Guardo silencio y con un miedo indescriptible saco las tres pruebas de embarazo que compró mi amigo. Mojo las tiras para sacarme esa duda que ahora carcome mi cerebro y los minutos se convierten en una lenta tortura. Cuando observo las dos pequeñas y mortíferas líneas, que se aprecian en la prueba, siento como si esto fuese una jodida lotería del terror, donde el premio mayor consiste en embarazarte del peor hombre que has conocido en los últimos años, sin mencionar que el hombre en cuestión no es alguien cualquiera. Se trata del endemoniadamente sexi y guapo de mi jefe, pero que al mismo tiempo tiene varios defectos, es amargado, malhumorado, promiscuo y hombreriego como ninguno otro. Agito la bendita prueba en mi mano como si fuese un termómetro de mercurio o como si estuviese blandiendo una espada y después de unos segundos vuelvo a observarla con el ceño fruncido, como si con ese acto tuviese el poder de borrar una de esas líneas, sin embargo, cuando estas permanecen tal como apa
Observo mi reloj y dado que no voy tan tarde decido ir por una malteada de fresa que se me antojo de la fuente de sodas que se encuentra a unos cuantos pasos de aquí. Después de casi diez minutos regreso corriendo al edificio y solo alcanzo a darle unos cuantos tragos cuando un fuerte mareo me hace trastabillar hasta casi caerme, solo que unos fuertes brazos me sostienen antes de besar el piso. —¿Señorita Reyyan? —escucho una voz a lo lejos y al sentirme segura con esa persona desconocida permito que una agradable oscuridad me envuelva. Después de lo que me parecen horas, giro mi rostro bastante incómoda cuando un fuerte olor se instala en mi nariz obligándome a abrir poco a poco los ojos. —¿Se siente bien, señorita Reyyan? —me cuestiona la voz de un ángel. Giro mi rostro hacia esa voz y cuando me encuentro de frente con Marcello sonrío como boba al creer que estoy teniendo un hermoso sueño con ese hombre. Levanto mi mano y cuando acaricio su mejilla áspera debido a la barba, suelt
Sigo con mi trabajo y cuando estoy contando los minutos para tomar mis cosas, y correr a la cafetería, el sonido del ascensor me hace levantar la mirada encontrándome de frente con mi hermoso Marcello. —¿Cómo se siente? —me cuestiona deteniéndose frente a mí. —Estoy bien, muchas gracias por preguntar —farfullo con timidez. —Le traje algo —saca de detrás de su espalda una malteada como la que le tiré esta mañana y sin poder evitarlo siento como mis mejillas se tornan carmesí al volver a revivir esa vergüenza. —No se hubiese molestado, además… —Se le cayó en la mañana y no se la pudo tomar. ¡Ande, tómela! —me la tiende y al instante siento como mis pupilas gustativas casi lanzan un gritito de emoción, con un ligero temblor en mi mano la tomo y le regalo una pequeña sonrisa. —Muchas gracias —respondo con timidez, aunque también me siento mal que él sea tan atento conmigo, cuando en mi vientre crece el fruto de la traición entre su novio y yo. —Todo sea por ese bebé, por cierto ¿est
El lunes por la mañana espero a que el mar humor de mi jefe se asiente un poco y me armo de valor para ir a su oficina, toco una vez y cuando esa gélida voz me permite pasar, me recuerdo que no debo ser grosera con él, por lo menos hasta que me dé ese permiso que necesito. —¿Qué se le ofrece, señorita Bennett? —me cuestiona sin levantar su mirada de lo que sea que esté revisando. —Quiero pedir permiso para mañana llegar un poco tarde —y como si le hubiese hecho alguna ofensa, levanta su cabeza a tal velocidad que me impresiona, no se haya roto el cuello. —¿Por qué? —Tengo cita con mi obstetra y debido a que su agenda está muy apretada, solo encontré espacio para mañana —le explico con amabilidad. —De acuerdo puede ir, no puedo negarle algo de esa índole. Solo no deje ningún pendiente sin resolver y procure que todas mis juntas sean cuando usted ya esté aquí. —Gracias, jefe. —¿Supongo que irá con el padre de su bebé? —me cuestiona cuando estoy por cerrar la puerta. —¿Disculpe? —
—Sí que es diminuto el renacuajo —murmura mi amigo, apretando mi mano y llorando junto conmigo a moco tendido. El doctor sigue pasando el transductor por mi vientre y después de imprimir la primera ecografía de mi bebé, me entrega una servilleta para limpiar mi vientre y tomar asiento en lo que termino de arreglarme. —Me gustaría ser sincero, señorita Bennett —masculla el doctor un poco más serio que hace un momento. —¿Hay algo mal con mi bebé? —lo cuestiono con mi labio inferior temblando. —No del todo. Su bebé pesa menos y es un poco más pequeño de lo que debería de ser alguien que está por cumplir las siete semanas de gestación —con su bolígrafo señala el punto negro que es mi bebé—, sin embargo, puede deberse a que no se ha alimentado correctamente. Es por ello por lo que le mandaré estás pastillas para las náuseas y estas vitaminas, además, de una dieta hasta cierto punto estricta para que el bebé pueda absorber todos los nutrientes necesarios para su completo desarrollo. —¿Y
Observo mi reloj y por suerte voy con tiempo. Mi comida con Gianluca se alargó gracias a que se me antojo una natilla y no tuve más remedio que comerla. Salgo del ascensor y como siempre mi amigo y yo nos separamos para nuestros respectivos lugares. Ajusto mi bolso a mi hombro y casi derrapo cuando veo a mi jefe junto a mi escritorio, sosteniendo en su mano la ecografía de nuestro bebé, intento ocultarme, pero tal parece que sintió mi mirada sobre él, dado que voltea y cuando nuestras miradas se cruzan alcanzo a vislumbrar un poco de dolor en sus ojos, pero de inmediato cambia la expresión de su rostro por una más fría. —Lo siento, señorita Reyyan, es solo que ver la ecografía de su bebé sobre el escritorio me llamó la atención —se disculpa dejándola de nuevo en su lugar. —N-no se preocupe. —Desde hoy saldrá a su hora, no es necesario que se exija de más en su estado. Solo en casos excepcionales deberá de permanecer un poco más en la oficina, pero yo le avisaré con anticipación —me
Gianluca y yo nos ponemos de pie y salimos de su consultorio, mucho más aliviados de cuando entramos.—Te dije que el renacuajo estaría bien.—Y tenías razón —concuerdo con él.—¿A dónde te llevo? —me cuestiona en cuanto abandonamos el hospital y subimos al auto.—A La Ragazza Divina, mi jefe y Marcello me están esperando ahí —murmuro cuando observo el mensaje de mi jefe.—¿Por qué ahí?—¿Recuerdas a Angela Carter, la dueña de la empresa de lencería Tentazione Segreta? —mi amigo asiente sin apartar la mirada de la avenida—. Bueno, resulta que estuvo insistiendo durante algunas semanas para hablar personalmente con mi jefe.—¿Sobre qué? ¡Ay, Dios! Deberías de tener cuidado —exclama escandalizado.—¿Por qué?—Puede estar interesada en el bizcochito y por eso su insistencia de hablar con él.—¿Y a mí qué? Quien debe de tener cuidado es Marcello, no yo —rebato con el ceño fruncido.—¿No te interesa el bizcochito aun cuando en tu útero se está horneando su renacuajo? —inquiere con una sonr
—¿Qué haces aquí? —lo cuestiono volteando hacia la entrada del edificio donde aún permanece mi jefe, quien observa molesto mi pequeño escondite, pero que gracias a ello no alcanza a ver a mi acompañante. —¿Qué hago aquí? ¿Es lo único que piensas preguntar después de años sin vernos? —me cuestiona furioso. —¿Q-qué quieres que te diga? —balbuceo bajado la voz. —¿Quién es el padre de tu bebé? Eso sería lo primero que deberías de responder. —N-no sé a qué te refieres —respondo cubriendo mi vientre con mi bolso. —No soy estúpido, crees que no sé qué estás embarazada, aunque tu vientre es un poco pequeño, ya se te nota. —¿Me has estado siguiendo? —exploto furiosa. —Es obvio que te he estado siguiendo florecita —me informa tomando un mechón de mi cabello y acomodándolo detrás de mi oreja—, ¿quién crees que ha ocultado tu verdadera identidad durante todos estos años? Creo que por lo mismo merezco un pago. —Qué pago, ni que una m****a… —Nunca has podido dejar ese vocabulario, me gustar