—Sí que es diminuto el renacuajo —murmura mi amigo, apretando mi mano y llorando junto conmigo a moco tendido. El doctor sigue pasando el transductor por mi vientre y después de imprimir la primera ecografía de mi bebé, me entrega una servilleta para limpiar mi vientre y tomar asiento en lo que termino de arreglarme. —Me gustaría ser sincero, señorita Bennett —masculla el doctor un poco más serio que hace un momento. —¿Hay algo mal con mi bebé? —lo cuestiono con mi labio inferior temblando. —No del todo. Su bebé pesa menos y es un poco más pequeño de lo que debería de ser alguien que está por cumplir las siete semanas de gestación —con su bolígrafo señala el punto negro que es mi bebé—, sin embargo, puede deberse a que no se ha alimentado correctamente. Es por ello por lo que le mandaré estás pastillas para las náuseas y estas vitaminas, además, de una dieta hasta cierto punto estricta para que el bebé pueda absorber todos los nutrientes necesarios para su completo desarrollo. —¿Y
Observo mi reloj y por suerte voy con tiempo. Mi comida con Gianluca se alargó gracias a que se me antojo una natilla y no tuve más remedio que comerla. Salgo del ascensor y como siempre mi amigo y yo nos separamos para nuestros respectivos lugares. Ajusto mi bolso a mi hombro y casi derrapo cuando veo a mi jefe junto a mi escritorio, sosteniendo en su mano la ecografía de nuestro bebé, intento ocultarme, pero tal parece que sintió mi mirada sobre él, dado que voltea y cuando nuestras miradas se cruzan alcanzo a vislumbrar un poco de dolor en sus ojos, pero de inmediato cambia la expresión de su rostro por una más fría. —Lo siento, señorita Reyyan, es solo que ver la ecografía de su bebé sobre el escritorio me llamó la atención —se disculpa dejándola de nuevo en su lugar. —N-no se preocupe. —Desde hoy saldrá a su hora, no es necesario que se exija de más en su estado. Solo en casos excepcionales deberá de permanecer un poco más en la oficina, pero yo le avisaré con anticipación —me
Gianluca y yo nos ponemos de pie y salimos de su consultorio, mucho más aliviados de cuando entramos.—Te dije que el renacuajo estaría bien.—Y tenías razón —concuerdo con él.—¿A dónde te llevo? —me cuestiona en cuanto abandonamos el hospital y subimos al auto.—A La Ragazza Divina, mi jefe y Marcello me están esperando ahí —murmuro cuando observo el mensaje de mi jefe.—¿Por qué ahí?—¿Recuerdas a Angela Carter, la dueña de la empresa de lencería Tentazione Segreta? —mi amigo asiente sin apartar la mirada de la avenida—. Bueno, resulta que estuvo insistiendo durante algunas semanas para hablar personalmente con mi jefe.—¿Sobre qué? ¡Ay, Dios! Deberías de tener cuidado —exclama escandalizado.—¿Por qué?—Puede estar interesada en el bizcochito y por eso su insistencia de hablar con él.—¿Y a mí qué? Quien debe de tener cuidado es Marcello, no yo —rebato con el ceño fruncido.—¿No te interesa el bizcochito aun cuando en tu útero se está horneando su renacuajo? —inquiere con una sonr
—¿Qué haces aquí? —lo cuestiono volteando hacia la entrada del edificio donde aún permanece mi jefe, quien observa molesto mi pequeño escondite, pero que gracias a ello no alcanza a ver a mi acompañante. —¿Qué hago aquí? ¿Es lo único que piensas preguntar después de años sin vernos? —me cuestiona furioso. —¿Q-qué quieres que te diga? —balbuceo bajado la voz. —¿Quién es el padre de tu bebé? Eso sería lo primero que deberías de responder. —N-no sé a qué te refieres —respondo cubriendo mi vientre con mi bolso. —No soy estúpido, crees que no sé qué estás embarazada, aunque tu vientre es un poco pequeño, ya se te nota. —¿Me has estado siguiendo? —exploto furiosa. —Es obvio que te he estado siguiendo florecita —me informa tomando un mechón de mi cabello y acomodándolo detrás de mi oreja—, ¿quién crees que ha ocultado tu verdadera identidad durante todos estos años? Creo que por lo mismo merezco un pago. —Qué pago, ni que una m****a… —Nunca has podido dejar ese vocabulario, me gustar
Las siguientes horas me concentro en mi trabajo de tal forma que cuando una gélida voz me interrumpe lanzo un pequeño gritito.—Más tarde regreso —se despide mi jefe con tal seriedad que me pone la piel de gallina.—S-sí, jefe.—Y ya váyase a comer, no quiero que más tarde me acuse con Marcello o Recursos Humanos por impedirle comer estando embarazada —sisea con la mandíbula apretada.Estoy por lanzarle mi mejor mirada cargada de veneno o incluso el panecillo que aún guardo, cuando un mensaje llega a mi móvil, por lo que solo veo como desaparece detrás de las puertas metálicas. Leo el mensaje y sin perder tiempo tomo mi bolso, y le mandó un mensaje a Gianluca avisándole que no podré comer con él debido a que tengo algo urgente por hacer.Bajo por las escaleras de emergencia para no encontrarme con mi amigo y cuando al fin llego al lobby, le hago la parada a un taxi y le pido que me lleve a la dirección de la tarjetita.Después de diez minutos llegamos al lugar y me quedo con la boca a
Alexandros Camino de un lado al otro y observo furioso mi móvil, mientras intento comunicarme con mi asistente, sin embargo, igual que las anteriores siete llamadas, esa mujer del demonio decide ignorarme. Salgo de mi oficina y cuando estoy por bajar al subterráneo para pedirle a Paolo que busquemos a mi asistente en su departamento, las puertas metálicas se abren dejando al descubierto a mi dolor de cabeza en persona. Descargo mi furia para con ella y después regreso a mi oficina, cerrando la puerta con un fuerte golpe. Me siento y cuando por fin estoy más tranquilo, busco en mi maletín los documentos de la empresa de lencería que Marcello me entregó ayer por la tarde, lanzo un gruñido, dado que es seguro que los olvidé en mi casa y es necesario que los revisé hoy. Levanto el teléfono para hablar con mi asistente y pedirle que vaya por ellos a mi casa, pero conociéndola estoy casi seguro de que después de nuestra discusión de hace un momento es capaz de vengarse y echar a la chim
Las semanas pasan y cuando debemos de reunirnos con una posible clienta, a mi asistente se le ocurrió la grandiosa idea de acudir a una cita con su doctor, observo la hora en mi móvil y lanzo un resoplido de desdén. —¿No pudo pedir otro día para su cita, tenía que ser precisamente hoy? —siseo furioso. —De un tiempo para acá estás más odioso que de costumbre —se queja Marcello. —¡Marcello! —Nada de Marcello, mira que yo soy muy paciente, pero te lo juro que no te soporto. Deja tranquila a esa pobre mujer, su doctor tiene una agenda muy apretada y solo hoy pudo atenderla. —¿Y tú como sabes eso? —Gianluca me lo dijo y mi amazona salvaje me lo confirmo, y por lo que más quieras relájate con ella. Suficiente, tiene con soportarte lo que le resta de su pobre vida. —¿Y por qué tendría que soportarme el resto de su vida? —Porque no creo que renuncie ahora que tendrá un bebé, es obvio que necesita el trabajo, ¿o crees que de lo contrario no se hubiese marchado ya? —guardo silencio dado
—¡Qué asco, huele a vómito y café rancio! —me quejo en cuanto regresamos a mi oficina. —¿Café rancio? —Sí, desde hace semanas mi oficina huele a ese asqueroso olor. Se lo he dicho a mi asistente, pero ella insiste en que no huele nada. —A mí tampoco me da el olor a café rancio, a vómito sí, pero no a café —murmura conteniendo la risa—. ¿Sabes? —inquiere Marcello cuando me ve abrir las ventanas, como no respondo continúa con su parloteo—: deberías de animarte a conquistar a tu asistente para después casarte con ella, tiene un gran sentido del humor, el cual combina con esa amargura que te caracteriza, son como el ying y el yang, la luz y la oscuridad, un ángel y un demonio o como… —Ya basta, ya lo entendí, gracias. Además, ¿qué diantres estás diciendo?, ¿casarme con esa mujer? Es metiche casi igual o más que tú, sobrepasa los límites sin importarle que yo sea su jefe, sin contar que espera el hijo de otro hombre. —A todo esto, ¿ya averiguaste quién es el padre de su bebé? Sé que es