LUCIEN BLACKWELL
El silencio se volvió profundo por un par de segundos. Todo el equipo médico se vio entre ellos, con miedo, hasta que Camille se quejó adolorida. Estaba tan cansada que sus gimoteos eran similares a los de un gatito con frío. El corazón se me partió en miles de pedazos y regresé a ella, tomando su mano entre las mías con desesperación.
—¡Preparen el quirófano! ¡Quiero al anestesista listo con la epidural! ¡Haremos una cesárea de emergencia! —gritó el médico encargado haciendo que todos se movilizaran.
—Estarás bien —susurré acariciando con ternura el rostro de Camille—. No puedes dejarme… te lo dije, no podría con el dolor. Tienes que ser fuerte por n
LUCIEN BLACKWELLPosé la mano en mi pecho, dolía, como si mi corazón estuviera congelado y cada latido que diera fuera doloroso por quebrar ese hielo, encajándose las frías astillas, desangrándome por dentro. El silencio de Damián solo me confirmó que estaba de acuerdo conmigo. No me sorprendía. Lo había visto junto a Andy. ¿No estaría dispuesto a hacer lo mismo que yo, si ella le faltara? Tal vez le costaría por los niños, pero sería una idea que nunca lo abandonaría y cada día anhelaría la muerte para volver a estar con ella. —Camille le ha dado un sentido diferente a todo, y me gusta, se siente bien. —Tragué saliva con dificultad—. Ella es mi libertad y esa última pulgada de bondad que siempre me pidió mi hermana conservar. Con Camille… se siente tan bien estar vivo. »Y sé que entiendes muy bien a lo que me refiero. Lo sé por cómo miras a Andy.Damián me respondió con su silenciosa calma. Comprendía lo que decía, porque él también lo vivía, porque él era igual que yo. —¿No es c
LUCIEN BLACKWELLLas enfermeras se vieron entre ellas con sorpresa y las mandíbulas desencajadas.—Bueno, cuando te amenaza un mafioso es difícil decirle que no —refunfuñó Damián a mis espaldas, mientras Andy brincaba de la emoción con lágrimas en los ojos y se aferraba a la manga de su hombre. —¡Está vivo! ¡Damián! ¡Somos tíos! —exclamó al borde de la histeria mientras yo dejaba a mi hijo de vuelta en la cuna, esta vez llorando y retorciéndose, con un aire de indignación que me hizo sentir orgulloso. —Digno hijo de Camille… —susurré acariciando su cabeza—. Igual de necio, igual de fuerte. —Es un milagro… —dijo la primera enfermera, cerrando la cunita sin dejar de ver al bebé dentro, uno que había salido muerto, pero que ahora parecía más vivo que cualquiera de nosotros. —No, al parecer solo es un Blackwell —contestó la segunda enfermera y la vi directo a los ojos, entonces la reconocí, era la misma que me había amenazado cuando vio los moretones en la piel de Camille—. Nos volvem
ANDY DAVIS—¡¿Embarazada?! —exclamé emocionada e inquieta. No podía sonreír más de lo que ya lo hacía. Mi corazón golpeaba tan fuerte como un tambor y de pronto no sabía si reír o llorar por la emoción. —Así es… —contestó el doctor mientras revisaba mis estudios—. Me alegra que la inseminación artificial haya dado resultados tan satisfactorios. Al parecer tienes tres semanas de gestación. El producto está bien implantado. Ahora solo falta revisar si es uno solo o gemelos.Hizo a un lado el folder con los resultados de sangre y sacó los de ultrasonido mientras sus palabras aumentaban mi sorpresa.—¿Gemelos? —pregunté ansiosa. Me faltaba la respiración. Mi esposo y yo nos habíamos esforzado tanto por tener un hijo, si eran dos, sería una bendición. —En la fertilización in vitro suele haber gestaciones múltiples, pues inoculamos varios óvulos fecundados para aumentar el porcentaje de éxito —dijo el doctor con una sonrisa mientras revisaba el estudio—, y como decía, hay dos productos qu
ANDY DAVIS—No tiene sentido hablar de eso en este momento —dijo John mientras acariciaba la mejilla de su amante y esta levantaba su mirada hacia él. Había chispas entre ellos. Derramaban miel, pero para mí era veneno puro. Cuando la chica se alzó en las puntas de sus pies para alcanzar los labios de mi esposo decidí que yo también podía jugar en este juego y salir victoriosa. En cuanto sus labios se tocaron, saqué mi teléfono y tomé un par de fotografías, tomándolos por sorpresa antes de guardar mi celular en el bolsillo. —¿Qué se supone que…? —No dejé que mi suegra indignada terminara su pregunta cuando les ofrecí a los tres una amplia sonrisa.—Se llama evidencia… —contesté mientras volvía a revisar el contrato de divorcio, esta vez con más atención y el corazón frío. Como me lo esperaba, yo no sacaría nada de este matrimonio. No me darían ni las gracias por haber desperdiciado cinco años de mi vida amando a un ingrato y soportando a una bruja como suegra. —¿Evidencia? —pregunt
ANDY DAVIS—¿Cómo que no…? —ni siquiera terminé de preguntar cuando ya me sentía mareada y con náuseas. —Lo siento tanto, créame que fue un accidente —contestó el doctor verdaderamente apenado.—¡¿Un accidente?! ¡Me acaba de decir que mis hijos no son de mi esposo! ¡¿Cómo pudieron equivocarse?! ¡No concibo que una clínica de su categoría…!—Señora, le juro que la pasante que confundió las muestras ya fue despedida —insistió el médico cada vez más avergonzado del error.Por un momento caminé en círculos dentro del consultorio. Lo que parecía un día en el que nada podría salir mal, en realidad era un día en el que todo estaba saliendo mal. Primero la traición de John y ahora eso. La encargada de fecundar mis óvulos con el esperma de John se había equivocado y ahora estaba embarazada de… ¡quién sabe quién! ¿Cómo habían dejado algo tan importante en manos de una novata? ¡¿Qué, nadie la estaba supervisando?! Bueno, era obvio que no. —Si mi esposo no es el padre de mis hijos… entonces, ¿
DAMIÁN ASHFORD—¡Estás loco! ¡No tienes corazón! —exclamó la mujer con la mirada llena de ira y sus manos en su vientre, protegiendo a mi hijo de mis palabras—. ¿Cómo puedes hablar así? No es un juguete que puedas tirar a la basura. Eres un demonio. Me quedé en completo silencio, viéndola una vez más. No estaba acostumbrado a esa clase de respuestas y era sorprendente que esa mujer se comportara como una fiera conmigo. ¡¿Quién carajos se creía que era?! —Es mi esperma —dije entre dientes tomándola del brazo y acercándola de un tirón, creí que sería suficiente para que, como otras solían hacer, pidiera disculpas y llorara, pero, por el contrario, lo primero que hizo fue lanzarme una bofetada que pude atrapar sin separar mi atención de su rostro iracundo. —Son mis óvulos —respondió sosteniendo mi mirada. Fascinante, no planeaba ceder. Era feroz y no tenía consciencia del peligro que significaba hablarme así. No era la clase de mujer aburrida con la que siempre me encontraba y… aunqu
ANDY DAVISMe quedé por un largo rato tirada en la cama, repasando lo lujosa de la habitación. Era el secuestro más costoso que alguna vez me habría imaginado que sufriría. Y sí, no había otra manera de describirlo, era imposible escapar de la habitación. Los guardaespaldas no se separaban de la puerta y afuera de mi ventana también había hombres vigilando. Empecé a sentirme claustrofóbica y esperaba que mi respuesta fuera suficiente para que ese hombre me dejara en paz. Ya estaba harta de los hombres poderosos y su necesidad imperiosa de tener hijos a costa del corazón de una mujer.Cuando la noche estaba a punto de caer, la puerta se abrió, tomándome por sorpresa. De un saltó me bajé de la cama y esperé. Temía lo peor, pero solo era el ayudante, acomodándose las gafas y ofreciéndome una sonrisa tímida. —Señora Andy, el día de mañana se le realizará el procedimiento de legrado —dijo con una sonrisa que no compartía—. Será en la clínica por la mañana. El doctor me pidió que le diera
DAMIÁN ASHFORDEl tic tac del reloj era suficiente para desconcentrarme. No podía enfocarme en mi trabajo pensando que mis hijos estaban siendo extraídos como si fueran un tumor del vientre de esa irritable, pero atractiva mujer. Era una cuestión que me causaba rabia conforme más lo pensaba. Tenía la incertidumbre del arrepentimiento, pero también el consuelo de que algo dentro de mí me decía que estaba haciendo lo correcto. Lamentablemente no era suficiente para que mi mente se enfocara. —¿Señor? —preguntó mi ayudante asomando apenas la cabeza por la puerta. Revisé mi reloj de pulso y me pregunté qué carajos hacía aquí, ¿no debería de estar aún en la clínica, supervisando que todo estuviera saliendo según lo planeado? —¿Qué haces aquí? —contesté de mala gana y levanté la mirada hacia él—. ¿Ya acabó el procedimiento?—Ah… no —respondió tragando saliva de manera sonora. —¿Entonces? —pregunté con más firmeza y demanda en la voz. Entró con paso tembloroso y se plantó frente a mi escri