Capítulo 5

Arthur fue acariciado por la fresca brisa de su región, la cual lo recibía con nubes en el cielo. Al llegar a su hacienda se bajó del caballo y Raúl se lo llevó para el establo. Arthur caminó con los puños apretados y el pecho erguido, para enfrentar a los intrusos que habían irrumpido en su propiedad.

 —¡Ustedes no son nuestros amos, nuestro señor es Arthur Connovan! —Uno de los trabajadores espetó con indignación. Ya estaban cansados de los abusos de esos intrusos ladrones.

 —¿Arthur? ¿El muerto? Él ya pasó a una mejor vida y, dado que Arthur no tiene herederos, estas tierras pasan a nuestras manos. —Un hombre joven, de cabello corto y rubio, ojos azules y gran altura, dijo con cinismo.

 —Henry Jones… —Arthur le llamó con cara de indignación, el rubio agrandó los ojos de la sorpresa—. Como puedes apreciar, yo estoy vivo y me gustaría saber con qué derecho irrumpes en mis terrenos, abusas de mi gente y te tomas atribuciones en mi hacienda.

Henry lo confrontó desorbitado, la información que recibió de sus hombres fue diferente a lo que sus ojos veían.

 —Somos los dueños de esta región y la autoridad, hacemos lo que sea necesario para imponer el orden.

Arthur rio con ironía.

 —¿Esta es tu forma de imponer el orden? Mandar a matarme, irrumpir en mis tierras, adueñarte de mi hacienda, maltratar a mis trabajadores, violar a Anabela. —Esto último lo dijo apretando su mandíbula—. Vas a pegar por eso, Henry, ese delito no se quedará impune. No me importa cuánto tiempo y dinero tenga que invertir, te voy a encerrar por desgraciarle la vida a Ana.

 —Yo no la violé, ella se me ofreció y ambos lo gozamos. Mírame, ¿crees que tengo necesidad de forzar a una basurita sirvienta? Afortunada debe sentirse que yo le haya hecho el favor.

Y como si fuese invadido por una fuerza superior, Arthur se lanzó contra Henry. Los trabajadores se reunieron alrededor y como Arthur llevaba la ventaja, ninguno se molestó en separarlos; más bien, estaban disfrutando el momento, puesto que a ellos deseos no les faltaba de hacer lo mismo.

Disparos se escucharon en el aire y los hombres armados de Arthur sacaron sus pistolas. Algunos hombres de los Jones y los Delton vinieron en defensa de Henry, quien estaba siendo golpeado por Arthur.

Henry corrió hacia sus hombres, que ya estaban posicionados frente a los de Arthur. Todos se apuntaban con sus armas y un señor bajito de cabellera negra y un sombrero grande miró a Arthur amenazante.

 —Connovan, acabas de golpear al hijo de Bruce Jones, simplemente porque cuidaba tus tierras en tu ausencia. ¿Es así como nos agradeces el gesto? Tú, puede que seas el hombre más poderoso en la región gracias a tu padre, pero su muerte debe ser un ejemplo para ti, hasta los más poderosos caen, Connovan. —El señor dijo con firmeza.

 —¿Me está amenazando, Delton? Me queda claro lo que dice, ya que pagaron por mi muerte, podría investigar sobre eso y créame, nada de lo que me han hecho se quedará impune. Ahora les agradecería que salieran de mis terrenos, no necesito su ayuda, estoy aquí, vivo. —Arthur lo confrontó con esa autoridad que lo caracterizaba. Delton sonrió malicioso e hizo señas a sus hombres. Arthur recuperó el aliento cuando éstos se marcharon y todos sus trabajadores celebraron con euforia.

(...)

 —¡Arthur! —Anabela corrió hacia él con lágrimas en los ojos, este la abrazó con fuerza y ella lloró sobre su pecho.

 —Estoy contigo, Ana. —Él le acarició la mejilla con ternura. Ambos se dirigieron a la cocina y se sentaron frente al comedor, acto seguido, Nidia les sirvió té y se sentó junto a ellos—. Puedes contar conmigo para todo lo que necesites y no te preocupes por ese imbécil, lo voy a encerrar, buscaré la forma de hacerlo pagar por lo que te hizo.

Ella asintió hipando y él secó sus lágrimas. Su consuelo era reconfortante. Anabela lo admiraba mucho, pues él siempre los había tratado como familia, pese a que fuese su jefe. Arthur era la esperanza de todos en la región, descansaban en su generosidad y lucha por la justicia.

 —Él me dejó, Arthur. —Su voz salió chillona por el llanto—. Iván no se va a casar conmigo.

 —Él no te merece, no merece ninguna de tus lágrimas, preciosa. Ven aquí —la abrazó—, él no es el hombre para ti. Verás que conocerás al amor de tu vida, un hombre que te ame y valore de verdad.

 —¿Quién podría ser ese hombre? —Ella lo miró a los ojos.

 —Uno que vea cuán maravillosa eres, Ana. Un hombre que vele por ti y te proteja, un hombre que esté contigo sin importar la circunstancia. —Besó la coronilla de su cabeza.

 —¿Un hombre como tú? —Ella preguntó con una sonrisa que Arthur devolvió.

 —Uno mejor que yo. —Besó su frente y ella lo abrazó.

(...)

Sam se sentó en su tronco a observar el firmamento. Fue inevitable no recordar a Arthur y ese beso tan intenso que se dieron. Nunca se había besado de esa manera con nadie, bueno, en realidad nunca se había besado en los labios de verdad. Sus ojos se llenaron de lágrimas, ¿hasta cuándo lo extrañaría? ¿Por qué le dolía la ausencia de un hombre con quien solo compartió por un mes? ¿Será que sentir su cuidado sincero, su trato delicado y con respeto, también el deseo que él le transmitió con ese beso, la conmovieron porque nunca recibió nada de eso de la persona que se supone debía amarla? 

 —Arthur... Creo que me gustas... —susurró mientras se acariciaba los labios con los dedos.

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