Reyyan Bennett
Ahogo un grito de frustración y observo el paisaje mientras nos dirigimos a esa aburrida gala cuando recuerdo que es posible que no me dejen entrar a ella y con ese pequeño brillo de esperanza me giro hacia mi jefe.
—Ahora que lo recuerdo para poder ingresar al evento, las personas tenían que confirmar su asistencia y el nombre de su acompañante —musito después de unos minutos de silencio.
—Así es y cómo la conozco lo suficiente, yo mismo solicité un cambio en el nombre de mi acompañante —responde mi jefe con una sonrisa de superioridad.
—¿Y por qué hizo eso? Yo soy su asistente.
—Vaya, hasta que recuerda que es mi asistente y no una periodista de alguna revista de chismes, encargada de indagar sobre mi vida privada.
—Usted es más chismoso que yo. ¿Sabe qué?, no quiero seguir discutiendo con usted, me pone de malas —sentencio con frialdad.
—Eso sí que es una novedad, a usted le gusta discutir hasta por qué pasó una mosca y no se preocupe a mí, también me pone de malas discutir con usted, pero no puedo despedirla a menos que tenga una razón de peso. No soy tan imbécil como para ganarme una demanda por despido injustificado.
—Eso quiere decir que lo tengo agarrado de las nueces…
—¡¡Reyyan!! —chilla Paolo dando un volantazo y provocando que caiga sobre nuestro jefe, por suerte el ente malvado me sostiene de la cintura y me ayuda a regresar a mi lugar.
—Paolo maneja con más cuidado por favor y usted señorita Bennett…
—No me arrepiento de lo que le dije hace un instante —me le adelanto—, sabe que es verdad. Muchas de sus anteriores asistentes renunciaron y a otras si las despidió porque las muy tontas intentaron enredarse con usted. En cambio, yo soy una asistente más que capacitada para el trabajo y lo más importante, nunca intentaré saltar a su cama, no soy tan imbécil como para meterme con mi jefe gay.
—¡¡Señorita Bennett!!
—¡¿Qué?! Es un secreto a voces, ¿no verdad? Todos en la agencia saben de su relación con el señor Marcello, no es que sean muy discretos que digamos.
—Guarde silencio y deje de hablar de cosas que no le conciernen —me amenaza acercando su rostro al mío, y cuando veo un pequeño brillo de malicia en sus ojos azules me alejo de él al instante.
Después de poco más de media hora, por fin llegamos al Hotel Stratford. Paolo se baja y abre la puerta para permitir que descienda mi jefe, y aunque por un instante pensé que no era un caballero, sino un bruto, me tiende la mano y me ayuda a bajar.
—Quiero que se comporte y más le vale que no me haga una escena como la de hace un rato —me amenaza con una pequeña sonrisa y bajando la voz cuando nos acercamos a un grupo de empresarios.
Mi jefe da nuestros nombres y sin perder tiempo nos dejan pasar, le tiendo mi abrigo a uno de los encargados de guardarropa y poco a poco nos abrimos paso entre las personas, mientras mi jefe se detiene unos segundos para cruzar unas cuantas palabras con algunos.
De un momento a otro nos encontramos rodeados por algunos patrocinadores, directivos y empresarios del giro, quienes discuten animadamente sobre los posibles ganadores de los premios que se llevaran a cabo en un par de horas. Les presto atención durante algunos minutos, sin embargo, cuando comienzan a hablar sobre política suprimo un bostezo para no parecer maleducada y en un descuido de mi jefe me escabullo hacia una mesa del fondo donde vi algunos aperitivos.
—¿Reyyan Bennett? —escucho una voz a mi espalda cuando estiro mi mano para tomar un bocadillo. Me doy la vuelta y me encuentro de frente con unos hermosos ojos verdes.
—¿Michael Dubois? —respondo con otra pregunta y sonriendo.
—El mismo. No pensé volver a verte y mucho menos encontrarte aquí —musita acercándose a mí y saludándome con un beso en la mejilla—. ¿Te parece si te invito un trago o viniste con alguien?
Estoy por responder cuando una gélida voz me deja clavada en mi lugar y más porque estoy segura de que esa presencia no augura nada bueno.
—La señorita Bennett no puede y, por si no te lo dijo, es mi acompañante, ¿no es así? —me cuestiona tomándome del brazo y apretándolo ligeramente.
—S-sí, vengo con mi jefe —le aclaro con una pequeña mueca—, t-tal vez otro día podamos tomarnos ese trago…
—Vámonos, necesito hablar con usted de algo importante —me corta mi jefe, alejándome una vez más del hermoso trigueño de ojos verdes.
—¡Hasta luego, Michael! —me despido con tristeza.
Una vez que dejamos atrás a Michael, mi jefe me lleva hasta un lugar apartado y me encara con el ceño fruncido.
—¿Qué le dije? —me increpa en un siseo bajo y amenazante.
—¿Sobre qué? Durante toda la noche se la ha pasado regañándome, así que es evidente que no puedo recordar todo lo que me dijo.
—No se quiera hacer la graciosa conmigo. Le dije que tenía que estar pegada a mí durante toda la m*****a velada y, en cuanto tuvo la oportunidad, se fue a coquetear con ese tipo.
—No estaba coqueteando con ningún tipo —argumento, molesta por la forma en que me habla.
—Ahórrese sus excusas y mejor limítese a hacer su trabajo.
—Sí, claro, cuidarle el trasero para que no se lo entregue a nadie. En toda la noche no he visto que alguna mujer se le acerque con la intención de querer llevárselo a la cama, es bien sabido por todos que usted es gay —musito de forma atropellada—. Tal vez los únicos que estén aguardando el momento de que les dé luz verde son aquellos tipos de allá.
—Le dije que no hable sobre lo que no le concierne. La próxima vez que vuelva a insinuar algo de mi relación con Marcello le juro que…
—¿Qué me hará? ¿Despedirme? ¡Hágalo! Créame que me haría un favor, así podría irme con bastante dinero y lo mejor de todo es que ya no tendría que soportarlo.
—Esto lo arreglamos más tarde —me amenaza tomándome del brazo y llevándome lejos cuando unos invitados se aproximan a donde nos encontramos.
Deambulamos un rato por el lugar, hasta que mi jefe se detiene a hablar con algunos directivos de otras agencias de publicidad y, como parece que se tomó muy en serio eso de tenerme a su lado, en ningún momento suelta mi brazo, por lo que me es imposible escabullirme.
Me limito a sonreír cortésmente con todo aquel que se acerca y, por suerte, cuando un hombre como de unos cincuenta años se posa entre los dos, es mi oportunidad de separarme de mi jefe, por lo menos por algunos minutos.
—Te aseguro que si la conoces me darás la razón, Cavalluci —escucho que musita el hombre de hace un instante—. Es una promesa esa mujer.
—¿De quién se trata? —interviene otro de los hombres.
—De Greta Martinelli, es toda una joya. Desde que llegó a nuestro país, todas las marcas importantes se pelean por trabajar con ella —les explica el hombre mayor con una sonrisa.
—¿Q-quién dijiste? —cuestiona mi jefe con un ligero temblor en su voz.
—Greta Martinelli… —poco a poco me alejo de ellos y por fin vuelvo a librarme de mi jefe.
Giro un poco mi rostro y cuando me percato de que mi jefe no ha reparado en mi ausencia, casi me echo a correr al baño, donde me gustaría refrescarme el rostro, pero estoy segura de que si arruino mi maquillaje y Gianluca se da cuenta es capaz de gritarme durante toda la madrugada por haber hecho algo semejante con su obra maestra.
Permanezco por alrededor de diez minutos y cuando creo que ya es hora de regresar, salgo casi arrastrando mis pies. Voy mirando el piso cuando choco con alguien, y justo cuando levanto la mirada me encuentro con los fríos ojos de mi jefe.
—¿Dónde estaba? —sisea mi jefe apartándose de mí.
—En el baño.
—Sí, claro, el baño. ¿No será que se fue a encontrar con el tipo ese?
—No sé de qué tipo me habla y no sabía que hasta para ir al baño tenía de pedirle permiso.
—Le recuerdo que es mi acompañante y debe de estar conmigo todo el tiempo.
—Y yo le recuerdo que no soy su niñera, no es como si el señor Marcello no se esperase alguna infidelidad nueva de su parte esta noche.
—¡Señorita Bennett! —musita furioso, acercando peligrosamente su rostro al mío.
—No me deja ni respirar un segundo, me siento sofocada —chillo igual de molesta que él.
—Vamos a la barra.
—¿Por qué a la barra?
—Porque se lo estoy ordenando. Vamos a beber.
—No voy a beber con usted —lo contradigo con un ligero escalofrío.
—¿Por qué no?
—Podría decirse que estamos en horario laboral —me justifico, aunque en realidad lo que menos deseo es beber con alguien como él.
Me ignora y se acerca a la barra donde le pide al barman que nos sirvan un whisky a cada uno, empuja un vaso hacia mí y me mira con el ceño fruncido al darse cuenta de que no lo tomo.
—¡Beba! —me ordena con un gruñido.
—No voy a beber.
—Si bebe conmigo, le pagaré el doble.
—¿Qué quiere decir con eso? —pregunto mirándolo con desconfianza.
—Que al final del mes tendrá el doble de su sueldo si bebe conmigo.
—¿Quién me asegura que no me está mintiendo?
—Tiene mi palabra —cuando ve que estoy por decirle algo, levanta su mano para obligarme a callar y luego saca su móvil, escribe algo y después lo vuelve a guardar en su bolsillo.
—¿Qué hizo?
—Le escribí a Steve el de finanzas, para decirle que este mes se le pagará el doble.
—¿Se da cuenta de la hora que es y que seguramente ese pobre hombre debe de estar dormido?
—Mejor deje de quejarse y beba conmigo. Le aseguro que le pagaré el doble —me asegura.
—A bueno, así cambia la cosa —me acomodo a su lado y comienzo a beber con Belcebú como si fuésemos amigos y no dos personas que se han declarado la guerra.
Continuamos bebiendo que de un momento a otro pierdo la cuenta de cuantos tragos nos hemos tomado. Comienzo por sentirme un poco mareada y me cuesta trabajo hablar, por lo que considero que ya es momento de regresar.
—C-creo que ya deberíamos de irnos —le comento a mi jefe arrastrando un poco las palabras.
—Tiene razón, ya me siento un poco mareado —me da la razón sacudiendo su cabeza—. Le hablaré a Paolo —saca su móvil y le llama a su chófer.
Aguardo por algunos segundos y decido que es mejor no desperdiciar lo que resta de mi bebida, así que me la bebo de un trago, pero cuando escucho que mi jefe lanza un bufido le prestó atención.
—¿Q-qué sucede?
—Paolo no podrá venir por nosotros.
—¿Cómo que no podrá venir por nosotros? Se supone que está afuera esperándonos.
—Tuvo q-que irse por una emergencia familiar —masculla con una mueca.
—¿Y por qué no le grito?
—¿No escuchó? Tuvo una emergencia familiar, tampoco soy un desgraciado sin sentimientos.
—Conmigo, si lo es —lo contradigo mirándolo con recelo—. ¿A Paolo le da esas concesiones por qué le gusta o es su amante? —inquiero acercando mi rostro al suyo para que solo él pueda escucharme.
—D-deje de decir idioteces —farfulla, molesto—. Paolo dijo que pedirá un taxi para nosotros y q-que el chófer nos vendrá a buscar hasta acá, así que sigamos bebiendo en lo que llega —le hace una seña al barman y este nos sirve otro trago.
Me encojo de hombros y sigo bebiendo con mi jefe. Total nada malo puede suceder en lo que esperamos al chófer o, por lo menos, eso es lo que quise creer esa noche.
[…]
A la mañana siguiente, siento unas tremendas ganas de ir al baño, pero cuando intento abrir los ojos me pesan tanto que prefiero seguir durmiendo; sin embargo, el ronquido de Gianluca me obliga a taparme los oídos y darme la vuelta en la cama.
Odio cuando sus ronquidos se escuchan hasta mi habitación, impidiéndome dormir hasta tarde cuando es fin de semana, sin embargo, cuando siento que hay unas piernas enganchadas a las mías, abro los ojos de golpe encontrándome en un lugar que no reconozco.
Me giro con mucho cuidado en la enorme y blanda cama, y cuando observo al hombre que yace a mi lado, tapo mi boca para no gritar como histérica.
—¡Maldita sea!, ¿ahora qué haré? Abusé de mi jefe. ¡Estoy jodida! —farfullo antes de casi perder la calma.
Meses antes —¡Señorita Bennett! —escucho el grito proveniente de la oficina de mi jefe, ante lo cual ruedo los ojos y tomo mi tablet, tiene un teléfono en su escritorio con línea directa al mío que, por cierto, se empolva porque es incapaz de levantarlo y comunicarse conmigo como lo harían las personas civilizadas, pero no, él malhumorado y detestable de mi jefe prefiere llamarme a gritos como el cavernícola que es—. ¡Señorita Bennett! —vuelve a gritar cada vez más fuerte. —Dígame, señor Cavalluci —respondo cuando pongo un pie en su oficina y le regalo una cálida sonrisa, mientras por dentro le recuerdo a su querida madre de una y mil formas diferentes como cada mañana. —¿Ya tiene listo todo para la junta de esta tarde con los directivos? —cuestiona al tiempo que me lanza una mirada gélida, de la cual Elsa de Frozen estaría sumamente orgullosa, aunque, ahora que lo pienso, ella debió ser pupila de este hombre. —Ya está todo listo, las carpetas están ordenadas de acuerdo con los pun
Después de algunos días me incorporo a la empresa y no tengo ni una semana en mi nuevo empleo, cuando siento el impulso de querer envenenar el café de mi jefe, pero sé que darían con el responsable en un abrir y cerrar de ojos, además de que eso destrozaría a mis padres. —¡Señorita Bennett! —grita desde su oficina, cierro los ojos y me concentro para no gritarle que use el maldito teléfono que tiene en su oficina para pedirme las cosas de buen modo, me levanto y toco a su puerta—, ¿por qué tardo tanto en llegar? Su escritorio solo está a unos cuantos pasos de mi oficina. —¿Qué se le ofrece, señor Cavalluci? —pregunto ignorando su ponzoña de esta mañana. —Esta noche tendré una cena con algunos posibles clientes, por lo que usted debe de acompañarme. —No me había informado nada. —Ahora ya lo sabe, ¿o es que no puede asistir? —inquiere con un tono de voz que no augura nada bueno si es que me niego. —Para nada jefe, ahí estaré, como siempre me avisa a última hora —murmuro esto último
Al día siguiente, cuando llegó a mi escritorio, me dejo caer en mi silla bastante agotada, de tan solo imaginar los gritos que tendré que escuchar a lo largo del día, suelto un suspiro y enciendo mi computador antes de que aparezca mi adorado jefe y comience con venenosos comentarios sobre lo que ocurrió ayer. —¿Tan temprano y ya está cansada? —escucho su horrible voz. Cierro los ojos y después de contar hasta tres levanto la mirada y sonrío de tal forma que los músculos de mi cara se tensan tanto que es casi seguro que terminaré con un desgarre facial, y aunque en mi mundo imaginario me gustaría responder con algo como «¿Tan temprano y de tan mal humor?», me obligo a ser tan cortés como puedo serlo con este despreciable ser. —¡Buenos días, señor Cavalluci! En un momento le llevo su café y los pendientes del día. Pasa de largo y sin saludar, por lo que en cuanto se cierra la puerta de su oficina, lanzo un grito ahogado. Me pongo en pie y, como cada día de esta larga semana, preparo
Justo, como lo dijo Marcello, regreso a mi lugar de trabajo y por suerte no aparece mi jefe hasta que termina mi jornada laboral. Me lanza una mirada fulminante y sube al ascensor sin decir nada de lo que sucedió hace un par de horas. Recargo mi cabeza en mi escritorio y lanzo un pequeño suspiro de alivio; por lo menos no desperté a la bestia que habita en mi jefe. Tomo mis cosas y salgo de la oficina con rumbo a mi departamento. Días después de la cena con Camille Dumont me enteré por Gianluca de que algunas asistentes a las que despidieron resultaron ser infiltradas de algún empresario importante (con hijas en edad de casarse) y las cuales fueron enviadas para hacer de casamenteras con mi jefe. Organizaban alguna cena con un posible cliente y esos empresarios aprovechaban para presentarle a su hermoso retoño que resultaba no estar comprometida, convirtiendo una cena de negocios en una cita a ciegas, mi jefe harto de todo ello fue que decidió contratar a una asistente mayor y bueno
Al otro día, cuando llego a la oficina por cada lugar que paso, el tema de conversación es el amorío entre mi jefe y el señor Marcello, por lo que me dirijo de inmediato al lugar de Gianluca. —¿Por qué corriste el chisme de mi jefe y del señor Marcello? Te dije que no contarás nada —lo acuso en cuanto lo tengo de frente. —Ya sé a qué te refieres y te aseguro que yo no dije nada. Cuando llegué, todos hablaban de ello, además salió una foto en una revista y tu jefe se ve bastante acaramelado con mi ex pastelito —musita con tristeza—. Ahora que Marcello ya tiene dueño, me doy cuenta de que lo he perdido, me quedé con ganas de probarlo —se lamenta con un pequeño mohín. —¿S-salió en una revista? —inquiero con incredulidad. —Sí —busca en su celular y después de algunos segundos me enseña el titular de esa revista y debajo de este una foto de mi jefe cenando con el señor De Santis en un lugar bastante elegante y hasta cierto punto romántico. —Nunca pensé que mis sospechas fuesen ciertas.
Durante alrededor de dos horas me la paso caminando de un lado al otro, apoyando ya sea en revisar los guiones a los cuales se deben de apegar los talentos, así como revisar que algunas cosas de utilería se cambien por otras de acuerdo con algunas exigencias de los modelos. En un momento la grabación se detiene y, por fin, después de varias horas sin probar bocado, llega el servicio de catering del hotel con tantos platillos que no sé por cuál decidirme. Estoy por servirme un poco de estofado cuando uno de los modelos se acerca a mí y me sonríe. —Eso se ve muy rico —musita, señalando con su barbilla una de las bandejas. —S-sí, eso parece —le doy la razón sin poder apartar mi mirada de él, dado que sus hermosos ojos verdes contrastan a la perfección con su piel trigueña. —Creo que probaré un poco —toma el cucharón que aún sostengo entre mis manos y simplemente de un momento a otro esa pequeña burbuja de éxtasis se pincha en cuanto mi jefe me manda llamar. —¡¡Señorita Bennett!! —esc
Después de mi pequeño desahogo, comienzo con todas las llamadas, así que cuando vuelvo a observar la hora en mi computador, me doy cuenta de que ya pasan de las diez de la noche. Por suerte, la mayoría de las asistentes trabajan hasta tarde, por lo que pude terminar de concretar las citas con mi jefe. Apago mi computador y después de tomar todas mis cosas, bajo por el ascensor hasta el lobby del edificio. Debido a que ya es bastante tarde, solo quedamos el personal de seguridad y yo, cuando paso a su lado, me despido con un pequeño movimiento de mi mano, mismo que ellos me responden, pero cuando veo que del otro lado de los grandes ventanales comienzan a verse algunos relámpagos acelero el paso para conseguir un taxi antes de que la lluvia que seguro está por llegar me empape. Salgo al implacable aire que azota la noche y no he caminado ni cinco metros cuando una fuerte tormenta descarga su furia sobre todas las personas que caminan apresuradas en un intento por huir de esa ducha hel
Me encojo de hombros y con paso lento me dirijo a la oficina de mi jefe. Después de tocar dos veces, me permite pasar. —¿Por qué se tardó tanto? Por un momento pensé que ya se le había olvidado traer mi café —me regaña con el ceño fruncido. —Me había quedado muy caliente y tuve que enfriarlo un poco —me excuso fingiendo estar apenada. —Déjelo en esa parte de mi escritorio, no quiero que se me acerque —lo fulmino con la mirada, pero dado que no levanta la vista de sus documentos, no puede verme—. Toda usted es una bomba andante de virus —exclama con un escalofrío—. Es más, no sé ni por qué vino a la oficina. —Porque usted me obligó a venir, le hablé a su celular y solo se dedicó a darme órdenes sin escucharme al decirle que quería tomarme un día. —Puede retirarse, pero llévese el portátil a su casa para que trabaje desde ahí. No quiero que siga dejando su virus en mi empresa. —Y no solo en su empresa, sino también en su taza —mascullo cuando lo veo tomar un trago de su café y sabo