Tiffany ♥67♥

Ardían en las arañas de cristal muchas docenas de bujías de esperma;

allá, al extremo del salón, sobre una plataforma improvisada, la

respetable orquesta de los músicos sedentarios, de los profesores

indígenas, inauguraba la fiesta con una sinfonía de su vetusto

repertorio: allí estaba el trompa, refractario al italiano y a la

afinación; allí el espiritual violinista Secades, que había soñado con

ser un segundo Paganini, que había pasado noches y noches, días y días,

buscando en las cuerdas, acariciadas por el arco, ora lamentos de amor

sublime, ora imitaciones exactas de los ruidos naturales; v. gr.: los

rebuznos de un jumento. ¡Sarcasmo de la suerte! El rebuzno lo había

dominado; su arco había llegado a hablar como la burra de Balaam; pero

la inefable cantinela del amor, los ayes de la pasión sublime, los

reservaban aquellas cuerdas para otro arco amante, no para el de

Secades. El cual, ya maduro y desengañado, iba prefiriendo su otro

oficio de zurupeto, y más atendía ya a la banca
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