La noche había caído sobre la ciudad con un manto de oscuridad densa. Las luces de neón parpadeaban como si algo invisible drenara su energía. En una esquina apartada de la urbe, un hotel antiguo y olvidado por el tiempo se alzaba con su fachada desmoronada. Nadie en su sano juicio entraría allí… salvo Salem Black.
—¿Me puedes decir por qué estamos en este agujero? —gruñó Caín, acomodándose el cuello de la chaqueta mientras miraba el letrero caído del hotel "Eldorado". Salem encendió un cigarro con aire despreocupado y sopló el humo en dirección a la puerta. —Un viejo amigo necesita ayuda —respondió, avanzando sin esperar aprobación. Eva y Caín lo siguieron, intercambiando miradas. A cada paso, el suelo de madera crujía como si el edificio estuviera susurrando advertencias. Al llegar al vestíbulo, encontraron a un hombre encorvado detrás del mostrador. Sus ojos tenían un brillo enfermizo y su piel parecía haber envejecido de golpe. —Black… —su voz era un susurro tembloroso—. Gracias a Dios que viniste. Salem se inclinó sobre el mostrador y apagó el cigarro contra la madera. —¿Qué demonios pasa aquí, Johnny? El hombre tragó saliva y señaló el pasillo principal. —Es… el espejo de la habitación 206. Algo salió de ahí… y se llevó a mi hijo. Eva sintió un escalofrío recorrerle la columna. Caín frunció el ceño. —¿Algo? —repitió. Johnny asintió con los ojos llenos de terror. —Una sombra con ojos blancos… El silencio se volvió espeso. Salem exhaló lentamente. —Llévanos allí. El pasillo hacia la habitación 206 estaba cubierto de humedad y el aire tenía un hedor agrio. Johnny se detuvo frente a la puerta con manos temblorosas. —No voy a entrar —dijo en un susurro. Salem empujó la puerta y lo que vio le revolvió el estómago. El espejo en la pared no reflejaba la habitación, sino algo más… un pasillo infinito que parecía retorcerse como si tuviera vida propia. Eva tragó saliva. —¿Eso es… el Infierno? —No exactamente —murmuró Salem—. Pero definitivamente está conectado con algo que no pertenece a este mundo. El reflejo en el espejo pareció ondular, como si respondiera a su presencia. La habitación entera se impregnó de un frío antinatural. De pronto, un sonido rasposo llenó el aire, algo parecido a uñas arañando un cristal… o algo queriendo salir. Eva sintió un latido acelerado en sus sienes. Caín se tensó, su instinto gritando peligro. —¿Johnny? —Salem no apartó la vista del espejo—. ¿Cuándo desapareció tu hijo? —Hace tres días… Pero lo he escuchado. A veces… a veces me llama desde dentro del espejo. Eva se estremeció. Miró la superficie del espejo con más atención. Y entonces lo vio. Un rostro. No el de un niño, sino algo que lo imitaba. Sus ojos eran pozos blancos, su boca estaba demasiado estirada en una sonrisa antinatural. La figura golpeó el otro lado del espejo con desesperación. —Papá… —susurró, pero su voz tenía un eco hueco, como si hablara desde un abismo insondable. Johnny sollozó detrás de ellos. Eva sintió el pánico reptando por su piel. Eso no era un niño. El reflejo distorsionado del "niño" inclinó la cabeza de forma antinatural, como si intentara analizar a los visitantes. Luego su rostro se fragmentó en una serie de imágenes borrosas: una sonrisa con dientes afilados, unas manos que se estiraban desde la nada, sombras que se movían detrás de él. Salem entrecerró los ojos y dio un paso adelante. —Tienes diez segundos para decirme qué eres —su voz era firme, imperturbable. La criatura dentro del espejo dejó escapar un sonido chirriante. Su piel pareció agrietarse, revelando una negrura líquida debajo. Entonces, habló con una voz múltiple, como si cientos de bocas susurraran al unísono. —El Maestro te observa, Salem Black… Dice que aún no es tu hora… Pero pronto lo será. Salem no se movió, pero Eva sintió cómo el aire se volvía más pesado. Caín entrecerró los ojos y sus manos se cerraron en puños. —¿Tu maestro? —preguntó Salem, sin apartar la mirada del ser. El ente sonrió aún más, su boca extendiéndose hasta niveles imposibles. —El que vendrá… El que romperá los sellos y abrirá la puerta… La habitación tembló. Johnny jadeó y retrocedió contra la pared. El espejo comenzó a resquebrajarse, pero no por fuera… sino por dentro. Algo más intentaba salir. —Ya basta —gruñó Salem. Alzó una mano y pronunció un murmullo bajo, un conjuro que transformó su aliento en vapor helado. La superficie del espejo reaccionó como si estuviera ardiendo, y la criatura chilló con furia, su rostro retorciéndose en un amasijo de sombras. El vidrio explotó hacia adentro, absorbiendo a la entidad con un rugido ensordecedor. La habitación quedó en un silencio sepulcral. Eva exhaló lentamente. Caín relajó los puños. Johnny cayó de rodillas, sollozando. Salem guardó las manos en los bolsillos y miró los restos del espejo. —Si ese monstruo hablaba en serio… —murmuró—, tenemos problemas. Eva tragó saliva. Lo que fuera que intentaba advertirles, era solo el comienzo.El espejo estaba hecho añicos, pero la habitación seguía impregnada de algo... ajeno. Un silencio denso, antinatural, se había colado por las grietas del cristal, como si lo que estaba dentro aún no se hubiera ido del todo.—¿Qué demonios fue eso…? —murmuró Eva, sin esperar respuesta. Aún podía sentir la presión en el pecho, como si una garra invisible la hubiese rozado desde el otro lado del velo.Salem dio un sorbo a su botella de whisky, guardándola luego en su abrigo como si necesitara asegurarse de tenerla cerca. Su mirada estaba clavada en el marco vacío del espejo, como si pudiera ver algo más allá.—No era un demonio cualquiera —dijo finalmente—. Eso fue una advertencia.Caín se cruzó de brazos, su voz baja, tensa.—¿De quién?Una carcajada suave, distorsionada, emergió de los trozos rotos del espejo. Un sonido que parecía filtrarse desde algún rincón oscuro del mundo, como si algo se riera desde un túnel lejano.Salem no parpadeó.—Azrakeel.Eva sintió cómo ese nombre caía so
La mujer en la iglesia murmuraba frases sin sentido desde hacía horas. Ojos vidriosos. Boca seca. Un sacerdote temblaba en una esquina. Nadie se atrevía a tocarla desde que, sin previo aviso, se arrancó las uñas y las arrojó al altar como si fueran pétalos de rosa. Ahora estaba quieta. Demasiado quieta.Un susurro en otro idioma rompió el silencio.—Non est hic… sed venit.El sacerdote tragó saliva. Fue entonces cuando ella se alzó de golpe y gritó:—¡NO SOY TU MADRE, PEDRO! —Y se arañó el rostro con fuerza, dejando hilos de sangre en sus mejillas.—Carajo… —dijo Salem, encendiendo un cigarro mientras observaba desde el umbral del templo.Llevaba su chaqueta negra, los ojos cansados y una botella de whisky en la mano. Dio un trago largo. Los policías que lo esperaban afuera no se atrevieron a entrar.—¿Quién lo llamó? —preguntó un agente.—Ustedes. Cuando algo no tiene explicación, me llaman. Y cobro caro, por cierto —dijo Salem, soltando una sonrisa torcida. Caminó hasta el altar.La
El humo del cigarro se disipaba en el aire frío de la noche.Salem Black caminaba por la calle oscura, con las manos en los bolsillos y la chaqueta abierta. La ciudad tenía ese hedor a lluvia y desesperanza que tanto le gustaba. Algo iba mal en el aire, pero Salem no se inmutó.Hasta que escuchó el susurro.Se detuvo en seco.No era un sonido común. No era el murmullo de los borrachos en los bares ni el viento filtrándose por los edificios. Era un eco gutural, inhumano, que se arrastraba entre las sombras.Salem giró la cabeza, entrecerrando los ojos.El callejón a su izquierda estaba oscuro como la boca de un lobo. Y allí, suspendida en el aire, pegada contra la pared de ladrillos húmedos, estaba ella.Una mujer joven, con los ojos desorbitados y la boca abierta en un grito mudo. Sus pies colgaban a centímetros del suelo.La sombra la sujetaba.No tenía forma definida, solo una mancha de oscuridad retorcida, pulsante. Se aferraba a ella con filamentos como dedos largos y huesudos, fu
El eco de sus pasos resonaba en la calle húmeda. Eva aún tenía el pulso acelerado, su respiración era un eco agitado entre los callejones. Su mente trataba de procesarlo todo, pero la escena del Devora Noctis aferrándola a la pared seguía ardiendo en su memoria como una pesadilla tatuada en la piel. —Te estás quedando atrás, amor. —La voz de Salem la sacó de su trance. Caminaba con las manos en los bolsillos, el cigarro colgando de sus labios. —¿Qué demonios fue eso? —Eva apretó los dientes. Su voz temblaba. Salem giró la cabeza y la observó con una sonrisa ladeada. —Una muy mala noche para ti. Antes de que pudiera replicar, el aire cambió. Frío. Denso. Como si la ciudad exhalara algo oscuro desde sus entrañas. Las farolas titilaron. Las sombras se alargaron, retorciéndose en las paredes. Un murmullo gutural resonó en el viento. Salem escupió el cigarro y lo aplastó con la punta del zapato. —Nos encontraron. Eva no tuvo tiempo de preguntar qué quería decir. Desde las esquin
El motor rugía contra la lluvia mientras el auto atravesaba la ciudad. Eva temblaba, con la mirada fija en el parabrisas cubierto de agua. Las gotas parecían arañar el vidrio como si algo las empujara desde el otro lado. Salem, al volante, apretaba el cigarro entre los dientes, su rostro iluminado intermitentemente por los relámpagos. Caín, en el asiento trasero, observaba la carretera con una tranquilidad perturbadora.—¿A dónde vamos? —preguntó Eva, abrazándose a sí misma.—A un lugar seguro —respondió Salem sin mirarla.—Si es que queda alguno —murmuró Caín.Eva tragó saliva. Aún sentía en la piel el tacto viscoso de las sombras que casi la devoraron. La imagen de los Débora Noctis, esas criaturas que no deberían existir, seguía tatuada en su mente.El auto derrapó en una curva cerrada, y Salem golpeó el volante con furia.—Mierda, vienen tras nosotros.Eva miró por la ventana y sintió que el estómago se le hundía. Entre las calles empapadas, las sombras se arrastraban como una pla
La chimenea crepitaba en la mansión de Caín, proyectando sombras largas sobre las paredes de piedra. Eva, aún empapada y con el cuerpo tenso, observaba a los dos hombres. Salem bebía whisky en silencio, con la mirada clavada en el fuego, mientras Caín giraba el vaso en sus manos, pensativo.—Aún no entiendo —dijo Eva finalmente—. ¿Por qué yo? ¿Por qué esas cosas me persiguen?Caín suspiró, apoyándose en la barra.—Porque hay algo en ti que ellas quieren —dijo con un tono más sombrío de lo habitual.Salem exhaló el humo de su cigarro y la miró con una mezcla de lástima y curiosidad.—Déjaselo claro, Caín. No tenemos tiempo para rodeos.Caín dejó su vaso sobre la mesa y se cruzó de brazos.—Las puertas del infierno no pueden abrirse sin los sellos —explicó—. Hace siglos, un exorcista muy poderoso descubrió cómo cerrar esas puertas, pero sabía que los demonios intentarían revertir el proceso. Así que los sellos fueron convertidos en objetos físicos y esparcidos por el mundo, cada uno con