Inicio / Romance / En manos del mafioso / Capítulo 9: Desconfianza mutua.
Capítulo 9: Desconfianza mutua.

Él va y ven de dos cuerpos que se entregan en un encuentro desenfrenado, el deseo a flor de piel haciendo estragos como si el tiempo no hubiera pasado, los jadeos y gemidos invadiendo la habitación ante la pasional entrega.

— Nunca seré dulce contigo — le susurro al oído, ella sonrió con picardía, Alessandro la apego contrato la pared, haciendo que sintiera la frialdad chocar contra su pecho desnudo.

— ¿En qué momento te he pedido que seas dulce conmigo? — cuestiono con picardía. En respuesta Alessandro beso la piel de su cuello, hasta llegar al lóbulo de su oreja, provocando que Ariadne dejara escapar un sonoro gemido.

— Todos te van a escuchar — susurro, pasando su lengua por la sensible piel de la oreja ajena.

— Que escuchen y se mueran de la envidia — respondió con descaro, una de las manos de Alessandro comenzó a jugar con el sonrosado pezón femenino mientras que la otra se perdía entre los muslos de tersa piel. Ariadne gimió cuando sintió los dedos de Alessandro jugar con su intimidad.

— Eres una pequeña descarada — Ariadne sonrió con picardía, mientras extendía su mano hacia atrás para comenzar a jugar con el cabello de Alessandro, arqueo su espalda aumentando el rose contra los dedos del hombre.

Era tan descarada, tan apasionada que lo volvió loco, llevando su deseo a límites que nadie más podía conseguir, la hizo girar en un ágil movimiento; ella enredo sus piernas alrededor de la cintura masculino mientras Alessandro la sujetaba por las piernas, comenzando a embestirla sin delicadeza alguna. Ella la beso, gimiendo contra sus labios.

Sus encuentros desenfrenados, sin pudor, salvajes... liberando el deseo contenido por años... aún las caricias de Ariadne quemaban placenteramente su piel, aún la atención de Alessandro la hacía subir al cielo y bajar al infierno con demasiada rapidez...

Las horas avanzaron en un abrir y cerrar de ojos, entre besos, caricias, encuentros y entregas... el sol comenzaba a abandonar el cielo cuando Alessandro abandono la habitación, tan solo media hora después Ariadne salió totalmente arreglada, cubierta con un abrigo de cuero negro, guantes a juego y botas de tacón altas.

— Se a lo que juegas... Estás manipulando a Alessandro y él es tan iluso que no se da cuenta ,— expreso Giovanni cuando se encontró con la mujer en unos de los pasillos de la gran mansión.

— ¿De verdad?, ¿no crees que ese es un asunto entre tu jefe y yo?... — Ariadne avanzo unos cuantos pasos hacía Giovanni, hasta terminar acorralándolo contra una de las paredes — ¿no será que tú deseas tener lo que Alessandro posee?.

— No confío en ti, bruja... me encargaré de quitarte la máscara frente a Alessandro y disfrutaré acabarte con mis propias manos — Ariadne rio a carcajadas ante esa amenaza.

— ¿Sabes algo?... el sentimiento es mutuo Giovanni... yo no confío en ti y me encargaré de que Alessandro tampoco lo haga... ¿o es que acaso no fuiste tú quien le dijo a Alessandro que nuestro hijo estaba en la casa antigua?... Dime ¿eres un puto traidor o simplemente eres un incompetente que no sabe hacer su trabajo? — el semblante de Giovanni cambio totalmente — yo que tú me andaría con cuidado — Ariadne estaba tan cerca de él que podían sentir la respiración uno del otro — porque me muero de ganas por tener tu cabeza servida en bandeja de plata — le dio un suave beso, mordiendo su labio inferior antes de guiñarle un ojo y alejarse riendo con descaro.

— M*****a mujer — dijo Giovanni para sí mismo mientras limpiaba su boca con desagrado. Se preguntaba ¿cómo Alessandro no se daba cuenta que esa mujer era una manipuladora?, ¡estaba encerrándolo en su red con demasiada facilidad! — ¡Lorenzo!, ¡Francesco!... no le quiten la vista de encima — le ordeno a dos de sus hombres, nada ni nadie le sacaría de la cabeza que acababan de meter a una víbora mortal a su morada.

Mientras Ariadne se acercó a uno de los puntos de control, exactamente a la espectacular colección de autos que Alessandro poseía.

— No tienes ni idea de lo mucho que me fascinan la hombres llenos de tatuajes y más si son de brazos fuertes como tú — fueron sus palabras hacia el guardia de seguridad, mientras le acariciaba el brazo completamente tatuado.

— Buenas tardes señorita... — hizo una pausa ya que no sabía el nombre de la mujer que su jefe había traído en la madrugada.

— Moretti... pero para ti puedo ser solo Ariadne — le guiño un ojo de forma descarada, se acercó mucho más a él, tocando su fuerte pecho con tan solo un par de dedos, se forma sutil y coqueta — ¿qué tal si me llevas a dar una vuelta en uno de esos hermosos autos? — se inclinó para hablarle al odio — un hombre como tu conducción uno de esos autos debe ser realmente excitante — mordió suavemente el lóbulo de la oreja ajena.

— No lo sé señorita — respondió el hombre con voz cortada, rápidamente carraspeó para retomar la compostura — no puedo moverme de aquí sin autorización del jefe.

— Bueno... ve y dile a tu jefe, que estoy aburrida y quiero que me lleves a dar una vuelta mientras él se desocupa para atenderme... verás que no te dirá que no... ve... yo estaré esperándote aquí — la picardía con la que hablaba, su mirada abrumadora, la seducción que irradiaba fue más que suficiente para hacer que el hombre accediera a moverse de su puesto de trabajo.

Ariadne se despidió con un suave movimiento de su mano, mientras se sentaba sobre el escritorio del punto de control, cruzando sus piernas de forma sugerente. El hombre le dio una mirada rápida antes de perderse en el interior de la mansión.

— Los hombres son tan predecibles — se bajó del escritorio, acercándose a la cabina donde estaban guardadas todas las llaves de los autos que allí estaban estacionados, tomo una presionando inmediatamente el botón para desbloquear el auto y descubrir a cual pertenecía, sonrió en el momento en que la suave y corta alarma del auto sonó indicando que estaba desbloqueado, lo abordo encendiendo el motor para salir rápidamente apenas la puerta automática de la cochera se abrió.

Mientras el hombre encargado de vigilar ese puntos de control regresaba en compañía de Alessandro y sus guardaespaldas.

— Maldiciones... estoy rodeado de incompetentes — hablo Alessandro enojado. ¡Ariadne se le había escapado con tanta facilidad que daba vergüenza! ¿Y si decidía nunca más volver? — ¡No se queden allí como unos inútiles!, ¡prepárense para ir tras de ella, imbéciles!.

De inmediato los hombres comenzaron a movilizarse.

— Te dije que en esa mujer no se debe confiar — le recordó Giovanni.

— Está me las pagaras Ariadne, conmigo no se juega — apretó los puños enojado. Ariadne acababa de poner a prueba su paciencia... cuando le pusiera las manos encima...

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP