Capítulo 4
Me di la vuelta y subí las escaleras.

Ver a Leonardo con esa actitud tan sumisa me provocaba un fastidio inmenso, parecía que no podía ver a una mujer sin buscar su atención.

—Señorita Giuliana, ¿cómo está su herida? —preguntó con dulzura la mujer que estaba abajo.

Me giré sin muchas ganas y respondí:

—Mucho mejor.

Leonardo interrumpió la conversación:

—No tiene nada, solo se golpeó.

Me reí con amargura.

—Leonardo, cuando estaba en el hospital, ni siquiera fuiste a verme. ¿Puedes dejar de meterte en lo que no te importa?

Leonardo se molestó.

—Giuliana, no seas grosera.

—¿Grosera yo? —le sonreí con sarcasmo—. Estoy diciendo la verdad, ¿y eso es malo? ¿O es que, para ti, cualquier cosa que diga para defenderme es solo un capricho sin sentido?

El desprecio en mi corazón alcanzó su punto máximo.

Estaba segura de que, en esos siete años de recuerdos perdidos, una y otra vez debí haber sido menospreciada y humillada por ese desgraciado.

Era un milagro que pudiera mantener la calma y que no hubiera perdido la cabeza antes.

En ese momento, la mujer levantó la cabeza y, con una mirada dulce, me sonrió amablemente.

La miré con desconfianza.

—¿Qué es lo que quieres?

Bajó la mirada y, con voz baja y llena de tristeza, respondió:

—Señorita Giuliana, he venido a disculparme. Sé que seguramente vio mis mensajes con Leonardo, por lo que pudo haber malinterpretado algo.

Volvió a mirarme. Sus ojos estaban enrojecidos y brillaban con lágrimas, con una expresión tan frágil que despertaba compasión.

Era una imagen realmente conmovedora.

Estaba a punto de ponerme sarcástica, pero, de repente, alguien entró corriendo desde afuera y se lanzó contra mí con fuerza.

—¡Giuliana, eres una bruja! ¡Fuiste tú la que quiso suicidarse y lanzarse del edificio! ¿Qué tiene que ver Bianca en todo esto? ¿Por qué la obligas a disculparse contigo?

El empujón me hizo caer hacia atrás, golpeando el borde de las escaleras.

Un dolor agudo recorrió mi espalda y mis talones dolían tanto que, por un momento, olvidé el dolor de la cabeza.

Yo pregunté:

—¿Ella es Bianca?

Miré con atención, por primera vez, a la mujer de la que tanto había oído hablar.

Bianca intentó acercarse para ayudarme, pero pude ver claramente cómo en sus ojos brillaba un destello de falsedad.

No me equivoqué.

Mientras se disculpaba una y otra vez con voz temblorosa, su tono estaba lleno de falsa compasión:

—Señorita Giuliana, lo siento mucho. ¿Dónde se lastimó? Marco es solo un niño, por favor, no se enoje con él.

Marco…

En ese momento, por fin, miré al joven que me había empujado con tanta fuerza.

Marco Ferrara.

Lo reconocí de inmediato. Tenía cierto parecido con Leonardo, seguro eran familiares.

Era su hermano menor.

Marco me miraba con furia, como si quisiera arrancarme la piel y dársela a unos perros hambrientos.

Me sujeté de la barandilla y, con esfuerzo, empecé a levantarme poco a poco.

Marco se colocó frente a Bianca, con una actitud de total protección. Parecía listo para atacarme si me atrevía a hacer algo.

Sin decir una sola palabra, subí lentamente las escaleras.

Los tres que estaban abajo no supieron cómo reaccionar.

Leonardo debía estar esperando que me rompiera en llanto y causara una escena. Bianca seguramente esperaba que la señalara y la insultara, para luego justificarse con lágrimas en los ojos. Y Marco estaba aún más sorprendido. Seguramente pensaba que me haría la víctima y lo culparía de todo.

Todos esperaban una tormenta… pero la tormenta nunca llegó.

Subí a mi habitación y cerré la puerta con fuerza.

Recuerdo a Marco. No recordaba a Leonardo, pero sí a Marco.

Porque Marco había sido compañero de mi primo, Vincenzo Rizzi.

Antes de perder mis recuerdos a los dieciocho años, Marco y mi primo me decían "hermana" como muestra de cariño.

En aquel entonces, Marco era un niño pequeño y tenía algunas complicaciones de salud.

Lo enviaron a una clínica privada propiedad de la familia Rizzi, y durante un verano en el que yo acompañaba a mi abuela, lo vi sentado solo en el jardín.

—¡Vaya, pequeño! ¿Estás aquí solito?

Recuerdo que llevaba un montón de bocadillos en la mano cuando lo saludé.

Al principio, Marco se mostró muy distante, pero cuando supo que yo era la prima de Vincenzo, nos volvimos inseparables.

Fue un verano maravilloso, pero pasó demasiado rápido.

Siempre pensé que Marco me veía como una hermana de verdad, pero su mirada desconfiada hace un momento… me resultó completamente extraña.

El empujón no fue tan fuerte, pero la caída me hizo mucho daño. El niño frágil y solitario de antes me había empujado con sus propias manos.

Me pasé una mano por la cara y me di cuenta de que estaba húmeda.

Me limpié las lágrimas lentamente.

Maldita sea. Leonardo no logró hacerme llorar, pero Marco, ese mocoso, sí.

No podía seguir un solo día más en esa casa.

Me sequé la cara y empecé a hacer mis maletas.

Abajo, en la sala de estar…

Bianca parecía llena de remordimiento.

—Leonardo, ¿será que llegué en mal momento? Giuliana parecía muy molesta. ¿Por qué no vas a consolarla? —preguntó con un tono preocupado.

Leonardo respondió con voz firme:

—No le hagas caso, siempre actúa así. En unos días se le pasará.

Sus ojos mostraban un claro fastidio.

Marco intervino:

—Bianquis, mejor no vengas sola otra vez. Giuliana...

Estuvo a punto de decir que era una "loca peligrosa", pero se detuvo.

Recordó la mirada de Giuliana mientras subía las escaleras. Estaba completamente destrozada.

Sacudió la cabeza, tratando de deshacerse de esa sensación extraña.

—Hermanito, mejor lleva a Bianca a casa. Yo me quedaré aquí vigilando a esa loca.

Bianca suspiró con tristeza.

—Marco, eres tan joven y ya tienes que aguantar sus insultos… Si tienes la oportunidad, por favor, discúlpate con ella por mí. No quiero que esto se salga de control.

Los ojos de Marco se llenaron de emoción.

—Bianca, tú no has hecho nada malo. Todo esto es culpa de ella que te echa la culpa de todo. Debes cuidarte. Leonardo y yo te protegeremos.

Bianca sonrió satisfecha y le agarró un cachete.

—Está bien. Me voy.

Miró a Leonardo con dulzura.

—No tienes que acompañarme.

Leonardo no estaba de acuerdo.

—No digas estupideces. Es peligroso. Te llevaré.

Tomó las llaves del carro y la ayudó con cariño.

Marco asintió.

—Que vuelvas, Bianca.

Ella miró a Leonardo, quien permanecía en silencio, y le respondió suavemente:

—Leonardo, ¿por qué no te marchas mejor? Yo en serio puedo regresar sola al hotel. Aunque está un poco lejos, yo puedo hacerlo.

Miró preocupada hacia arriba:

—Leonardo, es mejor que te vayas a consolar a Giulianita. Si no hubiera sido por ella, moviendo los fondos de la familia Montessi a tu favor, tu empresa no habría superado tan fácilmente la crisis. Ella está un poco engreída ahora, pero es normal. Tú solo aguántate el malgenio suyo que ya al rato se le pasa.

Leonardo le respondió aireado:

—El éxito en superar las dificultades de nuestra empresa Harmonis CyberTech de ninguna manera fue gracias a ella. Si no fuera por mí y por los empleados que superamos juntos la crisis, por más dinero que hubiéramos recibido, no habría servido de nada.

Hizo una pausa, su desprecio era más evidente:

—De ahora en adelante, no menciones más eso. Giuliana quiere que la adule por el resto de mi vida, ¡pero que sueñe!

Después de decir esto, tomó las llaves del auto y abrazó a Bianca:

—Vamos, no es seguro que una chica camine sola de noche. Te llevo.

Marco Ferrara también dijo con preocupación:

—Bianca, ya es tarde, mejor regresa pronto.
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