Capítulo 6

Estoy disfrutando del mejor sexo oral de mi vida, cuando escucho a otra pareja entrar al cubículo contiguo. Sus risas y su calentura empiezan a incomodarme. No sé si sea eso o el estar pensando en aquella chica maleducada. Ana sigue tan caliente y yo a punto de enfriarme cual témpano de hielo.

—Aquí no puedo concentrarme —aparto a Ana de mi pene, acomodándome aprisa el pantalón. La pequeña gitana suelta un gran suspiro de resignación y se aleja para acomodar sus prendas.

—¿Qué diablos te pasa? —interroga enojada.

—No puedo hacerlo cuando ellos —señalo el cubículo siguiente donde los jadeos y gritos se hacen cada segundo más incontenibles— parecen estar filmando una escena porno.

—Disfrutan el momento —me aclara Ana— y tú —levanta mi polo y lo estrella en mi pecho, muy enojada— tienes la mente en otro lado.

—No sé qué me sucede —me coloco el polo.

—Estás perdiendo tu oportunidad conmigo.

—Lo sé.

—¡Carajo! —grita— Nadie me ha despreciado de esta manera —abre la puerta del baño y sale furiosa.

—¡Ana!, espera. Sé que la cita no ha resultado ser como querías, pero...

—¡Olvídalo! De todos modos, odio las fiestas de disfraces. Y no esperes que te lleve a casa, Romeo —expresa.

—Eso también lo entiendo —acaricio su rostro delicado.

—Sin embargo, esperaré tu llamada. No suelo hacer esto, pero contigo haré una excepción —me guiña un ojo.

—Gracias. La próxima vez…

—Dejaremos que pase —me sonríe.

Ana Paula sale del baño primero. Espero un momento para hacer lo mismo, mientras tanto cubro mis oídos para no sufrir tanto con los gemidos placenteros exagerados de la otra pareja. No hace falta imaginarse lo que pasa dentro, la posición de sus piernas, los gritos y el piso brillante me dan una buena vista de lo que ocurre. Miro el reloj y salgo del lugar, encontrándome con Roger, que me saluda con una gran sonrisa en el rostro, esperando detalles de mi apasionado encuentro.

— ¿Cómo está el tigre esta noche? —me pregunta Roger con una sonrisa pícara.

—Decepcionado —respondo con sinceridad.

— ¿Por qué? Ana Paula está diez de diez. Y hace rato te vi echando fuego con ella —insiste, mostrando curiosidad.

—Digamos que me equivoqué de chica. Ana Paula acaba de llegar y también la cagué con ella. Bueno, la pareja que entró después lo echó a perder —explico, sintiendo la frustración revoloteando en mi mente.

— ¡Espera! Desde cuándo pierdes la concentración ante un monumento como Ana. ¿Y cómo está eso, de que hay otra chica con el mismo disfraz? —me pregunta, visiblemente intrigado.

—Es una larga historia, vayamos por un trago al club y te cuento todo —le digo, palmeando su hombro y conduciéndolo hacia la salida.

—¿No vamos a permanecer en la fiesta? He visto a un par de bombones por ahí que... —comienza a decir, pero lo interrumpo.

—No debo quedarme aquí —explico rápidamente—, porque Carlos querrá presentarme a su cita y entonces esto se podría poner feo.

—¿Por qué? —pregunta, con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa.

—Porque la besé en el baño.

—¿Qué? —exclama, ahora completamente desconcertado—. Aclárame el panorama porque no estoy entendiendo nada.

—¡Vámonos! —le indico, señalando la salida—. Te cuento todo en el club.

Abandonamos la fiesta cuando apenas empezaba, en una de las mejores discotecas de la ciudad; Sutton Club. Sin duda fueron las bailarinas exóticas el mejor toque que se me pudo haber ocurrido y ahora tenía que dejarlas para salir huyendo sin contemplar sus mejores pasos.

Antes de salir del local, por alguna extraña razón mis ojos la buscaron a ella y no descansaron hasta encontrarla, pude verla con mi hermano, se veía sonriente y Carlos muy emocionado, no había visto ese brillo en su mirada hace muchos años.

—¿Qué tanto miras? — interroga Roger deteniéndose para mirar en la misma dirección.

—Nada— lo tomo del brazo para sacarlo de la fiesta.

—Así que ella es la famosa rompecorazones— sonríe —. No está tan mal.

—Déjate de pendejadas y vámonos al club, necesito de esas diosas curvilíneas, estoy dispuesto a olvidarme hasta de mi nombre.

—¡Santo cielo! Sí que debió dejarte impresionado esa mujer. Desde cuándo tan interesado en morir entre los brazos de alguna desconocida mientras bebes en exceso.

—No sería la primera vez— le respondo.

—Tienes razón.

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