A la mañana siguiente, a las ocho, despertaron a Bonifacio diciéndoleque deseaba verle un señor sacerdote.--¡Un sacerdote a mí! Que entre.Saltó de la cama y pasó al gabinete contiguo a su alcoba; no puededecirse a su gabinete, pues era de uso común a todos los de casa.Atándose los cordones de la bata saludó a un viejecillo que entrabahaciendo reverencias con un sombrero de copa alta muy grande y muygrasiento. Era un pobre cura de aldea, de la montaña, de aspecto humildey aun miserable.Miraba a un lado y a otro; y, después de los saludos de ordenanza, puesen tal materia no mostraban gran originalidad ninguno de losinterlocutores, el clérigo accedió a la invitación de sentarse,apoyándose en el borde de una butaca.--Pues--dijo--, siendo usted efectivamente el legítimo esposo de doña EmmaValcárcel, heredera única y universal de D. Diego, que en paz descanse,no cabe duda que es usted la persona que debe oír... lo que, en elsecreto de la confesión... se me ha encargado decir
Dio expresivas muestras de gratitud al zapatero, que se ofreció aacompañarle a su casa y salió, sacando fuerzas de flaqueza, a pasolargo, sin saber adónde iba. «Yo debía tirarme al río», se dijo. Peroenseguida reflexionó que ni por aquella ciudad pasaba río alguno, ni éltenía vocación de suicida. Pasó junto al café de la Oliva, donde solíatomar Jerez con bizcochos algunos domingos, al volver de misa mayor, yel deseo de un albergue amigo le penetró el alma. Entró, subió al primerpiso, que era donde se servía a los parroquianos. Se sentó en un rincónoscuro. No había consumidores. El mozo de aquella sala, que estabaafinando una guitarra, dejó el instrumento, limpió la mesa de Reyes y lepreguntó si quería el Jerez y los bizcochos.--¡Qué bizcochos!, no, amigo mío. _Botillería_, eso tomaría yo de buenagana. Tengo el gaznate hecho brasas....El mozo sonrió compadeciendo la ignorancia del señorito. ¡_Botillería_ aaquellas horas!--Ya ve usted... _botillería_ a estas horas....--E
En el café de la Oliva se dispuso cierta noche una cena para docepersonas, en el comedor de arriba; un cuarto oscuro que a los calaverasdel pueblo y al amo del establecimiento les parecía muy reservado, y muymisterioso, y muy a propósito para orgías, como decían ellos.El camarero de la guitarra y otros dos colegas se esmeraban en elservicio de la mesa, porque eran los de la ópera los que venían a cenar;y... ¡colmo de la expectación!, se aguardaba también a las cómicas;vendrían la tiple, la contralto, una hermana de esta y la doncella deSerafina, que en los carteles figuraba con la categoría dudosa de otratiple.El único profano a quien se invitó fue Bonifacio; él, lleno de orgulloartístico, pero recordando que la hora señalada para la tal cena era delas que su esposa le tenía embargadas para las últimas friegas, ofrecióir a los postres y al café, reservándose el cuidado de echar a correr asu tiempo debido. No sabía que a lo que él iba era a pagar. Esto lo supodespués, cu
Durmió como un muerto, pero no mucho. Como un resucitado volvió a lavida haciendo guiños a la luz cruda de un rayo del sol del mediodía, quepor un resquicio de la ventana mal cerrada, se colaba hasta la punta desus narices, hiriéndole además entre ceja y ceja.Aquel rayo de luz le recordaba los rayos místicos de las estampas de loslibros piadosos; él había visto en pintura que a los santos reducidos aprisión, y aun en medio del campo, les solían caer sobre la cabeza rayosde sol por el estilo del que le estaba molestando. Si él fuese idólatra(que no lo era), vería en aquello la mano de la Providencia. No eraidólatra, pero creía en el Hacedor Supremo y en su justicia, que teníapor principal alguacil la conciencia. Indudablemente su situación, la deBonis, se había complicado desde la noche anterior. «Hueles a polvos dearroz», había dicho la engañada esposa, tres veces lo había dicho, y envez de irritarse... de envenenarle o ahorcarle... ¡cosa más rara!...Y al llegar aquí se
Una mañana, muy temprano, Eufemia entró en la alcoba de Reyes, y ledespertó diciendo:--La señorita llama, quiere que el señorito vaya a buscar a D. Basilio.--¿Al médico?--gritó Bonis, sentándose de un brinco en la cama yrestregándose los ojos hinchados por el sueño--. ¡Al médico, tantemprano! ¿Qué hay, qué ocurre?No se le pasó por las mientes que se pudiera necesitar al médico paracurar algún mal; la experiencia le había hecho escéptico en este punto;ya suponía él que su mujer no estaba enferma; pero Dios sabía quécapricho era aquel, para qué se quería al médico a tales horas y cuálsería el daño, casi seguro, que a él, a Reyes, le había de caer encima aconsecuencia de la nueva e improvisada y matutina diablura de su mujer.--¿Qué tiene? ¿Qué pide?--preguntaba con voz de angustia, como implorandoluces y auxilio y fortaleza en el preguntar; mientras, a tientas,buscaba debajo del colchón los calcetines.Eufemia se encogió de hombros, y, acordándose del pudor, salió de laalc
Carlos era admirador del arte en todas sus manifestaciones,según él se decía; y aunque la música era la manifestación predilecta,porque le llegaba más al alma, con una vaguedad que le encantaba y queno le exigía a él previo estudio de multitud de ideas concretas quedebían de andar por los libros de facultad mayor; y aunque la susodichamúsica era el arte que él mejor poseía, merced a sus estudios de solfeoy de flauta, no había dejado de ejercitarse en una u otra época de suvida, sin pretensiones, por supuesto, en cuanto mero aficionado, enotros medios humanos de expresar lo bello. La poesía le parecía muyrespetable, y sabía de memoria muchos versos; pero las dificultades delconsonante siempre le habían retraído del cultivo de las musas;despreciaba, porque su sinceridad de hombre de sentimiento y deconvicciones no le permitían otra cosa, despreciaba los ripios y hastalos consonantes fáciles; y así, las pocas veces que había ensayado lagaya ciencia, se había ido derecho al
Ardían en las arañas de cristal muchas docenas de bujías de esperma;allá, al extremo del salón, sobre una plataforma improvisada, larespetable orquesta de los músicos sedentarios, de los profesoresindígenas, inauguraba la fiesta con una sinfonía de su vetustorepertorio: allí estaba el trompa, refractario al italiano y a laafinación; allí el espiritual violinista Secades, que había soñado conser un segundo Paganini, que había pasado noches y noches, días y días,buscando en las cuerdas, acariciadas por el arco, ora lamentos de amorsublime, ora imitaciones exactas de los ruidos naturales; v. gr.: losrebuznos de un jumento. ¡Sarcasmo de la suerte! El rebuzno lo habíadominado; su arco había llegado a hablar como la burra de Balaam; perola inefable cantinela del amor, los ayes de la pasión sublime, losreservaban aquellas cuerdas para otro arco amante, no para el deSecades. El cual, ya maduro y desengañado, iba prefiriendo su otrooficio de zurupeto, y más atendía ya a la banca
Terminó el concierto a la una de la madrugada, y como era costumbre enel pueblo, en vez de disolverse la reunión, se pusieron a bailar losjóvenes con el mayor ahínco, muy a placer de las señoritas, que sólotoleraban dos o tres horas de música con la esperanza de estar bailandootras dos o tres horas. Emma no pensó en retirarse mientras quedase allíalma viviente. En cuanto a Marta Körner, estaba demasiado ocupada parapensar en el tiempo. ¡Íbale tanto en perseguir las fieras, es decir, enla caza mayor a que se había entregado en cuerpo y alma, que ya ni veíani oía lo que estaba delante; para ella no había en el mundo más que suJuan Nepomuceno, con sus grandes patillas! Desde antes de terminar elconcierto habían hecho rancho aparte, en un rincón de la sala; y allíestaba la alemana enseñándole el alma, y un poco, bastante, de lablanquísima pechuga, al acaramelado mayordomo, futuro administrador dela fábrica de productos químicos. Körner, aunque muy metido enconversación con M