Capítulo 4

—Gracias, ya tengo pareja — respondo, intentando no doblegarme ante sus encantos.

— ¿Y cómo se llama? Digo, Para ir buscándolo. Entre tanta gente de clase debe haber uno que no encaje — sonríe.

Ver esa sonrisa pintada en su rostro me provoca suspiros involuntarios, pero también una enorme rabia, por la manera de expresarse.

—Se llama Carlos y es hermano del estúpido que hizo esta horrenda fiesta — le informo.

Cuando ese nombre entra por los oídos del extraño, su sonrisa de niño bobo desaparece por un segundo. Pero sigue sacándome de mis casillas.

— ¡Mira pues! Y yo que esperaba conocer a un monumento curvilíneo como acompañante del gran Carlos Martinelli; una diosa, ya sabes, una de esa mujer llena de atributos que te dejan tuerto de tanto mirar —suspira largamente, mientras muerde su labio inferior.

— ¿Qué quieres decir?

—Que eres fea, amargada y pues no veo esos enormes melones apetecibles, ni trasero redondo —dice mirándome de arriba abajo mientras sus manos se mueven.

Sin pensarlo dos veces lo abofeteo con toda esa ira reprimida que lo hace tambalear. No sé por qué lo hice.

—Auch, eso sí dolió.

— ¡Estúpido! —expreso entre dientes.

Ya estoy explotando de coraje, no quiero seguir frente a un patán. Doy unos pasos y en un segundo estoy de vuelta frente a sus labios, retornando a ese abismo de sensaciones placenteras que me condenan al sentir sus besos. Mi cuerpo se vuelve una gelatina entre sus brazos, solo han pasado unos segundos y ya mis bragas están empapadas y él no disimula en hacerme sentir su erección.

“¡Joder! Sí que es bien dotado”.

Con la poca voluntad que me queda, lo aparto. No estoy dispuesta a ceder de nuevo y, aunque reacciono segundos después de volver a saborear su boca, me separo como un rayo, dejándole un gran mordisco.

—¡Diablos! Eso no lo esperaba, pero debo confesar que besas rico —me sonríe mientras se limpia la sangre—. Ninguna otra se atrevió a tanto. Debo confesar que me has dejado muy impresionado y eso no es fácil de conseguir.

— ¿Y se supone que debo darte las gracias?

—Es de buena educación hacerlo —me sonríe.

—Cretino, aprovechado.

—No te hagas la santa, que no te queda.

—¡Ay! —grito muy furiosa, tapándome la cara— ¡No te soporto!

—Yo tampoco soportaría alguien como tú. Eres irritante y aburrida.

—¡Repítelo! —Hablo entre dientes con mi cara roja de ira.

—Hasta media sorda eres, pero eso no importa, con limpiarse los oídos se soluciona —me guiña un ojo.

—Estúpido, pervertido.

—Flaca, mal humorada.

—¡Joder!

Hago unas involuntarias pataletas, provocando las carcajadas del apuesto chico.

—No puedo negar que hasta haciendo eso, me agradas. ¿Cuántos años tienes, niñita? —pregunta de manera burlona.

Solo me queda mirar la salida y caminar de vuelta a la fiesta, cubriéndome los oídos.

—Disfruta la fiesta, bella gitana. Fue un placer disfrutar de tus labios —manifiesta entre risas.

—Muérete, pendejo —le respondo.

Las sensaciones extrañas aún no abandonan mi cuerpo. Lo que deseo es salir corriendo de ese bullicio infernal. Con el corazón latiendo desbocado y una mezcla de nerviosismo y determinación, me obligo a mantener la compostura mientras avanzo hacia donde está Amelia, intentando borrar de mi mente el incómodo encuentro en el baño. Mientras tanto, repito en mi cabeza un mantra que me ayude a mantener la calma y afrontar la situación con entereza.

"Respira, recuerda tu fuerza Jenny. Superaste momentos difíciles. Controla tus emociones, enfócate en tu poder. No permitas que el pasado defina tu presente. Estoy en control. Hoy decido cómo me siento y qué camino seguir. Sonríe y avanza, yo decido mi destino. Lo vivido hace un instante no puede marcarte tanto"

Al acercarme, noto que Amelia está charlando animadamente con dos hombres altos y elegantes, uno de los cuales indudablemente es Carlos, el anfitrión de la fiesta. A pesar de mi deseo ferviente de desaparecer, sé que debo mantener la compostura y enfrentar la situación con dignidad. Por un momento, me siento tentada a girar sobre mis talones y buscar refugio en cualquier otro lugar de la fiesta, pero una voz interna me recuerda que soy más fuerte que mis temores.

Respiro hondo y me obligo a sonreír mientras me acerco al grupo. Mis mejillas arden por la vergüenza y el enojo aún latente, pero intento mantener una expresión serena y distendida. Una vez más, repito mentalmente mi mantra, recordándome a mí misma que esta noche no está destinada a ser definida por un encuentro desafortunado en el baño.

“Sonríe, Jenn. No dejes que este incidente arruine tu noche”, me digo a mí misma en silencio, mientras me preparo para enfrentar lo que sea que esta noche tenga reservado para mí.

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