Karma instantáneo
Después de unos cuarenta minutos llegamos a la hermosa casa de nuestro jefe y algo es seguro, el demonio ese tendrá mal carácter, pero no mal gusto. Siempre que vengo a su casa me encanta perder el tiempo, mientras miro el jardín desde los enormes ventanales que adornan la planta baja.

Paolo me abre la puerta y bajo resignada a que estos serán los peores tres días de mi semana.

—Ya sabes donde se encuentra su habitación, así que te dejo para que tú lidies con él —musita Paolo con una enorme sonrisa.

—Claro como tú no eres al que están sacrificando como cerdo —refunfuño, molesta.

Tomo todas mis cosas y me dirijo a la habitación de mi jefe, toco a la puerta y al instante su horrorosa voz me permite pasar.

—¡Dios, luce terrible! —exclamo cuando lo veo con los ojos hinchados, el cabello parado y la nariz tan roja como una gran cereza.

Ante mis palabras me fulmina con la mirada y me indica con su mano que me acerque a donde se encuentra.

—Gracias, pero aquí estoy bien —sin darle tiem
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