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V. El Reflejo de los Condenados

La noche había caído sobre la ciudad con un manto de oscuridad densa. Las luces de neón parpadeaban como si algo invisible drenara su energía. En una esquina apartada de la urbe, un hotel antiguo y olvidado por el tiempo se alzaba con su fachada desmoronada. Nadie en su sano juicio entraría allí… salvo Salem Black.

—¿Me puedes decir por qué estamos en este agujero? —gruñó Caín, acomodándose el cuello de la chaqueta mientras miraba el letrero caído del hotel "Eldorado".

Salem encendió un cigarro con aire despreocupado y sopló el humo en dirección a la puerta.

—Un viejo amigo necesita ayuda —respondió, avanzando sin esperar aprobación.

Eva y Caín lo siguieron, intercambiando miradas. A cada paso, el suelo de madera crujía como si el edificio estuviera susurrando advertencias.

Al llegar al vestíbulo, encontraron a un hombre encorvado detrás del mostrador. Sus ojos tenían un brillo enfermizo y su piel parecía haber envejecido de golpe.

—Black… —su voz era un susurro tembloroso—. Gracias a Dios que viniste.

Salem se inclinó sobre el mostrador y apagó el cigarro contra la madera.

—¿Qué demonios pasa aquí, Johnny?

El hombre tragó saliva y señaló el pasillo principal.

—Es… el espejo de la habitación 206. Algo salió de ahí… y se llevó a mi hijo.

Eva sintió un escalofrío recorrerle la columna. Caín frunció el ceño.

—¿Algo? —repitió.

Johnny asintió con los ojos llenos de terror.

—Una sombra con ojos blancos…

El silencio se volvió espeso. Salem exhaló lentamente.

—Llévanos allí.

El pasillo hacia la habitación 206 estaba cubierto de humedad y el aire tenía un hedor agrio. Johnny se detuvo frente a la puerta con manos temblorosas.

—No voy a entrar —dijo en un susurro.

Salem empujó la puerta y lo que vio le revolvió el estómago. El espejo en la pared no reflejaba la habitación, sino algo más… un pasillo infinito que parecía retorcerse como si tuviera vida propia.

Eva tragó saliva.

—¿Eso es… el Infierno?

—No exactamente —murmuró Salem—. Pero definitivamente está conectado con algo que no pertenece a este mundo.

El reflejo en el espejo pareció ondular, como si respondiera a su presencia. La habitación entera se impregnó de un frío antinatural. De pronto, un sonido rasposo llenó el aire, algo parecido a uñas arañando un cristal… o algo queriendo salir.

Eva sintió un latido acelerado en sus sienes. Caín se tensó, su instinto gritando peligro.

—¿Johnny? —Salem no apartó la vista del espejo—. ¿Cuándo desapareció tu hijo?

—Hace tres días… Pero lo he escuchado. A veces… a veces me llama desde dentro del espejo.

Eva se estremeció. Miró la superficie del espejo con más atención. Y entonces lo vio.

Un rostro.

No el de un niño, sino algo que lo imitaba. Sus ojos eran pozos blancos, su boca estaba demasiado estirada en una sonrisa antinatural. La figura golpeó el otro lado del espejo con desesperación.

—Papá… —susurró, pero su voz tenía un eco hueco, como si hablara desde un abismo insondable.

Johnny sollozó detrás de ellos. Eva sintió el pánico reptando por su piel. Eso no era un niño.

El reflejo distorsionado del "niño" inclinó la cabeza de forma antinatural, como si intentara analizar a los visitantes. Luego su rostro se fragmentó en una serie de imágenes borrosas: una sonrisa con dientes afilados, unas manos que se estiraban desde la nada, sombras que se movían detrás de él.

Salem entrecerró los ojos y dio un paso adelante.

—Tienes diez segundos para decirme qué eres —su voz era firme, imperturbable.

La criatura dentro del espejo dejó escapar un sonido chirriante. Su piel pareció agrietarse, revelando una negrura líquida debajo. Entonces, habló con una voz múltiple, como si cientos de bocas susurraran al unísono.

—El Maestro te observa, Salem Black… Dice que aún no es tu hora… Pero pronto lo será.

Salem no se movió, pero Eva sintió cómo el aire se volvía más pesado. Caín entrecerró los ojos y sus manos se cerraron en puños.

—¿Tu maestro? —preguntó Salem, sin apartar la mirada del ser.

El ente sonrió aún más, su boca extendiéndose hasta niveles imposibles.

—El que vendrá… El que romperá los sellos y abrirá la puerta…

La habitación tembló. Johnny jadeó y retrocedió contra la pared. El espejo comenzó a resquebrajarse, pero no por fuera… sino por dentro. Algo más intentaba salir.

—Ya basta —gruñó Salem.

Alzó una mano y pronunció un murmullo bajo, un conjuro que transformó su aliento en vapor helado. La superficie del espejo reaccionó como si estuviera ardiendo, y la criatura chilló con furia, su rostro retorciéndose en un amasijo de sombras.

El vidrio explotó hacia adentro, absorbiendo a la entidad con un rugido ensordecedor. La habitación quedó en un silencio sepulcral.

Eva exhaló lentamente. Caín relajó los puños. Johnny cayó de rodillas, sollozando.

Salem guardó las manos en los bolsillos y miró los restos del espejo.

—Si ese monstruo hablaba en serio… —murmuró—, tenemos problemas.

Eva tragó saliva. Lo que fuera que intentaba advertirles, era solo el comienzo.

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