Capítulo 5
Desde arriba, escuché el sonido del motor arrancando. No pude evitar asomarme por la ventana justo a tiempo para ver cómo Leonardo rodeaba a Bianca con su brazo, protegiéndola.

Como si lo hubiera sentido, Leonardo levantó la vista hacia el segundo piso. Nuestros ojos se encontraron. Vi cómo se molestó un poco y sus labios se movieron, como si quisiera decir algo.

Lo miré con indiferencia.

Leonardo pareció sorprenderse. Tal vez no esperaba que estuviera tan calmada.

—Leonardo… —la voz suave de Bianca dijo.

Ella siguió su mirada y me vio detrás de la ventana.

—Leonardo… —dijo, su tono ahora cargado de melancolía—. Si quieres quedarte con la señorita Giuliana, sube. Puedo irme sola.

Leonardo parpadeó, eliminando cualquier rastro de emoción de su rostro, y respondió con indiferencia:

—No pasa nada. Vámonos.

Bianca levantó un poco la cabeza y me miró por última vez antes de irse. Vi la curva sutil que dibujaban sus labios.

Se estaba burlando de mí. Se reía porque, siendo la esposa de verdad, no podía retener a mi propio marido y, en cambio, lo veía rendido ante otra.

Mi corazón se contrajo. No dolía, pero sentía un peso sofocante en el pecho.

Corrí las cortinas. El sonido del auto alejándose se desvaneció lentamente.

Respiré hondo y me centré en empacar mis cosas.

Debo admitir que, en cuanto a lo material, nunca me faltó nada. Antes de casarme, vivía rodeada de lujos con mi familia. Y después del matrimonio, mi vida seguía siendo la misma.

Me quedé atónita al ver el enorme vestidor, lleno de ropa, zapatos y bolsos de marca perfectamente alineados en filas ordenadas.

Era tan grande que el eco se oía en cada rincón.

Las estanterías estaban llenas de ropa de edición limitada y ropa de diseñador aún con las etiquetas puestas.

Cuando abrí el cofre de joyas con mi huella digital, encontré un sinfín de accesorios, relojes de lujo y piedras preciosas.

No tenía idea de cómo había sido mi convivencia con Leonardo en estos cinco años de matrimonio, pero al menos parecía que no era un hombre tacaño.

Eso me tranquilizó un poco.

Si Leonardo no era un tacaño, entonces el divorcio me garantizaría una gran compensación económica. Si no había amor, al menos que hubiera mucho dinero.

El vestidor era demasiado grande, las cosas eran demasiadas.

No podía llevármelo todo, así que solo empacaría algunas cosas básicas, un par de joyas costosas y un reloj de mujer valuado en millones.

Justo cuando me dirigía a descansar, tropecé con una bolsa negra grande.

Curiosa, la abrí.

La vi un segundo y sentí mi cara arder.

Dentro había varios conjuntos sin abrir… eran disfraces eróticos. Uniforme de conejita traviesa, jefa sexy, femme fatale, lolita…

Los revisé uno por uno y mi cara siguió ardiendo.

Parece que Leonardo no me había mentido. Antes de perder la memoria, no solo era una persona desenfrenada, sino también bastante atrevida.

—Uy, Giuliana, ¿pensando en usar eso para salvar a punta de sexo nuestro matrimonio?

Un comentario burlón sonó detrás de mí. Me levanté de un salto.

Leonardo se llevó la mano a la barbilla.

Di unos pasos atrás de inmediato.

—Por… ¿por qué volviste tan pronto?

Leonardo se molestó.

—He estado aquí más de media hora.

Me congelé.

El tiempo había pasado volando. Desde que Leonardo salió a llevar a Bianca, ya había pasado casi una hora.

Rápidamente volví a meter todo en la bolsa y la empujé con el pie hasta la esquina.

Los ojos de Leonardo mostraron rabia.

—Giuliana, te has vuelto más lista. Pensé que ibas a empezar a gritarme de nuevo.

Se acercó y me rodeó con sus brazos, su voz sonaba como si intentara calmarme.

—No hagas esto. No hay nada entre Bianca y yo.

Estaba a punto de hablar cuando de repente noté un aroma dulce en su hombro.

El perfume que usaba Bianca por la mañana.

Un asco instantáneo me invadió. Lo empujé con fuerza.

—Aléjate de mí.

Él se llenó de ira.

—Giuliana, no seas desagradecida.

Me reí con resignación.

—Porquería. Hueles a otra vieja y todavía eres capaz de decirme que no pasa nada entre ustedes.

Leonardo se percató de su error. Con esa cara de "sabía que ibas a hacer un escándalo", intentó explicar.

Pero ya me había dado la vuelta.

—A partir de hoy, dormiremos en habitaciones separadas.

Di un paso hacia la puerta.

La voz furiosa de Leonardo me detuvo.

—¿Ya terminaste con tu teatro, Giuliana?

Suspiré un poco.

—No aún.

Leonardo avanzó de golpe y me agarró del brazo. Fue tan fuerte que me puse pálida por el dolor.

—¡Me duele!

Cuando Leonardo vio mis ojos enrojecidos, aflojó la mano.

Su mirada reflejaba una profunda impotencia.

—Ese perfume se me quedó pegado sin querer. Te digo que no tengo nada con Bianca.

No le respondí.

De repente, Leonardo se inclinó y me besó la boca.

Mi cuerpo entero se estremeció.

Intenté apartarlo, pero era demasiado fuerte.

Su respiración empezó a calentarse, sus manos se deslizaron por mi cintura. Un cosquilleo familiar recorrió mi piel, y mi respiración se aceleró.

Mi mente estaba alterada, como si un recuerdo perdido estuviera a punto de resurgir. Mi cuerpo cedió poco a poco a sus manos.

Podía oír los latidos de mi corazón ahogados en el desconsuelo.

Este cuerpo era demasiado débil.

Con las fuerzas que me quedaban, lo empujé. Pero para Leonardo, mi intento de alejarlo no era más que un desafío.

Su beso se hizo más intenso, sus labios eran suaves y carnosos.

Un montón de sentimientos me invadieron y me arrebataron la cordura. Mi mente estaba nublada, y mi cuerpo… mi cuerpo lo estaba consintiendo sin siquiera darme cuenta.

Leonardo, completamente dominado por el deseo, me besó con más pasión.

Cuando sentí un frío en la piel, me di cuenta de que ya me había llevado a la cama.

Reuniendo mis últimas fuerzas, lo empujé con violencia.

—¡No me toques!

Leonardo, que ya se estaba quitando la ropa, casi cayó al suelo. La ira se reflejó en su gruñido mientras luchaba por no golpear la pared.

Un grito salió de mis labios:

—¡No me hagas eso!

Leonardo se quedó inmóvil con la mano en el aire.

Yo también me congelé.

No entendía por qué reaccioné así ni por qué Leonardo se mostró de repente tan agresivo.

Me acurruqué temblando en la cama, mientras sollozaba.

Él me miró con una mezcla de confusión y arrepentimiento, pero no dijo nada.

—Vete —susurré con voz rota—. No me toques.

Tras unos segundos, Leonardo murmuró:

—Descansa, dormiré en el estudio.

Salió de la habitación y cerró la puerta con fuerza.

El silencio volvió.

Mi cuerpo se sintió sin fuerzas.

El sudor me cubría la espalda.

Me dejé caer exhausta sobre la suave cama.

Estaba empapada en sudor frío. Y me dolía muchísimo la cabeza.

A decir la verdad, sentía una migraña terrible al tratar de hallar la razón por la cual Leonardo me odiase de la manera visceral en la que me odiaba tanto y le gustase tanto buscarme problemas.

Pero lo que menos entendía era por qué, si antes de perder la memoria lo amaba tanto, ahora le temía con el mismo fervor.

Y, lo más importante de todo, ¿por qué a pesar de tanto odio Leonardo se negaba a divorciarse de mí?

El dolor en mi cabeza aumentó, y finalmente caí en un sueño lleno de pesadillas.

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