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Llegando a la Mansión

—Mamá, estoy lista —reconoció orgullosa y Hendrika sonrió al verla—. ¿Me veo bien?

—Te ves preciosa —soltó por fin la progenitora sintiendo el enorme cariño de madre sobre esta–. ¿Nos vamos? Por favor, recuerda no decir nada imprudente cuando estemos allí. Conozco tu lengua Marlote.

—Sí, sí, mami, lo sé —rio nerviosa—. Me mantendré calladita.

La chica sabía que su madre conocía su mayor debilidad: su lengua

Los truenos seguían cayendo junto con el aguacero, por lo que ambas tuvieron que tomar sus sombrillas rotas y desgastadas. No existía garantía de que el viento les permitiera llegar con ellas intactas, pero el intento debía hacerse. Comenzaron a caminar a través del patio fangoso de su pequeña granja hasta poder, por fin, salir a la calle asfaltada. Cambiaron rápidamente sus zapatos por unas zapatillas de tacón pequeño y continuaron su rumbo. Lo normal era tomar el transporte, pero el dinero con el que Hendrika contaba no le daba para ello, razón por la cual decidieron caminar.

Era imposible que la parte baja del vestido de ambas no se mojara. Marlote sentía las gotitas caer en sus tobillos y resbalar hasta la parte interior de sus zapatos, pero todo ese esfuerzo valdría la pena, ambas confiaban en ello. ¿Había alguna manera de definir la enorme alegría que irradiaba el rostro de la pelirroja? Difícilmente, y es que incluso en aquel día tan triste y lúgubre sus ojos brillaban como dos soles que iluminaban cualquier espacio que veían. Temía sobre lo que se encontraría allí dentro, pero la esperanza de que su vida mejorara era más fuerte que todo lo demás.

De eso se trataba, ¿no? De mantener las expectativas en una mejoría.

Llegaron al puerto incluso más rápido de lo que esperaban. El sonido de los gritos de todos los mercaderes hacía prácticamente imposible la comunicación. ¿Cómo podía estar tan lleno si llovía a cantaros? Varios barcos esperaban a que su mercancía se cargara mientras que otros tantos llegaban de sus destinos y su respectiva tripulación trabajaba arduamente bajo la lluvia descargando enorme cajas de productos. Sin embargo nada de eso era importante para Marlote y Hendrika. Ambas recorrieron con la mirada todo el muelle y fue sencillo localizar lo único que parecía no formar parte de dicho panorama.

—Mamá, creo que es allí —Lotie fue la primera en señalar un hermoso y brillante auto negro que esperaba con un elegante sujeto vestido con un traje negro de cola. Los detalles dorados del vehículo lo hacían resaltar en medio de los tantos que permanecían estacionados en el lugar.

Ambas caminaron hasta este y la pelirroja por fin pudo notar el bellísimo logo que marcaba cada puerta del automóvil. Una letra M que precedía a una D en una caligrafía perfectamente impecable. Bajo ambas letras se encontraba un voluminoso racimo de uvas doradas que mostraba espinas en su tallo, como si se tratara de una rosa. ¿Por qué habría espinas en un montón de uvas? La metáfora podía ser complicada de entender para la menor, pero quizá no era el mejor momento para comprender semejante emblema.

Su atención se detuvo esta vez en el hombre que aguardaba en la puerta del auto. Desde la distancia no había percibido que realmente era joven, quizás en sus treinta… ¿O hasta menos? Su rostro estaba limpio de arrugas e incluso, en medio de la inexpresión en su rostro, Marlote notó que era alguien amable. Tan recto como un soldado listo para ir a la guerra estaba de pie allí, con una mano a su espalda y la otra sosteniendo el paraguas.

—Buenos días —saludó la mayor mirando al sujeto—, mi nombre es Hendrika Meijer y ella es mi hija Marlote Meijer, ¿Es usted el enviado por los Di Mort a recogernos?

—Señoritas Meijer, es un placer para mi conocerlas y dirigir su ingreso a la mansión Di Mort —con una notoria reverencia el chico de sombrero de copa les saludó—. Johnny a sus servicios.

Rápidamente se movió y abrió la puerta del auto. Ambas entraron un poco nerviosas y preocupadas ya que sus zapatos estaban completamente empapados y mojarían el interior del auto que, por cierto, era simplemente hermoso. Los asientos de cuero brillantes eran demasiado cómodos. Todo parecía brillar y el emblema de la casa nuevamente se mostraba grabado en el espaldar de cada asiento.

—Esto es demasiado lujoso —susurró por fin Marlote en el oído de su madre—. Parece un cuento de hadas.

La mayor sonrió negando con la cabeza, sin embargo fue ese el momento en el que la chica notó una nueva presencia en el vehículo, una persona sentada junto al asiento del piloto, alguien que definitivamente la pelirroja desconocía. Claro, ¿Cómo reconocer a quien llevaba puesto un antifaz? Lottie había escuchado mucho sobre la familia a la que conocería, pero definitivamente el peliblanco al frente no le resultaba nada familiar. Por debajo de la máscara observaba un par de ojos oscuros montados sobre ella, como si deseara verla a mas detalle, y fue aquello lo que obligó a Marlote a tragar saliva. ¿Quién era él y por qué repentinamente sentía su corazón latir con nervios? ¿Acaso se trataba de un mayordomo o era nada mas y nada menos que un Di Mort?

Johnny fue el siguiente en ingresar al auto y, luego de encenderlo, echó a andar. Un viaje silencioso que llevaba como destino un lugar que muchos anhelaban conocer pero que permanecía cerrado al público. Un camino repleto de árboles a cada lado mientras subían a la colina Di Mort. Así era reconocida aquella pequeña montaña desde que el rey la había cedido a aquella importante familia. Los dueños solo se aseguraron de cerrar la parte más alta de esta, permitiendo así que el resto de aquella fuese abierta al público con algunos museos diseñados para atraer turistas y dar más renombre al apellido Di Mort.

Los ojos de Marlote por fin se abrieron cuando la enorme reja de la mansión se abrió para ellos, dando acceso al patio principal del lugar. La pelirroja se pegó a los cristales de la ventana mirando todo tal y como un cachorro curioso. Desde cada detalle y diseño hecho con las plantas hasta las piedras en el suelo perfectamente colocadas demostrando el orden que los Di Mort mantenían. ¿Quiénes serían? ¿Cómo serían? Había oído la voz del Conde en la radio, pero ni siquiera tenían televisión en casa, por lo que nunca les había visto.

El sujeto enmascarado sonrió divertido negando sutilmente la cabeza al ver el brillo en los ojos de la pelirroja, no obstante desvió rápidamente su mirada hacia la ventana nuevamente. La chica mordió su labio dejando salir un suspiro sutil. 

¿Se trataría de una experiencia buena o mala?

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