Tiffany ♥59♥

Años después, recordando aquel golpe de audacia, para el cual sólo el

amor podía haberle dado fuerzas, lo que más admiraba en su temeraria

empresa era el piquillo de su pretensión, los doscientos reales en que

su demanda había excedido a su necesidad. «¿Por qué pedí mil reales en

vez de ochocientos?». No se lo explicó nunca.

Juan Nepomuceno miró, sin contestar, a su afín. ¡Mil reales! Aquel

mentecato se había vuelto loco.

--Sí, señor, mil reales; y no hace falta que mi mujer sepa nada; yo se

los devolveré a usted mañana mismo; se trata de sacar de un apuro a un

amigo de la infancia... paga segura....

--Amigo de la infancia... paga segura.... No lo entiendo.

Esto fue todo lo que dijo el tío administrador. ¿Cómo un amigo de la

infancia de aquel pelagatos podía ser paga segura? Esto quería dar a

entender, y Bonifacio, comprendiéndolo, rectificó:

--De la infancia... precisamente... no... es uno de los amigos de la

viuda de Cascos....

Y se puso otra vez muy colorado.

Juan clavó una mirada
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