Años después Observo con orgullo como mis hijos se han convertido en adultos exitosos y si bien es cierto que me hubiese gustado que mi primogénita Alessia, tomase las riendas de la empresa junto con su hermano Liam, verla realizada como una de las mujeres más prometedoras en la política me hacen ver que mi hija es buena en todo lo que se propone. A mi lado, sosteniendo con fuerza mi mano, Reyyan me sonríe y sé que se siente de la misma forma que yo, orgullosa de los hijos que hemos criado. De un momento a otro mi vista se detiene en cierto individuo, el cual me pone de malas con su sola presencia y soltando un bufido le lanzo una mirada colérica. —Deja de hacer eso —me reprende Reyyan en un susurro. —¿Qué hice? —¿Qué hice? —repite, formando una fina línea con sus hermosos labios. —Es que mira a ese rubio oxigenado, se la pasa pegado a Alessia como si fuese una m*****a calcomanía. —Tú eras igual conmigo, con la única diferencia de que él sí la trata bien y tú a mí me gritabas y
Reyyan Bennett Ahogo un grito de frustración y observo el paisaje mientras nos dirigimos a esa aburrida gala cuando recuerdo que es posible que no me dejen entrar a ella y con ese pequeño brillo de esperanza me giro hacia mi jefe. —Ahora que lo recuerdo para poder ingresar al evento, las personas tenían que confirmar su asistencia y el nombre de su acompañante —musito después de unos minutos de silencio. —Así es y cómo la conozco lo suficiente, yo mismo solicité un cambio en el nombre de mi acompañante —responde mi jefe con una sonrisa de superioridad. —¿Y por qué hizo eso? Yo soy su asistente. —Vaya, hasta que recuerda que es mi asistente y no una periodista de alguna revista de chismes, encargada de indagar sobre mi vida privada. —Usted es más chismoso que yo. ¿Sabe qué?, no quiero seguir discutiendo con usted, me pone de malas —sentencio con frialdad. —Eso sí que es una novedad, a usted le gusta discutir hasta por qué pasó una mosca y no se preocupe a mí, también me pone de m
Meses antes —¡Señorita Bennett! —escucho el grito proveniente de la oficina de mi jefe, ante lo cual ruedo los ojos y tomo mi tablet, tiene un teléfono en su escritorio con línea directa al mío que, por cierto, se empolva porque es incapaz de levantarlo y comunicarse conmigo como lo harían las personas civilizadas, pero no, él malhumorado y detestable de mi jefe prefiere llamarme a gritos como el cavernícola que es—. ¡Señorita Bennett! —vuelve a gritar cada vez más fuerte. —Dígame, señor Cavalluci —respondo cuando pongo un pie en su oficina y le regalo una cálida sonrisa, mientras por dentro le recuerdo a su querida madre de una y mil formas diferentes como cada mañana. —¿Ya tiene listo todo para la junta de esta tarde con los directivos? —cuestiona al tiempo que me lanza una mirada gélida, de la cual Elsa de Frozen estaría sumamente orgullosa, aunque, ahora que lo pienso, ella debió ser pupila de este hombre. —Ya está todo listo, las carpetas están ordenadas de acuerdo con los pun
Después de algunos días me incorporo a la empresa y no tengo ni una semana en mi nuevo empleo, cuando siento el impulso de querer envenenar el café de mi jefe, pero sé que darían con el responsable en un abrir y cerrar de ojos, además de que eso destrozaría a mis padres. —¡Señorita Bennett! —grita desde su oficina, cierro los ojos y me concentro para no gritarle que use el maldito teléfono que tiene en su oficina para pedirme las cosas de buen modo, me levanto y toco a su puerta—, ¿por qué tardo tanto en llegar? Su escritorio solo está a unos cuantos pasos de mi oficina. —¿Qué se le ofrece, señor Cavalluci? —pregunto ignorando su ponzoña de esta mañana. —Esta noche tendré una cena con algunos posibles clientes, por lo que usted debe de acompañarme. —No me había informado nada. —Ahora ya lo sabe, ¿o es que no puede asistir? —inquiere con un tono de voz que no augura nada bueno si es que me niego. —Para nada jefe, ahí estaré, como siempre me avisa a última hora —murmuro esto último
Al día siguiente, cuando llegó a mi escritorio, me dejo caer en mi silla bastante agotada, de tan solo imaginar los gritos que tendré que escuchar a lo largo del día, suelto un suspiro y enciendo mi computador antes de que aparezca mi adorado jefe y comience con venenosos comentarios sobre lo que ocurrió ayer. —¿Tan temprano y ya está cansada? —escucho su horrible voz. Cierro los ojos y después de contar hasta tres levanto la mirada y sonrío de tal forma que los músculos de mi cara se tensan tanto que es casi seguro que terminaré con un desgarre facial, y aunque en mi mundo imaginario me gustaría responder con algo como «¿Tan temprano y de tan mal humor?», me obligo a ser tan cortés como puedo serlo con este despreciable ser. —¡Buenos días, señor Cavalluci! En un momento le llevo su café y los pendientes del día. Pasa de largo y sin saludar, por lo que en cuanto se cierra la puerta de su oficina, lanzo un grito ahogado. Me pongo en pie y, como cada día de esta larga semana, preparo
Justo, como lo dijo Marcello, regreso a mi lugar de trabajo y por suerte no aparece mi jefe hasta que termina mi jornada laboral. Me lanza una mirada fulminante y sube al ascensor sin decir nada de lo que sucedió hace un par de horas. Recargo mi cabeza en mi escritorio y lanzo un pequeño suspiro de alivio; por lo menos no desperté a la bestia que habita en mi jefe. Tomo mis cosas y salgo de la oficina con rumbo a mi departamento. Días después de la cena con Camille Dumont me enteré por Gianluca de que algunas asistentes a las que despidieron resultaron ser infiltradas de algún empresario importante (con hijas en edad de casarse) y las cuales fueron enviadas para hacer de casamenteras con mi jefe. Organizaban alguna cena con un posible cliente y esos empresarios aprovechaban para presentarle a su hermoso retoño que resultaba no estar comprometida, convirtiendo una cena de negocios en una cita a ciegas, mi jefe harto de todo ello fue que decidió contratar a una asistente mayor y bueno
Al otro día, cuando llego a la oficina por cada lugar que paso, el tema de conversación es el amorío entre mi jefe y el señor Marcello, por lo que me dirijo de inmediato al lugar de Gianluca. —¿Por qué corriste el chisme de mi jefe y del señor Marcello? Te dije que no contarás nada —lo acuso en cuanto lo tengo de frente. —Ya sé a qué te refieres y te aseguro que yo no dije nada. Cuando llegué, todos hablaban de ello, además salió una foto en una revista y tu jefe se ve bastante acaramelado con mi ex pastelito —musita con tristeza—. Ahora que Marcello ya tiene dueño, me doy cuenta de que lo he perdido, me quedé con ganas de probarlo —se lamenta con un pequeño mohín. —¿S-salió en una revista? —inquiero con incredulidad. —Sí —busca en su celular y después de algunos segundos me enseña el titular de esa revista y debajo de este una foto de mi jefe cenando con el señor De Santis en un lugar bastante elegante y hasta cierto punto romántico. —Nunca pensé que mis sospechas fuesen ciertas.
Durante alrededor de dos horas me la paso caminando de un lado al otro, apoyando ya sea en revisar los guiones a los cuales se deben de apegar los talentos, así como revisar que algunas cosas de utilería se cambien por otras de acuerdo con algunas exigencias de los modelos. En un momento la grabación se detiene y, por fin, después de varias horas sin probar bocado, llega el servicio de catering del hotel con tantos platillos que no sé por cuál decidirme. Estoy por servirme un poco de estofado cuando uno de los modelos se acerca a mí y me sonríe. —Eso se ve muy rico —musita, señalando con su barbilla una de las bandejas. —S-sí, eso parece —le doy la razón sin poder apartar mi mirada de él, dado que sus hermosos ojos verdes contrastan a la perfección con su piel trigueña. —Creo que probaré un poco —toma el cucharón que aún sostengo entre mis manos y simplemente de un momento a otro esa pequeña burbuja de éxtasis se pincha en cuanto mi jefe me manda llamar. —¡¡Señorita Bennett!! —esc