qué llevaba un antifaz sentía que la conocía y muy bien, se movió con rapidez entre la multitud, intentando llegar hacia el escenario mientras aquella mujer misteriosa bajaba con ayuda de algunos empleados del lugar, era más que evidente que estaba tratando evitar que él la alcanzara.

Siguió sus pasos apresurados por los largos pasillos del local, esquivando a otras bailarinas y al personal que se interponía en su camino, hasta que llegaron a la parte de atrás del local.

— ¡Ariadne! — grito apenas salieron al exterior, era un callejón oscuro y sucio, ella pareció quedar estática en su lugar, de espaldas a Alessandro quien observó la espalda ajena, como el cabello ahora rojo caía libre en finos rizos; probablemente estaba usando una peluca, pensó de inmediato — Ariadne — pronunció su nombre una vez más, extendiendo su mano temblorosa hacia ella. ¿De verdad era Ariadne o su mente le estaba jugando una muy mala pasada?, ¿había estado viva todo este tiempo?, si hacía era ¿por qué no había vuelto a él?

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