—No es necesario que venga mañana —me informa mi jefe cuando regresó a la cocina. —¿Me está despidiendo después de que lo cuidé aun cuando no era mi obligación? —chillo indignada. —No la estoy despidiendo —masculla con una ceja arqueada—. Solo le estoy diciendo que mañana no venga, porque cada uno trabajará desde su casa. —¡Ah! —¡Ah! —me imita con un patético chillido. —No tiene por qué ser tan hiriente, las personas cometemos errores, además no se supo explicar. —¿Usted sí comete errores, pero yo no puedo? Y usted fue la que me interrumpió y no me dejó explicarle todo. —Si podemos cometer errores, pero en su caso lo toma como una contienda para cometer más errores que el resto. —¡Señorita Bennett! —grita o, mejor dicho, intenta gritar con su voz ronca. —Ya me voy, ¿entonces cuándo regresamos a la oficina? —El lunes —se limita a responder sin dejar de lanzarme dagas con esos fríos ojos. —¡Perfecto! Serán como unas pequeñas vacaciones —exclamo emocionada. —No festeje tanto,
—¿Entonces es verdad? —chilla Marcello con una mano sobre su boca—. ¡Todo lo que dice esta revista es verdad, me volviste a engañar! Veo como afloja un poco su corbata y cuando me percato de que respira con dificultad, me acerco corriendo a él. —Señor De Santis, ¿se encuentra bien? —lo tomo del brazo y lo llevo hasta uno de los sillones de mi jefe donde lo ayudo a sentarse. —No, dime Reyyan, ¿qué he hecho mal para que Alexandros me trate así y me engañe con cuanto hombre se le ponga en frente? ¡Mírame! Soy todo lo que un hombre desearía, hasta una mujer me desearía si soy honesto, pero Alexandros no me valora. —¿Y por qué no lo deja? —inquiero acariciando su musculoso brazo. —Porque lo amo —confiesa con la voz ahogada en llanto. —¡¡Ya basta, Marcello!! —lo reprende mi jefe, giro mi rostro y fulmino con la mirada a ese hombre del demonio que hace sufrir de esa forma a mi hermoso Marcello—. Y usted deje de mirarme así. Váyase de aquí antes de que por fin me decida a despedirla, qu
Antes de que regrese y pueda decirme algo, guardo todas mis cosas y con un gran pesar en mi corazón me dirijo a buscar mi vestido y el traje de mi jefe. Voy en el ascensor cuando me llega un mensaje del innombrable, he pensado en llamarlo así de ahora en adelante, para que cuando me esté desahogando de sus malos tratos no sepa que hablo de él. Leo el mensaje y ruedo los ojos, el muy canalla me mando la dirección de donde debo comprar el vestido, así como en cuál tienda debo recoger su traje, poco falta que me diga qué tipo de lencería debo de usar. Salgo de la empresa y tomo un taxi, donde durante todo el trayecto voy refunfuñando molesta, para mañana por la noche tenía previsto tirarme en el sofá de mi casa, comer helado y ver alguna película cursi, pero gracias a que debo de acompañar a mi jefe a su estúpido evento mis planes se han arruinado. Cuando llego a la boutique me quedo con la boca abierta, por lo menos el canalla me mando a un lugar exclusivo. —¡Buenas tardes! Creo supo
Después de unos cuarenta minutos la puerta de mi jefe se vuelve a abrir y por ella aparece una melancólica Arianna. —Te espera Cavalluci en su oficina —musita soltando un suspiro. —¿Te encuentras bien? —la cuestiono poniéndome de pie y tomando mi tablet para anotar algún pendiente que se le haya escapado a mi jefe. —Nada, solo que ya me di cuenta de que tenías razón. Ese hombre nunca estará cerca de nuestro alcance —se lamenta antes de darme la espalda, le ruedo los ojos y suelto un bufido de desdén por su dramatismo. Toco a la puerta de mi jefe y cuando me permite pasar trago fuerte al ver su expresión. —¿E-en qué le puedo ayudar? ¿Hay algún pendiente por revisar? —pregunto atropelladamente. —Espero que sea la última vez que la escucho hablando sobre mi vida privada, la próxima vez puede estar segura de que tendrá como autógrafo mi firma estampada en su carta de despido. —Y-yo… —Y-yo… —me imita con un pequeño chillido. —Usted tampoco tiene derecho a meterse en mi vida privada
Cuando la puerta se cierra me hundo en la tina y maldigo a Gianluca al imaginar todo lo que piensa hacer conmigo. Sin más remedio salgo de la tina y después de enjuagarme el jabón que aún permanece en mi cuerpo, enredo una toalla y salgo del baño ante la atenta mirada de halcón de mi amigo. —¡Sal de aquí! No me pienso vestir en frente de ti. —Muéstrame tu vestido y me voy. —¿Para qué? —Es obvio que para elegir la ropa interior que combine con ese vestido. —No lo haré. No es que desee impresionar a mi jefe cuando es más que obvio que se la pasará viendo a otros hombres. —A él no, pero puede que encuentres a un macho alfa, que esté deseoso de sexo rudo, cochino y salvaje. No me mires así, es obvio que te hace falta. Dado que permanece en su lugar, abro el closet y saco el hermoso vestido que elegí para acompañar al ogro de mi jefe. Al instante Gianluca lanza un gritito y se apresura a buscar en mi cajón de ropa interior algo que combine con él, cuando encuentra una braguita roja d
Pagaron la habitación como cualquier otra pareja no asidua del lugar y subieron al ascensor, entre sutiles caricias que encendían cada vez más a la pecadora pareja. —Si aún está indecisa, puede marcharse, señorita Bennett. No la obligaré a quedarse —le informó el hombre, encerrándola entre la pared de metal y sus brazos, contradiciendo las palabras que acababan de salir de su boca. Aunque era cierto lo que dijo, en el fondo deseaba que ella se quedase, ya que si era sincero con él mismo desde el momento en que vio a su asistente con aquel vestido tan ceñido a su cuerpo como una segunda piel, durante toda la velada se imaginó varias veces arrancando esa prenda y colándose entre las largas piernas de la mujer; y ahora que estaba a nada de conseguirlo estaba seguro de que no desaprovecharía esa oportunidad. —¡Cállese y béseme! —le ordenó Reyyan, antes de tomarlo por el saco y asaltar sus labios en un beso hambriento y desesperado. Tal vez era el alcohol lo que la incitó a hacer eso, o
Reyyan Nunca espere que al día siguiente de esa gala, al despertar, me encontraría en un lugar que no reconozco y menos compartiendo cama con mi jefe. «¿Cómo es posible que haya sucedido algo entre los dos si nos odiamos a muerte?» me grita mi subconsciente antes de comenzar a hiperventilar, me levanto con sumo cuidado de la cama para no despertar al hombre que duerme como oso a mi lado y muerdo mis labios para no gritar. —¡Cálmate Reyyan!, ¡Cálmate! —me repito en un murmullo y casi al borde del llanto, sin saber qué hacer. Observo la habitación y cuando veo mi ropa regada por todo el lugar, la tomo para vestirme tan rápido como pueda o por lo menos esa era mi intención hasta que veo lo que queda de ella. —¡¡Maldito cavernícola neandertal!! —mascullo cuando veo mis braguitas hechas jirones, por lo menos el infeliz no destruyó el hermoso vestido. Me acomodo la ropa lo mejor que puedo y tomó mis tacones para no hacer ruido con ellos. Cuando estoy por salir de la habitación una pequ
—Mi amor, ¿tendrás alguna pastilla para el dolor de cabeza? —inquiere Gianluca acercándose por el pasillo y espantándome de tal forma que la pastilla que estaba por tomar rueda por el escritorio. —¡¿Qué diantres te sucede Gianluca?! —chillo, molesta por su interrupción, al tiempo que escondo la cajita. —Baja la voz, te lo juro que siento como si un pequeño duende estuviese dentro de esta linda cabecita y me estuviese taladrando el cerebro —masculla, cerrando los ojos y actuando como toda una damisela en apuros. —Hace un rato cuando llegamos, estabas bien —lo acuso con los ojos entrecerrados. —Ni del todo, solo que recordar al pastelito que me comí hacía que se me olvidará el dolor, ¿entonces tienes alguna pastilla? —Espera, ahora busco una —comienzo a desperdigar en mi escritorio todas las cosas de mi bolso y justo cuando encuentro el pequeño botecito con las pastillas, lo destapo en el momento en que la irritante voz de mi jefe resuena detrás de Gianluca. —¿Ese milagro que no la