Familia Di Mort

Se detuvieron en la entrada principal del edificio. Las dos puertas del auto fueron abiertas, cada una por un sujeto diferente que traía abierto un enorme paraguas. Bajaron y de inmediato fueron acompañadas al interior de la mansión. Marlote soñaría a partir de ahora con el emblema de la familia, eso era un hecho, ya que lo veía en los lugares que menos se imaginaba dentro de las pertenencias de la familia. Por mucho que mirara a los lados le era imposible observar cada detalle de aquel lugar, por lo que debía limitarse a lo que sus ojos capturaban.

Una vez dentro sintió que su mandíbula se caía al suelo. Era espléndido, como un lugar ensueño. ¿Acaso había muerto y resucitado en el cielo? ¡Podía verse a sí misma en el suelo de madera pulida! Amplio, pulcro, brillante y con una cantidad de objetos que parecían costar mucho más que su vida entera. Finalmente se alzó frente a sus ojos un gigantesco retrato que mostraba cuatro personas que rápidamente Marlote reconoció por deducción como el conde, la condesa y sus dos hijos. La belleza parecía ser parte de la familia, por lo que simplemente estaba anonadada.

—Buenos días, señorita Meijer —saludó por fin una dama con una reverencia. Ambas invitadas saludaron de igual manera—. He de suponer que la joven es su hija. ¿Estoy en lo correcto?

—Así es —respondió la joven sin dar espacio a su madre de hablar—. Soy Marlote Meijer. Es un placer conocerle.

—Suponíamos que traería a su joven hija consigo, señorita Hendrika —la anciana era educada y cortés, pero había algo en ella que le desagradaba a Marlote—. La joven deberá esperar en la habitación de huéspedes. En su caso la condesa le aguarda en el estudio. Por favor acompáñeme.

Una segunda dama hizo acto de aparición guiando a la pelirroja hasta el lugar donde aguardaría el regreso de su madre. Esta hizo una sola seña que Marlote entendió como un claro “mantén la boca cerrada”, cosa a la que Lotie asintió sin decir nada más, siguiendo a la nueva mujer que caminaba adelante.

Hendrika hacía lo mismo. Subía las escaleras siguiendo a quien había sido enviada a buscarle. ¿Cuántos pasillos recorrió para llegar al estudio de la dueña de la casa? No los había contado, pero si sabía que el tamaño de aquella casa era fácilmente la suya multiplicada por mil.

La criada tocó la puerta y fue entonces cuando esta se abrió.

—Puede entrar —explicó la mujer con una seña—. La señora le espera adentro.

Drika entró por fin, notando como la puerta era cerrada tras ella. Un estudio bastante amplio se encontraba frente a sus ojos, con una iluminación media, algunos retratos fijados en las paredes del lugar y, al final un escritorio con una silla similar a un trono. Allí estaba sentada esperando la condesa.

—Bienvenida a nuestro hogar, Señorita Hendrika —saludó por fin la anfitriona con voz firme—. Veo innecesario presentarme, pero de igual forma lo haré. Angelica di Mort, condesa y dueña de la mansión el que se encuentra justo ahora.

—Es un placer conocerle, condesa —la mayor no tardó en hacer una reverencia demostrando el respeto que sentía al tener frente a ella semejante figura—. Le agradezco mucho su invitación, aunque tengo dudas respecto a la razón por la cual he sido llamada.

Angelica se levantó de su asiento, señalando el otro asiento para que Hendrika se sentara. Fue entonces cuando la mayor pudo detallar a la imponente condesa. Su rostro era imponente y no podía ocultar su mirada repleta de superioridad. Era delgada y presumía un hermoso vestido negro que se ajustaba al cuerpo hasta la cintura y luego se hacía más holgado. Los dedos largos y puntiagudas uñas de la condesa hacían parecer su mano a una araña lista para atrapar cualquier cosa.

—He observado tu expediente, Hendrika, y he recibido recomendaciones de su trabajo provenientes de personas que son dignas de nuestra absoluta confianza —Angelica sirvió un par de copas de vino tinto—. Todo eso me hace pensar que es usted una candidata perfecta para el cargo que necesitamos en casa.

—Resulta en un halago para mí obtener un cumplido como ese proviniendo de usted, Mi Señora —la anfitriona acercó una copa a Hendrika antes de sentarse nuevamente frente a ella.

—Por eso te he llamado aquí —la condesa dio un sorbo a su copa dejando en evidencia los refinados modales con los que contaba—. Tu experiencia demuestra que eres alguien confiable y es por ello que deseo que te conviertas en mi nueva ama de llaves.

Los ojos de Hendrika amenazaron con salirse de sus cuencas luego de escuchar el cargo que se le ofrecía. ¿Cómo podía encargarse de algo así cuando simplemente era contratada para trabajos puntuales de limpieza? Definitivamente aquello se salía de lo que esperaba.

***

—Puede permanecer aquí hasta que su madre regrese, señorita Marlote —explicó la amable criada—. Si desea algo puede tocar la segunda puerta a su derecha, allí le atenderé de inmediato.

Lote simplemente asintió. Seguía perpleja por la cantidad de lujos que veía en aquel lugar. Parecía que todo el dinero que ella necesitaba se encontraba en esa mansión, y vaya que había visitado diferentes hogares lujosos, pero ninguno como en el que se encontraba justo ahora. La pelirroja se dejó caer en la cama luego de quedar sola. El colchón era cómodo. Definitivamente quería dormir en un lugar como ese.

Luego de analizar el lujo de la casa se dio cuenta de que su aspecto no alcanzaba ni siquiera a dejar un reflejo de tal nivel de elegancia. Suspiró sintiendo su boca seca. ¿Cómo no tendría sed cuando había presenciado todo aquello con la boca abierta? ¿Cuál era la dirección que le había dado la amable mujer? Ah, por seguir divisando los lujos de la habitación no había prestado atención a las instrucciones.

—¡Segunda puerta a la izquierda! —recordó orgullosa con una enorme sonrisa.

Salió de aquel cuarto viendo el gran pasillo que se mostraba frente a ella. Pasos lentos y muy analíticos en cada detalle del lugar. Contaba las puertas para no perderse y quedar hecha un desastre dentro de aquel laberinto. Por fin llegó a la segunda puerta de la izquierda. Suspiró y tocó un par de veces.

No hubo respuesta. ¿Por qué le había dicho que estaría atenta cuando realmente no sería así? Marlote negó con la cabeza y tocó por segunda vez, pero ahora mucho más fuerte que la primera vez.

—¡Un momento! —escuchó de una voz masculina.

La pelirroja podía ser olvidadiza, pero estaba completamente segura de que ese no era el timbre de voz de la mujer amable. ¿Dónde estaba tocando? Si, quizá lo mejor sería volver a su habitación y esperar con la boca seca, y hubiese deseado hacer eso de no ser porque la puerta se abrió y un chico joven se postró frente a ella. ¿Era un ángel bajado del cielo? Marlote no consiguió ocultar lo asombrada que estaba al ver la belleza de aquel chico de cabellos negros y ojos azules.

—No te había visto antes. ¿Eres de las criadas? —Rápidamente negó con la cabeza respondiéndose él mismo—. ¿Quién eres tú?

Él no lo sabía, pero Marlote ya había conseguido el rostro del chico en su memoria de pez. Era el mismo del retrato: se trataba nada más y nada menos que de Frederik di Mort, el hijo menor de la casa.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo