Arthur fue acariciado por la fresca brisa de su región, la cual lo recibía con nubes en el cielo. Al llegar a su hacienda se bajó del caballo y Raúl se lo llevó para el establo. Arthur caminó con los puños apretados y el pecho erguido, para enfrentar a los intrusos que habían irrumpido en su propiedad.
—¡Ustedes no son nuestros amos, nuestro señor es Arthur Connovan! —Uno de los trabajadores espetó con indignación. Ya estaban cansados de los abusos de esos intrusos ladrones.
—¿Arthur? ¿El muerto? Él ya pasó a una mejor vida y, dado que Arthur no tiene herederos, estas tierras pasan a nuestras manos. —Un hombre joven, de cabello corto y rubio, ojos azules y gran altura, dijo con cinismo.
—Henry Jones… —Arthur le llamó con cara de indignación, el rubio agrandó los ojos de la sorpresa—. Como puedes apreciar, yo estoy vivo y me gustaría saber con qué derecho irrumpes en mis terrenos, abusas de mi gente y te tomas atribuciones en mi hacienda.
Henry lo confrontó desorbitado, la información que recibió de sus hombres fue diferente a lo que sus ojos veían.
—Somos los dueños de esta región y la autoridad, hacemos lo que sea necesario para imponer el orden.
Arthur rio con ironía.
—¿Esta es tu forma de imponer el orden? Mandar a matarme, irrumpir en mis tierras, adueñarte de mi hacienda, maltratar a mis trabajadores, violar a Anabela. —Esto último lo dijo apretando su mandíbula—. Vas a pegar por eso, Henry, ese delito no se quedará impune. No me importa cuánto tiempo y dinero tenga que invertir, te voy a encerrar por desgraciarle la vida a Ana.
—Yo no la violé, ella se me ofreció y ambos lo gozamos. Mírame, ¿crees que tengo necesidad de forzar a una basurita sirvienta? Afortunada debe sentirse que yo le haya hecho el favor.
Y como si fuese invadido por una fuerza superior, Arthur se lanzó contra Henry. Los trabajadores se reunieron alrededor y como Arthur llevaba la ventaja, ninguno se molestó en separarlos; más bien, estaban disfrutando el momento, puesto que a ellos deseos no les faltaba de hacer lo mismo.
Disparos se escucharon en el aire y los hombres armados de Arthur sacaron sus pistolas. Algunos hombres de los Jones y los Delton vinieron en defensa de Henry, quien estaba siendo golpeado por Arthur.
Henry corrió hacia sus hombres, que ya estaban posicionados frente a los de Arthur. Todos se apuntaban con sus armas y un señor bajito de cabellera negra y un sombrero grande miró a Arthur amenazante.
—Connovan, acabas de golpear al hijo de Bruce Jones, simplemente porque cuidaba tus tierras en tu ausencia. ¿Es así como nos agradeces el gesto? Tú, puede que seas el hombre más poderoso en la región gracias a tu padre, pero su muerte debe ser un ejemplo para ti, hasta los más poderosos caen, Connovan. —El señor dijo con firmeza.
—¿Me está amenazando, Delton? Me queda claro lo que dice, ya que pagaron por mi muerte, podría investigar sobre eso y créame, nada de lo que me han hecho se quedará impune. Ahora les agradecería que salieran de mis terrenos, no necesito su ayuda, estoy aquí, vivo. —Arthur lo confrontó con esa autoridad que lo caracterizaba. Delton sonrió malicioso e hizo señas a sus hombres. Arthur recuperó el aliento cuando éstos se marcharon y todos sus trabajadores celebraron con euforia.
(...)
—¡Arthur! —Anabela corrió hacia él con lágrimas en los ojos, este la abrazó con fuerza y ella lloró sobre su pecho.
—Estoy contigo, Ana. —Él le acarició la mejilla con ternura. Ambos se dirigieron a la cocina y se sentaron frente al comedor, acto seguido, Nidia les sirvió té y se sentó junto a ellos—. Puedes contar conmigo para todo lo que necesites y no te preocupes por ese imbécil, lo voy a encerrar, buscaré la forma de hacerlo pagar por lo que te hizo.
Ella asintió hipando y él secó sus lágrimas. Su consuelo era reconfortante. Anabela lo admiraba mucho, pues él siempre los había tratado como familia, pese a que fuese su jefe. Arthur era la esperanza de todos en la región, descansaban en su generosidad y lucha por la justicia.
—Él me dejó, Arthur. —Su voz salió chillona por el llanto—. Iván no se va a casar conmigo.
—Él no te merece, no merece ninguna de tus lágrimas, preciosa. Ven aquí —la abrazó—, él no es el hombre para ti. Verás que conocerás al amor de tu vida, un hombre que te ame y valore de verdad.
—¿Quién podría ser ese hombre? —Ella lo miró a los ojos.
—Uno que vea cuán maravillosa eres, Ana. Un hombre que vele por ti y te proteja, un hombre que esté contigo sin importar la circunstancia. —Besó la coronilla de su cabeza.
—¿Un hombre como tú? —Ella preguntó con una sonrisa que Arthur devolvió.
—Uno mejor que yo. —Besó su frente y ella lo abrazó.
(...)
Sam se sentó en su tronco a observar el firmamento. Fue inevitable no recordar a Arthur y ese beso tan intenso que se dieron. Nunca se había besado de esa manera con nadie, bueno, en realidad nunca se había besado en los labios de verdad. Sus ojos se llenaron de lágrimas, ¿hasta cuándo lo extrañaría? ¿Por qué le dolía la ausencia de un hombre con quien solo compartió por un mes? ¿Será que sentir su cuidado sincero, su trato delicado y con respeto, también el deseo que él le transmitió con ese beso, la conmovieron porque nunca recibió nada de eso de la persona que se supone debía amarla?
—Arthur... Creo que me gustas... —susurró mientras se acariciaba los labios con los dedos.Ella se acercó con sigilo mientras sus lágrimas salían mojando su rostro. La puerta estaba medio abierta y eso facilitaba su espionaje. ¿Por qué se torturaba? Sus manos temblaban y su corazón dolía. ¡No era justo! Ella debería estar allí, ella debería disfrutar de aquella intimidad.Sam se despertó con lágrimas en los ojos, soñar sobre sus recuerdos le abría esa herida que trataba de ignorar, pues no sabía cómo curarla. La soledad carcomía sus huesos, tal vez era lo que merecía, después de todo. Fue presuntuosa al desear amor, compañía, pasión. ¿Por qué? Sacudió su cabeza tratando de echar esos pensamientos nocivos, era increíble cómo las palabras malignas de otros podían herir tanto que, terminas creyéndolas. No, no debería sentirse culpable por qu
—Sam... —balbuceó impresionado. Ella le evadió la mirada y se distanció, no quería que la viera tan demacrada y sucia.—Aléjate de mí —profirió casi en un susurro y se puso de pies con intención de marcharse. Esto no le podía estar pasando, ¿por qué tenía que aparecer en su peor momento? No soportaba la vergüenza y la incomodidad. Él, tan lindo y pulcro; con ropas finas y joyería cara, perfumado con ese delicioso aroma. Y ella, una mendiga desnutrida, sucia y vestida con harapos. Era una pesadilla que el hombre que le gustaba —porque a pesar de que habían pasado seis largos meses sin verlo, sus sentimientos por él afloraron con solo escuchar su voz—, la viera en esas fachas y con ese hedor. Debía huir, no soportaba estar en su presencia un segundo más.—No, Sam. —La con
Habían pasado tres meses. Sam ya había recuperado su peso y su piel tenía color. Cada día se veía más enérgica y saludable y ya no se percibía con tanta timidez como la primera vez que llegó a la hacienda. Raúl se la pasaba detrás de ella haciéndole preguntas imprudentes y tratando de descubrir la razón de cubrir su rostro, ya ella lo ignoraba y solo reía ante sus ocurrencias.—Yo le debo mucho al jefe. —El chico se sentó sobre la grama y llevó una ramita a la boca—. Mis padres murieron en un tiroteo cuando yo tenía diez y duré tres años viviendo en las calles y robando en los mercados para poder comer. Un día un señor que vendía manzanas me descubrió robándole y me persiguió con un rifle. Choqué con el señor Connovan y él le aseguró al hombre que se en
Sam se acostó sobre la cama de su padre y se abrazó a su almohada. ¡Lo extrañaba tanto! Aunque habían pasado cuatro meses de su muerte aún no lo superaba. Estaba sola y sin nadie quien la consolara. Su padre fue un huérfano que llegó a dónde estaba con el trabajo duro y por la misericordia de un doctor, quien lo preparó en el área de la medicina. En ese tiempo no se exigía tanto de los médicos y algunas personas ejercían con libertad, una causa de muerte para muchos pacientes quienes creían en médicos sin preparación previa. Su padre no solo le enseñó cómo funcionaba el cuerpo humano, también le enseñó sobre el poder medicinal de las plantas. Ella se dio muy buena y hasta tomó clases con profesionales, paró sus estudios cuando se comprometió con la promesa de retomarlos después de cumplir un a&
—Eres una inservible. —La pelirroja escupió con superioridad—. Siempre creyéndote más santa que los demás y mírate, no eres nadie, Samay.—¿Qué quieres, Bárbara? —inquirió entre dientes, simplemente no la soportaba y solo deseaba que saliera de su habitación.—Para ti, Señora Bárbara. Tú solo eres una arrimada en mi casa, estoy cansada de ti y de que mires con lujuria a mi marido. Daniel es mío, Samay, no te hagas ilusiones.—¡Deja de decir estupideces! Daniel es mi esposo y esta es mi casa. Yo soy la heredera de papá, la única arrimada aquí eres tú.—Ja, ja, ja, ja, ja… —La pelirroja rio con sorna—. ¿Tu esposo? Le das asco, Samay. Para que te enteres de una buena vez y sepas cu&aacu
Sam se echó un poco de perfume y se miró en el espejo. Tocó su manto azul oscuro que hacía juego con su vestuario de tono celeste y perla. Resaltó sus ojos color avellana con delineador negro y sombra blanca. Se había puesto labial, aunque nadie iba a ver sus labios, pero era para mantenerlos humectados. Su cabello lucía hermoso y sedoso, aunque solo se mostraba una parte de este porque el velo cubría casi todo su rostro incluyendo su cabellera. Había cambiado mucho desde que Arthur la llevó a la hacienda, ya no estaba desaliñada y su cabello no parecía un nido de aves.A veces era incómodo usar el velo y no sabía cómo comería con altura delante de aquellas personas, pues se vería raro cuando entrara el tenedor por debajo de la tela. ¿Algún día superaría su trauma? ¿Podría ella liberar su rostro de aquel velo? La nost
Sudores recorrían su piel, su pecho subía y bajaba. Dolía.—¡Ya basta! —gritó con desesperación. Un golpe seco, sangre y cuerpo desparramado.Huyó. Por fin sería libre. Corrió y corrió sin importar la incomodidad o el dolor. Su destino era incierto y adentrarse al bosque un peligro para una jovencita inexperta en la vida, para una mujer que nunca se valió por sí misma. Lágrimas de desconcierto y temor se desbordaban de sus ojos enrojecidos, todavía no se creía que estaba escapando.El bosque oscuro se lo hacía más difícil; sin embargo, una luz fue la señal que le indicó que estaba fuera, pero...Sam despertó de golpe. Inhaló y exhaló para no tener otra crisis; se levantó de la cama y se dirigió a la cocina temblorosa.
—Hola, Anabela. —Ella se volteó y frunció el ceño cuando vio al grandote detrás de ella con una canasta de manzanas. Sus ojos pardos desviaban la mirada con expresión de vergüenza y su labio inferior estaba atrapado entre sus dientes. Pudo notar un leve sonrojo en la piel color caramelo que le provocó mucha ternura. Pero no entendía su interés en ella y eso la hacía sentir incómoda. Samuel, como muchos de los trabajadores de la hacienda, era solo un conocido, una persona con la que ni siquiera podría imaginarse una relación cercana.—Hola, Samuel —respondió con cortesía, pero con marcada frialdad. No quería malos entendidos ni ilusionarlo, era mejor poner la distancia desde el principio.—Los muchachos y yo estábamos recogiendo manzanas y pensé que querrías estas, son las más rojas y jugosas