Inicio / Romántica / En Las Manos Del Mafioso / ¡Miserable desgraciado!
En Las Manos Del Mafioso
En Las Manos Del Mafioso
Por: Johana Grettel
¡Miserable desgraciado!

~~~

Alison

―Pero ¡qué demonios! ―grito de lo más molesta a la limosina que acaba de pasar por el charco que está en frente de mí y con el diluvio que está cayendo, toda mi ropa se mojó.

Ahora, qué voy a hacer, porque voy tarde al trabajo.

Demasiado tarde esta vez y, para colmo, ahora estoy empapada de pie a cabeza por culpa de ese tipo ricachón, que de seguro debe estar apurando a su chofer para llegar quién sabe a dónde.

― ¡Ojalá y se te desinflen todas las llantas! ―le deseo con toda mi rabia, pero entonces, recuerdo que de seguro no alcanzaré a llegar a tiempo, así que voy a toda prisa hasta mi trabajo como camarera de un restaurante italiano.

Y cuando doy vuelta en la esquina, me doy cuenta de que la limosina está estacionada frente a un edificio.

¡Perfecto!

Así iré directo a decirle al tipo todo lo que se merece.

Pero cuando ya estoy cerca, la limosina arranca y se pierde, pasando por todos los charcos en la calle y mojando a todos los transeúntes, por donde pasa.

Entonces, memorizo la placa, porque debe haber algún lugar en donde pueda denunciarlo por abusivo y luego tomo mi camino a mi trabajo.

―Pero ¿qué horas son estas de llegar, Alison? ―me regaña el supervisor en cuanto me ve y yo me pongo nerviosa― ¡y mira cómo traes el uniforme!

Lo siento señor, es que… ―trato de hablar, pero me interrumpe.

―No me interesa―me grita y me da un susto―ahora, ve a tu casillero de inmediato y cámbiate la ropa―me ordena y yo voy a hacer lo que me indica― ¿Te ha dicho que te vaya? ¡No he terminado de hablarte! ―me dice y me hala del brazo―ha llegado un cliente muy importante y se ha sentado en tu área, así que ve a atenderlo de una buena vez.

―Sí, señor, eso haré―le digo y trato de dirigirme a mi casillero, pero me vuelve a halar―y más te vale que quede satisfecho, o te echo a la calle hoy mismo―me amenaza y yo respiro profundo.

―Está bien, le contesto y rápidamente tomo mi uniforme de repuesto y me lo coloco, para ir a atender al cliente.

― ¡Y más te vale que te apures o te descontaré el día! ―me advierte y yo trago en seco.

Así que voy hasta la mesa y me encuentro a un niño de unos siete años, que tal parece que está concentrado en lo que está leyendo y levanta la mirada para observarme detenidamente, pero luego, se ve todo ceñudo, como si tuviera que concentrarse para volver a leer.

―Quiero pizza de aceituna y otra de jamón y de pollo...―dice y tal parece que va a pedir todo el menú de una sola vez―... y de queso, y de... ¿sabes qué es albahaca? ―me pregunta y yo le muestro mi mejor sonrisa al mocoso que tiene cara de malcriado.

―Es una hoja muy sabrosa, muy buena para ti―le señalo, pero él arruga la nariz y se ve de lo más tierno, lo cual me saca una sonrisa.

― ¡Hojas, diac! ―dice todo asqueado―yo no como eso, sabe malo―me aclara, pero yo pongo los ojos en blanco.

― ¿Y la has probado? ―le digo con una sonrisa y él arquea las cejas.

―No, pero...―trata de decir, pero yo lo interrumpo.

―Entonces, deberías probarla―trato de convencerlo, pero él sigue sin parecerle bien mi sugerencia

―Mejor trae una pizza con anchoas y otra con p**e..., uy, ¿cómo se lee lo que dice aquí? ―inquiere y yo trato de armarme de paciencia.

―Pepperoni―le respondo y él dice un "ah", lo cual me hace reír, pero me contengo―me parece que no deberías pedir cada pizza del menú―le sugiero, pero él me arruga la cara, así que le explico―luego te dolerá el estómago con todo eso.

― ¡No! ―me responde el niño berrinchudo y yo trato de respirar profundo, para ver si no me altero, agarro al niño y lo guindo desde uno de los abanicos― ¡quiero todo lo que te pedí y lo quiero ya! ―me grita, haciendo un mohín y ahora no sé si enfadarme o reírme de su cara.

Supongo que no podré hacer ninguna de las dos cosas, considerando la amenaza de mi jefe.

―No te enojes conmigo, solo estoy pensando en que te puedes enfermar, si comes todo eso―trato de convencerlo, pero parece que es muy testarudo.

―Pero ¿qué está pasando? ―escucho la voz de un hombre detrás de mí y cuando volteo, siento que se me va el aliento.

Es un hombre alto y con el cabello negro, que está vestido con una camisa negra con algunos botones abiertos, que muestran parte de su pecho musculoso.

―Veo que ya estás pidiendo tu comida, Mark―le dice el hombre al chico y este sigue con la cara arrugada.

―Sí, pero esta chica no quiere darme todo lo que le pedí―le dice el muy boca floja y yo vuelvo a respirar profundo.

―Pues, ella te va a traer todo lo que pediste o hablaré con su jefe―me responde y un regusto agrio se abre paso por mi garganta.

Tal parece que el padre es tan berrinchudo como el hijo.

―Listo, señor, ya tengo su pedido―le digo, pero me toma del brazo para detenerme.

―Aún no te puedes ir―me dice y nuestras miradas se cruzan―no te he dicho lo que quiero―señala y toma mi mano con delicadeza, dejando un cosquilleo en donde me toca. Entonces, mira el menú con rapidez y lo cierra de inmediato―unos espaguetis Alfredo―señala y yo quito mi mano, ya que no me gusta que me toquen, aunque esta vez se sintió diferente.

Especial, más bien.

Y de inmediato me pongo seria y anoto lo que me pide.

―Enseguida voy a la cocina a que le preparen su comida, señor―le respondo y le sonrío, luego de lo cual, me voy hasta la caja y dejo el pedido, lo cual sorprende a mi supervisor, quien dice un "¡todo eso!", pero luego, se recompone.

En cuanto salen tooodo lo que ha pedido el chico y su padre, trato de llevar la comida como puedo, puesto a que son demasiadas pizzas para el niño y trastabillo perdiendo el balance de mi cuerpo, pero unas manos me agarran antes de que siquiera alguno de los platos se deslice de mis manos y se llegue a caer al suelo.

― ¿Estás bien? ―me dice el cliente del pequeño malcriado y lo veo directo a la cara y sus ojos verde mar están viendo cada una de mis facciones, lo cual me deja echa un manojo de nervios.

―Sí, gracias―le respondo con sinceridad y el hombre me deja para hablar con el supervisor.

― ¿Qué no tienen más empleados aquí? ―le dice molesto―busque a algún asistente de cocina, para que la ayude―le espeta y él le contesta un "por supuesto, señor", que me hace reír por dentro.

Entonces, uno de los lava trastes viene con un carrito y toda la comida y yo me encargo de colocárselas como puedo en la mesa.

―Que disfruten su comida―les digo con más amabilidad de la que se merecen, pero él niño empieza a lloriquear.

―Quiero que me acompañes a comer―me ordena, pero yo muevo mi cabeza de lado a lado.

―Lo siento, campeón―le digo con una sonrisa―pero tengo que ocuparme de otras mesas.

―Pues, si no te quedas, no comeré―me trata de chantajear y yo respiro profundo.

―Y si no comes, no sabrás lo deliciosas que están tus pizzas―trato de convencerlo, pero él sigue con la cara arrugada.

―No voy a comer―me grita esta vez―papá, dile que se quede o me voy a molestar con ella.

Entonces, el hombre me toma por el brazo y me obliga a sentarme de mala manera y yo lucho contra su agarre, pero no me lo permite.

―Comerás con él y no se diga otra cosa―me exige, pero yo le frunzo el ceño a él y a su mano sobre mí, como si me quemara un fierro ardiente.

―Pero, señor, ¡qué le ocurre! ―le espeto molesta―necesito atender otras mesas o mi supervisor me echará de aquí.

―Y yo te haré echar, si no atiendes a lo que quiere Mark―me sentencia y yo hago un nuevo intento por levantarme, pero él acerca mi silla a la suya de mala manera y su cara está tan cerca de la mía, que casi me puede besar, con esos labios tan apetecibles, que me hacen tragar en seco.

Y mi garganta se siente más seca de repente.

―Si tu problema es tu jefe, ahora mismo lo arreglo―me dice y enseguida llama al supervisor y este llega solícito.

― ¿Ocurre algo malo con la chica? ―le dice todo preocupado, en tanto que me lanza una mirada despectiva―dígamelo y la haré echar―le señala de lo más contento y yo resoplo de la rabia.

―No, todo lo contrario―le indica―quiero que se quede en esta mesa y que coma con Mark―le dice y mi jefe está a punto de decir algo, pero este prosigue―le pagaré diez veces lo que gana en un día en este restaurante y a usted le tocará una propina jugosa, por supuesto―le asegura y lo veo meterse una mano en el bolsillo, lo que hace que mi supervisor empiece a sudar―así que, ¿qué dice? ―inquiere con una sonrisa intimidante.

―Pero es que yo… ―trato de justificarme, pero es mi jefe quien habla.

―Por supuesto, señor, ella aceptará, si sabe lo que le conviene―le responde, pero en realidad me mira con una ceja levantada―se sentará y comerá y no volverá a decir una sola palabra más o me encargaré de que no vuelva a trabajar aquí jamás―le asegura y él hombre ahora me mira con el ceño fruncido y una sonrisa satisfecha. 

―Eso fue lo que supuse―le contesta y yo quiero morirme de la rabia, por lo patanes que son estos dos, que creen que porque tienen dinero o poder, tienen derecho de hacer lo que bien les viene en gana.

―Toma―me dice esta vez el niño, Mark, con un plato en la mano y una sonrisa de oreja a oreja―ahora, come para que estés fuerte―me dice con una inocencia tan prístina, que no sé ni qué decirle.

Pero su padre sí que no es ningún inocente, sino un patán en toda regla.

Y ahí está, el muy cretino, comiéndose sus espaguetis Alfredo, como si nada hubiera pasado o no me hubiera obligado a quedarme en su mesa.

Luego de que el chico picotea todas las pizzas, para no comerse ninguna en particular, y el patán de su padre se termina su comida, el chico me toma de la mano y me lleva hasta la salida, no sin antes de que su padre pase por la caja y deje el dinero prometido.

―Quiero que vayas a mi casa―me pide Mark y yo respiro profundo.

―No te prometo nada, porque tengo que trabajar―le digo entre molesta y resignada.

―Papá hará que tengas tiempo para mí―me dice de lo más descarado y yo trato de contener la rabia― ¿verdad que lo harás, papá? ―le indica a este, quien estaba a punto de tomar su teléfono.

Supongo que este es otro padre que llena a su hijo de mimos y regalos, en lugar de educarlo bien.

―Si, Mark, lo que tú quieras―le responde y me confirma lo que pienso de él.

Entonces, su limosina los recoge y ambos se marchan en ella.

Y me doy cuenta de una cosa.

Que es la misma limosina que me dejó toda empapada hace un rato.

¡Miserable desgraciado!

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo