Capítulo 2
Después de dos días en el hospital, Alessia me llevó de regreso a casa.

Quise irme con ella.

Pero Alessia bloqueó la puerta del carro con una mano y suspiró con desprecio:

—Mejor quédate. Si recuperas la memoria y vuelves a llorar y rogar por Leonardo, no quiero ser yo la mala de la historia.

Aún se veía afectada, como si los últimos años la hubieran envejecido por culpa del estrés que le había tocado soportar. Parecía que hasta había desarrollado un estrés postraumático por todo lo que había pasado.

Vi cómo su carro se alejaba y, con miedo, entré en la enorme mansión.

La casa era grande y espaciosa, pero yo la sentía completamente ajena. Sin embargo, cuando vi una pared repleta de fotos de una boda, supe que estaba en el lugar correcto.

Una mujer mayor, que parecía trabajar en la casa, se acercó y tomó mi equipaje.

—Señorita Montessi, el señor Ferrara está de viaje de negocios hoy y no regresará. No es necesario que lo espere para cenar.

Asentí y fui a las escaleras. La mujer se quedó sorprendida.

—Se…Señorita Montessi… ¿no va a preguntar por qué el señor Ferrara no regresa?

La miré con desconcierto y respondí con calma:

—¿No acabas de decir que está de viaje?

La mujer me observó con una expresión rara.

—Sí... eso dije. Pero, señorita, antes usted siempre dudaba de eso...

Con algo de fastidio, suspiré.

—Si no va a regresar, no hace falta que cocinen para él. Me voy a mi habitación.

Subí las escaleras sin voltear, dejando a la mujer murmurando para sí misma:

—Pues qué raro… parece otra persona.

Ya en mi habitación, me di un baño de inmediato. Aunque me habían atendido bien en el hospital, bañarme había sido complicado, y yo tenía una obsesión por estar limpia.

El agua tibia del baño me relajó por completo. En esos tres días, Alessia me había contado todo lo que había pasado.

¡Yo estaba casada!

Estaba casada con Leonardo, el hombre serio y atractivo que conocí en mi segundo año en la Universidad Nova Harmonis.

Según Alessia, llevaba siete años persiguiéndolo con desesperación.

Pero mis recuerdos solo llegaban hasta los 18 años, cuando era la heredera radiante de la familia Montessi, la joven más deseada de Harmonia.

En mis recuerdos, era joven, hermosa y rica. Desde pequeña había vivido en la abundancia, y la lista de mis pretendientes era tan larga que podía llegar hasta la luna.

Alessia solía decir que cada mechón de mi cabello brillaba con el resplandor de una verdadera princesa.

Pero todo cambió en mi segundo año de universidad, cuando conocí a Leonardo en un evento del club de teatro. Él era el invitado especial.

Desde entonces, me convertí en su sombra.

Durante toda mi vida universitaria, mi único propósito fue seguirlo y ser parte de su vida. No importaba el método, hice de todo: lo entendible y lo impensable.

Alessia decía que parecía estar poseída, porque incluso cuando Leonardo tenía novia, yo no me detenía.

Él tenía una relación con su amiga de la infancia, Bianca, pero eso no me importó. Fui detrás de él a pesar de que él ya amaba a otra. Y después de años de insistencia, por fin, en el último año de universidad, Leonardo aceptó casarse conmigo.

Sí, fui yo quien le propuso matrimonio.

Nos casamos rápidamente, sin una boda formal, sin una ceremonia elegante. Solo nos tomamos unas fotos y, emocionada, me convertí en la señora Ferrara.

Después de casarnos, la empresa de Leonardo, Harmonis CyberTech, enfrentó serios problemas. Él se entregó por completo a su trabajo, y al principio todo parecía estar bajo control. Pero, no me demoré mucho en darme cuenta de que nunca me había amado.

Encontré señales sutiles de la presencia persistente de su “amor del pasado” por toda nuestra vida: detalles dispersos en la casa, en su comportamiento, en su corazón.

Ese fue el momento en el que empecé a perder el control. Me obsesioné con seguir cada movimiento de Leonardo.

Contraté detectives para espiar a Bianca en el extranjero y gasté mucho dinero para descubrir la verdad detrás de su ruptura.

Lamentablemente, descubrí que mi matrimonio con él había sido solo una jugada estratégica.

Leonardo no me amaba, pero sí logró tomar el control de mi fortuna. Tan pronto como nos casamos, Harmonis CyberTech utilizó mi dinero y las acciones de NeuroSys Innovations para mantenerse a flote.

Mi familia, por otro lado, sufrió un impacto devastador.

Mi papá sufrió un derrame cerebral, mi mamá desarrolló una enfermedad del corazón por el estrés, y mi hermano, que siempre me había protegido, me abofeteó por primera vez en su vida.

En un abrir y cerrar de ojos, me convertí en un chiste entre los ricos de la ciudad. No solo un chiste, el don chiste.

Sin el apoyo de mi familia, me hundí aún más en la desesperación. Y cuanto más me obsesionaba, más me despreciaba Leonardo.

Mientras yo me volvía loca, él seguía viéndose con Bianca, su intocable "musa". Ella era la luz, la inspiración, la mujer pura e inalcanzable. Yo era la loca y patética esposa de la que quería huir.

Finalmente, en un ataque de desesperación, me subí al balcón y amenacé con lanzarme. Leonardo ni siquiera intentó detenerme. Solo se dio la vuelta y se fue.

Salté.

No morí, pero me golpeé la cabeza.

El agua del baño estaba helada. Me levanté, me envolví en una toalla y me miré en el espejo.

Mi reflejo mostraba una cara pálida, consumida y delgada.

—¿Qué diablos, Giuliana Montessi? —susurré.

Me di un golpe en la cabeza por la frustración.

¡Puta madre, cómo duele!

El dolor fue tan intenso que mis ojos se llenaron de lágrimas. En ese momento, la puerta del baño se abrió de golpe.

Levanté la mirada de inmediato.

Ahí estaba él.

Leonardo.

—Hijo de... —por instinto, me cubrí el pecho con los brazos y lo miré, llena de rabia.

Leonardo me observó con una expresión seria.

—Has estado en el baño mucho tiempo. Si ya terminaste, sal. ¿O acaso quieres que te saque cargada?

Sus ojos se desviaron hacia la bañera, la cual estaba llena de agua rojiza. Y sonrió con una expresión dura.

—No me digas que querías cortarte las venas y suicidarte en la bañera. Giuliana, ¿acaso no te importa tu familia?

Miré mi mano manchada de sangre.

Iba a explicarle que era por la herida en mi cabeza, pero él ya se había dado la vuelta.

Tomó una toalla y entró a la ducha.

Cuando se quitó la camisa, mi cuerpo se calentó de inmediato.

—¡¿Qué haces?!

Me puse de espaldas de inmediato, sintiendo cómo mi cara se encendía.

—Voy a ducharme —respondió con un tono burlón—. ¿Qué pasa? Antes te encantaba bañarte conmigo. ¿Y ahora te haces la inocente?

Mi piel ardía de vergüenza y enojo.

—¡Imbécil!

Salí del baño, furiosa.

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