IV. Los Sellos

La chimenea crepitaba en la mansión de Caín, proyectando sombras largas sobre las paredes de piedra. Eva, aún empapada y con el cuerpo tenso, observaba a los dos hombres. Salem bebía whisky en silencio, con la mirada clavada en el fuego, mientras Caín giraba el vaso en sus manos, pensativo.

—Aún no entiendo —dijo Eva finalmente—. ¿Por qué yo? ¿Por qué esas cosas me persiguen?

Caín suspiró, apoyándose en la barra.

—Porque hay algo en ti que ellas quieren —dijo con un tono más sombrío de lo habitual.

Salem exhaló el humo de su cigarro y la miró con una mezcla de lástima y curiosidad.

—Déjaselo claro, Caín. No tenemos tiempo para rodeos.

Caín dejó su vaso sobre la mesa y se cruzó de brazos.

—Las puertas del infierno no pueden abrirse sin los sellos —explicó—. Hace siglos, un exorcista muy poderoso descubrió cómo cerrar esas puertas, pero sabía que los demonios intentarían revertir el proceso. Así que los sellos fueron convertidos en objetos físicos y esparcidos por el mundo, cada uno con una propiedad única. Algunos otorgan habilidades especiales a quienes los portan, otros sirven como llaves para contener la oscuridad.

Eva frunció el ceño.

—¿Objetos físicos?

—Sí —continuó Caín—. Pero el último sello era el más peligroso de todos. No podía ser simplemente escondido en una caja o enterrado. Así que su creador… lo vinculó con su propia hija.

El silencio se volvió denso. Eva sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—¿Qué estás diciendo? —susurró.

Salem chasqueó la lengua.

—Que el último sello… eres tú, amor.

La habitación pareció cerrarse sobre ella. Eva sintió su corazón martillando contra sus costillas.

—Eso no… No puede ser.

Caín se frotó la nuca.

—Hace veinte años, mi mejor amigo desapareció. Él fue el exorcista que creó los sellos. Un experto en magia, en combate… y en ocultar la verdad. Nunca supe que tenía una hija, pero si su sangre corre por tus venas, entonces todo tiene sentido. Eva, tú eres la última barrera entre este mundo y el infierno.

Eva se levantó de golpe, tambaleándose hacia atrás.

—No… no puede ser cierto. ¡Mi padre murió cuando era una niña! Él no era un exorcista, solo un hombre normal.

—¿De verdad crees eso? —intervino Salem con una ceja en alto—. No hay nada normal en todo esto. Esos Débora Noctis te atacaron por una razón. Y ahora sabemos cuál es.

Eva sintió su cabeza dar vueltas. Se apoyó contra la pared, tratando de procesarlo todo. Caín la observó con seriedad.

—Si mueres, las puertas del infierno se abrirán —dijo—. Y créeme, hay muchas criaturas ansiosas por salir.

El aire en la habitación pareció volverse más frío.

Salem se incorporó, apagando su cigarro contra la mesa.

—Lo que significa que ahora todos querrán encontrarte. Y algunos no se conformarán con matarte. Intentarán usar tu poder.

Eva cerró los ojos, tratando de calmar su respiración. Todo en su vida se había desmoronado en cuestión de días. No solo estaba atrapada en una pesadilla, sino que, aparentemente, era el epicentro de ella.

Caín tomó su vaso de whisky y bebió un sorbo largo.

—No podemos quedarnos aquí por mucho tiempo. Si lo que pienso es cierto, ya rompieron dos sellos. Y si los demonios están detrás de ti, significa que el tercero no tardará en caer.

Eva tragó saliva.

—¿Y qué hacemos ahora?

Salem le dedicó una sonrisa torcida.

—Nos adelantamos a ellos. Encontramos los sellos antes de que lo hagan… y averiguamos qué demonios quiso hacer tu padre contigo.

Caín asintió, tomando su chaqueta.

—Será un viaje largo, muñeca. Espero que estés lista.

Eva miró a los dos hombres y supo que su vida nunca volvería a ser la misma.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP