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Con la bata descolocada, el cabello alborotado y los labios hinchados, Harper tenía el pulso a nada de abrir sus venas. Ver seis pares de ojos sobre ella y tener a un mafioso de casi dos metros, excitado y sin ningún gramo de vergüenza no era fácil de ignorar. Mateo tenía cara de querer destrozar a cada uno de ellos, no era para menos, su entrepierna dolía cómo nunca. Tan agobiante que tuvo que tomar una gran cantidad de oxígeno, antes de mover un sólo dedo. —¿Tú y él estaban…? —¡Bingo! Descubriste lo que hace una pareja casada en el dormitorio —se levantó Mateo de su silla. Obed selló sus labios para no volver a obtener una respuesta similar. —¿Se puede saber qué los orilla a entrar de esa forma a mi recámara? —No sabíamos… —¿No sabían qué cosa? ¿Qué una propiedad donde mi mujer está, también está su marido? —la rodeó por la espalda. Harper quiso apartarse, pero sería muy evidente para los demás si lo hacía. —Sólo queremos hablar sobre un tema muy delicado —planteó Alaric. —D
Despertar un día sin tener que apresurarse era el sueño ideal para Harper. Hacer todo a su tiempo, sin contar con que podía continuar en la venta de las joyas que contaban con sus respectivos precios. Desayunó con su nana, mientras ella trataba de hacerla entrar en razón, pues le parecía que estaba siendo muy radical. A la inglesa no le pareció así. Si nadie pensaba en las repercusiones que tendrían sus acciones en otros, ¿por qué ella debía hacerlo? Esa determinación no se iría en ningún momento y la creyó aún más cuando deslizó el estuche con una joya de un diseño fascinante que maravilló al hombre ante ella. Un hombre de físico interesante, de mediana edad y con un experto en reconocer réplicas de piezas originales, la veía tratando de descifrar algo en ella. —Son piezas únicas —dijo el experto en joyas antiguas. —Datan de hace un siglo, o un poco más, no sabría saberlo a la ligera. Con los cortes y su diseño tan particular, su valía asciende al precio indicado por la señorit
Estar con el enemigo a solo centímetros era un riesgo. Sentir la fragancia de su cabello y el aroma a jazmín que desprendía era incluso más peligroso. Mateo trataba de no verla. Harper de no inhalar tanto lo que llenaba ese lugar. Dos masoquistas que sabían cuánto los torturaba su cercanía, pero continuaban jugando a poder controlarlo. El mafioso giró el volante, en tanto esa presión en sus pantalones creció considerablemente. Observó la hora en su reloj, dándose cuenta de que tenía alrededor de cuarenta y ocho horas sin poder dormir. Se detuvo frente al semáforo y tecleó un mensaje para que Beagle se hiciera cargo de Horus y alimentara a Scar. Él llegaría a dormir y no podía descuidarlos. Por lo que este optó por dar la vuelta. Continuó el camino, viendo a Harper mover los dedos con impaciencia. Movía una de sus manos en su cuello y veía por la ventanilla en todo momento. —¿Qué te tiene nerviosa? —increpó. La pelirroja negó sin verlo aún, pues habían muchas cosas que la tenía
—Hagamos esto sin llamar la atención de nadie— un sujeto de barba robusta le mostró la pistola bajo su chaqueta. Harper tomó su bolso de la silla cuando la empuñó para apuntar hacia ella. —No queremos formar alboroto en este lugar. —Claro que no queremos hacerlo— Mateo atrapó el cañón para posarse frente a Harper. —Te enseñaré a no… La bala rebotó en el piso cuándo Mateo logró redirigir el disparo. Los gritos de la gente se escucharon más fuertes. El mafioso asestó un cabezazo que rompió la nariz al sujeto que encañonó, mientras la mujer trató de ayudarlo con su pistola, logrando que Mateo, en una maniobra rápida le rompiera el brazo al tipo y lo empujara al suelo, para luego ponerle el cañón en la cara, frenando su intento. —Dile a tu jefe que si se vuelve a acercar a mi esposa, lo voy a cazar y no le será agradable tenerme a mí como enemigo— en menos de un minuto el arma se convirtió en más que piezas esparcidas por todo el piso. —Sí siguen vivos es porque deben llevar un men
Estaba mal. Estaba muy mal lo que hacía. Eso era perverso y sin una sola pizca de condescendencia humana. Aún tenía pólvora en sus manos, la sangre corría entre sus dedos, pero también lo hacía entre los del hombre que la hacía saborear su lengua de esa manera. Debía detenerse. Eso era tan… Deliciosamente exquisito. La imagen de Mateo no dejaba ninguna duda de que los muertos esparcidos por todos lados eran a causa suya. Su rostro, salpicado de sangre y materia cerebral, se contorsionó con una mueca feroz, eso debía ser suficiente para querer alejarse tanto de él como fuera posible. Huir o esconderse, porque reflejaba lo que era, el asesino del que todos se aterraban. Pero Harper no podía pensar en la forma de alejarse, cuándo él la tenía empotrada en el vehículo dónde la colocó. Su ropa se había estropeado y como si fuera poco, eso era lo de menos para el mafioso que le rompió la blusa para exponer los senos que magreó con dureza, casi como un castigo, destrozando la prenda al
Harper tenía sus piernas tan abiertas que no creyó que sería capaz de resistir otra serie de orgasmos cómo los había tenido. El mafioso no conocía la definición de saciedad, la poseía con cada embate, pero le devolvía la vitalidad con los besos y las caricias que la llevaron a cometer la tontería de saltar sobre él, tantas veces cómo lo deseó. Hasta que ese líquido tibio llenó su interior, una y cuantas veces lo deseó hasta que la dejó con sus pulmones suplicando por mantener el ritmo de sus pulsaciones. Mateo le acomodó la ropa primero, antes que la propia. Le mordió los senos y limpió la sangre seca de su cuello para descender del auto. Recogió el arma y se acomodó la camisa para buscar su teléfono. En menos de dos minutos dio la ubicación para que fueran a limpiar, mientras ella comenzaba a sentir estragos. No podía caminar al bajar, sus pies descalzos recibían las rocas diminutas que abrían la piel delicada de la planta de sus pies, hasta que le indicaron que debía abordar el
Un silencio absoluto cubría la habitación cuándo Mateo abrió los ojos. La pieza de cerámica que contenía dos flores en la mesita de noche se había movido unas cuantas pulgadas, el aroma particular a lavanda no estaba sólo, de alguna manera, el jazmín se mezcló con… Sus dedos rozaron algo que lo hizo girar el cuello para ver del otro lado de la cama, encontrando el arma que había dejado a un lado del florero en su mano. La atrapó y revisó para darse cuenta de que todas las balas seguían allí. Se levantó, guardando el arma para meterse a bañar una vez más. La mañana había llegado, y al haber avisado que no estaría en Manhattan, no tenía interés en apresurarse para llegar a Aegis. Tanta insistencia porque dejara de saturar sus días con trabajo al fin habían sido tomados en cuenta. Deslizó el jabón por sus pectorales, deteniéndose un segundo para soltarlo y abrir el compartimento frente a él. Tensó la mandíbula y en un fragmento de segundo se giró para colocar el filo de su cuchill
—Una oportunidad es lo que tendrás— destacó Mateo al detenerse frente al edificio. —De tu boca no debe salir nada de lo ocurrido. El silencio salva vidas y en este caso es la tuya la que está en juego. —Sé lo que conlleva la traición, no soy idiota— suspiró la pelirroja para abrir la puerta. Mateo la tomó del cuello y la regresó a su lugar. —¿Qué se te ol… —Que no se te olvide a quién le pertenecen tus pensamientos, porque tengo maneras que no serán agradables para recordarlo— estuvo tentado a besarla, pero si lo hacía no podría irse. Ya había perdido tres días en querer arrancarse las ganas de ella y sólo aumentaban. Se acercó a su oído y soltó el aire. —Seré condescendiente y guardaré el secreto de tu traición, porque tampoco me conviene que sepan que justo mi esposa estuvo a nada de provocar una guerra más — rozó su piel. Harper sonrió con descaro. —Que a mí me endurezca la polla tu juego sucio, no quiere decir que al resto les parezca agradable— acarició los labios rojos natu