Después de mi pequeño desahogo, comienzo con todas las llamadas, así que cuando vuelvo a observar la hora en mi computador, me doy cuenta de que ya pasan de las diez de la noche. Por suerte, la mayoría de las asistentes trabajan hasta tarde, por lo que pude terminar de concretar las citas con mi jefe. Apago mi computador y después de tomar todas mis cosas, bajo por el ascensor hasta el lobby del edificio. Debido a que ya es bastante tarde, solo quedamos el personal de seguridad y yo, cuando paso a su lado, me despido con un pequeño movimiento de mi mano, mismo que ellos me responden, pero cuando veo que del otro lado de los grandes ventanales comienzan a verse algunos relámpagos acelero el paso para conseguir un taxi antes de que la lluvia que seguro está por llegar me empape. Salgo al implacable aire que azota la noche y no he caminado ni cinco metros cuando una fuerte tormenta descarga su furia sobre todas las personas que caminan apresuradas en un intento por huir de esa ducha hel
Me encojo de hombros y con paso lento me dirijo a la oficina de mi jefe. Después de tocar dos veces, me permite pasar. —¿Por qué se tardó tanto? Por un momento pensé que ya se le había olvidado traer mi café —me regaña con el ceño fruncido. —Me había quedado muy caliente y tuve que enfriarlo un poco —me excuso fingiendo estar apenada. —Déjelo en esa parte de mi escritorio, no quiero que se me acerque —lo fulmino con la mirada, pero dado que no levanta la vista de sus documentos, no puede verme—. Toda usted es una bomba andante de virus —exclama con un escalofrío—. Es más, no sé ni por qué vino a la oficina. —Porque usted me obligó a venir, le hablé a su celular y solo se dedicó a darme órdenes sin escucharme al decirle que quería tomarme un día. —Puede retirarse, pero llévese el portátil a su casa para que trabaje desde ahí. No quiero que siga dejando su virus en mi empresa. —Y no solo en su empresa, sino también en su taza —mascullo cuando lo veo tomar un trago de su café y sabo
Después de unos cuarenta minutos llegamos a la hermosa casa de nuestro jefe y algo es seguro, el demonio ese tendrá mal carácter, pero no mal gusto. Siempre que vengo a su casa me encanta perder el tiempo, mientras miro el jardín desde los enormes ventanales que adornan la planta baja. Paolo me abre la puerta y bajo resignada a que estos serán los peores tres días de mi semana. —Ya sabes donde se encuentra su habitación, así que te dejo para que tú lidies con él —musita Paolo con una enorme sonrisa. —Claro como tú no eres al que están sacrificando como cerdo —refunfuño, molesta. Tomo todas mis cosas y me dirijo a la habitación de mi jefe, toco a la puerta y al instante su horrorosa voz me permite pasar. —¡Dios, luce terrible! —exclamo cuando lo veo con los ojos hinchados, el cabello parado y la nariz tan roja como una gran cereza. Ante mis palabras me fulmina con la mirada y me indica con su mano que me acerque a donde se encuentra. —Gracias, pero aquí estoy bien —sin darle tiem
—¡¿Esto fue lo que le diste?! —grito sin poder creerlo. —Sí. —Este es medicamento para la diarrea, Paolo. ¡¡Ahora, gracias a ti, estará estreñido!! Las pastillas para la temperatura son estas —saco una cajita roja y veo como Paolo se pone pálido al darse cuenta de su error. Saco una pastilla y tomo el vaso con agua que dejé hace unos minutos en su mesita, mientras Paolo me ayuda a sentar a nuestro jefe y lo obligamos a tomarse el medicamento. —Será mejor que le pongamos unas compresas con agua fría en lo que el medicamento comienza a hacer efecto. Paolo baja por un pequeño recipiente con agua y yo me dirijo al baño, de donde tomo algunas toallas, las cuales humedezco bajo el chorro de agua en lo que llega Paolo. Cuando pongo la primera compresa en su frente, mi jefe abre sus ojos e intenta enfocarme; sin embargo, casi al instante los vuelve a cerrar. —Aquí está el recipiente con agua —musita Paolo dejándolo a mi lado. Retiro la compresa y la vuelvo a humedecer un poco para despu
—No es necesario que venga mañana —me informa mi jefe cuando regresó a la cocina. —¿Me está despidiendo después de que lo cuidé aun cuando no era mi obligación? —chillo indignada. —No la estoy despidiendo —masculla con una ceja arqueada—. Solo le estoy diciendo que mañana no venga, porque cada uno trabajará desde su casa. —¡Ah! —¡Ah! —me imita con un patético chillido. —No tiene por qué ser tan hiriente, las personas cometemos errores, además no se supo explicar. —¿Usted sí comete errores, pero yo no puedo? Y usted fue la que me interrumpió y no me dejó explicarle todo. —Si podemos cometer errores, pero en su caso lo toma como una contienda para cometer más errores que el resto. —¡Señorita Bennett! —grita o, mejor dicho, intenta gritar con su voz ronca. —Ya me voy, ¿entonces cuándo regresamos a la oficina? —El lunes —se limita a responder sin dejar de lanzarme dagas con esos fríos ojos. —¡Perfecto! Serán como unas pequeñas vacaciones —exclamo emocionada. —No festeje tanto,
—¿Entonces es verdad? —chilla Marcello con una mano sobre su boca—. ¡Todo lo que dice esta revista es verdad, me volviste a engañar! Veo como afloja un poco su corbata y cuando me percato de que respira con dificultad, me acerco corriendo a él. —Señor De Santis, ¿se encuentra bien? —lo tomo del brazo y lo llevo hasta uno de los sillones de mi jefe donde lo ayudo a sentarse. —No, dime Reyyan, ¿qué he hecho mal para que Alexandros me trate así y me engañe con cuanto hombre se le ponga en frente? ¡Mírame! Soy todo lo que un hombre desearía, hasta una mujer me desearía si soy honesto, pero Alexandros no me valora. —¿Y por qué no lo deja? —inquiero acariciando su musculoso brazo. —Porque lo amo —confiesa con la voz ahogada en llanto. —¡¡Ya basta, Marcello!! —lo reprende mi jefe, giro mi rostro y fulmino con la mirada a ese hombre del demonio que hace sufrir de esa forma a mi hermoso Marcello—. Y usted deje de mirarme así. Váyase de aquí antes de que por fin me decida a despedirla, qu
Antes de que regrese y pueda decirme algo, guardo todas mis cosas y con un gran pesar en mi corazón me dirijo a buscar mi vestido y el traje de mi jefe. Voy en el ascensor cuando me llega un mensaje del innombrable, he pensado en llamarlo así de ahora en adelante, para que cuando me esté desahogando de sus malos tratos no sepa que hablo de él. Leo el mensaje y ruedo los ojos, el muy canalla me mando la dirección de donde debo comprar el vestido, así como en cuál tienda debo recoger su traje, poco falta que me diga qué tipo de lencería debo de usar. Salgo de la empresa y tomo un taxi, donde durante todo el trayecto voy refunfuñando molesta, para mañana por la noche tenía previsto tirarme en el sofá de mi casa, comer helado y ver alguna película cursi, pero gracias a que debo de acompañar a mi jefe a su estúpido evento mis planes se han arruinado. Cuando llego a la boutique me quedo con la boca abierta, por lo menos el canalla me mando a un lugar exclusivo. —¡Buenas tardes! Creo supo
Después de unos cuarenta minutos la puerta de mi jefe se vuelve a abrir y por ella aparece una melancólica Arianna. —Te espera Cavalluci en su oficina —musita soltando un suspiro. —¿Te encuentras bien? —la cuestiono poniéndome de pie y tomando mi tablet para anotar algún pendiente que se le haya escapado a mi jefe. —Nada, solo que ya me di cuenta de que tenías razón. Ese hombre nunca estará cerca de nuestro alcance —se lamenta antes de darme la espalda, le ruedo los ojos y suelto un bufido de desdén por su dramatismo. Toco a la puerta de mi jefe y cuando me permite pasar trago fuerte al ver su expresión. —¿E-en qué le puedo ayudar? ¿Hay algún pendiente por revisar? —pregunto atropelladamente. —Espero que sea la última vez que la escucho hablando sobre mi vida privada, la próxima vez puede estar segura de que tendrá como autógrafo mi firma estampada en su carta de despido. —Y-yo… —Y-yo… —me imita con un pequeño chillido. —Usted tampoco tiene derecho a meterse en mi vida privada