El Último Exorcista
El Último Exorcista
Por: Engelberth Serpa
I. Devora Noctis

El humo del cigarro se disipaba en el aire frío de la noche.

Salem Black caminaba por la calle oscura, con las manos en los bolsillos y la chaqueta abierta. La ciudad tenía ese hedor a lluvia y desesperanza que tanto le gustaba. Algo iba mal en el aire, pero Salem no se inmutó.

Hasta que escuchó el susurro.

Se detuvo en seco.

No era un sonido común. No era el murmullo de los borrachos en los bares ni el viento filtrándose por los edificios. Era un eco gutural, inhumano, que se arrastraba entre las sombras.

Salem giró la cabeza, entrecerrando los ojos.

El callejón a su izquierda estaba oscuro como la boca de un lobo. Y allí, suspendida en el aire, pegada contra la pared de ladrillos húmedos, estaba ella.

Una mujer joven, con los ojos desorbitados y la boca abierta en un grito mudo. Sus pies colgaban a centímetros del suelo.

La sombra la sujetaba.

No tenía forma definida, solo una mancha de oscuridad retorcida, pulsante. Se aferraba a ella con filamentos como dedos largos y huesudos, fundiéndose con la pared, como si la ciudad misma intentara devorarla.

Salem exhaló el humo lentamente.

—Mierda… —susurró.

La sombra siseó.

Los ojos de la mujer se encontraron con los suyos. Pánico puro.

Salem chasqueó la lengua y se llevó el cigarro a los labios.

—Te ves jodida, amor.

La sombra gruñó.

Las luces parpadearon en la calle.

Un escalofrío recorrió la piel de Salem, pero su rostro no mostró ni una pizca de miedo.

—Non timebo mala… —murmuró.

La sombra se estremeció.

La mujer intentó moverse, pero la oscuridad la sujetó con más fuerza, haciendo que un jadeo ahogado escapara de su garganta.

—Vale, ya entendí. No quieres que me meta en tus asuntos. —Salem suspiró, metió la mano en su chaqueta y sacó un pequeño frasco de cristal—. Pero tengo un pequeño problema con eso, cabrón.

Las luces parpadearon más fuerte.

Un rugido inhumano sacudió el callejón.

La sombra se desprendió de la pared de golpe y lanzó a la mujer hacia Salem con una fuerza brutal.

Salem apenas tuvo tiempo de reaccionar. Se giró en el último segundo y la atrapó en el aire, girando sobre sí mismo para amortiguar la caída. Ambos cayeron al suelo con un golpe seco.

Eva jadeó, su cuerpo temblaba como si acabara de escapar del infierno.

—Tranquila, amor. Yo me encargo. —Salem la dejó con cuidado en el suelo y se puso de pie.

La sombra se retorcía, alargándose por las paredes como una marea negra.

Salem destapó el frasco con los dientes.

—Fiat voluntas Dei…

El líquido dentro burbujeó.

La sombra se lanzó sobre él.

Salem arrojó el contenido del frasco en el aire justo antes de que la oscuridad lo engullera.

El impacto fue brutal.

Un chillido desgarrador rebotó entre las paredes del callejón.

Eva se cubrió los oídos mientras el mundo entero parecía vibrar. La sombra convulsionó, ardiendo en un fuego espectral de luz azulada.

Salem permaneció inmóvil, con el cigarro aún en los labios, observando cómo la entidad se retorcía.

El aire se volvió helado.

Y entonces…

Todo terminó.

La sombra se evaporó en la nada.

El callejón quedó en silencio.

Eva respiraba con dificultad, intentando comprender lo que acababa de ocurrir.

Salem arrojó el frasco vacío a un lado y la miró con una sonrisa ladeada.

—Bueno, amor… ahora sí me debes un trago.

Eva lo miró, todavía en estado de shock.

—¿Q-Quién eres?

Salem se llevó el cigarro a los labios, tomó una calada y exhaló lentamente.

—El último exorcista.

Eva tembló.

Las luces parpadearon una vez más.

Y en la pared del callejón, justo donde la sombra había desaparecido… una silueta oscura aún permanecía.

Observando.

Esperando.

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