Epílogo

Un hermoso atardecer celebraba la unión de dos almas enamoradas, que se encontraron y se salvaron mutuamente.

Bailes, risas, comidas y salutaciones inundaban la alegre hacienda.

Una pareja admiraba a los novios bailar junto al niño inquieto, formando una danza de tres.

 —Nosotros Debemos casarnos, también. —Samuel susurró sobre el oído de la rubia a quien abrazaba por detrás.

 —Todo dependerá de usted y que tan productiva hagas nuestra hacienda —dijo maliciosa y él besó su cuello.

Jacqueline había comprado la hacienda vecina y se instaló allí. Ella y Samuel la administraban, aunque este prefería los trabajos pesados junto a los demás trabajadores. Como todo hombre de hacienda con orgullo masculino, estaba ahorrando para comprar el anillo de compromiso, pues quería que saliera de su

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