Anel Leonte:
—Anel, apresúrate —escuché a lo lejos que me grita April, mi hermana mayor—, llegaremos tarde a la cena.
—Ya voy —le grité desde la distancia, en el segundo nivel de la casa de nuestros padres.
Para esa hora, aún permanecía en mi dormitorio, dándole los últimos retoques al maquillaje, todo con la intención de verme un tanto diferente, y no es porque sea vanidosa, mucho menos esclava del maquillaje.
Ese día en especial, a diferencia de mi día a día donde me gusta andar cómoda, fue la excepción, me vi recurriendo al maquillaje con la intención de verme distinta, pues contrario a mis dos hermanas que contaban con muy buenos atributos físicos que las ayudaban a destacar adonde quiera que llegaban, al ser tan poco agraciada, o como dice mi madre, el patito feo de la casta Leonte, desde que tengo uso de razón siempre he pasado desapercibida.
De hecho, me alegra que sea así. Nunca me ha interesado ser el centro de atención. Pero, curiosamente, esa noche en especial, sin tener un motivo aparente, quise lucir radiante. Me esmeré en mi arreglo.
Recuerdo que, con dedicación, sobre la piel de mi rostro casi virgen, pues no soy de las que usa esto en su día a día, apliqué una base que acentuara un poco la tonalidad canela de mi piel, delineé el borde de mis ojos color miel, apliqué un rizador de pestañas, un poco de polvo para darle un color rosáceo a mis mejillas y finalmente un brillo labial. Nada exagerado, logrando verme un tanto más llamativa.
Con ello le di vida a lo que hasta los momentos es lo único hermoso en mí, mi larga cabellera color castaño oscuro, la cual dejé en libertad, dejándola caer sobre mi espalda y mis hombros desnudos; por cuanto esa noche usé, por sugerencia de Anna, mi hermana menor, un vestido negro de satén por encima de las rodillas, entallado al cuerpo, sin mangas, tipo corpiño, que resaltaba de manera grotesca mis prominentes caderas, y el busto, que por considerarlo exagerado, siempre me he esmerado en ocultar bajo la ropa. A esto, Anna insistió en escoger para hacerle juego, unas sandalias de tacón alto del mismo color del vestido, según ella con la intención de lograr elevarme un poco más, ya que mido un metro cincuenta y cinco centímetros de estatura. Bastante baja para ser miembro de la familia Leonte que se caracterizan por ser altos, a excepción de mi madre que solo es Leonte por haberse ganado el apellido al casarse con mi padre, y pese a ello, se cree la viva representación ese apellido, cuyos miembros se caracterizan por ganarnos a ella y a mí en altura. Ella, si bien no es tan baja como yo, ya que me supera por unos cuantos centímetros, y pese al evidente parecido entre ambas, constantemente reniega de ello.
Al pasear la mirada alrededor para buscar el perfume que suelo usar siempre, miré la hora en el reloj despertador colocado en la mesa de noche a un lado de mi cama, lo que me hizo apresurarme, previendo que nuevamente me gritarían por mi supuesta tardanza. Levemente sacudí la cabeza al darme cuenta que los pensamientos en torno a la actitud de mi madre en negativa a casi todo lo que me representa volvieron a atacarme.
Con el frasco de perfume en la mano, volví mi atención a la imagen que el espejo reflejaba. Me sorprendí, me pareció estar viendo a otra Anel. Nada que ver con la publicista que el sesenta por ciento de su guardarropa, está constituido por jeans, camisas manga larga, blusas de tela suave y zapatos bajos, tipo bailarinas o tenis, para ir a la empresa que fundé inmediatamente me gradué en la Universidad.
Mis padres desde que tengo uso de razón que comencé a decidir sobre mi guardarropa, han insistido en que sea como mis hermanas, que use trajes costosos y bolsos de marca. Soy práctica, para mí la comodidad es lo primordial y si no me voy a sentir bien usando algo que incomode mi andar apresurado del día a día, prefiero pasar de largo e ir por lo que me aporte esa bienestar y seguridad al momento de trabajar. Este vestido, esta imagen es un escape de mi realidad.
No solo he encontrado oposición de mis padres en algo tan básico como mi guardarropa, sino también con mi decisión de trabajar de manera independiente. No aceptan que siga un camino diferente al que ellos tenían previsto para cada una de nosotras, es decir, trabajar para la empresa familiar, Leonte Enterprise Comunicaciones.
De modo pues que, soy Anel Leonte, la segunda de las tres hermanas Leonte, una chica de veintisiete años de edad, soltera, sin afán de casarse, señalada por ser la rebelde de la familia.
Provengo de una familia adinerada de origen Colombiano, padres conservadores, residenciados en el Distrito de Manhattan, en Nueva York desde hace aproximadamente once años, gracias a unos contratos que obligaron a mi padre a expandir su empresa a estos lados del globo terráqueo dedicada al ramo de las telecomunicaciones.
—¿Ya estás lista? —entrando a mi dormitorio, en esa oportunidad fue Anna, quien quiso saber.
Ella es mi hermanita, que para ese entonces ya no era tan chiquita como la percibía, contaba con veinticinco años de edad, de estatura bastante alta, del mismo color de mi piel, cabello negro azabache, extremadamente liso, y largo hasta la cintura, ojos azules, y al igual que yo, es publicista, pero metida de lleno en el negocio familiar. Ella es la que lleva la dirección publicitaria de la empresa familiar.
—Eso creo —le respondí girando a verla de frente—, no me siento yo —le confesé temblorosa.
—¡Dios mio Anel! —exclamó Anna mirándome fascinada—, deja de decir sandeces, te ves espectacular hermanita —me dijo con un tono de admiración en la voz.
—Vámonos mejor antes de que me arrepienta, estoy que me quito todo este disfraz —le dije apresurada tomando mi bolso de mano que se encontraba sobre la cama al tiempo que disimuladamente le doy una última ojeada a mi imagen en el espejo del buró.
En compañía de Anna bajé las escaleras para encontrar a April y a nuestros padres al pie de ellas en la planta baja de la casa.
—Pensé que nunca mis ojos verían este milagro —expresó mi madre de manera exagerada al verme.
Me sentí incómoda pues los ojos de mi padre y de April también estaban curiosamente puestos sobre mí. Quería verme diferente, pero no ser el centro de atención.
—Temo que esta noche va a ser larga —dije en voz alta pasando por el medio de todos ellos e ignorando el comentario de mi madre—, ¿cómo nos iremos? —pregunto al llegar a la puerta—, aquí tengo las llaves de mi camioneta —les digo sacándolas del bolso.
—¡Cómo se te ocurre! —exclamó mi madre abalanzándose sobre mi para arrancármelas de las manos—, tan bella que estas no vas a llegar a la cena como una camionera —refuta arrastrando las palabras.
—Vamos hijas, no quiero hacer esperar a los socios —nos llama mi padre al ver que mi madre comenzaría de nuevo a recitar sus palabras en critica a mi forma de vida.
Esa noche, para mi sorpresa, nos fuimos en una limusina alquilada. Rechinando los dientes al ver tamaña exageración, la abordé después que Anna, quien, si pareció disfrutar de tanto derroche de riqueza, se subió haciendo alardes.
Si hay algo que odio es la ostentosidad, la exageración, solo por mis padres me aguanto. Todo por no terminar en una discusión sin sentido.
—Disfruta la vida hermanita —me dijo April al oído—, agradece que naciste en cuna de oro.
Sin decirle nada, le torcí los ojos y me recosté sobre el espaldar con los ojos cerrados apenas sentí que la limusina comenzó su recorrido. Pasados unos minutos, de no ser porque Anna me sacude por el hombro, no percibo haber llegado al lugar donde se celebró la cena en homenaje a mi padre por cumplirse veinte años de haber fundado la empresa. Para mi madre y mis hermanas este es uno de los eventos más esperados; en cambio, para mí es un dolor de cabeza, pues me toca fingir felicidad por largas horas mientras soporto los halagos y comentarios babosos de algunos socios y sus hijos, ello sin contar la pedantería de las esposas, novias, amantes e hijas de ellos que se creen lo mejor de la sociedad de Nueva York.
Llegamos a Midtown Loft & Terrace, un salón de fiesta exclusivo en el corazón de la ciudad de Nueva York en Midtown, Manhattan. El lugar estaba bastante concurrido, al entrar percibí que estaban a la espera de la llegada de mi padre pues algunos presentes levantaron las copas en alto en recibimiento, mientras que otros aplaudían. Mi padre entró delante de la mano de mi madre, detrás de ellos lo siguieron Anna y April, y por ende, yo, como es mi costumbre, permanecí escondida de espalda a ellos, buscando como siempre pasar desapercibida.
En la medida que ellos avanzaron saludando a todos los que felicitaron a mi padre, yo les seguía el paso, respondiendo uno que otro saludo sin recordar los rostros que deberían serme fáciles de reconocer, pues todos los años en los que se ha venido celebrando este evento no ha habido una variación significativa de los asistentes.
En mis adentros celebré cuando finalmente llegamos a la mesa que nos asignaron, quedamos en todo el centro, alrededor del resto de todas las que ocupan el enorme salón decorado con una elegancia intimidante para mi forma de ver.
Recuerdo que sentada entre April y Anna, justo cuando un mesero dejó frente a mi una copa de champagne, al darle las gracias y este moverse para irse a otra mesa, mis ojos se toparon con una imagen que nunca en mis años de ser arrastrada a esta celebración había visto.
Esa noche, la primera impresión fue haber visto la imagen más cercana a un Dios griego, un adonis, la belleza masculina, la perfección finamente tallada en un cuerpo arropado en un esmoquin negro, con una estatura de aproximadamente un metro ochenta centímetros, cabello negro, luciendo unas hebras de cabello rebelde que le caen en la frente, cejas pobladas, casi encontradas, labios carnosos, del mismo tono de mi piel, mirada profunda, fría e intimidante, enfundada en unos ojos grises que, por lo que me pareció una eternidad, me hipnotizaron, al punto de no poder romper el contacto de manera voluntaria.
Aturdida, sentí una leve sacudida obligándome a desviar la mirada. Anna por segunda vez me sacudió por el hombro para traerme a la realidad.
—¿Qué te sucede? —me preguntó en tono de regaño—, tengo rato llamando tu atención y tu pareces en otra dimensión.
—Di…, dime —le pedí hablar sintiéndome confundida.
—Nada, ya pasó —me dijo sacudiendo la mano y luego tomar su copa y llevársela a los labios—. Contigo no se cuenta ni para cotillear un rato. De verdad que eres aburrida.
Sintiéndome un tanto mareada de la impresión que me llevé en ese momento, no le di importancia a su comentario. Curiosa por saber quién es ese espécimen que logró distraerme de tal manera, tomé la copa entre mis manos y de un solo sorbo me tomé el contenido de ella, obligándome a cerrar los ojos ante el efecto que las burbujas causaron en mi cuerpo en revolución por la impresión del momento.
Azael Sanna:Acomodando los gemelos ajustados a mi camisa de seda, bajé las escaleras de mi casa con la tranquilidad de saber que como siempre, logré el efecto esperado al elegir este atuendo, además de tener la certeza de controlar todo lo que me rodea.En la entrada de mi casa, tomé las llaves de mi automóvil, un Lamborghini Urus color negro, salí al exterior, cerrando la puerta detrás de mi espalda, siendo recibido por una oleada de aire frío típico de esta época del año que alborotó mi cabello. Pese a que recién culminaron las fiestas de navidad, aun se siente ese ambiente propio de las celebraciones.Acomodé mi cabello, peinándolo con los dedos y activando el seguro abrí las puertas, para permitir el acceso de Samantha, mi acompañante de estos últimos meses. Aunque no tenemos una relación formal, ella me ha acompañado l
Anel:De haber sabido que la vida me daría un vuelco después de ese encuentro, hubiese puesto todo de mí por no asistir a ese evento, por justificarme, por mantenerme distante de él. Desde que lo vi esa noche en la cena supe que no era bueno. No para mí, una chica con una vida perfectamente planificada, donde no estaba planteada la posibilidad de dejar que un hombre distinto a mi padre decidiera sobre mi vida.De sólo mirarlo a los ojos, aún en la distancia y luego de cerca, presentí que algo había en él capaz de dejarme sin fuerzas. Quise perderme, sólo quería huir. No tuve tiempo. El destino no lo permitió.Esa noche de la cena, sintiendo su mirada sobre mí, me mantuve lo más alejada que pude de los espacios donde lo vi acercarse; parecía perseguirme con sutileza, dejándome entrever su interés hacia mí.Nunca antes hab&iac
Azael:Solo quería llamar su atención para despedirme de ella, por esa razón la seguí hasta la entrada. No quería perder la oportunidad de ver de cerca su reacción al volver a tocar si quiera su mano.Haber conversado con su madre me dio la motivación para acercarme más a ella. Se que me excedí al no disimular mi interés por ella, un interés extraño e irrespetuoso, no solo por ella sino también por Samantha que fiel a sus sentimientos se sacrificó esa noche por permanecer a mi lado, pese a lo evidente que fui.¿Qué si se dieron cuenta?, por supuesto. Por esa razón la señora Aitana Leonte me pidió le concediera un baile. Tan embelesado estuve por Anel esa noche que no me importó nada más sino ella, observarla, detallarla, grabar en mi mente cada una de sus facciones, sus gestos, sus movimientos y hasta su rechazo. A&ua
Azael:Hoy se cumplen tres meses de haberla conocido, tres meses de aquella fatídica noche en la que la vida, así como la puso frente a mí, la colocó en el limbo, en la nada, y a mi junto con ella, aguardando su despertar.Como si la conociera de toda una vida, como si Anel fuera la persona más importante en mi vida, he pasado días y noches enteras, salvo aquellas en las que Leopoldo o su esposa me impiden quedarme, que han sido escasamente un par de ellas, a su lado, velando el estado de letargo en el que se encuentra sumergida.Si bien no he abandonado mi trabajo, ya no le presto la misma atención. ¿Cómo he de hacerlo si aun estando en otra dimensión y con los ojos cerrados esa pequeña bruja domina mi vida? ¿cómo he de llevar una vida normal y tranquila si por culpa mía ella se encuentra postrada en esa cama sin probabilidades de volver a mostrarme esos maravillos
Azael:Pasaban las seis de la tarde, cuando sentado en el sofá de la habitación que desde una semana después del accidente le fue asignada a Anel, leyendo un informe que me envió mi secretaria en mi laptop, escucho un leve ruido. Alzó la mirada para comprobar que mi percepción no es errada. Al ver un movimiento en su mano, un susto se instaló en mi pecho.Observé el monitor donde se detallan sus signos vitales, al ver que no había alteración alguna, guardé la calma. Hasta eso he aprendido en estos meses. Sin ser médico, al pendiente de su evolución, detalladamente he ido aprendiendo los valores máximos y mínimos necesario y que me indiquen que Anel aunque parecía no estar ahí, seguía con vida.Desde hace una semana la inflamación del cerebro, producida por la conmoción cerebral que ocasionó el impacto de su cabeza sob
Azael:Pensando en resolver la confusión que acaba de ocasionar la enfermera, apenas tenga la más mínima posibilidad, sentado en el sofá con la mirada fija sobre ella, tomé mi móvil y marqué el número de Leopoldo. Repicó varias veces y justo cuando creo iba a caer en buzón, escuché su voz.—Azael, ¿sucedió algo con mi niña? —preguntó en tono de voz alarmado, lo cual era normal, pues nunca desde que esta ella en cama lo había llamado de noche.—Anel despertó —le informo.—Qué grata noticia —celebra con voz alegre.—Los médicos la evaluaron, le dieron de comer, estuvieron observándola por horas hasta que se volvió a quedar dormida —le expliqué.—¿Por qué no llamaste antes muchacho? —preguntó cambiando el tono de
Azael:Volver a la habitación y enfrentarme a la mirada perdida de Anel fue incómodo. En ese momento me tocó mentalizar mi decisión, en dar el siguiente paso sin titubear.Allí estaba a medio sentar, rodeada de almohadas, con los ojos más abiertos que la primera vez, mirando fijamente en mi dirección, la percibí asustada, temerosa; seguramente por no sentirse ella.Verla a los ojos me recordó la razón de estar aquí con ella, encerrados en este ambiente tan lúgubre, tan distante del espacio donde hubiera querido fuese nuestro primer encuentro, donde si bien la quería para mí, sentirla mía, pero no en estas condiciones, donde por aprobación de su madre es toda mía, y por un llamado a la salvación de su mirada pérdida, ella confirma que no erré mi decisión de seguirle el juego a Aitana.«La quiero para
Azael:Acabo de despertar apenas. Miro el reloj, me doy cuenta que dormí mucho, me pasé de la hora que tenía prevista estar con Anel. Ayer después de volver a la habitación donde se encontraba con Anna, quien me observaba con odio, y April, me despedí de ella para dejarla estar con sus hermanas.Si bien con Aitana he opuesto resistencia las veces que ha intentado quedarse a su lado, sin haber visto la actitud tan desagradable que dejó entrever ayer en el jardín, pude haber hecho lo mismo con Anna. Ella sabe la verdad, conoce de primera mano que esta idea del noviazgo entre Anel y yo no es más que el resultado de un acuerdo entre su madre y yo, ante la confusión que la enfermera armó en la cabeza aturdida de Anel. Anna sabe que Annel no me consideraría, por lo menos no a simple vista. Pudiera correr el riesgo de que le diga la verdad. Sin embargo, apelo a su bien sentido del juicio, no c