La chimenea crepitaba en la mansión de Caín, proyectando sombras largas sobre las paredes de piedra. Eva, aún empapada y con el cuerpo tenso, observaba a los dos hombres. Salem bebía whisky en silencio, con la mirada clavada en el fuego, mientras Caín giraba el vaso en sus manos, pensativo.
—Aún no entiendo —dijo Eva finalmente—. ¿Por qué yo? ¿Por qué esas cosas me persiguen? Caín suspiró, apoyándose en la barra. —Porque hay algo en ti que ellas quieren —dijo con un tono más sombrío de lo habitual. Salem exhaló el humo de su cigarro y la miró con una mezcla de lástima y curiosidad. —Déjaselo claro, Caín. No tenemos tiempo para rodeos. Caín dejó su vaso sobre la mesa y se cruzó de brazos. —Las puertas del infierno no pueden abrirse sin los sellos —explicó—. Hace siglos, un exorcista muy poderoso descubrió cómo cerrar esas puertas, pero sabía que los demonios intentarían revertir el proceso. Así que los sellos fueron convertidos en objetos físicos y esparcidos por el mundo, cada uno con una propiedad única. Algunos otorgan habilidades especiales a quienes los portan, otros sirven como llaves para contener la oscuridad. Eva frunció el ceño. —¿Objetos físicos? —Sí —continuó Caín—. Pero el último sello era el más peligroso de todos. No podía ser simplemente escondido en una caja o enterrado. Así que su creador… lo vinculó con su propia hija. El silencio se volvió denso. Eva sintió un escalofrío recorrer su espalda. —¿Qué estás diciendo? —susurró. Salem chasqueó la lengua. —Que el último sello… eres tú, amor. La habitación pareció cerrarse sobre ella. Eva sintió su corazón martillando contra sus costillas. —Eso no… No puede ser. Caín se frotó la nuca. —Hace veinte años, mi mejor amigo desapareció. Él fue el exorcista que creó los sellos. Un experto en magia, en combate… y en ocultar la verdad. Nunca supe que tenía una hija, pero si su sangre corre por tus venas, entonces todo tiene sentido. Eva, tú eres la última barrera entre este mundo y el infierno. Eva se levantó de golpe, tambaleándose hacia atrás. —No… no puede ser cierto. ¡Mi padre murió cuando era una niña! Él no era un exorcista, solo un hombre normal. —¿De verdad crees eso? —intervino Salem con una ceja en alto—. No hay nada normal en todo esto. Esos Débora Noctis te atacaron por una razón. Y ahora sabemos cuál es. Eva sintió su cabeza dar vueltas. Se apoyó contra la pared, tratando de procesarlo todo. Caín la observó con seriedad. —Si mueres, las puertas del infierno se abrirán —dijo—. Y créeme, hay muchas criaturas ansiosas por salir. El aire en la habitación pareció volverse más frío. Salem se incorporó, apagando su cigarro contra la mesa. —Lo que significa que ahora todos querrán encontrarte. Y algunos no se conformarán con matarte. Intentarán usar tu poder. Eva cerró los ojos, tratando de calmar su respiración. Todo en su vida se había desmoronado en cuestión de días. No solo estaba atrapada en una pesadilla, sino que, aparentemente, era el epicentro de ella. Caín tomó su vaso de whisky y bebió un sorbo largo. —No podemos quedarnos aquí por mucho tiempo. Si lo que pienso es cierto, ya rompieron dos sellos. Y si los demonios están detrás de ti, significa que el tercero no tardará en caer. Eva tragó saliva. —¿Y qué hacemos ahora? Salem le dedicó una sonrisa torcida. —Nos adelantamos a ellos. Encontramos los sellos antes de que lo hagan… y averiguamos qué demonios quiso hacer tu padre contigo. Caín asintió, tomando su chaqueta. —Será un viaje largo, muñeca. Espero que estés lista. Eva miró a los dos hombres y supo que su vida nunca volvería a ser la misma.La noche había caído sobre la ciudad con un manto de oscuridad densa. Las luces de neón parpadeaban como si algo invisible drenara su energía. En una esquina apartada de la urbe, un hotel antiguo y olvidado por el tiempo se alzaba con su fachada desmoronada. Nadie en su sano juicio entraría allí… salvo Salem Black.—¿Me puedes decir por qué estamos en este agujero? —gruñó Caín, acomodándose el cuello de la chaqueta mientras miraba el letrero caído del hotel "Eldorado".Salem encendió un cigarro con aire despreocupado y sopló el humo en dirección a la puerta.—Un viejo amigo necesita ayuda —respondió, avanzando sin esperar aprobación.Eva y Caín lo siguieron, intercambiando miradas. A cada paso, el suelo de madera crujía como si el edificio estuviera susurrando advertencias.Al llegar al vestíbulo, encontraron a un hombre encorvado detrás del mostrador. Sus ojos tenían un brillo enfermizo y su piel parecía haber envejecido de golpe.—Black… —su voz era un susurro tembloroso—. Gracias a
El espejo estaba hecho añicos, pero la habitación seguía impregnada de algo... ajeno. Un silencio denso, antinatural, se había colado por las grietas del cristal, como si lo que estaba dentro aún no se hubiera ido del todo.—¿Qué demonios fue eso…? —murmuró Eva, sin esperar respuesta. Aún podía sentir la presión en el pecho, como si una garra invisible la hubiese rozado desde el otro lado del velo.Salem dio un sorbo a su botella de whisky, guardándola luego en su abrigo como si necesitara asegurarse de tenerla cerca. Su mirada estaba clavada en el marco vacío del espejo, como si pudiera ver algo más allá.—No era un demonio cualquiera —dijo finalmente—. Eso fue una advertencia.Caín se cruzó de brazos, su voz baja, tensa.—¿De quién?Una carcajada suave, distorsionada, emergió de los trozos rotos del espejo. Un sonido que parecía filtrarse desde algún rincón oscuro del mundo, como si algo se riera desde un túnel lejano.Salem no parpadeó.—Azrakeel.Eva sintió cómo ese nombre caía so
La mujer en la iglesia murmuraba frases sin sentido desde hacía horas. Ojos vidriosos. Boca seca. Un sacerdote temblaba en una esquina. Nadie se atrevía a tocarla desde que, sin previo aviso, se arrancó las uñas y las arrojó al altar como si fueran pétalos de rosa. Ahora estaba quieta. Demasiado quieta.Un susurro en otro idioma rompió el silencio.—Non est hic… sed venit.El sacerdote tragó saliva. Fue entonces cuando ella se alzó de golpe y gritó:—¡NO SOY TU MADRE, PEDRO! —Y se arañó el rostro con fuerza, dejando hilos de sangre en sus mejillas.—Carajo… —dijo Salem, encendiendo un cigarro mientras observaba desde el umbral del templo.Llevaba su chaqueta negra, los ojos cansados y una botella de whisky en la mano. Dio un trago largo. Los policías que lo esperaban afuera no se atrevieron a entrar.—¿Quién lo llamó? —preguntó un agente.—Ustedes. Cuando algo no tiene explicación, me llaman. Y cobro caro, por cierto —dijo Salem, soltando una sonrisa torcida. Caminó hasta el altar.La
El humo del cigarro se disipaba en el aire frío de la noche.Salem Black caminaba por la calle oscura, con las manos en los bolsillos y la chaqueta abierta. La ciudad tenía ese hedor a lluvia y desesperanza que tanto le gustaba. Algo iba mal en el aire, pero Salem no se inmutó.Hasta que escuchó el susurro.Se detuvo en seco.No era un sonido común. No era el murmullo de los borrachos en los bares ni el viento filtrándose por los edificios. Era un eco gutural, inhumano, que se arrastraba entre las sombras.Salem giró la cabeza, entrecerrando los ojos.El callejón a su izquierda estaba oscuro como la boca de un lobo. Y allí, suspendida en el aire, pegada contra la pared de ladrillos húmedos, estaba ella.Una mujer joven, con los ojos desorbitados y la boca abierta en un grito mudo. Sus pies colgaban a centímetros del suelo.La sombra la sujetaba.No tenía forma definida, solo una mancha de oscuridad retorcida, pulsante. Se aferraba a ella con filamentos como dedos largos y huesudos, fu
El eco de sus pasos resonaba en la calle húmeda. Eva aún tenía el pulso acelerado, su respiración era un eco agitado entre los callejones. Su mente trataba de procesarlo todo, pero la escena del Devora Noctis aferrándola a la pared seguía ardiendo en su memoria como una pesadilla tatuada en la piel. —Te estás quedando atrás, amor. —La voz de Salem la sacó de su trance. Caminaba con las manos en los bolsillos, el cigarro colgando de sus labios. —¿Qué demonios fue eso? —Eva apretó los dientes. Su voz temblaba. Salem giró la cabeza y la observó con una sonrisa ladeada. —Una muy mala noche para ti. Antes de que pudiera replicar, el aire cambió. Frío. Denso. Como si la ciudad exhalara algo oscuro desde sus entrañas. Las farolas titilaron. Las sombras se alargaron, retorciéndose en las paredes. Un murmullo gutural resonó en el viento. Salem escupió el cigarro y lo aplastó con la punta del zapato. —Nos encontraron. Eva no tuvo tiempo de preguntar qué quería decir. Desde las esquin
El motor rugía contra la lluvia mientras el auto atravesaba la ciudad. Eva temblaba, con la mirada fija en el parabrisas cubierto de agua. Las gotas parecían arañar el vidrio como si algo las empujara desde el otro lado. Salem, al volante, apretaba el cigarro entre los dientes, su rostro iluminado intermitentemente por los relámpagos. Caín, en el asiento trasero, observaba la carretera con una tranquilidad perturbadora.—¿A dónde vamos? —preguntó Eva, abrazándose a sí misma.—A un lugar seguro —respondió Salem sin mirarla.—Si es que queda alguno —murmuró Caín.Eva tragó saliva. Aún sentía en la piel el tacto viscoso de las sombras que casi la devoraron. La imagen de los Débora Noctis, esas criaturas que no deberían existir, seguía tatuada en su mente.El auto derrapó en una curva cerrada, y Salem golpeó el volante con furia.—Mierda, vienen tras nosotros.Eva miró por la ventana y sintió que el estómago se le hundía. Entre las calles empapadas, las sombras se arrastraban como una pla