Capítulo 6
A la mañana siguiente, cuando desperté, ya eran las nueve.

Moví mi cuello adolorido y fui al baño a lavarme.

Cuando bajé, la sala estaba completamente vacía. En el comedor, solo había una persona desayunando.

Me acerqué y vi que era Marco.

Al notar mi presencia, Marco hizo un ruido de irritación y giró la cabeza para no mirarme.

Sentí un estrés antes de darme la vuelta e ir a la cocina. No había mucho que comer. Solo quedaban algunos huevos y unas rebanadas de pan duro.

Abrí la nevera, me serví un vaso de leche y me preparé un par de huevos fritos.

Cuando salí con mi desayuno, Marco me miraba como si hubiera visto un fantasma en pleno día.

Lo miré, seria.

—¿Por qué me miras así? ¿Acaso tengo algo en la cara?

Marco señaló la comida en mis manos.

—¿Entonces… sabes cocinar?

Su tono de incredulidad me resultó molesto.

—Freír huevos no es difícil.

Marco me miró, lleno de odio.

—No intentes hacer ninguna tontería.

Puse el vaso de leche con un golpe seco sobre la mesa.

El estruendo hizo que Marco se sobresaltara. Cuando reaccionó, su cara se llenó de ira.

—¿Qué demonios haces? ¿Quieres pelear o qué?

Bebí un sorbo de leche e ignoré sus palabras con indiferencia.

—Pues qué estúpido.

La cara joven de Marco pasó de roja a blanca en un instante.

—¿A quién llamas estúpido? Giuliana, no creas que por haber salido del hospital puedes hacer lo que te dé la gana. Estoy aquí para vigilarte por mi hermano y por Bianquis. No dejaré que vuelvas a arruinar su relación.

Me reí.

Marco me miró, confundido por mi reacción.

—¿De qué coños te ríes? Te hablo en serio. No dejaré que lastimes a Bianquis. Y ni se te ocurra hacerte la señorita de la familia Montessi conmigo. A Bianquis la puedes asustar, pero a mí no me engañas.

Extendí la mano.

—Muy bien. Dame el dinero.

Marco me miró con desprecio, como si creyera conocerme a la perfección.

—¿Plata? ¿Qué plata? Giuliana, eres una hijueputa interesada. Planeaste todo para casarte con mi hermano por plata, ¿no? No tienes vergüenza.

Lo miré, sin emoción.

—Exacto. No tengo vergüenza. Ahora dame el dinero.

Marco, viendo que no me afectaban sus palabras, se desesperó.

—¿Qué plata?

Mi sonrisa se volvió burlona.

—¿Qué más podría ser? Los 100 millones de pesos que la interesada invirtió en Harmonis CyberTech.

La cara de Marco se quedó en blanco.

Me reí con sarcasmo.

—Hace cinco años yo les di 100 millones. Si hubieran sido una inversión en acciones, tu familia tendría que darme una gran cantidad en dividendos. Si fue un préstamo, ¿sabes cuánto me deben ahora contando los intereses?

Saqué mi celular, abrí la calculadora y empecé a hacer las cuentas.

—Si tomamos en cuenta una rentabilidad del 11% al 12% anual… vaya, pues…

La cara de Marco, tan joven y arrogante, pasó por varias fases.

Parecía querer gritarme algo, pero no encontraba las palabras.

Bajó la mirada con incredulidad, mientras yo terminaba tranquilamente mi desayuno.

Después de limpiar mis labios con una servilleta, me puse de pie.

Marco, por fin, explotó.

—¡Giuliana, eres una hijueputa loca! ¿Qué demonios quieres hacerle a mi familia?

Me giré y observé su expresión. Era completamente diferente al hombre de mis recuerdos.

Con voz tranquila, murmuré:

—Antes me decías "Giulis".

El impacto en Marco fue inmediato. Se quedó completamente paralizado, mientras yo subía las escaleras.

Estaba agotada. Incluso desayunar se había convertido en una batalla.

Mi determinación de dejar a Leonardo se hacía más firme con cada minuto.

Llamé a Alessia.

Me contestó con voz desganada.

—Señorita Montessi, ¿qué es lo que pasa? ¿Ya hiciste las paces con Leonardo?

—No.

—¡¿Qué maldita sea?! —Alessia gritó tan fuerte que tuve que alejar el celular de mi oído.

Levanté una ceja.

—Dije que no.

Alessia se tranquilizó.

—¿Así que planeas aplicarle la ley del hielo? No funcionará. Leonardo es escorpio, domina esa táctica mejor que tú. No podrás ganarle. Prueba con otra cosa.

Suspiré.

—No quiero arreglar nada con él.

El tono de Alessia cambió a uno más desconfiado.

—Entonces, ¿qué piensas hacer? Oh… espera… ¡Ya sé! ¡Vas a sacar a Bianca del medio!

Su tono se volvió alarmado.

—¡Giuliana, te advierto! ¡Matar es ilegal! Debemos ser ciudadanos responsables.

Blanqueé los ojos.

—No voy a matar a Bianca.

Escuché un sonido como si Alessia se hubiera ahogado con su propia saliva.

Después de unos segundos, preguntó:

—Giuliana, deja de jugar. Dime qué planeas. Tu intento de suicidio fue noticia en toda la ciudad. Si la familia Montessi no tuviera acciones en los principales medios y tu hermano no cuidara la reputación de todos, serías la persona más criticada del país.

Dios, dame paciencia.

—Alessia, en serio… Perdí la memoria. Leonardo no me cree, ¿tú tampoco?

Hubo un silencio incómodo.

Alessia se rio, nerviosa.

—Pensé que lo estabas fingiendo…

No respondí, pero, por dentro, sentí un vacío enorme.

¿Acaso qué tan caótica debía ser mi vida antes como para que nadie crea en mí?

Con un suspiro, dije:

—Alessia, pide permiso en el trabajo y ven a almorzar conmigo. Necesito hablar sobre qué hacer.

Alessia, a pesar de sus dudas, seguía siendo mi mejor amiga.

Ella suspiró.

—¿Qué quieres hacer?

Me mordí el labio.

—Deseo divorciarme de Leonardo.

—¡¡¡¿Qué?!!!…

Nos encontramos en una cafetería.

Apenas llegué, Alessia me entregó una bolsa.

Al abrirla, encontré pastillas para la gripa y un termómetro.

La miré, confundida.

—¿Para qué es esto?

Alessia sacó el termómetro y lo destapó.

—Tómate la temperatura. Hay muchos casos de gripe últimamente. Tal vez te contagiaste.

Me obligó a ponerme el termómetro bajo el brazo.

Yo casi que no me la aguanté.

—No tengo fiebre, lo que tengo es la cabeza hecha un desastre.

Alessia se golpeó la pierna.

—¡Por supuesto que sí! No puedo creer que de repente quieras divorciarte de Leonardo.

Se llevó una mano al pecho.

—Coño, cuando me dijiste casi me muero del susto.

Ahora entendía por qué me había comprado medicinas.

Tomé el termómetro y la miré fijamente.

—Te lo digo en serio. Voy a divorciarme de Leonardo.

Alessia se quedó atónita.

No se movió. Yo tampoco.

Después de dos minutos, parpadeó.

—De acuerdo. Suéltame.

La solté, ahí fue cuando sacó su celular y lo puso frente a mí.

Reprodujo un audio.

—¡Alessia, voy a divorciarme de Leonardo! ¡No me ama! ¡Le dio tremendo regalo a la zorra de Bianca en su cumpleaños…!*

Me quedé helada.

Alessia reprodujo otro.

—¡No puedo vivir sin Leonardo! ¡Si lo pierdo, moriré, ¿lo entiendes?! *

Cerré los ojos y suspiré.

—Alessia, esta vez va en serio. Me voy a divorciar.

Ella suspiró.

—Déjame seguir buscando audios.

Tomé su mano y susurré:

—No los busques. Ni siquiera entiendo para qué los buscaste.

Alessia me miró con lastima:

—Amiga, sé que has perdido la memoria, pero déjame recordarte el amor toxico que sentías por Leonardo.

Me tapé la cara.

Después de un rato, levanté la cabeza con desespero:

—Alessia, esta vez es en serio. Así sea lo último que haga, debo divorciarme de Leonardo.

Alessia suspiró y se dispuso a buscar más en los audios del chat.

La detuve sujetándole amargamente la mano:

— Ya no quiero escuchar más eso. De verdad, no significan nada para mí.
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