Sigo con mi trabajo y cuando estoy contando los minutos para tomar mis cosas, y correr a la cafetería, el sonido del ascensor me hace levantar la mirada encontrándome de frente con mi hermoso Marcello. —¿Cómo se siente? —me cuestiona deteniéndose frente a mí. —Estoy bien, muchas gracias por preguntar —farfullo con timidez. —Le traje algo —saca de detrás de su espalda una malteada como la que le tiré esta mañana y sin poder evitarlo siento como mis mejillas se tornan carmesí al volver a revivir esa vergüenza. —No se hubiese molestado, además… —Se le cayó en la mañana y no se la pudo tomar. ¡Ande, tómela! —me la tiende y al instante siento como mis pupilas gustativas casi lanzan un gritito de emoción, con un ligero temblor en mi mano la tomo y le regalo una pequeña sonrisa. —Muchas gracias —respondo con timidez, aunque también me siento mal que él sea tan atento conmigo, cuando en mi vientre crece el fruto de la traición entre su novio y yo. —Todo sea por ese bebé, por cierto ¿est
El lunes por la mañana espero a que el mar humor de mi jefe se asiente un poco y me armo de valor para ir a su oficina, toco una vez y cuando esa gélida voz me permite pasar, me recuerdo que no debo ser grosera con él, por lo menos hasta que me dé ese permiso que necesito. —¿Qué se le ofrece, señorita Bennett? —me cuestiona sin levantar su mirada de lo que sea que esté revisando. —Quiero pedir permiso para mañana llegar un poco tarde —y como si le hubiese hecho alguna ofensa, levanta su cabeza a tal velocidad que me impresiona, no se haya roto el cuello. —¿Por qué? —Tengo cita con mi obstetra y debido a que su agenda está muy apretada, solo encontré espacio para mañana —le explico con amabilidad. —De acuerdo puede ir, no puedo negarle algo de esa índole. Solo no deje ningún pendiente sin resolver y procure que todas mis juntas sean cuando usted ya esté aquí. —Gracias, jefe. —¿Supongo que irá con el padre de su bebé? —me cuestiona cuando estoy por cerrar la puerta. —¿Disculpe? —
—Sí que es diminuto el renacuajo —murmura mi amigo, apretando mi mano y llorando junto conmigo a moco tendido. El doctor sigue pasando el transductor por mi vientre y después de imprimir la primera ecografía de mi bebé, me entrega una servilleta para limpiar mi vientre y tomar asiento en lo que termino de arreglarme. —Me gustaría ser sincero, señorita Bennett —masculla el doctor un poco más serio que hace un momento. —¿Hay algo mal con mi bebé? —lo cuestiono con mi labio inferior temblando. —No del todo. Su bebé pesa menos y es un poco más pequeño de lo que debería de ser alguien que está por cumplir las siete semanas de gestación —con su bolígrafo señala el punto negro que es mi bebé—, sin embargo, puede deberse a que no se ha alimentado correctamente. Es por ello por lo que le mandaré estás pastillas para las náuseas y estas vitaminas, además, de una dieta hasta cierto punto estricta para que el bebé pueda absorber todos los nutrientes necesarios para su completo desarrollo. —¿Y
Observo mi reloj y por suerte voy con tiempo. Mi comida con Gianluca se alargó gracias a que se me antojo una natilla y no tuve más remedio que comerla. Salgo del ascensor y como siempre mi amigo y yo nos separamos para nuestros respectivos lugares. Ajusto mi bolso a mi hombro y casi derrapo cuando veo a mi jefe junto a mi escritorio, sosteniendo en su mano la ecografía de nuestro bebé, intento ocultarme, pero tal parece que sintió mi mirada sobre él, dado que voltea y cuando nuestras miradas se cruzan alcanzo a vislumbrar un poco de dolor en sus ojos, pero de inmediato cambia la expresión de su rostro por una más fría. —Lo siento, señorita Reyyan, es solo que ver la ecografía de su bebé sobre el escritorio me llamó la atención —se disculpa dejándola de nuevo en su lugar. —N-no se preocupe. —Desde hoy saldrá a su hora, no es necesario que se exija de más en su estado. Solo en casos excepcionales deberá de permanecer un poco más en la oficina, pero yo le avisaré con anticipación —me
Gianluca y yo nos ponemos de pie y salimos de su consultorio, mucho más aliviados de cuando entramos.—Te dije que el renacuajo estaría bien.—Y tenías razón —concuerdo con él.—¿A dónde te llevo? —me cuestiona en cuanto abandonamos el hospital y subimos al auto.—A La Ragazza Divina, mi jefe y Marcello me están esperando ahí —murmuro cuando observo el mensaje de mi jefe.—¿Por qué ahí?—¿Recuerdas a Angela Carter, la dueña de la empresa de lencería Tentazione Segreta? —mi amigo asiente sin apartar la mirada de la avenida—. Bueno, resulta que estuvo insistiendo durante algunas semanas para hablar personalmente con mi jefe.—¿Sobre qué? ¡Ay, Dios! Deberías de tener cuidado —exclama escandalizado.—¿Por qué?—Puede estar interesada en el bizcochito y por eso su insistencia de hablar con él.—¿Y a mí qué? Quien debe de tener cuidado es Marcello, no yo —rebato con el ceño fruncido.—¿No te interesa el bizcochito aun cuando en tu útero se está horneando su renacuajo? —inquiere con una sonr
—¿Qué haces aquí? —lo cuestiono volteando hacia la entrada del edificio donde aún permanece mi jefe, quien observa molesto mi pequeño escondite, pero que gracias a ello no alcanza a ver a mi acompañante. —¿Qué hago aquí? ¿Es lo único que piensas preguntar después de años sin vernos? —me cuestiona furioso. —¿Q-qué quieres que te diga? —balbuceo bajado la voz. —¿Quién es el padre de tu bebé? Eso sería lo primero que deberías de responder. —N-no sé a qué te refieres —respondo cubriendo mi vientre con mi bolso. —No soy estúpido, crees que no sé qué estás embarazada, aunque tu vientre es un poco pequeño, ya se te nota. —¿Me has estado siguiendo? —exploto furiosa. —Es obvio que te he estado siguiendo florecita —me informa tomando un mechón de mi cabello y acomodándolo detrás de mi oreja—, ¿quién crees que ha ocultado tu verdadera identidad durante todos estos años? Creo que por lo mismo merezco un pago. —Qué pago, ni que una m****a… —Nunca has podido dejar ese vocabulario, me gustar
Las siguientes horas me concentro en mi trabajo de tal forma que cuando una gélida voz me interrumpe lanzo un pequeño gritito.—Más tarde regreso —se despide mi jefe con tal seriedad que me pone la piel de gallina.—S-sí, jefe.—Y ya váyase a comer, no quiero que más tarde me acuse con Marcello o Recursos Humanos por impedirle comer estando embarazada —sisea con la mandíbula apretada.Estoy por lanzarle mi mejor mirada cargada de veneno o incluso el panecillo que aún guardo, cuando un mensaje llega a mi móvil, por lo que solo veo como desaparece detrás de las puertas metálicas. Leo el mensaje y sin perder tiempo tomo mi bolso, y le mandó un mensaje a Gianluca avisándole que no podré comer con él debido a que tengo algo urgente por hacer.Bajo por las escaleras de emergencia para no encontrarme con mi amigo y cuando al fin llego al lobby, le hago la parada a un taxi y le pido que me lleve a la dirección de la tarjetita.Después de diez minutos llegamos al lugar y me quedo con la boca a
Alexandros Camino de un lado al otro y observo furioso mi móvil, mientras intento comunicarme con mi asistente, sin embargo, igual que las anteriores siete llamadas, esa mujer del demonio decide ignorarme. Salgo de mi oficina y cuando estoy por bajar al subterráneo para pedirle a Paolo que busquemos a mi asistente en su departamento, las puertas metálicas se abren dejando al descubierto a mi dolor de cabeza en persona. Descargo mi furia para con ella y después regreso a mi oficina, cerrando la puerta con un fuerte golpe. Me siento y cuando por fin estoy más tranquilo, busco en mi maletín los documentos de la empresa de lencería que Marcello me entregó ayer por la tarde, lanzo un gruñido, dado que es seguro que los olvidé en mi casa y es necesario que los revisé hoy. Levanto el teléfono para hablar con mi asistente y pedirle que vaya por ellos a mi casa, pero conociéndola estoy casi seguro de que después de nuestra discusión de hace un momento es capaz de vengarse y echar a la chim