James
La sensación de libertad en ese entonces era vacía. La necesidad de hacer alguna locura o estupidez me empujaba hasta el límite. No tenía conciencia, no había quien me juzgara por ser un imbécil que simplemente tomaba lo que se le antojaba sin pedir permiso, que podía acabar con algo simplemente porque le daba la jodida gana. Sentía que el mundo me pertenecía para destruirlo a mi antojo. Los problemas en la escuela no se podían comparar con lo que sucedió después, al preferir a Lucio en lugar de a la familia que me dio todo lo que pudo. Mi abuelo y mi madre. No había medida. La muerte de la pequeña bella Beth y el final de su familia a manos de mi abuelo no son nada a comparación de eso que hice con mis propias fuerzas, con la sangre que corría entre mis dedos, esa que me paralizó y acabó con mi te
JamesSus brazos se aferran a mi cuello y tomo su cintura para pegarla a mí y profundizar el beso de la manera correcta. Hasta perder nuestra alma fundida en la del otro. Su suspiro me envuelve y muerdo su labio un poco para soportar tener que dejar ir el dulce sabor de su boca vivaz.La miro a los ojos y recojo el cabello de su cara.—Ese anillo te pertenece y te estará esperando hasta el día que lo decidas. No perturbes tu mente por cosas sin importancia. Ahora vuelve adentro y disfruta de la reunión. Te esperaré en nuestro apartamento.—Dar este paso contigo es muy importante para mí. Me has dado la familia que siempre deseé tener.—¿Entonces? MirandaTarareo, distraída, la canción Valerie de Amy Winehouse. Miro el enorme paquete que me ha enviado Richard. Mi hermano. Sé lo que contiene, lo prometió antes de nuestro regreso cuando se sorprendió por mi amor por las artes. Cuando dijo: «Padre estaría fascinado contigo». Recuerdo que mi corazón se aceleró, justo como lo hace ahora por la manera tan devota como lo expresó. Saber que ese hombre me amaría si supiera de mi existencia, hace que la tristeza crezca y se haga más cruda.Toda mi vida creí que era hija de algún cliente casual y Capítulo 41
MirandaEntro al enorme edificio con una, también, enorme sonrisa. Muchos de los que me reconocen ya no se extrañan por mi actitud relajada, creo que incluso creen que me hace falta un tornillo. Que tontos son. Es a ellos a quienes les hace falta un tornillo. Viven persiguiendo riquezas y alabanzas que al final no les sirven para apaciguar la tristeza, la soledad o la amargura que aruña sus corazones como un «Freddy Kruger» ocioso y ponzoñoso.Son hilarantes.Hi-la-ran-te… Mi palabra del día, definitivamente.Empuño mis manos emocionadas, expectantes y nerviosas, cuando las puert
MirandaAl llegar al restaurante suelta mi mano y me mira a la espera de algo.—¿Qué? —pregunto.—Tu abrigo —dice, con obviedad, y sonrío como tonta.Sujeto el cinturón que ciñe el gabán a mi cintura y aprieto las manos alrededor de él al recordar un minúsculo detalle.—Acabo de recordar que tengo calor —digo, y tapo mi boca—. ¡No! Frío. Lo que tengo es frío, lo juro.James suspira y me observa como si intentara descifrarme y doy gracias al cielo a que sea tan cuadriculado como para presentir algo de mi parte. Se encoge de hombros y toma mi mano para seguir nuestro camino por donde nos
JamesDejar de soñar y desear desenvolver ese precioso regalo que me estaba ofreciendo Mira tan libremente me tenía ansioso. Mi plan es regresar al origen de su fantasía, el lugar donde pretendía dar inicio a otro de sus fantásticos intentos de seducción. No significa que no me guste que lo haga, pero se pone tan nerviosa que simplemente me causa gracia mirar como intenta llamar mi atención con su cuerpo. Pero ella no sabe que me tiene encantado desde hace tanto. Incluso cuando era una mujer escuálida que no tenía más que unos hipnóticos y dulces ojos violetas que atravesaban mi alma, y una voz de sirena que me arrastraba a lo profundo de una paz con la que sólo podía soñar. Aun con esa ropa que le quedaba gigante sobre ese cuerpo de adolescente desgarbada que tenía. Ahora sí parece una mujer, con sus carnes bien pues
JamesAl ver el mal estado de Christopher, sus gimoteos de nena y la sangre que no se detiene dentro de su nariz, decido intervenir, obligo a Miranda a alejarse. Forcejea conmigo, pero logro sacarla de la oficina.—Vamos. No me hagas esto —suplica ella, y sonrío—. Esto es divertido.—Quédate allí.Chilla como bebé, igual a Isis cuando me suplica que la tome en brazos. Ruedo los ojos y resoplo, cosa que la hace reír.—Prometo quedarme en una esquina.Cierro la puerta con firmeza, escuchando perfectamente su grito inconforme, y vuelvo a enfrentar esta escena tan patética que tiene lugar en mi oficina. Un asesinato en mi alfombra de l
JamesCon cortos besos, suaves caricias y movimientos pausados, nos levantamos de la alfombra donde hemos terminado nuestro maratónico día. Nos cambiamos, boto las dos botellas de vino y los empaques de comida que nos sustentó. Salimos del edificio con el mismo ánimo aletargado, con ella siempre sujeta a mí, acaramelada, pero también buscando apoyo para sus piernas temblorosas. Cosa que no ha dejado de hacerle gracia.De camino le escribo a Brianna para que me ayude con mi matrimonio mañana, pero me niega su ayuda al decir que no está en el país. No quiero inmiscuir a Christopher en más decisiones que tome, y ahora no podré evitarlo.Estaciono frente al edificio y el portero corre a abrir la puerta para Miranda. Ella sale y me espera. Con algo de inquietud y con
James—Miranda —digo, en voz baja.Doy un paso hacia ella y, en el segundo paso, me congelo en mi lugar al sentir su salto, su lejanía y su miedo hacia mí. Aprieto mi mano en un fuerte puño, tragándome la impotencia con ácido. Veo su duda, pero al fin me mira, intentando mostrar una confianza que ha perdido en menos de doce horas. Como si lo vivido estos meses no fueran más que segundo efímeros y sin valor. Como si amarlos no significara más que una mentira.Murmura algo, pero mis oídos se sientes huecos. Sólo comprendo cuando muestra a Isis, entonces asiento. Sonrío, inevitable al ver esa preciosa sonrisa de mi pequeña diosa al lanzarse hacia mí, como lo ha hecho desde el primer día que la sostuve en mis brazos, donde durmi&oacu