Alexandros Camino de un lado al otro y observo furioso mi móvil, mientras intento comunicarme con mi asistente, sin embargo, igual que las anteriores siete llamadas, esa mujer del demonio decide ignorarme. Salgo de mi oficina y cuando estoy por bajar al subterráneo para pedirle a Paolo que busquemos a mi asistente en su departamento, las puertas metálicas se abren dejando al descubierto a mi dolor de cabeza en persona. Descargo mi furia para con ella y después regreso a mi oficina, cerrando la puerta con un fuerte golpe. Me siento y cuando por fin estoy más tranquilo, busco en mi maletín los documentos de la empresa de lencería que Marcello me entregó ayer por la tarde, lanzo un gruñido, dado que es seguro que los olvidé en mi casa y es necesario que los revisé hoy. Levanto el teléfono para hablar con mi asistente y pedirle que vaya por ellos a mi casa, pero conociéndola estoy casi seguro de que después de nuestra discusión de hace un momento es capaz de vengarse y echar a la chim
Las semanas pasan y cuando debemos de reunirnos con una posible clienta, a mi asistente se le ocurrió la grandiosa idea de acudir a una cita con su doctor, observo la hora en mi móvil y lanzo un resoplido de desdén. —¿No pudo pedir otro día para su cita, tenía que ser precisamente hoy? —siseo furioso. —De un tiempo para acá estás más odioso que de costumbre —se queja Marcello. —¡Marcello! —Nada de Marcello, mira que yo soy muy paciente, pero te lo juro que no te soporto. Deja tranquila a esa pobre mujer, su doctor tiene una agenda muy apretada y solo hoy pudo atenderla. —¿Y tú como sabes eso? —Gianluca me lo dijo y mi amazona salvaje me lo confirmo, y por lo que más quieras relájate con ella. Suficiente, tiene con soportarte lo que le resta de su pobre vida. —¿Y por qué tendría que soportarme el resto de su vida? —Porque no creo que renuncie ahora que tendrá un bebé, es obvio que necesita el trabajo, ¿o crees que de lo contrario no se hubiese marchado ya? —guardo silencio dado
—¡Qué asco, huele a vómito y café rancio! —me quejo en cuanto regresamos a mi oficina. —¿Café rancio? —Sí, desde hace semanas mi oficina huele a ese asqueroso olor. Se lo he dicho a mi asistente, pero ella insiste en que no huele nada. —A mí tampoco me da el olor a café rancio, a vómito sí, pero no a café —murmura conteniendo la risa—. ¿Sabes? —inquiere Marcello cuando me ve abrir las ventanas, como no respondo continúa con su parloteo—: deberías de animarte a conquistar a tu asistente para después casarte con ella, tiene un gran sentido del humor, el cual combina con esa amargura que te caracteriza, son como el ying y el yang, la luz y la oscuridad, un ángel y un demonio o como… —Ya basta, ya lo entendí, gracias. Además, ¿qué diantres estás diciendo?, ¿casarme con esa mujer? Es metiche casi igual o más que tú, sobrepasa los límites sin importarle que yo sea su jefe, sin contar que espera el hijo de otro hombre. —A todo esto, ¿ya averiguaste quién es el padre de su bebé? Sé que es
Reyyan Una vez que Gianluca regresa a su lugar, me acomodo en mi asiento para ponerme en contacto con el asistente de esa mujer. Tomo el teléfono y con mucha lentitud marco el número, al mismo tiempo que le doy un enorme sorbo a mi malteada. Antes de que dé el primer timbrazo mi jefe sale de su oficina y sin perder su costumbre me lanza una mirada gélida, por lo que corto la llamada antes de que la otra persona responda. —Regreso más tarde —estoy por preguntarle a donde va cuando se me adelanta—, estaré con mi tío. Si ocurre algo ya sabe dónde encontrarme, pero solo si es algo muy importante. —Sí, jefe —me limito a responder. —¿Con quién hablaba? —inquiere con sospecha. —Con Aaron Lewis, bueno, estaba por comunicarme con él —le comento contrariada por su actitud. —Bien, entonces llámelo. Cuando regrese quiero saber qué le dijo sobre nuestra reunión, también pídale que le proporcione un poco de información sobre la nueva colección que desean lanzar para estudiarla antes de esa ju
Justo cuando voy terminando con mi delicioso segundo desayuno del día aparece Gianluca y la sonrisa que mostraba en su rostro desaparece con una velocidad alarmante. —¿Qué te he dicho de bajar sola a comprar comida para nuestro renacuajo? —¿De qué hablas? —inquiero fingiendo que no sé de qué me habla. —Todo el pasillo huele a rosquilla de brownie, es obvio que bajaste tu sola —me reprocha entrecerrando los ojos. —Soy perfectamente capaz de bajar por mi cuenta Gianluca. —No me importa, aún recuerdo ese día que te deje sola y te desmayaste. —Pero eso fue hace meses y desde entonces no he tenido más desmayos, y para tu información yo no bajé por ella. —Sí, claro. ¿Qué me vas a decir que el bizcochito la compró por ti? —me cuestiona con un rastro de ironía en su voz. —Aunque lo digas de burla, fue él quien me la trajo —le confieso con las mejillas coloradas. Ante mis palabras, Gianluca suelta una carcajada y niega con su cabeza. —¿Acaso crees que soy idiota? —me cuestiona con la v
Mi jefe es salvado cuando llegan con nuestros platillos y durante algunos minutos la conversación se interrumpe. Después de eso todo transcurre con normalidad hasta que nos traen el postre y de un momento a otro veo como Angela se sostiene de la mesa y sus nudillos se ponen blancos, estoy por preguntarle si se encuentra bien, pero me abstengo de hacerlo cuando entiendo a qué se debe. Desvío la mirada hacia mi jefe, no obstante por estar contestando un mensaje que seguro es de mi hermoso Marcello no se percata de lo que sucede en nuestra mesa. Angela se remueve un poco en su asiento y debido a que no deseo parecer una chismosa bajo la mirada a mi plato con las mejillas ardiendo y continúo comiendo, sin embargo, cuando escucho un pequeño gemido que Aaron oculta con una tos bastante falsa casi me atraganto con mis profiteroles (pastelillo relleno de crema). —¿Se encuentra bien, señor Lewis? —lo cuestiono con maldad. —S-sí, creo que me atragante un poco con mi postre. —Sí, me imagino.
Llego al departamento casi una hora después y en cuanto abro la puerta el gritito de Gianluca me hace saltar en mi lugar. —¿D-dónde estabas? Te estuve llamando desde hace un rato y no contestabas —me recrimina molesto. —Sabías que tendría una cena con mi jefe y llegaría tarde, así que por eso voy llegando. —El bizcochito le habló al pastelito de Marcello y este a su vez me llamó a mí para saber si ya habías llegado —se explica acercándose a mí y tomando mis cosas, al tiempo que me mira de arriba abajo. —Estoy bien Gianluca. —No, no estás bien. Sé que discutieron peor que otras veces, así que me espanté y tuve miedo de que les pasará algo —musita abrazándome y besando mi coronilla—. ¿Qué sucedió para que te hayas bajado del auto y decidieras regresar en autobús? —Mi jefe no quiere a mi bebé —respondo con la voz ahogada en lágrimas. —¿L-le contaste todo? —me cuestiona llevándome hasta el sofá. —No, con todas sus letras, pero se lo di a entender. —¿Y entonces por qué estás tan se
—¿Su nombre debería sonarme de algún lugar? —inquiero con indiferencia.—Es obvio que alguien de tu clase no podría siquiera imaginar el tener a alguien como yo frente a ti. ¡Quiero ver a Alexandros! —me ordena cruzándose de brazos y mirándome desde su altura.Continúo sonriendo a pesar de sus insultos y niego con mi cabeza.—Lo lamento, pero en este momento no puede atenderla, está ocupado… —No me deja terminar cuando se adelanta y abre la puerta de su oficina—. ¡No puede pasar! —Me levanto e intento detenerla, sin embargo, debido al peso de mi pequeño vientre, me es imposible.—¡¿Qué diantres significa esto?! —pregunta mi jefe, sin embargo, su cara denota desconcierto cuando se percata de la mujer que se encuentra frente a él.—Lo lamento jefe, no pude detenerla —me excuso con rapidez.—Debemos de hablar Alexandros, es importante —suplica la mujer, ahora fingiendo una voz dulce y al borde del llanto.—Déjenos solos, señorita Bennett —yo solo asiento y salgo acariciando mi barriguita