II. Sangre en la Noche

El eco de sus pasos resonaba en la calle húmeda.

Eva aún tenía el pulso acelerado, su respiración era un eco agitado entre los callejones. Su mente trataba de procesarlo todo, pero la escena del Devora Noctis aferrándola a la pared seguía ardiendo en su memoria como una pesadilla tatuada en la piel.

—Te estás quedando atrás, amor. —La voz de Salem la sacó de su trance. Caminaba con las manos en los bolsillos, el cigarro colgando de sus labios.

—¿Qué demonios fue eso? —Eva apretó los dientes. Su voz temblaba.

Salem giró la cabeza y la observó con una sonrisa ladeada.

—Una muy mala noche para ti.

Antes de que pudiera replicar, el aire cambió.

Frío. Denso. Como si la ciudad exhalara algo oscuro desde sus entrañas. Las farolas titilaron. Las sombras se alargaron, retorciéndose en las paredes. Un murmullo gutural resonó en el viento.

Salem escupió el cigarro y lo aplastó con la punta del zapato.

—Nos encontraron.

Eva no tuvo tiempo de preguntar qué quería decir.

Desde las esquinas del callejón, la oscuridad comenzó a deslizarse como un río de tinta viva. Filamentos de sombra surgieron del suelo y de las paredes, formando figuras humanoides de rostros deformes. No tenían ojos, solo bocas abiertas en un grito silencioso.

—¿Más de esos? —Eva retrocedió, sintiendo el escalofrío recorrer su espalda.

—No, estos son peores. —Salem metió la mano en su chaqueta y sacó otro frasco, pero esta vez el líquido dentro era rojo como la sangre.

Un gruñido gutural los envolvió.

Desde la negrura emergió una silueta más grande que las otras. Su cuerpo era una amalgama de sombras en constante mutación, y su rostro era un vacío absoluto donde la realidad parecía colapsar. El Devora Noctis estaba allí… pero ahora era más fuerte, más voraz.

—Cabrón persistente… —murmuró Salem.

La criatura alzó una de sus extremidades y la sombra en el suelo se alzó como una ola negra. Salem empujó a Eva a un lado justo cuando un tentáculo de oscuridad impactó contra la pared, reventando ladrillos como si fueran cartón mojado.

—¡Mierda! —Eva rodó por el suelo, sintiendo el aire rasgarle la piel.

Salem giró el frasco en su mano y lo lanzó al aire con un movimiento fluido.

—Vas a arder, cabrón.

El frasco explotó en una lluvia escarlata.

El líquido no tocó el suelo. Se expandió en el aire, formando una red de líneas carmesí como un símbolo arcano suspendido en el vacío.

Y entonces, la criatura chilló.

El Devora Noctis se estremeció violentamente cuando la sustancia lo tocó. Su cuerpo comenzó a chisporrotear, como si estuviera siendo consumido por fuego líquido. La luz roja de las líneas en el aire se intensificó.

—¿Qué carajo es eso? —Eva se cubrió el rostro.

—Algo que me costó un pacto de sangre conseguir. —Salem se encendió otro cigarro mientras el Devora Noctis convulsionaba en agonía.

La criatura intentó escapar, pero la sangre maldita se aferraba a su cuerpo, fundiéndolo desde dentro. Sus gritos eran un eco distorsionado de voces humanas atrapadas en su interior.

Y entonces, estalló.

Un viento gélido recorrió el callejón cuando la sombra se desintegró en la nada.

Eva respiraba con dificultad. Salem le ofreció la mano para ayudarla a ponerse de pie.

—Vaya noche, ¿eh, amor?

Pero algo no estaba bien.

Los faros de un auto iluminaron la calle.

Antes de que Salem pudiera reaccionar, un rugido ensordecedor retumbó en el aire. Un monstruo emergió de la oscuridad, un híbrido grotesco de carne y sombra con fauces repletas de dientes imposibles.

Eva gritó.

Salem giró en un intento por alcanzar su chaqueta, pero la criatura se movió demasiado rápido.

Un disparo.

El sonido desgarró la noche.

La cabeza de la bestia explotó en un chorro negro y pegajoso.

El motor del auto rugió.

—¡Suban, carajo! —La voz resonó desde el interior.

Salem sonrió.

—Mira nada más…

El auto se detuvo en seco frente a ellos. Dentro, un hombre de cabello oscuro y ojos fríos los observaba con una expresión entre fastidio y diversión.

—¿Vas a quedarte ahí o piensas subir? —preguntó el hombre, sin dejar de apuntar con la pistola.

Eva se quedó paralizada.

—¿Quién demonios es él?

Salem apagó su cigarro contra la puerta del auto y abrió con calma.

—Eva, cariño… te presento a un viejo amigo.

Caín sonrió desde el asiento del conductor.

—Sube si quieres seguir con vida.

El motor rugió como una bestia hambrienta.

Y la noche aún no había terminado.

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