Meses antes
—¡Señorita Bennett! —escucho el grito proveniente de la oficina de mi jefe, ante lo cual ruedo los ojos y tomo mi tablet, tiene un teléfono en su escritorio con línea directa al mío que, por cierto, se empolva porque es incapaz de levantarlo y comunicarse conmigo como lo harían las personas civilizadas, pero no, él malhumorado y detestable de mi jefe prefiere llamarme a gritos como el cavernícola que es—. ¡Señorita Bennett! —vuelve a gritar cada vez más fuerte.
—Dígame, señor Cavalluci —respondo cuando pongo un pie en su oficina y le regalo una cálida sonrisa, mientras por dentro le recuerdo a su querida madre de una y mil formas diferentes como cada mañana.
—¿Ya tiene listo todo para la junta de esta tarde con los directivos? —cuestiona al tiempo que me lanza una mirada gélida, de la cual Elsa de Frozen estaría sumamente orgullosa, aunque, ahora que lo pienso, ella debió ser pupila de este hombre.
—Ya está todo listo, las carpetas están ordenadas de acuerdo con los puntos a tratar en la junta, todos han confirmado su asistencia, además de que les deje entrever que, si no hacían acto de presencia, para las siguientes reuniones no se les tomaría en cuenta y en dado caso, usted tiene plena facultad de realizar los cambios que considere pertinentes, también he confirmado en el restaurante de siempre donde se ve cada viernes con el señor De Santis.
—Bien, puede marcharse —me indica con su mano que salga cuanto antes de su vista y cuando no me ve, lo fulmino con la mirada. En cuanto estoy afuera de su oficina, me voy corriendo hasta mi escritorio haciendo un bailecito bastante ridículo.
—¡En tu cara, Cavalluci! Te quedaste con las ganas de reprenderme esta vez —Levanto mis brazos como si hubiese ganado una batalla al tiempo que comienzo a cantar, We are the Champions de la mejor banda que pueda existir hasta el momento, Queen.
—¿Ahora qué le hiciste al apetecible y comestible de tu jefe Reyyan? —me interrumpe Gianluca justo cuando estoy entonando la mejor parte, bajo los brazos y comienzo a asfixiarme con mi propia saliva.
—¡Mierda, Gianluca! Me has dado un susto de muerte, por un momento pensé que era el amargado de mi jefe —le reclamo en cuanto este deja de golpear mi espalda y limpio las pequeñas lagrimitas que escaparon de mis ojos al sentir que San Pedro me daba la bienvenida a su lado, como la buena alma caritativa que soy.
—Ese vocabulario, Reyyan, ¿con esa boquita besas a tu madre? —inquiere con una sonrisita, endemoniadamente sexi, que mojaría las bragas de cualquier mujer, menos las mías, claro está.
—Esa frase se escucha mejor en el sexi de Iron Man, no en ti, Gianluca —dicho esto me hace un mohín, me levanto de mi asiento y beso su mejilla—. Bien, en ti es aún más sexi, tanto que haces que me dé calor, ¿contenta? Y para tu información, sí, mi madre que es demasiado religiosa no tiene problema con mi lenguaje, no veo por qué tú lo tendrías, ella me ama tal y como soy.
—¡Ash! Eres odiosa cuando te lo propones y obvio te ama porque eres su hija, no le queda otro remedio. Solo venía porque quiero invitarte a un nuevo antro que abrieron hace unos días.
—¿Es un antro gay? —pregunto con la boca en una fina línea.
—Sí, pero…
—Pero nada Gianluca, la última vez que acepte salir contigo a un antro de ese tipo, tuve que salir corriendo por qué una tipa no dejaba de acariciar mi trasero, otra tocaba mi hombro de tal forma que tuve miedo de que me desnudase en ese instante, y por último otra no dejaba de insinuarme si deseaba hacer un trío con su pareja así que no, no pienso ir contigo. Si quieres invitar a mi jefe o a Marcello, ellos encajan a la perfección en ese lugar.
—¿A dónde me quieren invitar? —escuchamos la voz de Marcello y, como si estuviésemos coordinados, Gianluca y yo damos un pequeño brinco en nuestros respectivos lugares.
—¡Señor De Santis! —saludamos ambos al mismo tiempo. Este se queda esperando una respuesta por nuestra parte, por lo que yo miro a Gianluca y de esta forma le aviento la pelota, por así decirlo, para que él nos saque de esta.
—Yo… bueno es que yo, estaba invitando a Reyyan a un antro gay, pero la aguafiestas no quiere ir conmigo, por eso ella sugirió que usted y el señor Cavalluci podrían ir conmigo, pero no se preocupe, sé que eso es imposible.
—Cuenta con ello, Gianluca, ahí estaremos, nos hace falta sacudir el cuerpo, pero después de nuestra cena te alcanzaremos en el lugar. Señorita Reyyan, debo hablar con mi hombre, espero que eso no le moleste —comenta dirigiéndose a mí, batiendo sus pestañas, como tratando de hechizarme, como lo hace con todas las personas.
—Permítame, le aviso que ha llegado. —Toco a la puerta de mi jefe y, después de escuchar su gruñido de que puedo entrar, le informo que su novio se encuentra aquí.
—¿Y qué espera para hacerlo pasar? ¿Quiere que yo salga a recibirlo? —brama, molesto.
—Es su novio, es lo menos que se merece por soportarlo durante años, hasta debería ponerle guardaespaldas con lo delicado que es —mascullo en un murmullo ininteligible. Cuando estoy por darme la vuelta, escucho una fuerte carcajada proveniente de Marcello—. ¡Puede pasar! —Me hago a un lado y este pasa junto a mí aún con un rastro de sonrisa en su hermoso rostro.
—Gracias, Reyyan, es muy divertido venir aquí y conocer lo que piensas de mí, Alexandros —susurra y me guiña un ojo cuando estoy por cerrar la puerta, abro los ojos como platos y trago fuerte, no puede ser que mi mala suerte sea para con mi jefe sino también con su pareja.
Continúo con mi trabajo o bueno, en realidad finjo que trabajo, mientras me pongo a leer chismes de revistas en mis redes sociales, ¿qué más puedo hacer si tengo mi trabajo al corriente y hasta por adelantado? Las ventajas de ser tan eficiente y, ante lo cual, mi querido y detestable jefe se ve impedido en despedirme.
Estoy riendo por las cosas que leo cuando de un momento a otro escucho un gemido alto y fuerte, seguido de algunos golpes en el escritorio de mi jefe, «¡Maldita sea! Ya van a empezar, no puede uno holgazanear a gusto» pienso al tiempo que miro la hora en mi ordenador y veo que aún me falta media hora para salir a comer, cada vez que algo así sucede pierdo el apetito.
—¡¡Azótame, más fuerte Alexandros!! —escucho el chillido de Marcello y siento como mis mejillas se enrojecen debido a la vergüenza.
Ya debería de estar acostumbrada a este escándalo después de tres años, pero ellos cada vez se vuelven más desinhibidos y de tan solo imaginar sus perfectos cuerpos entregándose a la pasión del momento, hace que por días tenga sueños húmedos donde aparecen ambos hombres y yo soy su manzana de la discordia.
—Dime diosito, ¿qué pecado he cometido para estar rodeada de tanto hombre guapo y sexi desde el cabello hasta la punta de los pies? Pero lo peor de todo no es eso, sino que esos hombres supuran más feromonas que yo —me quejo amargamente al tiempo que tapo mis oídos y espero que esta media hora se vaya como agua.
Hace tres años
Me encuentro de pie en el enorme pasillo observando como una a una las chicas pasan para entrevistarse con la encargada de Recursos Humanos, a algunas las he visto que salen con una enorme sonrisa en el rostro y me parece que han pasado el siguiente filtro, el cual consiste en entrevistarse directamente con el dueño, el señor Cavalluci.
Debido a que tiene tres días que llegue a Italia, no sé mucho sobre este hombre, solo que poco a poco fue consiguiendo que su empresa lograse sobresalir del resto y ahora es reconocida como una de las mejores agencias de publicidad en el país, sin olvidar el pequeño detalle que según se dice es muy quisquilloso en su trabajo, bastante grosero, engreído y prepotente, en pocas palabras alguien que se cree tocado por Dios.
Después de unos quince minutos es mi turno de pasar, le entrego mi expediente a la encargada, quien me realiza algunas preguntas sobre lo que sé hacer, programas que sé manejar y que tanto puedo aguantar, trabajar bajo presión, con ya decirme esto, sé que el señor Cavalluci debe de ser alguien difícil de tratar, por lo que miento solo un poquito y le aseguro que se me da de maravilla. Asiente ante mis palabras y después me informa que tendré una entrevista con el dueño ese mismo día.
Subo hasta el piso que me indicaron y tomo asiento en un pequeño sillón, en cuanto estiro un poco mis piernas sale una de las chicas que están para quedarse con el puesto, observo su ropa la cual consiste en una microfalda que más bien se asemeja a un taparrabos y una blusa la cual es digna de un antro, sale con los ojos rojos y limpiándose las mejillas por lo que comienzo a espantarme, «¿Qué diantres le habrá dicho ese hombre para que saliese así?» No termino de hacer mis conjeturas cuando escucho una voz grave que grita «La siguiente», tomo mi bolso y me apresuro a la oficina del dueño.
Toco la puerta y me permite pasar, ni bien he cerrado cuando lo escucho lanzar un sinfín de maldiciones.
—¡Maldita sea! Todas son igual de ineptas, parece que solo quieren lanzarse a mi cama, ¡Imbéciles!
—¡Buenas tardes, señor Cavalluci! —saludo antes de darme la vuelta, si bien esperaba encontrarme con un anciano que esté a punto de dar su último aliento y por eso sus gritos dignos de una persona histérica, me quedo muda durante unos segundos al ver al endemoniadamente sexi dueño de MediaCavalluci Inc.
«¿Quién no quisiera saltar a su cama? Hasta yo me imagino formándome varias veces en la fila para comerme un manjar como ese» Es un hombre bastante alto (y eso que yo mido un metro setenta y cinco sin tacones), unos hermosos ojos azules y su barba bien arreglada le da el aspecto de todo un rompecorazones, sacudo mi cabeza y me acerco a su escritorio, me indica con un movimiento de mano que tome asiento y al mismo tiempo le tiendo mis documentos.
—¡Buenas tardes, señorita Bennett! —comienza a leer todo y veo que su ceño se frunce por un instante. ¡Oh no!, eso es mala señal—, ¿por qué decidió dejar su puesto como asistente en Meyer´s Femme, además de obviamente cambiar de residencia?
—La verdad es que deseaba un cambio, experimentar en otras empresas, después de tres años con ellos sentí que debía volar, también como puede ver tengo muy buenas referencias por parte del señor Dumas.
—Es lo que veo, no deja de alabar la forma en que se desenvuelve y menciona que usted es un excelente elemento al que no se debe dejar ir tan fácilmente, ¿tenía alguna relación con su antiguo jefe? —inquiere en cuanto termina de leer la carta de recomendación.
—¡Por supuesto que no! ¿Quién me cree? Eso es denigrante, enredarse con su jefe —espeto, molesta por sus palabras, estoy por tomar mi bolso y mandarlo al diablo cuando asiente lentamente.
—Me gusta su forma de pensar, además, de que en cuanto a experiencia está más que calificada, solo que hay un pequeño inconveniente. El horario de salida no suele ser fijo, algunas veces tendrá que salir a altas horas de la madrugada, pero por eso no se preocupe, mi chofer la llevaría hasta su casa. Suelo exigirles demasiado a las personas que trabajan conmigo, por lo que espero esté dispuesta a hacer ciertos sacrificios. —Medito sus palabras un instante y dado que no tengo nada que perder, pero sí mucho que ganar, acepto.
—En todo trabajo siempre hay que hacer sacrificios —comento dándole la razón.
—Perfecto, en ese caso hablaré con Recursos Humanos para que elaboren su contrato y se incorpore con nosotros lo antes posible. —Me tiende la mano y se la estrecho, contenta de poder trabajar en una empresa como esta, sin saber la gran idiotez que acabo de cometer, es como si acabase de firmar un pacto de sangre con el mismísimo diablo.
Después de algunos días me incorporo a la empresa y no tengo ni una semana en mi nuevo empleo, cuando siento el impulso de querer envenenar el café de mi jefe, pero sé que darían con el responsable en un abrir y cerrar de ojos, además de que eso destrozaría a mis padres. —¡Señorita Bennett! —grita desde su oficina, cierro los ojos y me concentro para no gritarle que use el maldito teléfono que tiene en su oficina para pedirme las cosas de buen modo, me levanto y toco a su puerta—, ¿por qué tardo tanto en llegar? Su escritorio solo está a unos cuantos pasos de mi oficina. —¿Qué se le ofrece, señor Cavalluci? —pregunto ignorando su ponzoña de esta mañana. —Esta noche tendré una cena con algunos posibles clientes, por lo que usted debe de acompañarme. —No me había informado nada. —Ahora ya lo sabe, ¿o es que no puede asistir? —inquiere con un tono de voz que no augura nada bueno si es que me niego. —Para nada jefe, ahí estaré, como siempre me avisa a última hora —murmuro esto último
Al día siguiente, cuando llegó a mi escritorio, me dejo caer en mi silla bastante agotada, de tan solo imaginar los gritos que tendré que escuchar a lo largo del día, suelto un suspiro y enciendo mi computador antes de que aparezca mi adorado jefe y comience con venenosos comentarios sobre lo que ocurrió ayer. —¿Tan temprano y ya está cansada? —escucho su horrible voz. Cierro los ojos y después de contar hasta tres levanto la mirada y sonrío de tal forma que los músculos de mi cara se tensan tanto que es casi seguro que terminaré con un desgarre facial, y aunque en mi mundo imaginario me gustaría responder con algo como «¿Tan temprano y de tan mal humor?», me obligo a ser tan cortés como puedo serlo con este despreciable ser. —¡Buenos días, señor Cavalluci! En un momento le llevo su café y los pendientes del día. Pasa de largo y sin saludar, por lo que en cuanto se cierra la puerta de su oficina, lanzo un grito ahogado. Me pongo en pie y, como cada día de esta larga semana, preparo
Justo, como lo dijo Marcello, regreso a mi lugar de trabajo y por suerte no aparece mi jefe hasta que termina mi jornada laboral. Me lanza una mirada fulminante y sube al ascensor sin decir nada de lo que sucedió hace un par de horas. Recargo mi cabeza en mi escritorio y lanzo un pequeño suspiro de alivio; por lo menos no desperté a la bestia que habita en mi jefe. Tomo mis cosas y salgo de la oficina con rumbo a mi departamento. Días después de la cena con Camille Dumont me enteré por Gianluca de que algunas asistentes a las que despidieron resultaron ser infiltradas de algún empresario importante (con hijas en edad de casarse) y las cuales fueron enviadas para hacer de casamenteras con mi jefe. Organizaban alguna cena con un posible cliente y esos empresarios aprovechaban para presentarle a su hermoso retoño que resultaba no estar comprometida, convirtiendo una cena de negocios en una cita a ciegas, mi jefe harto de todo ello fue que decidió contratar a una asistente mayor y bueno
Al otro día, cuando llego a la oficina por cada lugar que paso, el tema de conversación es el amorío entre mi jefe y el señor Marcello, por lo que me dirijo de inmediato al lugar de Gianluca. —¿Por qué corriste el chisme de mi jefe y del señor Marcello? Te dije que no contarás nada —lo acuso en cuanto lo tengo de frente. —Ya sé a qué te refieres y te aseguro que yo no dije nada. Cuando llegué, todos hablaban de ello, además salió una foto en una revista y tu jefe se ve bastante acaramelado con mi ex pastelito —musita con tristeza—. Ahora que Marcello ya tiene dueño, me doy cuenta de que lo he perdido, me quedé con ganas de probarlo —se lamenta con un pequeño mohín. —¿S-salió en una revista? —inquiero con incredulidad. —Sí —busca en su celular y después de algunos segundos me enseña el titular de esa revista y debajo de este una foto de mi jefe cenando con el señor De Santis en un lugar bastante elegante y hasta cierto punto romántico. —Nunca pensé que mis sospechas fuesen ciertas.
Durante alrededor de dos horas me la paso caminando de un lado al otro, apoyando ya sea en revisar los guiones a los cuales se deben de apegar los talentos, así como revisar que algunas cosas de utilería se cambien por otras de acuerdo con algunas exigencias de los modelos. En un momento la grabación se detiene y, por fin, después de varias horas sin probar bocado, llega el servicio de catering del hotel con tantos platillos que no sé por cuál decidirme. Estoy por servirme un poco de estofado cuando uno de los modelos se acerca a mí y me sonríe. —Eso se ve muy rico —musita, señalando con su barbilla una de las bandejas. —S-sí, eso parece —le doy la razón sin poder apartar mi mirada de él, dado que sus hermosos ojos verdes contrastan a la perfección con su piel trigueña. —Creo que probaré un poco —toma el cucharón que aún sostengo entre mis manos y simplemente de un momento a otro esa pequeña burbuja de éxtasis se pincha en cuanto mi jefe me manda llamar. —¡¡Señorita Bennett!! —esc
Después de mi pequeño desahogo, comienzo con todas las llamadas, así que cuando vuelvo a observar la hora en mi computador, me doy cuenta de que ya pasan de las diez de la noche. Por suerte, la mayoría de las asistentes trabajan hasta tarde, por lo que pude terminar de concretar las citas con mi jefe. Apago mi computador y después de tomar todas mis cosas, bajo por el ascensor hasta el lobby del edificio. Debido a que ya es bastante tarde, solo quedamos el personal de seguridad y yo, cuando paso a su lado, me despido con un pequeño movimiento de mi mano, mismo que ellos me responden, pero cuando veo que del otro lado de los grandes ventanales comienzan a verse algunos relámpagos acelero el paso para conseguir un taxi antes de que la lluvia que seguro está por llegar me empape. Salgo al implacable aire que azota la noche y no he caminado ni cinco metros cuando una fuerte tormenta descarga su furia sobre todas las personas que caminan apresuradas en un intento por huir de esa ducha hel
Me encojo de hombros y con paso lento me dirijo a la oficina de mi jefe. Después de tocar dos veces, me permite pasar. —¿Por qué se tardó tanto? Por un momento pensé que ya se le había olvidado traer mi café —me regaña con el ceño fruncido. —Me había quedado muy caliente y tuve que enfriarlo un poco —me excuso fingiendo estar apenada. —Déjelo en esa parte de mi escritorio, no quiero que se me acerque —lo fulmino con la mirada, pero dado que no levanta la vista de sus documentos, no puede verme—. Toda usted es una bomba andante de virus —exclama con un escalofrío—. Es más, no sé ni por qué vino a la oficina. —Porque usted me obligó a venir, le hablé a su celular y solo se dedicó a darme órdenes sin escucharme al decirle que quería tomarme un día. —Puede retirarse, pero llévese el portátil a su casa para que trabaje desde ahí. No quiero que siga dejando su virus en mi empresa. —Y no solo en su empresa, sino también en su taza —mascullo cuando lo veo tomar un trago de su café y sabo
Después de unos cuarenta minutos llegamos a la hermosa casa de nuestro jefe y algo es seguro, el demonio ese tendrá mal carácter, pero no mal gusto. Siempre que vengo a su casa me encanta perder el tiempo, mientras miro el jardín desde los enormes ventanales que adornan la planta baja. Paolo me abre la puerta y bajo resignada a que estos serán los peores tres días de mi semana. —Ya sabes donde se encuentra su habitación, así que te dejo para que tú lidies con él —musita Paolo con una enorme sonrisa. —Claro como tú no eres al que están sacrificando como cerdo —refunfuño, molesta. Tomo todas mis cosas y me dirijo a la habitación de mi jefe, toco a la puerta y al instante su horrorosa voz me permite pasar. —¡Dios, luce terrible! —exclamo cuando lo veo con los ojos hinchados, el cabello parado y la nariz tan roja como una gran cereza. Ante mis palabras me fulmina con la mirada y me indica con su mano que me acerque a donde se encuentra. —Gracias, pero aquí estoy bien —sin darle tiem