James
Ella realmente parece que perteneciera a este lugar. Personalidades locas y exaltadas es lo que más se nota en esta peculiar familia. Y, como si lo tuvieran grabado en su ADN, son desapegados a lo material y realmente hacen lo que aman y se divierten con ello. La abuela canta, el abuelo y Michelle cocinan con sus ayudantes, y Damian lleva las cuentas. Todos conformistas y sin más aspiraciones que estar juntos y llevar las tradiciones de su familia a la siguiente generación. Incluso los adolescentes parecen igual de locos.
Si no conociera o estuviera acostumbrado a la explosividad de Miranda, seguramente no hubiera sido capaz de soportar un desayuno tan movido y desesperante como este.
Mira aprieta su agarre en mi mano y le doy una tranquila caricia en el dorso de la mano, eso parece ayudarla a sonreír ha
JamesLa mira de pies a cabeza, con demasiado placer. Ella le sonríe, un poco incómoda, y se esconde detrás de nuestro hijo. Vuelvo a mirar a mi padre y reconozco el enorme alivio que me da al notar que no la mira como si la conociera, sólo con la lascivia de un hombre sin escrúpulos al ver a una mujer hermosa como ella, y caliente como se ve con ese vestido.Suspiro y cierro los ojos cuando el pensamiento pasa por mi mente con fuerza.No son mis hermanos.—Para mí también es un gusto, señor Lucio. Espero que cumpla con la promesa de su visita.Doy un paso adelante cuando intenta acercarse a ella, entiende la amenaza y sonríe como si se sintiera orgulloso. Sé que lo est&aa
MirandaMiro a Lucio. Su sonrisa cínica me provoca náuseas. La manera como intenta manipular a James es asquerosa. Jamás me imaginé que pudiera existir en el mundo un padre como este. Y le he permitido estar cerca de mis hijos.Él es como un lobo disfrazado de oveja. Perfectamente disfrazado. Cuando tocó a la puerta de la habitación buscando a James, endulzando con su falsa indignación por no saber nada de su hijo en meses, aparentando una preocupación que se veía tan real, hablando tan mal del abuelo «Animaniac» por quitarle a su hijo desde que era un bebé, sin permitirle luchar por él porque era pobre, supe muy dentro de mí qu
MirandaCon la mirada aún en la mesa, juega con un cuchillo sin filo. Retuerzo mis manos y aprieto la mandíbula, decepcionada por no lograr lo que tanto deseaba. Quizás las cosas nunca fueron como creí y esa fugaz mirada que me calentó en un segundo no ha venido de otro lugar diferente a mi imaginación. Quizás él jamás ha estado interesado como siempre me lo hizo creer mi mente ilusionada. Parpadeo, intentando hacer retroceder mis lágrimas. Al menos podría salir de aquí con algo de dignidad.—Miranda.Asiento y me agacho para tomar mi vestido.—Si —contesto, evitando esa fría mirada que me tiene desecha y decepcionada. Me meto, con afán, dentro del vestido y camino hacia la mesa
JamesResbalo mis enormes dedos de salchicha, como le llama ella, entre su cabello dorado y suave. Permanezco con los ojos cerrados disfrutando de su tranquila respiración en mi pecho mientras duerme con esa pasividad que la caracteriza. Sin problemas, con una confianza en la vida que yo jamás tendré. Ciertamente ella es la única razón para seguir creyendo que las personas buenas existen.Tengo personas a mi alrededor y no diré que son malas personas, pero tampoco puedo asegurar que son buenas. Nadie es cien por ciento bueno. Todos y cada uno de ellos siempre han actuado según sus conveniencias; como Dante jugando con las mujeres siendo un idiota sin corazón hasta que llegó Brianna a su vida para patearle el culo; Christopher que no es menos manipulador que su padre, como buen abogado que es; o incluso mi abuelo, que es
JamesMuerdo su labio y gime, complacida. Recavo dentro de su boquita, buscando la dulce suavidad de su tímida lengua, y siento como se deshace en mis brazos. Aprieto su nuca y suspiro antes de dejarla ir. Su sonrisa auténtica me hace sonreír también, aún incrédulo de estar disfrutando de esto. De una familia que ella me ha dado de la manera más incongruente.—Me gusta que intentes distraerme.Sonrío más.La mesera se acerca, toma nuestras tazas y deja los dos postres que Mira ha pedido, sólo por golosa de probar «las auténticas delicias francesas» MirandaMe alejo dos pasos y sonrío al encontrar perfecta la pequeña obra de arte que es la habitación de los niños. Al fin. Demoré un poco, lo sé, pero este será su hogar y deben crecer sintiéndolo de esa manera.—Mira —me llama, y sonrío como tonta antes de dar vuelta y encararlo. Espero a su veredicto y cruzo los dedos tras mi espalda. Él es a quien más debería impresionar, con su falta de gusto por los colores y la vida en general. Espero y espero. Suspira y me mira, sin demostrar nada más que la tranquilidad inicial al entrar—. Demasiados colores.En ningún momento tuvo deseos de entrar durante el proceso de creación y enterarse de lo que hago en la habitación de nuestros hijos. Sólo pasaba, arrugaCapítulo 37
Miranda—¿Por qué lloras? —pregunta, y aparta mi desordenado cabello de mi cara. No quiero peinarlo, eso siempre me ha dado pereza, pero James asegura que el lugar del encuentro es un sitio elegante. Uno de los restaurantes del capitalista abuelo «Animaniac»—. Te volviste a distraer.Arrugo la cara y niego, apoyo mi existencia en su pecho, porque, como dice él, él puede conmigo.—Amo a mis hijos.Lo siento negar contra mi cabeza y me aprieta contra sí.—También amo a nu
JamesLa sensación de libertad en ese entonces era vacía. La necesidad de hacer alguna locura o estupidez me empujaba hasta el límite. No tenía conciencia, no había quien me juzgara por ser un imbécil que simplemente tomaba lo que se le antojaba sin pedir permiso, que podía acabar con algo simplemente porque le daba la jodida gana. Sentía que el mundo me pertenecía para destruirlo a mi antojo. Los problemas en la escuela no se podían comparar con lo que sucedió después, al preferir a Lucio en lugar de a la familia que me dio todo lo que pudo. Mi abuelo y mi madre. No había medida. La muerte de la pequeña bella Beth y el final de su familia a manos de mi abuelo no son nada a comparación de eso que hice con mis propias fuerzas, con la sangre que corría entre mis dedos, esa que me paralizó y acabó con mi te